Capítulo 4: Berkman 2.0

2033-2038

Recobrar su consciencia después de pasar tanto tiempo perdida en una negrura abismal, donde no podía ver, oír, oler, probar, ni sentir nada, fue una experiencia extraña. Pero darse cuenta de que estaba viva luego de atravesar tantas tragedias consecutivas, fue algo todavía más raro.

Jackie se demoró un buen rato en abrir los ojos. Los párpados le pesaban como si estuvieran grapados a su cara. Lograr identificar lo que estaba viendo fue otra tarea afanosa y excesivamente lenta.

Dolor, no percibió de inmediato. Aunque sí fue bienvenida por el miedo.

Lo último que recordaba eran los gritos del capitán Francino y el rugido de los escombros a su alrededor, reacomodándose por una nueva explosión. Era imposible no sentirse aterrada por aquellos recuerdos, que se sentían tan actuales, pese a no estar ocurriendo en tiempo real.

Intentó mover su cabeza. Notó que no podía.

Intentó tragar saliva. Tampoco fue capaz; tenía algo atascado en la garganta.

Su terror aumentó. Sus signos vitales se desregularon. Una máquina comenzó a sonar y ella escuchó un ruido a su derecha. Se imaginó a un abrigo o manta cayéndose al suelo, porque no fue particularmente estruendoso. En segundos, vio a una figura surgir en su campo de visión. Alguien que ella pensó, jamás podría volver a ver.

Maya.

Su novia.

La mujer que más amaba en el mundo.

—¿Jackie? —la paramédica murmuró, con una expresión que fusionaba tanto su esperanza como su recelo a no ser reconocida.

O peor, a ser despreciada. Al final de cuentas, la última vez que se habían hablado no habían terminado la charla en buenos términos.

La teniente, por su parte, intentó decirle que estaba bien, que sabía quién ella era, que la perdonaba por todo y que se arrepentía de todo, pero nuevamente no pudo. Maya le comentó algo sobre un tubo traqueal y solo entonces Jacqueline entendió por qué este era el caso. Se quedó callada a partir de entonces y esperó pacientemente a que el equipo médico llegara a desconectarla del ventilador y de algunas otras máquinas que ella, en su desorientado estado, no logró reconocer.

—Cariño... antes de que hablemos sobre cualquier otra cosa, tengo que explicarte lo que te pasó desde que llegaste al hospital. No es una buena idea posponer esto —la paramédica dijo, mientras las enfermeras les daban espacio a las dos, sabiendo que lo necesitaban—. Y no quiero que sea un médico el que te cuente todo. Quiero que lo escuches de mi boca, y de nadie más.

—¿Q-Qué?... ¿P-Pasó?...

—Tus piernas. Fue imposible salvarlas.

Maya decidió empezar por ahí, y reveló el resto de la información que poseía desde dicha base. Jackie la escuchó, con una expresión vacía, pasmada, bordeando incrédula. Pero la escuchó, y eso era lo importante. Y mientras la oía, miró abajo.

Su cuerpo estaba cubierto por una sábana blanca y pesada. Pero al intentar mover sus dedos del pie, sintiéndose segura de que lo estaba haciendo, la tela no se movió. Porque no había nada ahí, en lo absoluto.

Al parecer, la primera etapa del plan desarrollado por SmartRobotiks para salvarla había sido estabilizar su torso. Su columna vertebral ya no era la misma de antaño. Incluso su centro ahora estaba hecho por un material que ellos habían nombrado "neomédula", y que se conectaba con su médula antigua, natural, en la altura de su pecho. Sus piernas habían sido amputadas, cerca de su pelvis. Dos implantes de metal, que servirían como bases para sus piernas robóticas, ya habían sido instalados. Una nueva cirugía para acoplar las extremidades a su cuerpo sería realizada en breve, si Jackie se recuperaba bien de esta primera etapa.

Pero lo que más la afectó —y lo que ella nunca pensó, lo haría— fue descubrir que su aparato reproductor tuvo que ser completamente removido de su vientre. Aún poseía vulva y vagina, pero todo lo demás... Lo había perdido.

Jackie nunca había querido tener hijos, al menos no biológicos. Pero saber que ahora no podía tenerlos, era otra cosa.

