Capítulo 16


Estoy ejecutando la actuación de mi vida, sonrío en los momentos claves, interactúo cuando es necesario e incluso bromeo con el puto Iván de las narices, que si no fuese porque tiene la mano sobre el muslo de Ibaya creo que me caería incluso hasta bien.

El cabrón es guapo. Y eso solo me cabrea incluso más. Aunque a quién quiero engañar, aunque fuese un puto adefesio para mi seguiría siendo una amenaza.

Cada vez que Ibaya lo mira, le acaricia el hombro o le sonríe es como si estuviese atravesándome el pecho con la mano y me estrujase el corazón sin miramientos.

¿Qué coño me he perdido? Cuando Rocío me la señaló en el centro comercial y me dijo que era su prima y su novio yo lo negué categóricamente. La otra noche cuando nos sinceramos sobre lo que sentíamos en mi portal no me contó que saliera con nadie, y anoche mientras pasamos la mitad de la noche charlando tampoco lo mencionó. Siempre he dado por hecho que sus remordimientos se debían única y exclusivamente al sentimiento de traicionar a su prima. Pero... ¿Y si no es así? ¿Y si también siente algo por este capullo y eso la está desquiciando? ¿Sería ese el motivo real por el que no quería que rompiera el compromiso por ella? ¿Habré sido solo un pasatiempo? Joder. En mi vida me había sentido así, tan impotente, tan confuso, tan perdido. Esta sensación es insoportable, es como si me estuviese asfixiando, atrapado entre arenas movedizas, incapaz de mover un músculo, mientras la tensión va apoderándose de mí. No aguanto ver cómo él la toca, cómo le sonríe.

Pero no puedo levantarme, arrancarla de los brazos de su novio y sacarla en volandas del restaurante como me gustaría hacer. No puedo llevármela a mi piso y follármela hasta que no recuerde su nombre ni yo el mío. Y no puedo hacerlo por el simple hecho de que yo, el hipócrita mayor del reino, estoy aquí, celoso como nunca en la vida por una mujer que no es mía mientras que a mi vera está sentada la mujer que me pertenece.

La idea de Iván besándola, desnudándola, acariciándola como yo llevo soñando tanto tiempo hace que el estómago se me revuelva por dentro. Y hago acopio de todo mi autocontrol para no levantarme y darle una hostia.

¿Y si después de todo lo prefiere a él? ¿Y si por haber sido un capullo integral la pierdo?

Iván le acaricia la cara con el pulgar y yo siento cómo la voz se atora en mi garganta.

Quita tus putas manos de mi chica.

Como si alguna vez hubiese sido tuya imbécil. Me recuerda mi subconsciente. Y me remuevo incómodo en mi silla.

Iván ha contado otra anécdota, y yo fuerzo una sonrisa, mientras que Rocío se inclina sobre mi pecho y me acaricia la pierna, o puede que lo que esté intentando es que deje de moverlas de forma erráticas.

Su tacto me molesta. Quiero apartarla, sacarla del restaurante y ser sincero con ella, explicarle que estoy interesado en otra persona y que no puedo seguir con esta farsa. Que por mucho que deseara que mis sentimientos fuesen otros, no mando en mi corazón, y él ya ha tomado su decisión. Pero primero tengo que hablar con mi padre, explicarle todo lo que me sucede, y rezar porque me ayude a buscar una solución para que la empresa no se vaya a pique. Nunca diez días me habían parecido tan largos.

— ¿Se puede saber que mosca te ha picado? — Me pregunta Rocío entre susurros cuando Iván e Ibaya están riendo a carcajadas de algo que obviamente no he escuchado.

— ¿A mí? Nada ¿Por qué? — Le pregunto a mi prometida, que me mira con esos ojos azules tan jodidamente astutos. Le quito un mechón de pelo que está tapándole parcialmente la visión, más que nada para liberar tensión de las manos. Me duelen de tener los puños cerrados.

