Capítulo 17

Emrralt

Obviamente, yo no podía tener una noche tranquila, comiendo pastel de chocolate hasta explotar. ¡Nooo! Tengo que encontrarme con mi mejor amigo, su madre y su novia, ¡la chica por la que llevo casi tres meses suspirando en silencio!

¿Por qué a mí? Yo solo quería una velada normal hablando con mis padres y hermanos por videollamada. Ahora estoy en un restaurante que ya no parece uno, horneando muffins de frutos del bosque y chocolate para el postre. Además, tengo que observar como Harper se ha integrado a la familia de su novio y es tratada como otro miembro.

Ahora entiendo de dónde conoce a Dariem y la razón de tanta confianza entre ellos. La señora Lowry, Karen como me ha rectificado más de cien veces en lo que va de tarde, mima a la pequeña morena como si fuera otra hija. Aunque sea cariñosa con todo el mundo.

Al sentarnos a la mesa y ver a cada oveja con su pareja, me siento como un maldito sujeta velas. Lo odio. Y lo que más me molesta, es mi incapacidad de mantener los ojos lejos de Harper.

En un intento de evadirme del ahora, dejo a mi mente divagar e imaginar. Tengo una fantasía, en la cuál Harper Collins es mi novia y celebra las fiestas conmigo. En dicho sueño, veo a mi hermano menor intentando coquetearla (sin conseguir nada gracias a sus pocos años) y ella lo pone en su lugar eficazmente, lo que sorprende a mi hermanita y se convierte en su admiradora. Le presento a Harper a mis padres por medio de una videollamada, y escucho las quejas de mis progenitores por mi inoportuna situación. Obviamente, aprovecho el momento para decirles que vuelvan a casa.

Harper me ayuda a limpiar y subimos que mi habitación, donde follamos como conejos hasta el cansancio. Después se acurruca a mi lado mientras hablamos de nuestro futuro juntos y...

—¡Ral, estos dulces están de muerte! —la exclamación de Jayce va acompañada de una palmada en la espalda, provocando que casi devuelva el bocado que estoy masticando.

El verdadero encanto (nótese mi sarcasmo) de estar encaprichado con la novia de tu mejor amigo, es la culpa. Una reverenda mierda, porque no puedo dejar de pensar en ella y tampoco mirarlo a él sin odiarlo un poco, porque tiene lo que yo quiero. Wiiiii, que felicidad.

—Gracias —respondo con mis mejillas ardiendo. Me da vergüenza hacer algo tan... femenino. Cosa que no digo en voz alta o las feministas me cortan los cojones.

—¡No te avergüences! ¡Es genial! —Karen grita y me empiezan a llover elogios de todas partes de la mesa. La única persona que se mantiene en silencio, es Harper, que está masticando su propio dulce sin decir palabra. Come despacio hasta que se acaba el dulce y toma un sorbo de agua. De pronto, el silencio se hace notable mientras todos miran a la delgada muchacha comer.

—Eres realmente bueno horneando —esas palabras, provocan exclamaciones y aplausos mientras un calorcito se filtra en mi pecho.

—Puedes tomarte ese elogio sinceramente. La pequeña princesa come bien poco —lo que dice Mark, el señor Lowry, es confirmado por el plato con comida frente a la chica.

—Muchas gracias por invitarme —digo a nadie en particular.

Al terminar de comer, me dirijo a la cocina para fregar cuando me interrumpe Dariem.

—Los que cocinan no limpian —y entran él, su novia, Jayce y Harper.

Me muevo en dirección a la sala, pero viendo a la pareja casada bailando una canción lenta, acaramelados y en su propio mundo, me niego a molestarlos. Voy al patio, ignorando el bullicio de la cocina.

Solo tengo que caminar cincuenta metros para llegar a la arena, donde me quito las deportivas junto con las medias y disfruto del roce de los minúsculos granos contra mi piel. La fría brisa marina me eriza toda la piel, recordándome que estamos en diciembre, pero no entro porque me gusta la temperatura y... una mierda. No vale la pena mentirme, estoy aquí para alejarme de la casa y la felicidad irradian sus habitantes.