—Los doctores tuvieron que hacerte una histerectomía así que llegaste aquí. Pero no fue parte del plan de SmartRobotiks. Fue necesario porque el trozo de cemento que te aplastó poseía unas varillas corrugadas por dentro, y una de ellas de alguna manera te atravesó... Destrozó tu útero. No hubo otra opción a no ser removerlo.

—Mis piernas... Mi columna... Ahora esto... —Los ojos de Jackie se llenaron de lágrimas—. ¿H-Hay algo de mí q-que haya restado?

La pregunta hizo a Maya frenar su lúgubre discurso. Ella respiró hondo, inclinó su cabeza a un lado, y tomó la mano de su novia entre las suyas.

—Sigues viva. En eso deberíamos estar concentrándonos ahora. Tu vida te restó. Y eso ya es un milagro.

La teniente no le respondió nada, porque no necesitó hacerlo. Apenas por su expresión devastada, rotunda e irrefutablemente exhausta, fue fácil notar su luto, su ira, y su tristeza.

Emociones que permearon su rostro y su ser por las próximas semanas, sin descanso. Incluso después de recibir sus nuevas piernas, de comenzar su fisioterapia, de volverse autovalente, dicha mezcla tóxica de melancolía y cólera no la dejó.

Al mirarse al espejo del baño de su habitación por primera vez, Jackie entendió por qué.

No se sentía mal apenas por reconocer la patética figura en la que se había convertido. Se sentía mal por saber que sus amigos, sus colegas, estaban muertos, fríos y enterrados. Ellos habían fallecido a su alrededor, sufriendo dolores inimaginables, pero de manera honrada. Y ella había sobrevivido... para transformarse en esto.

Un robot con conciencia. Un pedazo de metal helado e insensible. Algo que alguna vez había sido humano, y que ahora tan solo era un experimento de la biomecánica.

A solas, llorar se hizo más fácil. Derrumbarse sobre el inodoro y sacudirse con sus sollozos, se volvió inevitable. E incluso mientras se movía, no pudo escapar de su triste realidad. Porque al hacerlo, escuchó el ruido mecánico de las piezas dentro de su torso ajustándose, para que ella pudiera sentarse.

Una de sus manos agarró el portasueros que la seguía a todos lados. La otra, cubrió su rostro mientras ella se inclinaba adelante, inmersa en su agonía.

No podía parar de oír los gritos desesperados de Francino en su cabeza. Y entre sus rugidos imaginarios, los gimoteos que la hacían temblar, y el ruido metálico de sus implantes, no fue capaz de escuchar a Maya entrar al baño, preocupada por lo que le sucedía.

Su novia la logró calmar, pero supo de inmediato que ese cuadro se volvería a repetir, una, y otra, y otra vez. Y efectivamente, esto pasó.

Durante el día, Jackie se quedaba callada, fingiendo no sentir ninguna emoción o estímulo que no fuera cansancio. Durante la noche, en la soledad del baño de su habitación, se permitía experimentarlo todo; furia, duelo, congoja, duda. Iba de un extremo a otro, en meras horas. Y aunque intentó salir de su depresión y volver a ser quien era antes, incontables veces, simplemente no fue capaz de hacerlo.

Los del hospital hasta intentaron ayudarla a mejorar. Una psicóloga fue llamada para tratarla, y un psiquiatra para medicarla. Pero la bombera no logró aprovechar sus esfuerzos al máximo. No por no querer, sino por no poder.

Estaba estancada en su agonía.

La única persona que la hizo querer seguir viva, durante todo este duro proceso de recuperación, fue Maya. Porque sin importar cuantos berrinches hiciera, cuantos ataques de pánico tuviera, cuantas pesadillas la estremecieran, cuantas lágrimas derramara, ella siguió allí, a su lado. Ni su familia logró ser tan paciente y amable como ella.

Y este fue otro motivo de asombro, si la bombera era sincera. Descubrir que sus padres y hermanos ahora sabían que las dos estaban juntas y que, pese a todo, respetaban su unión, fue... raro.

Por un lado, le trajo una felicidad y alivio inenarrable. Por el otro, la hizo pensar en todas las cosas que había querido decir y nunca dijo, por miedo. En todos los gestos que evitó realizar por temor. En todas las oportunidades que perdió por ser demasiado cobarde.

Si hubiera salido del armario antes, tal vez sus amigos del batallón hubieran conocido a Maya, antes de morir en las ruinas de aquel maldito rascacielos.

Pero en fin... Ya era tarde para arrepentirse por su falta de fibra.