— Porque estás sin estar Dimas. Y este es un momento para recordar. Mira a mi prima. — Obedezco. — Está radiante, se nota que está enamorada y que Iván la hace feliz. — Analizo a Ibaya, y ciertamente está distinta. Viste como siempre, un vestido negro de punto que destaca su tez morena. Su pelo está recogido en un perfecto moño estirado como tantas otras veces. Pero tiene un brillo extraño en la mirada, su sonrisa es distinta, mucho más amplia, más plena, más sincera. Y eso me enfurece, porque yo quiero ser la única persona que le provoque esas sonrisas, quiero ser el causante de ese brillo en sus ojos, el responsable de su felicidad. — Si no te gusta, disimula. — Asegura Rocío trayéndome de vuelta a la realidad. — Pero no lo fastidies. Creo que nunca la había visto así.

El camarero trae nuestros platos, interrumpiendo la reprimenda de mi prometida, y yo me siento agradecido. Lo último que necesito es que ella me haga ver lo feliz que está Ibaya por otro tío.

Mientras comemos, trato de integrarme más en la conversación, pero me cuesta la vida. Iván está relatando lo feliz que le hace ser profesor, lo gratificante que es ver cómo los niños aprenden y cómo sus mentes se van abriendo poco a poco. Ibaya lo contempla absorta, con el rostro apoyado en la mano, con una dulce sonrisa en los labios, con mirada soñadora. Y yo, que hasta el día de hoy no había deseado jamás ser otra persona, me sorprendo envidiando a este desconocido que está viviendo la vida que siempre he soñado tener.

Me trago las náuseas, y me obligo a comer. Por lo general siempre estoy hambriento, y lo último que necesito es que Rocío note que no estoy comiendo y me someta a un tercer grado. Cada vez me cuesta más ocultar lo que siento, y no tengo claro de cuánto podría aguantar si ella comienza a hacer las preguntas correctas.

— Pero ya está bien de hablar de mí. ¿Qué hay de ti Dimas? ¿A qué te dedicas? — Pregunta Iván mientras pincha con el tenedor un poco de su pescado.

— Soy el...

— Es el director ejecutivo de la empresa Servsprex. — Dice Rocío de forma orgullosa mientras me pasa el brazo por el hombro. Odio que haga esto, siempre me interrumpe impidiéndome hablar, nunca escucha, y hasta ahora no había sido consciente de lo muchísimo que eso me molestaba. — Tiene muchísimo trabajo, y es dificilísimo poder sacarlo de esas cuatro paredes en las que tiene el despacho.

Rocío me sonríe de forma coqueta, pero me contempla con mirada afilada. Y yo me obligo a devolverle la sonrisa que estoy seguro de que no ha llegado a mis ojos, porque sé que está refiriéndose de forma muy sutil a la situación que vivimos anoche. Cuando la rechacé.

— Vaya, debe ser difícil tener un cargo con tanta responsabilidad sobre tus espaldas. — Declara Iván que me mira dubitativo, analizándome.

— No lo sabes bien. — Mascullo.

— Yo no podría. — Asegura Iván. — Saber que depende de mis decisiones el puesto de trabajo de decenas de personas... — Levanto la mirada de mi filete y la centro en Iván, que está masticando un trozo de pescado despreocupadamente. Sin saber que acaba de dar en el calvo. El motivo por el que estoy sentado con ellos cuatro y no solo con Ibaya es precisamente por mi trabajo, por mis responsabilidades, y también he de admitir, por mi cobardía. Si hubiese hecho las cosas de otra manera y hubiese tomado las riendas de mi vida cuando tuve la oportunidad...

¿Por qué fui tan gilipollas?

Mi mirada se desplaza lentamente y sin permiso hasta Ibaya, que permanece removiendo la comida de lado a lado del plato. Parece ausente, como si la conversación trivial que su novio mantiene conmigo la aburriese sobremanera. Tengo que hablar con ella. Lo necesito tanto o más que respirar.