Joder, no quiero estar cerca de Jayce y mucho menos de... ella. No diré más su nombre, es la única forma de alejarla de mis pensamientos.

Retomo mi camino a la casa para resguardarme del frío y el objeto de mis suspiros sale por la puerta trasera. Tengo el impulso de girarme de espaldas para no verla, pero soy incapaz. Admiro el balanceo de su cabello y el brillo de sus ojos oscuros. La frialdad hace que su nariz, mejillas y labios se tornen rosadas, realzando su belleza.

Si frente se arruga y se sienta en uno de los sillones de madera para masajear su tobillo izquierdo. Su expresión adolorida es un latigazo para mi fisioterapeuta interno, por lo que me acerco sigilosamente hasta ella y me arrodillo a sus pies, lo que la sobresalta.

Tomo su pie, sin pedirle permiso siquiera y le quito el zapato con cuidado. Debe pensar que soy un loco y un pervertido con un fetiche de pies, pero no se queja y mantiene el silencio. Puedo sentir su mirada quemando mi coronilla, mientras que yo me niego levantar la mía.

Los dedos de sus pies son revelados cuando le quito la media, dejando a la vista sus uñas pintadas del color de vino, lo que resalta la blancura de sus pequeños pies. Palpo su tobillo y muevo el pie en círculos para aliviar su dolor.

—¿Te duele mucho? —casi no puedo hablar de la patata que tengo alojada en la garganta por los nervios.

—No, fue un dolor ligero que se intensifica cuando pongo mucho peso —su voz suave como el toque de una mariposa, me sorprende un poco. La he escuchado cabreada, siendo sarcástica, llena de diversión pero nunca he escuchado su voz así de serena.

—¿Cuándo te hiciste daño? —intento mantener la calma, a pesar que mi corazón late a mil por hora.

—Esta tarde cuando nuestros carritos chocaron —arruga su nariz de una forma muy tierna.

—¡¿Por qué no dijiste nada?! —esta niña tonta —. No debes callar cuando te haces daño, podría convertirse en algo peor.

—Eres muy tierno cuando te exaltas —una pequeña sonrisa adorna sus labios brillantes por el labial.

—No estamos hablando de mí.

—Lo sé. Y no dije nada porque no dolía.

—Pero ahora sí, ¿cierto?

—Ya no me duele. Dime, ¿por qué estabas aquí afuera? —vuelve a cambiar de tema. Quiero volver a la situación anterior, pero no quiero que deje de hablar. Es la primera vez que intercambiamos tantas palabras, no quiero arruinarlo.

—Quería sentir la brisa marina —no es del todo mentira, pero no puedo decirle: "Estoy fuera porque no quiero ver o escuchar como te diviertes con tu novio."

—Sé a lo que te refieres. No hay nada como el viento húmedo y salado del mar —se queda en silencio mirando el cielo nocturno.

Luego vuelve sus ojos hacia mí y su delgada mano se estira hasta alcanzar uno de mis rizos, tira de él y lo suelta un minuto después. El dichoso pelo recupera la misma curva de antes, como si nada. Necesito un corte, ya está demasiado largo.

—Me gusta tu cabello —ahora tengo ganas de dejar el pelo crecer hasta los hombros, para que ella juegue con él todo lo que quiera.

—Yo... —voy a decirle lo que siento por ella. Esta atracción que no me deja vivir en paz. Al carajo las consecuencias.

—¿Qué hacéis aquí afuera, locos? ¡Se les van a congelar las nueces! —la voz de Jayce me interrumpe. Desbaratando la fantasía donde Harper aceptaba mis sentimientos y dejaba a mi amigo para estar conmigo.

¿Qué demonios estoy haciendo?

—Se torció el tobillo mientras jugabas con el carrito del supermercado —no pretendo que mi voz suene con tanto reproche, pero sale solo.

—¡¿Estás bien, princesa?! —me levanto, observando la preocupación de mi amigo por su novia. Unas enormes ganas de llorar me asaltan y la necesidad de huir se hace presente.

—Tengo que irme —digo a nadie en particular y entro en la casa. Recojo mis cosas rápidamente y salgo de la casa, escuchando la voz de Harper llamando mi nombre, pero la ignoro y me monto en mi auto. Me incorporo a la carretera con una velocidad superior a la permitida y el cerebro revuelto.

