I. La caída de un imperio
Hace poco más que unas horas que Emil acababa de ver el cuerpo inerte de su madre y ahora los sastres estaban hablando con ella para ver cómo sería el vestido que usaría en su funeral. La sangre se escapaba de todos sus orificios como un saco de arroz roto, fueron a llevarle a su cuarto una taza de puro veneno endulzado con miel, y ella lo bebió sin pensarlo porque se lo dió su guardia personal y amigo de muchos años.
Tuvo un final muy trágico, sí, mas no sentía pena por ella, obtuvo lo que se merecía; el problema es que no solo fue una pésima madre y ya sino Dione La Dorada, la única reina que pudo cometer la gran hazaña de levantar El Paraíso, y ese honor seguía vigente.
Es estúpido que una mujer tan importante haya bajado la guardia de esa manera pero es que ya hace muchos años que ella no estaba bien, su cordura la abandonó junto al amor de su vida pero nadie podía negarse a las órdenes de la loca con la corona; por eso nadie objetaba nada cuando le gritaba a sus hijos que desearía que estuvieran muertos.
Les tuvo tan poco respeto que le había dejado odio suficiente para toda su vida y no estaba dispuesta a ocultarlo.
– Quiero un vestido blanco, corto, entallado, con escote y lentejuelas, y díganle a mi padre que si es de otro modo no voy a asistir.
Naturalmente, los sastres intentaron persuadirla, así como su padre, su hermano, sus damas de compañía y sus amigos, pero ella no cambió su postura; al contrario, entre más le pedían que usara algo apropiado señalaba detalles más y más excéntricos. La verdad es que no quería presentarse en la parroquia con un vestido de plumas de todos los colores y poco más, solo no quería presentarse y ya, pero nadie podía ver eso, para la mayoría ese no era más que su último berrinche antes de que la echaran a la calle: sus alas eran celestes, eso ponía a su magia en el rango más bajo de lo bajo, y su padre y su hermano pertenecían al género débil así que tampoco tenían derecho a gobernar.
Con tantos asistentes y condolencias vacías era abrumador incluso llorar en su cuarto, así que tuvo que ir al baño y abrirle a la regadera para tener un poco de privacidad. Si ella, a la que esa mujer no le importaba nada, ya estaba en ese estado, no quería ni pensar en su padre o su hermano, ellos siempre le perdonaron todo y le guardaban un cariño más bien unilateral y masoquista.
Era doloroso oír su nombre por todas partes y no poder decir una palabra porque su familia la recriminaba como si no tuviera derecho ni de hacer una mueca frente a la mujer que se dedicó a arruinarle la vida. Era como si tuviera un puñal enterrado y, lejos de ayudarla, vinieran todos y le amarraran las manos y la boca para que se dejara morir. Había una foto de su madre en la recepción pero ese funeral podría ser el suyo perfectamente.
No sabía por cuánto tiempo había estado llorando pero ni siquiera eso era un consuelo, tenía un cronómetro en su cabeza y se tapaba la boca para no delatarse. La gota que derramó el vaso fue el imbécil que empezó a tocar su puerta como si la fuera a tumbar, es que simplemente no podía estar tranquila.
– ¡Me estoy bañando! –bramó desesperada por un segundo de soledad, todo estaba ocurriendo tan rápido que realmente solo estaba deseando desaparecer.
– Soy yo, ya le pedí a todos que se fueran, es irrespetuoso que te acechen así.
Emil se paró hecha una bala y le abrió la puerta, en ese momento no pudo contener más las lágrimas y se lanzó a sus brazos para abrazarlo. Iad y ella siempre fueron como agua y aceite pero nacieron juntos y juntos se quedaron. Era toda una contradicción verlo tan tranquilo y frívolo en esta situación cuando ella era la que siempre decía que haría una gran fiesta el día que esa bruja se muriera.
– Se murió, Iad, estaba toda morada e hinchada, como una uva remojada –dice entre gimoteos y con sus puños arrugandole la ropa.
– Ya, eso da mucho asco –la cortó con una risita, pero eso no le hizo gracia–. ¿Por qué entraste a su cuarto?