Como si sintiese mi mirada, Ibaya levanta los ojos de su plato y me pilla contemplándola. Sus ojos no se apartan de los míos y yo siento cómo mis latidos se ralentizan. Mi respiración se hace más profunda. Y me olvido de todo lo que tengo alrededor.

¿Sabes lo que me haces sentir Ibaya?

Rocío me da un codazo, sacándome de mis pensamientos, y por un segundo temo haberme quedado absorto contemplando a Ibaya y que Rocío lo haya notado. Miro a mi acompañante, y me hace un gesto con la cabeza en la dirección de Iván a la vez que me dedica una mirada de advertencia.

¿Me ha hablado?

— Perdona, ¿has dicho algo? — Pregunto confuso y un poco avergonzado.

Iván aguanta una sonrisa burlona sin mucho éxito, una sonrisa que no comprendo en absoluto, y vuelve a hablar.

— Preguntaba que cómo desconectas de tanta tensión.

— Ah...bueno...me gusta hacer deporte. — Respondo a la vez que me encojo de hombros.

Los ojos de Iván centellean y se inclina hacia delante.

— ¿Qué tipo de deporte? — Pregunta curioso.

Ibaya le da un golpe en el brazo, mientras el rubor recubre sus mejillas.

— Iván, ¿quieres dejarlo ya? — Pregunta forzando una sonrisa.

Yo alterno la mirada confusa entre los dos. No entiendo nada. ¿Qué me estoy perdiendo?

— ¿Qué pasa? Solo quiero saber qué tipo de deporte hace que un jefazo olvide sus responsabilidades. — Asegura, mientras se encoje de hombros y vuelve a pinchar otro trozo de pescado. — Es obvio que se ejercita.

Lo miro de hito en hito. ¿Me está lanzando un piropo? No eso es imposible.

Las palabras de Iván parecen tener un doble rasero, e Ibaya se sonroja más incluso que antes, lo cual me descoloca por completo. Porque lo único que me cuadra con estas reacciones es que le haya contado lo que ha pasado entre nosotros. Pero eso no puede ser. Si él lo supiese no estaría aquí charlando tan amigablemente conmigo. Estaría arrancándome los ojos y pateándome el trasero. ¿No? O quizás mis suposiciones son ciertas y ella no ha podido soportar la tensión y se lo ha confesado, y él le ha perdonado y yo...

Joder Dimas cálmate.

— Escalada. — Contesto finalmente interrumpiendo la extraña conversación sin sentido que Ibaya y su novio mantienen con la mirada. Y ambos centran su atención en mí. — Cuando tengo tiempo y cada vez que siento que todo me sobrepasa me marcho a la montaña a escalar.

Iván, se inclina hacia delante, claramente interesado, y comienza a hacerme un centenar de preguntas al respecto. Sobre el material que utilizo, sobre cómo abro las vías, sobre los tramos con más dificultad, y yo, olvido que estoy hablando con el pusilánime que tiene el privilegio de tocar y besar a Ibaya a su merced, y me explayo. Explicándole lo que me gusta sentirme en contacto con la naturaleza, fundirme con ella, la sensación de paz y libertad que me proporciona ese deporte, lo que me ayuda a desconectar centrarme única y exclusivamente en qué lugar debo sujetarme o dónde poner el pie.

Siento una mirada fija en mí, y cuando desvío los ojos de los de Iván hacia el lateral compruebo que es Ibaya, quien me contempla con auténtica devoción. Y esa mirada me hace recuperar un poco la esperanza.

— ¡Vamos a bailar! — Exclama Rocío que se pone en pie de un salto, me sujeta de la mano y me obliga a ponerme en pie.

— Rocío no tengo ganas...

— Shhh vamos. Déjalos solos un poco. — Me susurra mientras me arrastra a la pista de baile que está en un lateral del local, y en el que por increíble que parezca está a rebosar de personas.

Llegamos al centro de la pista y Rocío enrosca sus brazos alrededor del cuello y yo me obligo a rodearle la cintura con los míos.

