3: TRES
La señora Krastev había ido al centro del pueblo a por unos medicamentos, por lo que en la casa sólo quedaban Aleksandar y Penélope. Aún era temprano y la recién empleada tenía un par de cosas que acabar antes de poder tomarse el resto del día libre hasta nueva orden. Ella se encontraba barriendo el salón, mientras el señor de la casa se resguardaba en su habitación.
«Ya no queda nada» Se decía a la vez que daba los últimos tres escobazos.
Dejó la escoba en una equina de las que estaba libre y con menos trastos cerca y se dirigió hacia la ventana para abrirla y que aireara el interior. Una vez cerca y la brisa invadiendo el salón, su vista se centró en mirar el horizonte. Cogió aire y lo retuvo, cerrando los ojos; luego lo soltó y volvió a abrirlos, clavando su mirada en el jardín. Ella era la única que trabajaba en aquella casa —dato que a veces le intrigaba— y el jardín parecía cuidado. Eso significaría que ella tendría que ocuparse de él a partir de ese momento, algo que no le hizo ninguna gracia.
—¿El señor Aleksandar querrá algo? —se preguntó una vez hubo llegado a la puerta principal—. Si me alejo demasiado y me llama, puede que no le escuche...
Permaneció indecisa, apretando los puños. Agarró el pomo de la puerta pensando que a esas horas Aleksandar estaría demasiado ocupado y no le necesitaría. Con esa aparente convicción, se dirigió a la parte trasera de la casa: donde se situaba el jardín. Caminó hasta llegar a un punto en el que todo lo que pisaba era césped, se agachó y tocó la hierba. Quitó la palma de la mano de la tierra y, sintiéndola húmeda, se la llevó a la nariz; amaba ese olor a verde, a naturaleza.
Por otro lado, en el interior de aquella casa tan peculiar, se hallaba Aleksandar Krastev admirando su reflejo frente al espejo. Las marcas de su rostro evidenciaban el paso de los años. Arrugó la frente al ver que tenía manchas nuevas, tocándose las mejillas velludas; repudiando las arrugas y espantado por las canas y la palidez de su piel. Intentó calmarse, pensar con claridad. Suspiró y apartó sus ojos del espejo, dirigiéndose hacia la ventana.
«Noorus» Se dijo a sí mismo.
Abrió los ojos de inmediato al observar a Penélope acercarse al árbol. Enarcó una ceja y se acercó todavía más al cristal de la ventana para ver qué pasaba.
—Ohverdus... —susurró apretando el puño izquierdo.
En el prisma contrario, Penélope continuaba en aquel jardín. Parada al lado del gran y único árbol que había allí. A medida que se acercaba a él, notaba su cuerpo más pesado; la respiración se volvía costosa, sentía que la razón se le nublaba y sus pensamientos se disipaban dando paso a una mente en blanco. Su cuerpo se balanceaba de un lado a otro. No tenía ni idea de qué estaba pasando, sin embargo, tampoco se lo cuestionaba. Simplemente no pensaba. No era. Sólo estaba... y tampoco.
—Me está... —articuló notando cómo le fallaban las piernas—. Me está llamando...
Se desplomó en el césped, quedando postrada bajo el árbol.
La humedad del trapo que llevaba en la frente hizo que Penélope volviese a la realidad. Sus ojos cobraron vida, ahogó un grito y miró a ambos lados. Estaba tumbada en su habitación y lo último de lo que se acordaba era del jardín. No sabía qué hora era ni tan siquiera cómo demonios hubo llegado hasta allí. Al menos hasta que observó la figura de un hombre sentado en uno de los bordes de la cama: el señor.
—Veo que ya estás despierta, Penélope —comentó el señor Krastev girándose hacia ella.
Ella se tocó la frente quitándose de encima el paño mojado, dejándolo a un lado de la cama. Se sentó en la cama y le preguntó a Aleksandar qué hacía allí. Él le contó que, debido al calor, se hubo desmayado en el jardín. Al darse cuenta, él bajó inmediatamente y le llevó hasta su habitación. También le avisó de que Moníka se retrasaría ya que había ido hasta el pueblo de al lado para comprar algo que no encontraba en Maizena, podía estar tranquila y descansar durante la tarde.
—Muchas gracias, señor —agradeció Penélope con la cabeza gacha.
