Capítulo 6
Harper, 9 años.
El paisaje se ve monótono, todas las casas se ven opacas y grises. El cielo encapotado hace alusión a mi apático ánimo perpetuo.
El auto se detiene frente a una casa exactamente igual a las vecinas.
—Esta es tu nueva casa y ellos —señala a una pareja que nos espera en el porche —, son el matrimonio esta dispuesto a acogerte a pesar que te han devuelto dos veces. No la cagues —. La última oración la dice el trabajador social en voz baja y con saña, cerca de mi cara.
Solo lo miro fijamente. No tengo nada que decir; dejé de hablar hace mucho tiempo y no tengo necesidad de volver a hacerlo. Caminamos hasta la entrada de la casa gris de dos pisos, donde la pareja, de unos cuarenta años, me mira. La mujer me mira expectante y el hombre con un brillo en los ojos que me pone alerta.
—Esta es la niña. Se llama Harper. Ha sido devuelta al sistema dos veces porque no habla. Si tiene alguna reacción agresiva, déjenla sola —dice el trabajador cara de papa al matrimonio, en voz lo suficientemente alta para ser escuchado por mis oídos. Ellos se presentan y me piden que me dirija a ellos como señor y señora Gordon. Creo que son tontos, porque cara de papa les acaba de decir que no hablo.
Entramos los tres en la casa y me guían hasta un salón, donde hay otros dos niños.
—Estos son Darío y Jason, ellos te enseñarán las reglas.
Los dos chicos uno trigueño y el otro pelirrojo, parecen un poco mayores y son tan callados como yo. Mejor, no quiero jugar con nadie.
En la casa hay horarios para levantarse, para hacer las tareas del hogar, para las comidas, para el baño y para todo lo demás; es asfixiante y relajante. No tener que pensar en nada, solo obedecer.
Una semana después de llegar a la casa, salgo de mi pequeña habitación para ir al baño y escucho voces susurradas en el cuarto de los chicos. No hemos hablado nada, solo compartimos la mesa a la hora de la comida y de vez en cuando, los veo durante la limpieza. Me acerco a la puerta para ver que están tramando.
—Tiene que ser durante el día, mientras él está en el trabajo. A ella la encerramos en el sótano cuando baje a buscar las latas.
Están planeando escapar.
—¿Por qué quieren irse? —pregunto en voz baja desde la puerta. Son las primeras palabras que salen de mi boca en mucho tiempo, mi propia voz suena extraña en mis oídos.
Ellos, muy asustados por mi presencia, me entran en la habitación y cierran la puerta con cuidado.
—Este lugar es un infierno —dice Darío mientras recoge varios objetos dispersos por el suelo y los guarda en un agujero del armario, para después tapar el hueco.
—Nos dan tres comidas al día. No nos encierran, ni nos golpean. No hay gritos a todas horas, ni malos olores.
Ambos chicos me miran con lástima y el pelirrojo me abraza. Me pongo rígida por el contacto, no me gusta que me toquen.
—Este lugar no es bueno. Él no es bueno —se refiere al señor Gordon.
—Al parecer tiene preferencia por los chicos —dice Darío, sarcástico.
—Dari, cállate —la voz de Jason suena alarmada. Su corazón late acelerado, es un sonido tranquilizador.
—¿Por qué debo poner en peligro mi huida por una mocosa? —dice con las oscuras cejas arqueadas y cara de enfado. Tiene unos ojos pequeños, oscuros y muy bonitos, a pesar de las muecas que hace.
—Sabes perfectamente que le ocurrirá si se queda sola —termina Jason.
Los dos chicos tienen una lucha silenciosa. Los ojos de ambos están conectados y tienen una conversación sin palabras, que termina con un profundo suspiro por parte del trigueño.
—Tardaré un tiempo en recolectar la comida que necesitaremos para ella. Y tendremos que cambiar algunas cosas de la ruta de escape —con esas palabras, me uno al plan de huida y a la pequeña familia que han formado.
Ellos dos me gustan, son buenos chicos. Me hundo en el pecho delgado del pelirrojo. Ya no me siento mal, me gusta que me abrace y me pase la mano por la espalda suavemente. Ni hay insultos o violencia, solo hay calor y caricias.
En los días siguientes descubro que Darío tiene una hermosa sonrisa y Jason da los mejores abrazos, me dijeron que son mis hermanos. Siempre quise un hermano que me cuidara, ahora tengo dos.