– Creí que había sido una equivocación, era muy joven... –entonces se pone a llorar más fuerte y su hermano cubre su nuca con su brazo, atrayéndola más hacia él, que no presume una sola lágrima en su rostro, pero sí que luce acabado y vacío, como una hoja de otoño quebrada.
– Ella ya no era feliz, espero que al menos así su alma encuentre descanso.
– ¿Qué es lo que vamos a hacer? Es solo cuestión de tiempo para que bajemos y los cuervos nos coman.
– Ya encontrarán a alguien, tú no pienses en eso.
– Pero ella era la única que podía, Iad, ¡lo sabes!
– Lo que sé que tú preocupación no ayudará, deja que los adultos se rompan la cabeza. Tu eres la princesa, tu trabajo es verte hermosa y asaltar hombres, o eso es lo que te veo haciendo todo el día –Emil dibuja una sonrisa y le da un golpe en el hombro, uno que seguro no le duele, ella es súper pequeñita al lado de él.
– Eres un grano en el trasero, ¿por qué no puedes ser serio por más de dos segundos? –le reprocha mientras usa su antebrazo para secarse la cara, él enseguida le responde con una cara socarrona.
– Porque no me gusta ver a mi hermanita triste, ese es más mi estilo –Emil no sabe si reírse o darle un abrazo, lo cierto es que Iad no puede pasar más de 8 horas sin medicación o ya amenaza con aventarse por la ventana, consecuencia de estar bajo el cuidado de una mujer violenta por 17 años.
– A mí tampoco me gusta ver a mi hermanote triste –lo toma de la mejilla y le da un beso en el cachete–. ¿Vamos a ver a papá?
– No creo que sea el mejor momento, está muy afectado todavía –agacha la mirada para recordar cómo tomaba la mano de aquel cadáver deforme, rogando entre sollozos que todo fuera una mentira, que volviera a ser esa mujer simpática y alegre que fue hace tantos años, probablemente antes de que ellos nacieran porque eso nunca lo vió.
– Al menos así dejará de hacerse daño, amando a la persona equivocada –Iad la mira con desaprobación pero no atina a decirle nada, siempre habla de su mamá con tanto veneno y rencor que no puede conectar con ella del todo, es que ha dejado de verla como una persona hace tanto tiempo, que no la culpa, esa ha sido su manera de afrontar el dolor, pero eso no la hace mejor que nadie.
– La tía Vera llegó hace rato, dijo que tenía una sorpresa para los dos –a Emil le brillan los ojos como dos estrellas y en seguida va al lavamanos a limpiarse su maquillaje corrido, su hermano solo atina a sorprenderse por su repentino cambio de humor, pero esa mujer genera eso en la gente, siempre se muestra incondicional y amorosa hacia los demás incluso al punto en que a veces personas como su sobrina abusan de esa generosidad.
– ¿Qué crees que sea? ¿Te dió una pista? Oh, ojalá sea ese vestido rojo que le enseñé, ¿te acuerdas?
– Oh, sí, era más un taparrabos que otra cosa –en respuesta recibe una salpicada de agua, que sea merecida o no eso solo ellos lo saben.
Prontamente y escoltados por los dos encapuchados que son sus guardias, se dirigen a una de las habitaciones de huéspedes, dónde son recibidos por una mujer alta de melena negra y un hermoso vestido azul que favorece su prominente cadera y el color oscuro de su piel. Como la mujer flagrante y cariñosa que es, extiende sus brazos llamando a sus amores, y ellos van si bien uno más apenado que la otra, pero una vez que están entre sus brazos ella besa sus cabelleras pelirrojas con profundo afecto.
– Lo siento muchísimo, mis niños. No me imagino cómo deben de estar.
– Un poco mejor ahora que estás aquí –Iad, que la conoce tan bien, sabe que esa labia suya solo es propia de ella cuando quiere algo, como toda niña caprichosa está equipada con una serie de tácticas de manipulación que no dudará en utilizar contra el menos abusado.
Si hay una cosa que su tía deseaba desde el fondo de su corazón eso era ser madre, pero lamentablemente ella y toda su familia fueron castigados bebiendo un elíxir para la infertilidad, todo por esconder el aborto de una prima suya. Por eso a ella poco le importaba si estaban aprovechándose de su bondad o no, todo con tal de poder vivir la fantasía de que tenía una familia, que la tenía, pero estaba muy ausente en sus vidas como para ser una figura muy importante para ellos.