¿Por qué la chica que me gusta tiene que ser novia de mi mejor amigo? ¿Por qué?

Todavía siento un hormigueo en las manos, con las que toqué su piel y el nacimiento del mechón de pelo que agarró, se siente como el remanente de un calambre. Quiero volver en el tiempo a ese instante en el porche trasero, para besarla hasta el cansancio y hacerla olvidar su propio nombre...

Mi teléfono suena con el tono de llamada de mi hermana mayor, Moira. Respondo y pongo el altavoz.

—¿Qué pasa? — mi voz suena extraña en mis oídos, como si hubiera gritado muy alto.

—Em, ¿pasa algo? —Moira habla con cautela, notando mi estado de ánimo.

—No, hermana. Estoy bien —sí, seguro —. ¿Qué pasa?

—Mmmm... ¿quieres adelantar tu vuelo para el de a las 5 a.m? —miro el reloj, que marca 1: 42 a.m.

—Sí. Hazlo, por favor. Te llamo cuando esté en el aeropuerto —y cuelgo. No quiero hablar con nadie.

Llego a nuestra casa de alquiler con el piloto automático mental encendido, porque me siento como si tuviera algodón en lugar de masa grisácea dentro del cráneo. Mi maleta está hecha desde ayer, por lo que la agarro y llevo al auto junto a mi mochila con todos los documentos necesarios. Me llega una notificación del cambio de vuelo e imprimo el nuevo billete.

En camino al aeropuerto, paso por un salón de belleza que sorprendentemente, aún está abierto. En un impulso, aparco el coche y entro al salón donde una mujer de unos cuarenta años barre el suelo.

—Buenas noches —mi voz y la campana de la puerta la sobresaltan, pero ahora mismo me importa un bledo —. ¿Me podría cortar el pelo?

—Ya estamos cerrados, jovencito —la mujer está un poco asustada. Normal, debo tener cara de asesino serial.

—Le pagaré el triple, por favor —ella ve la desesperación y me manda a sentar en uno de los sillones y me pone una de esas fundas alrededor del cuello.

—¿Qué quieres, joven?

—Al cero, por favor —parezco una chica cuando el novio la deja. En este momento me siento exactamente así. Aunque no tengo motivos.

—Pero... —la señora vacila, al mirar mi cabellera oscura y rizada, de vueltas perfectas y voluminosas. Pelo igual al de mi madre, de sus cuatro hijos, solo yo he heredado su melena, para decepción de mis hermanas.

—Hágalo, por favor.

Resignada, enciende la máquina y el zumbido provoca un escalofrío que se mueve bajo mi piel. Cuando empieza a cortar, cierro los ojos, pero siento la vibración por los costados. Poco a poco, siento como mi cabeza se aligera.

—Ya está.

Abro los ojos y veo mi cabeza, con un corto rastro de cabello oscuro. Aún así, aún siento el tacto de aquella mano femenina, como una caricia fantasma.

—Gracias —le pago a la señora y salgo pitando de ahí.

Probablemente me arrepentiré de esto. De hecho, lo sé. Mi madre va a poner el grito en el cielo, pero me da igual. Es mi modo de revelarme contra Harper. Lo sé, ella no tiene la culpa de nada, pero sigue siendo la novia de Jayce.

La tormenta que hay dentro de mi cabeza, es culpa de ella. Por sus sonrisas fugaces, sus ojos tristes, su piel entintada y sus pies fríos. No creo que pueda superar fácilmente esta atracción, pero juro por Dios que intentaré olvidarla.

Horas después, llego a casa y Moira me mira boquiabierta.

—¿Qué he has hecho a tu bella melena, cazurro?

—Hermana... cállate.

Mi madre ha dado a luz cuatro veces. Su primogénita es Moira, luego yo, después Maeve y finalmente, Glas. Nunca entenderé porque a los chicos nos nombraron con colores y a las chicas con nombres normales.

—Em, ¿qué pasa?

—No quiero hablar —ser esquivo siempre se me ha dado de muerte, en el mejor de los sentidos. Suelto mis maletas en mi cuatro y me doy un baño caliente.