—Estoy preocupada contigo, Jackie —su novia le dijo, mientras comían su cena y veían televisión, a solas en la habitación de hospital en la que habían estado viviendo por las últimas semanas—. No te voy a forzar a hablar sobre lo que pasó, pero si quieres hacerlo... estoy aquí.

—No hay nada de lo que hablar... estoy bien.

—Cariño...

—Ya dije que estoy bien —la teniente insistió, con un tono más firme y hostil.

Maya detuvo su charla por ahí, respetando su deseo de mantener el silencio, pero supo que sus palabras eran falsas, y que la noción de que estaba "bien" era una mentira. Siguió observando a Jackie de cerca, e incluso cuando ambas volvieron a casa, su angustia no la abandonó.

Solo después de un año de recuperación física, terapia, cirugías y consultas médicas, la bombera se atrevió a decir algo respecto a su trauma:

—Aún lo escucho gritar —murmuró en una noche fría de inverno, mientras ambas intentaban dormir.

—¿A quién?

—Al capitán Francino. Sus gritos fueron lo último que escuché antes de perder la consciencia.

—Dios... Lo siento. Eso suena terrible.

—Lo fue.

—¿Has... hablado con tu psicólogo sobre ello?

—No... No he podido —ella confesó, con una fragilidad que sorprendió a Maya—. Eres la primera persona a la que le cuento esto... —Sacudió la cabeza y miró al techo—. Ya no soporto más oír sus gritos, todas las veces que trato de descansar. Ni verme atrapada debajo de esos escombros, todas las veces que cierro los ojos, sabiendo que no puedo ayudar a mis amigos a vivir, y que ni puedo hacer algo para disminuir su dolor en sus momentos finales... —Algunas lágrimas se escaparon de sus ojos, pero su novia las secó antes de que cayeran a su almohada—. No sé más qué hacer.

La paramédica la abrazó de lado.

—Hablar sobre ello es un buen inicio.

Y en este Jackie intentó creer. Por eso, no tan solo charló con su novia, sino con su psicólogo también. Y con el paso de los meses, la situación efectivamente comenzó a mejorar. Logró, de a poco, ir olvidando los gritos y gemidos de sus colegas y amigos. Consiguió volver a dormir, sin tener su sueño interrumpido por detestables pesadillas. E incluso fue capaz de comenzar a compartir su historia de sobrevivencia en público, haciendo presentaciones para el cuerpo de bomberos de la ciudad, y disertaciones para escuelas de su región.

Su vida empezó a estabilizarse. Ella empezó a sentirse más segura.

El nuevo cambio radical en su rutina - y en la de Maya, por consecuencia- vino con la reaparición de un personaje crucial en su recuperación: el representante de SmartRobotiks que le había otorgado sus piernas robóticas.

El hombre se aproximó a Jackie después de una de sus charlas motivacionales, llevada a cabo en la sede de la compañía de bomberos 05.

—Es bueno verte de pie y sonriendo, señorita Berkman.

—¿Te conozco?

—Anton Gouniras —Estiró su mano adelante.

—Hey... Maya me habló sobre ti.

—Me imagino que debe haberlo hecho. Es un placer poder conocerla al fin, frente a frente.

—El placer es mío —Jackie sonrió con amabilidad—. Pero, ¿qué hace aquí?

—Vi que usted tenía una charla hoy y decidí venir a verla. Yo soy voluntario para la compañía 05, así que estoy aquí como bombero, no empresario. Aunque... —Él bajó el volumen de su voz—. Sí me interesa discutir negocios, si tiene el tiempo para ello.

—¿Negocios? ¿A qué se refiere?

—No se preocupe, no es nada malo. Pero será mejor si conversamos sobre ello en un lugar privado.

Jackie, tal vez por la gratitud que ahora sentía por el hombre, pese a sus sentimientos negativos iniciales ante sus implantes y prótesis, acabó concordando con su petición. Ambos fueron a tomar un café a una tienda de conveniencia cercana, y a conversar a solas en una de las mesitas que habían afuera de la misma.

Resulta que los "negocios" a los que él se refería en verdad se trataban de una inusitada propuesta de parte de SmartRobotiks. La empresa quería rehabilitar al personal que había sido herido en el colapso del rascacielos ORION y devolverles la posibilidad de regresar a sus antiguas profesiones. La idea en cuestión había sido planteada por el propio Anton.