— ¿Has visto cómo se miran? Hay una complicidad entre ellos que me parece adorable.

Mis ojos se desvían hasta el lugar en el que Ibaya está sentada y los veo inclinados uno cerca del otro charlando animadamente. Ibaya se recuesta hacia atrás y suelta una carcajada que hace que su cuerpo entero se remueva. Y yo la recuerdo sobre mis muslos, recostada hacia atrás de esa misma manera, con la barbilla señalando al cielo, pero en vez de reírse gritaba mi nombre.

— Oye ¿qué te pasa? Estás rarísimo hoy.

— No me gusta ese tío. — Contesto sin más y Rocío suelta una risita.

— No seas tonto Dimas. Es simpatiquísimo y se nota que está colado por mi prima. Solo hay que mirarlos. Están muy sincronizados. Además es muy guapo.

— ¿Te parece guapo? — Pregunto mientras la miro realmente interesado por primera vez en toda la noche. Ella puede darme una visión mucho más clara de cómo una mujer puede ver a ese espécimen.

Rocío vuelve a reír.

— Pero tú lo eres más, tonto. No te pongas celoso.

Celoso. Celoso. Joder, piensa que estoy celoso porque ella lo encuentre atractivo. Siento cómo la boca del estómago se me retuerce y me entran ganas de salir corriendo al baño y vomitar. ¿Cómo puedo ser tan cabrón?

— ¡Oh Dios mío! Mira. — Exclama la mujer que tengo entre los brazos. — Se están besando.

Mi corazón se para durante dos segundos, miro rápidamente hacia el lugar dónde Ibaya e Iván están sentados y veo cómo él está inclinado sobre ella. Mis latidos empiezan a ir tan rápidos que temo que Rocío lo note. Y aunque desde mi posición no veo sus labios unidos, tampoco lo necesito. El cabrón está besándola y ella no se retira.

¡Joder!

La punzada de celos que he sentido durante toda la noche se intensifica de una forma insoportable hasta que me resulta físicamente dolorosa. Tal es así que hasta Rocío se da cuenta.

— Cariño. ¿Te encuentras bien? Tienes mal aspecto. — Me pasa la mano por la frente y yo me retiro de ella parcialmente.

No quiero que me toque.

— Creo que me ha sentado mal la cena. — Observo de soslayo cómo Ibaya se aleja en dirección al baño y decido aprovechar la oportunidad. — Voy un momento al baño a ver si se me pasa. Ahora vuelvo.

Ella asiente con semblante preocupado. Y yo a pesar de sentirme como el cabrón mayor del reino, me alejo siguiendo la estela de Ibaya.

Sorteo el mar de personas que se han agolpado en el centro de la pista de baile, la canción que están poniendo es bastante conocida y la gente se ha acercado a mover el esqueleto como las moscas a la miel.

Llego a las puertas del baño, y milagrosamente no hay nadie esperando. Me debato entre seguir a Ibaya al interior del baño de señoras o entrar en el de caballeros. Me decanto por la segunda opción.

Entro dentro, me acerco al lavabo, abro el grifo y me remojo la cara y el cuello tratando de calmar mi respiración agitada y acallar la voz de mi consciencia. La que me indica que soy un hijo de puta por no ser sincero con Rocío, la que me grita que he perdido a Ibaya por imbécil, la que me dice que me lo tengo merecido por capullo. Me apoyo con ambas manos sobre la porcelana del lavabo, con la mirada perdida en un punto indeterminado del desagüe.

¿Qué cojones estás haciendo Dimas?

La imagen de Ibaya besando a Iván vuelve a pasar por mi mente, como el maldito fogonazo de una cámara de fotos. Dejándome ciego. Incapaz de ver más allá que de ellos dos intercambiando saliva.

La furia se apodera de mí. Y sin pensar en lo que hago salgo del baño como un poseso, atravieso el estrecho pasillo y me introduzco en el baño de señoras, donde veo a Ibaya apoyada sobre la porcelana del lavabo.

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