– Oh, nena, y esa es la sorpresa que tengo para ustedes.
Su sobrina chilla emocionada e incluso le da vuelta al cuarto con el uso de sus alas.
– ¡¿Y qué es?! ¡¿Y qué es?!
– Lamentablemente no es un regalo, pero sí es una gran noticia –la joven no esconde su desilusión a lo que su hermano le pellizca el brazo, esperando que no le rompa el corazón a su tía.
– ¡Bueno, ya cuéntanos! –dice tan fingido que a Iad casi se le salen los ojos.
– Okey, okey. Vengo de hacer la prueba frente al gran diamante y tengo el honor de compartirles que pasé, seré la nueva reina.
– ¿Qué?
– ¡Pero eso es imposible! –chilla Emil con cara de molestia, y no es que no sea una noticia maravillosa, pero es una vil mentira y por sobre todas las cosas ella odia profundamente que le mientan.
– No, querida, es así –responde ciertamente intimidada.
– Tía, haz participado en la prueba todos los años y todos los años has fracasado. Además, tus alas son azules, igual que las mías, ¡nosotras no podemos ni levantar una avellana! –y es que ser unas ineptas en la magia siempre fue lo suyo. Ser hija de la todopoderosa de Dione La Dorada ya era demoledor para el autoestima, ahora que a su tía le brote un poder inmaculado del coño y ahora ella sea la única idiota que no puede hacer magia en la familia... Eso es todavía peor.
– Pues, con el entrenamiento correcto y mucha perseverancia-
– ¡Perseverancia y una mierda! Es que no es posible –estalla en gritos y aseveraciones–. ¿Cómo puedes ser la reina si no puedes alimentar al diamante? Debe ser porque la magia de mamá sigue en él porque de lo contrario no me lo explico.
– Pero mi amor, no pueden darle el puesto a quien no cumplió la prueba y el consejo determinó que lo hice. Sé que suena como algo increíble pero no todas las hadas de alas azules somos incompatibles con la magia y me he dedicado toda la vida a tratar de demostrarlo.
– Pero te conozco, tía, ya dime la verdad. ¿Compraste el cargo? ¿Lo hiciste para protegernos? Porque siento que si es así todo va a terminar horrible. ¿Cuánto les diste?
Vera se le queda viendo a los ojos con unos segundos, pareciera que estuviera a poco de convertirse en un mar de lágrimas pero sigue ahí, como una estatua. En cambio, Iad está furioso y por poco va y le da la regañiza de su vida a su hermana, pero Vera se lo impide.
– No, no quiero que peleen, y sí, Emy, tienes razón, no tengo el poder para alimentar al gran diamante, pero puedo asegurarte que está en buenas manos; no en las mías, pero si hay alguien encargándose de ello, solo pidió que su identidad fuera anónima, así que yo seré como la reina oficial.
Intenta levantar los ánimos con una sonrisa pero claramente se le nota apagada, a Iad le recuerda cuando él le contó que pudo hacer su primer hechizo: Emil le gritó horrible por creerse que era mejor que ella y luego fue a llorarle a su papá como si él fuera el malo. Su hermana no tolera sentirse inferior pero tampoco hace nada para mejorar, solo se queja.
Y luego contra su tía Vera, la persona más frágil y amorosa que conocen.
– ¿Pero cómo es que encontraron a alguien tan rápido? Y además, si hizo la prueba, ni tan anónima es.
– Llegó por su propia cuenta con tu papá y le aseguró que era la última hada de alas doradas que queda, no se necesita ninguna prueba para saber que ella es más que capaz para ser la reina. Los cuervos se dedicaron a cazar a su familia toda la vida, su padre me cuenta que estaba muy asustada, pero que sabía que era su deber protegerlos a todos así como Dione lo había hecho. Yo soy algo así como su escudo viviente: si algo me pasa, buscarán a otra que sostenga la farsa pero el reino no correrá peligro. Al ser una información tan delicada les pido extrema discreción, solo se los cuento porque no quiero malos entendidos, sobre todo contigo, hermosa
Emil está cabizbaja y frustrada, por un momento se sintió tan impotente con ella misma. Por más que tomaba lecciones de magia, y tomaba pócimas y prácticaba como una idiota, jamás había podido utilizar la magia y era reconfortante tener a alguien tan inútil como ella, su hermano no, el si tenía éxito al menos en la cosas básicas y ni hablar de su madre, la todopoderosa de la reina. Otra vez, no era la única hada descompuesta en este mundo.
