Había una vez...

Una niña llena de sueños, ilusiones y esperanzas.

Para ella todo era lleno de luz.

Todas las personas tenían una luz que los hacía ser especiales y únicos entre todos.

Podías reír de la vida, podías reír con la vida y sobretodo vivir la vida, pero también llorar con la vida.

Vivir experiencias dolorosas para saber que tanta fuerzas posees para salir de las sombras, para no dejar que esa luz se apague.

Sin embargo, descubrir las fuerzas que tienes puede tardar días, semanas, meses e incluso años y todo ese tiempo vivir en un mundo de oscuridad, donde todo para ti solo sea dolor, donde esa vida que tenías quede en recuerdos y te dejes consumir por todo aquello que transformó tus alegrías en tristezas.

Ese nuevo mundo se convierte en tu refugio, donde sientes que formas parte y que nada podrá volver a cambiar tu vida pero te olvidas de algo, por más que trates de cambiar, de huir y de olvidar, el dolor sigue porque forma parte de tu vida.

Tu luz sigue apagada porque estas dejando que los colores que habitan en ti se transformen en un mundo de oscuridad. Estas dejando de vivir, soñar, sentir, experimentar, descubrir y sobretodo amar.

Estás dejando que la vida, viva por ti.

Pero no olvides que tu luz está esperando volver a iluminar tu camino. Esta esperando por ti.

Tuvo que pasar mucho tiempo para que esa niña llena de sueños, encontrara nuevamente su luz.

Su luz llegó en un chico.

Él llego por casualidad a su vida, sin imaginar que el destino lo llevaba a ella para demostrarle que aún existen razones para vivir.

Llegó a demostrarle que no importa lo que pasó en tu vida, tu físico, tu condición, no importa nada cuando todo es transformado por el amor.

Llegó para demostrarle que ella tiene una historia de vida que mostrar a los demás, que su vida esta rodeada de historias y cada una con un propósito.

Llegó para demostrarle cada día que vivir bajo las sombras no es vivir.

Ahora esa niña, esta viviendo, disfrutando y amando cada momento de su vida.