Por las noches, después que la señora Gordon se va a dormir, me escabullo hasta la habitación de los chicos y planeamos el escape. Aunque también jugamos a las cartas, a los dados y piedra papel o tijeras. Dari se cabrea cuando gano y le saco la lengua para fastidiarlo, mientras Jay se ríe de nosotros.
Mis chicos hablan y ríen mucho más, amparados por la seguridad de la noche. Hablamos de otras casas de acogida y ellos de sus verdaderas familias. Yo no digo nada sobre eso último. No quiero recordarlo.
Una noche, casi dos semanas después de mi unión a la pandilla, cuando terminamos de jugar y planear, me regalan un pequeño colgante hecho con un cordón de zapato y el dije es una anilla de lata de refresco. Me lo atan en el pie, para que nadie más lo vea.
—Harper, ¿nos concederías el honor de ser tu familia? —pregunta Jason, en su nombre y el de Darío.
—Ya lo sois, tontos —respondo y los abrazo fuerte. Quiero que estos brazos me rodeen para siempre.
Varias noches después, una pesadilla del pasado no me deja dormir y voy a dormir con Jay. Al meterme en su cama, se despierta alarmado y se relaja cuando me ve. Me abraza contra su cuerpo flaco y tararea una canción de cuna.
—¿Ha sido una pesadilla aquello que la trajo hasta mis brazos, princesa Harper? —pregunta en voz baja cuando no me duermo.
Asiento y me aprieto más fuerte contra él. Me gusta que me llame princesa y me gustan sus abrazos. Dari se sube en la estrecha cama a mi espalda y me siento más segura. Debemos parecer tres tristes sardinas en una lata, pero me encanta. No quiero que esta noche termine.
—No te preocupes, peque. Nosotros te protegeremos de todos los monstruos. Así que duerme tranquila —me dice Dari al oído y se suma al tarareo de Jay. Unos instantes después, me duermo y sueño con tres pajaritos de distintos colores y tamaños que vuelan libres fuera de su jaula.
A medida que se acerca la fecha de la huida, se hace difícil dormir y la inquietud se nos mete en los huesos. Pero ocurre un milagro, el señor Gordon se va de viaje y la casa se llena de una extraña tranquilidad.
—Estará fuera una semana, nos vamos en tres días —dice Dari, la noche de la partida del hombre mayor.
Solo hay un inconveniente, el señor Gordon regresa de su viaje la noche antes de la huida y el plan se va por el retrete. Llega a la casa de madrugada, lo escucho desde mi habitación gracias a mi fino oído. Cuando se vaya a su habitación iré al cuarto de los chicos y les diré.
Pero no va a su habitación, viene a la mía. La puerta de mi pequeño espacio se abre casi imperceptiblemente, tensando mi cuerpo.
—Tranquila, pequeña Harper —es el señor Gordon, habla en voz baja y se acerca lentamente a mi cama —. Mi esposa me ha comentado por teléfono, que has estado hablando y estás más cómoda en casa.
Se acuclilla, de forma que su cara queda a la altura de la mía. Sus ojos tienen un brillo similar al de mi padre cuando me golpeaba. Va a hacerme daño y disfrutará cada instante.
—Si quieres quedarte aquí, debes hacer todo lo que te diga —dice mientras mete una de sus manos debajo del cobertor y me toca la pierna.
Mi cuerpo está paralizado de la impresión, pero tiemblo por dentro. A medida que recuerdo como mi padre hacía daño a mi madre, una de mis manos se desplaza bajo la almohada, hasta tocar el frío objeto que guardé al llegar a la casa.
—Sé una buena chica y mantente callada —se pone de pie y se inclina sobre mí, haciéndome reaccionar.
Cierro la mano fuertemente en torno al cuello de la botella rota y araño su cara con el borde afilado. Lanza un grito de dolor y yo salgo corriendo de mi cama en dirección al cuarto de los chicos, aún con la botella en la mano. Ellos ya están despiertos por el ruido y yo me lanzo entre sus brazos.
—¿Qué ha pasado, pequeña? —me pregunta Darío con voz tranquila mientras los dos me abrazan en un intento de calmarme.
—El señor Gordon ha entrado en mi cuarto y me tocó —los dos chicos se ponen tensos al escuchar mi respuesta. Ese hombre les hizo daño a ellos.