—Estaremos ofreciendo sesiones de fisioterapia específicas para que puedan recobrar todas las habilidades que tenían antes de la tragedia.

—¿O sea que podría volver a actuar como teniente?

—Sí. Pero ya no serías parte de tu vieja compañía, sino de una que SmartRobotiks formará, con la ayuda del ayuntamiento. Serías parte del Batallón Portitorem Conscientiae Humanae. O "BPCH".

—Así se llamaba el proyecto médico del que yo formé parte, ¿no?

—Sí... Todos tus colegas serán personas que participaron en el proyecto y sobrevivieron, además de algunos sobrevivientes regulares del derrumbe del rascacielos, que también usan nuestras prótesis más básicas y removibles. Adentro del batallón habrá policías, paramédicos, bomberos, militares; de todo un poco. Nuestra idea es capacitarlos para que usen la tecnología integrada a su cuerpo a su máxima capacidad. O sea, para que usen el aspecto biónico de sí mismos como una herramienta, y no lo vean como algo negativo, como hemos notado, es lo que ha estado sucediendo con casi todos.

—¿Y cuál sería nuestra meta como batallón?

—Auxiliar a equipos de emergencia en caso de accidentes graves, o de conflictos bélicos demasiado grandes, como lo fue el del general Otto y Titanis.

—Ambos están muertos, dudo que otra pelea así ocurra en breve.

Titanis es solo una alien viviendo entre nosotros, señorita Berkman. Hay muchas otras especies más que también lo hacen, aunque en secreto. Y no dudo de que pronto, alguien intentará tomar su lugar. Obviamente, simpatizantes de Otto no faltan. Una nueva pelea entre un superhéroe intergaláctico y algún vengador humano es inminente.

—Hm —Jackie gruñó y bebió un sorbo de su café. Luego de pensar sobre esta posibilidad por un segundo, indagó:— ¿Entonces nosotros solo seremos auxiliares?

—No. Serán a quienes las fuerzas armadas y equipo médico de la ciudad llamarán cuando ya no puedan trabajar por cuenta propia. Serán los salvadores de los salvadores, si es que me entiendes. Una fuerza de élite.

—¿No será eso demasiado peligroso?

—Sí. Y por eso mismo solo confiamos en que ustedes, veteranos, podrán completar este trabajo.

Jackie no sabía si aquella idea funcionaría, pero ya que no tenía nada a perder, decidió aceptar la propuesta del hombre e ir al menos a una reunión del grupo. Al final de cuentas, la promesa de peligro, de adrenalina, y de gloria era demasiado tentadora como para rechazarla.

Maya no estuvo ni un poco feliz al respecto.

—¡CASI TE MUERES EN ESE RASCACIELOS!

—Lo sé.

—¡No puedes hacerme esto de nuevo, Jackie! ¡No puedes ponerte el uniforme otra vez, después de todo lo que pasaste!...

—Tengo que hacerlo. Hice un juramento.

—¡Que cumpliste hasta casi morir!

—Pero sigo viva —la teniente comentó—. Y quiero ser útil de nuevo. Quiero ayudar a nuestra comunidad de nuevo.

—¡Hay otras maneras de hacerlo! ¡Volverte parte de un batallón de élite no es necesario!

—Voy a aceptar la oferta, Maya —Berkman la cortó—. Tengo que hacerlo. Tengo una deuda con esta ciudad, con los demás equipos de emergencia, con mis compañeros caídos, incluso con Titanis... Debo hacerles justicia.

—Jackie...

—No te pido que celebres mi decisión, sólo que la respetes.

Su discusión terminó ahí. La paramédica, aunque ni un poco segura de que esto llevaría a un buen final para su amada, acabó concordando con ella y la abrazó, sosteniéndola cerca mientras aún podía.

Y fue así que Jacqueline pasó dos años entrenando con el BPCH, recuperó su viejo rango de teniente, pasó por una evaluación básica para volverse bombero militar, y aprendió a disparar todos los tipos de armas imaginables. Al terminar su capacitación fue convocada, junto a sus amigos, a apagar fuegos, rescatar víctimas, salvar malheridos, y a completar una centena de misiones clasificadas, que en su vieja labor jamás hubiera podido siquiera participar.

El tiempo pasó e incluso Maya se acostumbró a su alocada rutina. El miedo a perderla durante una de sus actividades junto al BPCH disminuyó gradualmente.

Pero como todo en su vida, esta calma no fue permanente.

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