—Llámame Aleksandar, por favor —soltó una pequeña risa mientras se levantaba—. Moníka no está aquí, puedes relajarte. Estamos solos...
Penélope se puso colorada al escuchar aquellas palabras, mordiéndose el labio inferior mientras veía cómo aquel hombre de pelo castaño se acercaba al otro lado de su cama para sentarse justo a su lado. Solos y frente a frente.
—Eres muy bella, Penélope —susurró Aleksandar inclinándose hacia ella.
Con la mano derecha, acarició el rostro de ella. Penélope se sobresaltó, quedando inmóvil sin poder articular palabra alguna. Esta vez, alzó la mirada y posó sus ojos sobre los de él, incrédula. ¿El señor Aleksandar estaba coqueteando con ella? Su cuerpo se tensó y tragó saliva al notar los dedos del señor palpar su cabello, estrujarlo entre sus manos y pasar la palma por todo aquel, estirando sus rizos. Los músculos comenzaron a relajarse y sus ojos tendían a cerrarse, inclinando la cabeza por el lado izquierdo; a su vez, dejaba que los comentarios de Aleksandar le embelesaran.
—Tienes un cabello muy bonito —añadió él, soltando los mechones que hubo entrelazado con los dedos.
«Y natural. Tu sangre es pura...» Pensó Aleksandar mientras se incorporaba de nuevo.
Penélope siguió confusa, no tenía ni la más remota idea de lo que estaba pasando; pero, sabía que no estaba bien. Aunque, nunca admitiría que aquel hombre de cuarenta y ocho años se conservaba extremadamente bien. Se preguntó cuál sería su secreto...
El señor le preguntó de a Penélope si le gustaba leer, cosa que sorprendió a la mujer. Ella asintió con la cabeza y él le invitó a acompañarle pidiéndole por favor que se levantase si era tan amable. En esa posición, Aleksandar tuvo que echarle una mano a Penélope para que pudiera alzarse. Cuando ambos estuvieron incorporados, él hubo tomado la iniciativa de avanzar y salir de aquella habitación; Penélope caminaba detrás de él.
—¿No has entrado en la habitación de al lado? —interrogó Aleksandar abriéndola.
Resultaba que el cuarto que se suponía vacío era una especie biblioteca llena de estanterías y libros antiguos. Al ser una habitación, el espacio era bastante reducido, pero, aquello no impidió que ella se quedase fascinada.
«Esto está lleno de libros» Pensaba Penélope dando vueltas sobre sí misma y mirando todas las estanterías.
—La gran mayoría son de Moníka —comentó el señor Krastev mientras paseaba por la habitación ojeando los estantes a su alrededor—. Aunque tengo que reconocer que, desde hace muchos años, también me he vuelto aficionado a la lectura...
Penélope, viendo la iniciativa de Aleksandar, se paseó despacio por el cuarto y echó un rápido vistazo. Había libros de todos los tamaños y las formas posibles; grandes y pequeños, enciclopedias y novelas, periódicos y casetes... Una auténtica maravilla. Ella se giró para encontrarse con la mirada del señor, quien, asintiendo, le ofreció coger los que quisiese. Ella respondió con una leve sonrisa y se volvió, estando quieta un par de segundos para poder decidir por donde empezaría. Por la izquierda... o puede que por la derecha...
Aleksandar observaba en silencio a la empleada desplazarse por todos los rincones. Le deleitaba ver su cabello ondulado moverse de un lado a otro, se sintió afortunado de poder presenciarlo. Sólo él. En exclusiva. Después se le encogió el corazón pensando en lo que vendría en un futuro próximo, pero tenía que hacerlo. Era ella.
—¿Algún libro te ha llamado la atención? —preguntó el señor Krastev acercándose a Penélope.
Ella seguía mirando los lomos, uno a uno; leyendo títulos hasta que alguno llamase su atención, pero, con la cantidad de ejemplares que había allí, le sería tarea difícil. Sin embargo, no detuvo la búsqueda y continuó buscando. Se dio cuenta en ese momento de que muchos de esos libros no estaban escritos en búlgaro. Arrugó la frente e intentó adivinar de qué lengua se trataba. Al menos sabía que inglés no era.
—Aquí hay libros que no consigo saber qué quieren decir —espetó Penélope de forma pausada.