La voz airada de la señora Gordon resuena por el pasillo y su chillido de horror al encontrar a su marido ensangrentado parece salido de una película de terror.
—¡¿Dónde está esa niña mal agradecida?! —grita, despertando a los vecinos. Varias luces se encienden en las casas aledañas y los teléfonos se levantan, llamando a las autoridades.
Dos pares de pasos se acercan rápidamente a la habitación. Instantes antes de la entrada de los adultos, Jason coge un tubo que tenía escondido bajo su cama y Darío saca un bate del hueco del armario. Se ponen frente a mí, para protegerme de la pareja furiosa.
—¿Qué creen que hacen? Suelten esas cosas peligrosas inmediatamente —la voz chillona femenina penetra en mis oídos. Me recuerda a los gritos histéricos de mamá cuando no tomaba su medicina. Instintivamente, aprieto con más fuerza mi arma improvisada.
—Niños, por favor. Suelten esas cosas. Se van a hacer daño —mientras ella repite en un intento de crear calma mientras el señor Gordon me mira silenciosamente con odio en los ojos.
—Déjalo ya, vieja loca, no vamos a soltar nada. Llamen a la policía y a los Servicios Sociales, estarán encantados de hablar con nosotros —habla Darío y el matrimonio palidece al escuchar la amenaza.
Viendo la cara de ambos una certeza se asienta en mi cerebro. Ella lo sabe. Sabe que él hace daño a los niños y aún así... lo permite. Los dos están locos.
Las sirenas se escuchan en la distancia y el matrimonio desesperado, se mueve sobre mis hermanos. El señor Gordon va sobre Darío, que es el más robusto de los chicos y la señora Gordon se mueve rápidamente hacia Jason. Una lucha se desata en el cuarto de tamaño mediano, Darío le da un batazo al hombre mayor en el brazo, haciéndolo retroceder y aullar de dolor. Recibe otro golpe del chico, que está siendo movido por el rencor y la rabia, que distorsionan su cara bonita.
Mientras tanto, la señora Gordon consigue quitarle el arma improvisada a Jason. El pelirrojo se ve superado por la mujer e intenta defenderse, pero termina en el sueño por una fuerte cachetada. La mujer le da patadas en las costillas mientras le grita:
—¡Eres muchacho desagradecido! ¡Un chico muy malo!
Una ola de energía se dispara por mi cuerpo y me acerco a la mujer. Clavo los bordes afilados de la botella en la parte baja de su espalda, haciéndola chillar. Doy más golpes hasta que se separa de mi hermano y se recuesta contra la pared contraria a nosotros, se desliza hasta el suelo, dejando una estela sangrienta en la pared. Cojo el descartado tubo de metal y me pongo frente a Jason para protegerlo. El señor Gordon está en el suelo y Darío se acerca a nosotros con el bate en mano.
Las sirenas suenan calle abajo, junto a unos fuertes golpes en la puerta de la entrada. Todo ocurre muy rápido. Unos policías entran en la habitación y actúan rápido.
Se llevan primero a la pareja mayor a una ambulancia, porque están más graves y luego llevan a Jason. Dari y yo, no lo dejamos hasta que recupera la consciencia y nos sonríe. Un rato después, vienen varias personas y empiezan a hacernos preguntas a los tres. Yo les digo todo lo que ocurrió esta noche, sin mencionar nuestro plan de huida. Jay y Dari me abrazan y me quedo dormida entre sus brazos, besos y palabras cariñosas.
—Suelta a la niña —dice una voz desconocida.
—¡No! —las voces desesperadas de mis chicos niegan la orden.
Repentinamente me alejan de los brazos del pelirrojo y lloro, porque tengo la certeza que no los veré de nuevo. Ellos luchan contra los policías y yo forcejeo en los brazos que me aprisionan, intentando volver al calor del abrazo cariñoso. Lloro y pataleo hasta que algo me pincha el brazo. La energía se drena de mi cuerpo y un sueño invencible se apodera de mí. Lo último que veo antes de perder la consciencia, es a mis bellos hermanos luchando para llegar a mí.
***
Lloremos 😭 por esos pobres niños, que enfrentaron con valentía un gran obstáculo.
Nuestra protagonista fue separada de esos niños a los que consideraba sus hermanos, para terminar... lo sabremos en futuros capítulos.
Espero que hayan disfrutado de este capítulo, si ese es el caso, dale a la estrellita.
Se les quiere 🤗.
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