– Lo siento mucho, tía, no debí de hablarte así, debí haberme puesto feliz por ti, pero saber la verdad tampoco me anima, estás poniendo en peligro tu vida por una desconocida.
– No por una desconocida, por mi familia y todo el reino, es una responsabilidad muy grande pero creo que tengo todas las facultades para apoyar a tu padre, y ademas, soy confiable, no cualquiera debe de saber esto. Ademas, no todo es malo, voy a vivir de lujo y voy a estar más cerca de ustedes.
– Ay, tía –la aludida sonríe y les da un abrazo de nuevo, todavía nota a Emil arrepentida y confundida, así que se apresura a decir algo reconfortante para ella.
– Mientras yo esté con ustedes nunca van a estar solos, recuerden que los tengo siempre presentes en mi corazón. Entiendo que están pasando por un momento difícil, pueden irse a su alcoba si así lo desean, voy a quedarme aquí el resto de la tarde.
– No, si me quedo sola solo voy a llorar otra vez –murmura alejandose de sus brazos, y con ojos suplicantes le pregunta–. ¿Puedo dormir aquí?
– Claro que sí, tesoro, ¿y tú? –le pregunta a Iad acomodando su cabello con una sonrisa dulce.
– Yo también estoy cansado.
Su tía extiende un cobertor mientras ellos se acuestan, no duermen juntos desde que son bebés pero la cama es tan espaciosa que tampoco es que le vean problema. Ella los arropa y les besa la mejilla como lo haría un ángel y entonces se va al peinador a desenredar su larga melena rizada; no está como un búho al asecho pero tampoco los deja solos.
Antes de darse cuenta el sol ha caído y ya están siendo sacudidos por su tía, que les dice algo apenada que ya es hora de que se levanten, y justo en la orilla de la cama ven lo que será su atuendo para la ceremonia: un traje y un vestido blancos.
Emil celebra en secreto su victoria y se apura a meterse al baño para arreglarse, Iad observa en silencio el vestuario de Vera, que también es blanco y luce más para una gala que para guardar el luto.
– ¿Has visto a papá? –pregunta Iad bajito y con clara preocupación.
– Sí, vino a verlos hace rato. Me dijo que quisiera estar con ustedes ahora pero está muy ocupado.
– ¿Crees que estará bien? –nunca ha sido precisamente cercano a él o a su madre, y si sus conversaciones se extienden más de unos minutos lo más seguro es que termine en discusión. Él siempre se ha mostrado como un hombre duro y racional, un muro de roca sólida, entonces verlo llorando en el piso cual animal herido es una imagen que simplemente no puede quitarse de la cabeza y probablemente jamás lo hará.
– Le tomará un tiempo, tu sabes que él amaba a tu madre con locura, pero estará bien, será fuerte por ustedes, porque los ama aún más todavía y son todo lo que le queda de ella.
Iad sonríe ante la idea de que su padre los ame; la mayor parte del tiempo está trabajando o estresado y su manera de demostrar afecto es más bien limitada, pero siempre que están en problemas él aparece como un león para protegerlos y demostrarles cuán importantes son para él. También era siempre el que los consolaba después de que su madre era cruel con ellos, o el que estaba ahí en su cumpleaños con una pila de regalos y sus pasteles favoritos. Si bien su padre siempre ha tenido un carácter difícil, jamás ha puesto en duda su amor y lo buen padre que es, simplemente no es algo que pongan en palabras; ya lo da por sentado.
– Sé por qué la mataron, y me parece muy cruel, pero creo que ahora que ella se fue nuestra familia estará más unida que nunca –su tía le enseñq una sonrisa muy pequeña y lo acerca a ella tomándolo de la cabeza, pues lo que dice es cierto: ahora ella ocupa el lugar de su madre en varios sentidos y su padre ya no estaría tan agobiado trabajando con una mano extra de ayuda, su madre estaba demasiado inestable para fungir en otras cosas y no todo parece tan malo ahora.
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