Puedo escuchar a mi hermana hablando, probablemente en una llamada con mamá y chismorreando sobre mí. Me pongo unos calzones y en completo silencio, me acuesto en mi cama. Ojalá el sueño me ayude a aclararme.

***

He soñado con ella. Con Harper. Si es que doy asco.

—¡Emmy, ¿por qué no me coges el teléfono?! —la voz de mi madre suena desde el altavoz del teléfono de mi hermana.

—Se apagó y olvidé ponerlo a cargar —mentira total. Lo puse en modo avión después del primer mensaje de Jayce. No estoy preparado para volver a la realidad.

—Emmy, ¿te gusta mi dibujo? —Maeve me enseña si cuaderno, donde hay un paisaje pintado a lápiz. Mi hermana tiene mucho talento, debería ir a una escuela de arte.

—Me encanta, renacuaja —beso su cabeza y se va sonriendo a la mesa, a continuar con su arte.

—¡Emmy, juega a la pelota conmigo! —Glas me abraza por la cintura y no tengo más remedio que mirar abajo. Sus ojos son tan azules como los míos verdes, las corazonadas de mi madre suelen ser bien certeras.

—Estoy ocupado, ¿puedes esperar hasta que termine la tarta?

—Claro —y también se va corriendo.

—¡Emrralt Griffin, hazme caso! —ese chillido consigue sacarme de paso.

—¡Mamá, ya basta! —me lavo las manos y salgo hasta el patio, lo que tengo que decir no es adecuado para los oídos de los menores —. ¡No puedo prestarte atención cuando tengo dos hermanos menores que cuidar! Son tus hijos y de mi padre, cosa que parecéis haber olvidado. Moira está cuidando sola de dos adolescentes mientras estudia, y ustedes están retosando en la jungla. ¿Cómo quieres mi atención cuándo estoy haciendo lo que debo?

El silencio al otro lado de la línea, me anuncia que he sido muy brusco.

—Mamá, siento haber sido tan brusco. Pero no lamento decir lo que siento. Vuestro lugar es en esta casa, cerca de nosotros. Me muero de la preocupación por ustedes todas las noches. Estoy...

—Tienes razón, cariño. Hemos puesto demasiado sobre vuestros hombros —se la ve triste. Puedo ver la mano de mi padre sobre sus hombros y eso solo hace que se libere lo que llevo dentro, en forma de lágrimas.

—Lo siento, mamá. Yo no... —el llanto no me deja hablar. Soy patético.

—¿Emmy? —la voz aturdida de mi madre llega a mis oídos pero soy incapaz de hablar.

—Emrralt, ¿qué pasa, hijo? —cuando mi padre preocupado interviene, no tengo más remedio que hablar.

—Necesito que vengan a casa, por favor —por alguna extraña razón, mi ruego es escuchado.

***

—¡¿Le dijiste eso a nuestros padres?!

—Moira, habla bajito. Los chicos ya están durmiendo.

Son casi las tres de la mañana, y estoy agotado. Abrimos los regalos tarde, después de la cena. Maeve lo sugirió para estar todos juntos. Aunque hayan dos ausencias notables en la casa.

Después de mi explosión, mis padres lo arreglaron todo para volver. Aunque tomará un tiempo.

—¿Por qué hiciste eso?

—Por todos nosotros.

—¿A qué te refieres?

—Tú necesitas titularte y no puedes hacerlo cuidando de dos adolescentes, Maeve necesita de papá y de sus consejos. Y Glas necesita a sus padres.

—¿Y tú? —ni siquiera intento evadirme.

—Necesito hablar con mamá.

—En serio, eres un niño de mami.

—Lo soy —y no me da pena admitirlo... ante mi hermana.

***

La cosa se calentó. Buajajaj.

¿Qué creen de Emrralt?

Los hombres también lloran, sufren y necesitan de su familia. Este me parece un gran ejemplo.

¿Y los padres? ¿Los creen irresponsables?

Hasta aquí el capítulo de hoy. Espero que lo hayan disfrutado. Si es así, denle a la estrellita y comenten. Se les quiere 🤗🤗🤗.

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