Aleksandar se rio y alcanzó a la pelirroja hasta quedar a su lado:
—Eso es porque son libros en estonio —justificó—. Son de Moníka, ella no es búlgara. Es originaria de Estonia...
La empleada se detuvo un instante para asimilar la información, luego retomó lo que estaba haciendo. Con uno de sus dedos fue tocando todos los libros mientras leía mentalmente sus títulos. Fue en ese entonces cuando se detuvo para sacarlo de la estantería, separándolo de los dos libros que lo oprimían. Una vez lo tuvo en sus manos, abrió lentamente por la mitad dejando que el olor a vainilla opacara sus vías respiratorias. Cerró los ojos y respiró aún más profundo, acercando el libro a su rostro. Poco después, alejó el tomo y lo cerró. Observó fijamente el nombre: no era búlgaro y ahora sabía que era estonio.
«Igavesest Elust: Noorus» Leyó en su cabeza.
Miró de reojo a Aleksandar, quien inspeccionaba los libros que tenía frente a él. Tensó la mandíbula y notó el pulso acelerado, abrió mucho los ojos. Volvió la vista al libro que tenía entre las manos, reconociendo una de aquellas palabras tan extrañas: noorus. Seis letras juntas que ya escuchó de la boca de los señores cuando puso la oreja en una de sus conversaciones. Estaba confusa, pero sus ganas de saber de qué se trataba aquello hicieron que cobrase el valor suficiente:
—Me gustaría saber qué pone en esta portada —pronunció pausada sin apartar la vista el libro, sintiendo los ojos del señor posándose sobre ella.
—Pone "Sobre la Vida Eterna: la Juventud" —contestó Aleksandar arrebatándole el libro de las manos a la empleada y devolviéndolo a su sitio.
Aquello último hizo que Penélope diese un pequeño respingo en el sitio. Se preguntó si se trataría de algún libro metafísico o de algo por el estilo. A su vez, se giró y alzó la vista lo suficiente para ver asustada la cara del señor Krastev. Se mostraba completamente serio, su tono de voz conciliador hubo mudado en otro con un notable deje tétrico. Aleksandar se dio cuenta de lo que había provocado en ella, justificándose al momento:
—A Moníka no le gusta que toquen sus cosas —calmó la voz y sonrió enseñando los dientes—. De hecho, no le haría ninguna gracia vernos aquí...
—Lo... —empezó Penélope tragando con dificultad y apartando la mirada—. Lo comprendo, señor...
—Salgamos de aquí —sugirió el hombre de pelo castaño—. Y por favor, no le digas a mi esposa que te he enseñado esto. Será nuestro secreto...
Penélope asintió todavía sin mirarle y, acto seguido, abandonaron juntos la biblioteca. Una habitación que, estando justo al lado de su cuarto, sentía lejana.
Moníka Krastev cerró la puerta de la habitación que compartía con su cónyugue Aleksandar. Él, como de costumbre, se hallaba contemplando la noche a través del ventanal. La señora dejó caer su bata invitando a su desnudez a abrazar la penumbra que les atrapaba. La luna en cuarto menguante poseía la fuerza suficiente para que ambos cuerpos notasen la presencia del otro. De ese modo, Aleksandar se volvió sobre sí para recibir a su mujer recién bañada. Bajó la cabeza poco a poco y esperó a que ella tomase la iniciativa cuando se hubo puesto frente a él; siempre recta y con la cabeza alta.
—He notado a Penélope muy extraña desde que he llegado —dijo cuando puso su mano izquierda sobre la barbilla de su esposo para alzarla y que sus ojos se encontrasen—. Mírame.
—Sé lo que hago, Moníka —habló él, apartando su mano.
—Te acercas demasiado. No te encariñes con ella, Aleksandar...
De repente, Aleksandar comenzó a toser. Cerró el puño y se golpeó el pecho varias veces hasta que cesó el ataque. Cogió aire y lo soltó con dificultad, en ese momento, Moníka puso una de sus manos sobre su hombro y otra la posó sobre su pecho para ayudar a que se relajase. Le dio un beso.
—Será mejor que empecemos a prepararlo todo. Falta poco para que llegue luna llena, no podemos permitirnos ningún fallo...
Moníka llevó la mano del pecho hasta la mejilla de su marido y le acarició.
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