Capítulo 1: Jacqueline Berkman
Ithaka, 02 de septiembre de 2033
Cuando todo el estruendo del derrumbe cesó; cuando los dientes de acero y cemento acabaron de devorar a cada piso, pasillo, entresuelo y escalera, lo único que restó fue un profundo e imperturbable silencio. Y en aquella magna quietud, era como si toda la tierra hubiera sido devastada por una explosión de inimaginables proporciones, y nada más que cenizas restaran.
Jacqueline Berkman —o "Jackie", para sus conocidos— pensó, por cinco eternos minutos, que había muerto. Que su carrera como bombera había terminado ahí, en las ruinas de lo que solía ser la sede de las industrias ORION —un rascacielos imponente, que perforaba las blancas nubes del cielo con sus interminables paneles de vidrio y columnas de acero.
En los restos de una maravilla arquitectónica, que había sido derrumbada por un supervillano moderno, el general Otto Schnell.
Ella suponía que de todas las maneras en las que podría haber fallecido, aquella no era la peor. Sonaba incluso un poco divertida, con toda sinceridad. Como la profesional que era, siempre supo que podría fallecer en el oficio, luchando contra algún fuego o colapso estructural, pero que la causa de aquel escenario fuera una pelea épica entre un ex general del ejército nacional y una superheroína extraterrestre era... absurdo. Chistoso y un poco increíble, incluso. Aun así, esto era lo que había sucedido.
En la trágica mañana en la que todo se fue al diablo, Otto había estado luchando a muerte contra su archienemiga de años, la guardiana de la ciudad de Ithaka, Titanis. Pero, en el medio de la disputa, uno de sus misiles falló en su objetivo y golpeó en lleno al edificio de las industrias ORION. O al menos, eso era lo que Jackie había oído por televisión; aunque había rumores de que el ataque fue intencional.
Por el tamaño de la explosión, todos los equipos de emergencia de la ciudad -como bomberos, policías, guardias municipales, agentes portuarios, paramédicos y militares- tuvieron que poner su rutina normal a un lado para ir a ayudar. Incluso ingenieros y arquitectos fueron convocados a la escena, para examinar mejor el estado del edificio y deducir la magnitud del daño que causaría a las construcciones aledañas si se viniera abajo.
El impacto del misil, aparte de comprometer a la estructura del rascacielos, causó un incendio gigantesco en la cima del mismo, dejando a varios civiles atascados en sus altas oficinas. Los escombros bloqueaban casi todas las rutas de escape disponibles. El humo que surgía del área del incendio no les permitía evacuar por la única que sí estaba intacta. Y las llamas abajo eran demasiado grandes y letales como para que alguien en los pisos directamente afectados sobreviviera.
Para empeorar esta situación, las líneas telefónicas de la ciudad estaban colapsadas por recibir tantas llamadas desesperadas de parte de los funcionarios y de sus familias.
Jackie, la teniente de la compañía bomberil N°15, estaba preparando su café en la cocina de su cuartel junto a sus colegas de turno, cuando uno de sus amigos cercanos soltó un grito horrendo en el comedor. Curiosa y preocupada, ella terminó de mover su cuchara, la dejó a un lado, y recogió su taza para ir a ver qué había pasado. Michael Tanner, el amigo en cuestión, estaba maldiciendo a todos los santos imaginables y subiendo el volumen de la televisión que colgaba en la pared con apuro, casi explotando los parlantes para que todos en sus alrededores pudieran comprender su indignación.
En la pantalla, imágenes del rascacielos recién atacado eran enseñadas. Fue así que la bombera se enteró sobre el evento por primera vez.
Al comprender la gravedad de la tragedia, bebió su café en tiempo record —ignorando lo caliente que estaba— y corrió a sonar la alarma. Era obvio que todos sus colegas necesitaban estar allá, trabajando, y no ahí, holgazaneando. Así que lo hizo, sacó también su celular y llamó a su superior, el capitán Allan Francino.
El taciturno sujeto estaba disfrutando su día libre junto a su novia cuando la explosión ocurrió. Estando en su casa en los suburbios, no tenía cómo saber sobre lo que estaba sucediendo en el centro financiero, a no ser que prendiera su televisión. Y eso era algo que el hombre casi nunca hacía en su tiempo de descanso. Por lo que ella tuvo que darle la noticia en persona.
—Capitán, el general Otto atacó de nuevo. Tenemos un incendio parcial en la sede de las industrias ORION, que está pasando a total.
—¿Qué?
—Encienda la televisión y lo verá... Lo están enseñando en todos los canales nacionales.
—Un minuto —Un ruido de fondo indicó que él efectivamente lo había hecho—. Mierda... —el hombre maldijo y, pese a que no era la primera vez que sucedía, sí era raro oírlo ser tan informal—. Berkman, pasa las siguientes órdenes por la radio...
—Okay. ¿Cuál sintonía?
—5-5, la de la compañía.
—De acuerdo. Lo escucho.
—10-0, 6-6.
10-0 era el código para un incendio estructural. 6-6 era el código para demandar más personal al área afectada.
—Considérelo hecho. ¿Algo más, capitán?
—Sí, demande que todos los carros bomba de nuestra compañía sean enviados al distrito financiero. Pasa la clave 9-60 por último. Yo me vestiré con el traje de repuesto que tengo aquí y los encontraré allá. Tráeme mi equipamiento, por favor.
—Lo haré capitán.
Y con eso, el hombre colgó la llamada. Sin decirle adiós, sin preguntarle nada más. Enseguida, sin tiempo para dudas, Jackie agarró su radio y pasó adelante las claves indicadas por su superior. Y por primera vez en su vida, enunció los números de la mala suerte: 9-60, catástrofe total.
Al terminar de hablar, corrió a vestirse y a subirse a su camión. Todos los bomberos presentes en el cuartel ya estaban adentro del mismo, listos para irse, cuando ella llegó. Por ser la única mujer de la compañía, los chistes sobre su demora eran de esperarse. Pero al subirse a su asiento, lo contrario sucedió. Todos sus compañeros estaban callados y se veían aterrados por la idea de ir al centro financiero. Incluso el uso de su apodo había sido suspendido. Si alguno de sus colegas tenía una pregunta, la llamaban de "teniente" o de "Berkman" para hacérsela, dejando claro que no había espacio para casualidad, diversión, ni burlas aquel día.
Uno de los hombres a su alrededor tenía a su radio encendida, y el cuadro que los demás trabajadores de emergencia ya desplazados al área pintaban con sus palabras no era nada alentador: centenas de automóviles incendiados, edificios menores muy damnificados por la caída de escombros, y explosiones ocurriendo por doquier por culpa de la fiera batalla entre Otto y Titanis. Además, el fuego en los niveles superiores del rascacielos era tan violento y rápido al esparcirse, que algunas de las víctimas atrapadas arriba de la zona de impacto del misil estaban prefiriendo saltar al vacío y morir chocando con la tierra, a ser cocidos vivos por su calor.
Pero, aun esas descripciones tan gráficas y preocupantes, al llegar a los pies del enorme edificio tanto Jackie como sus compañeros supieron que el cuadro era bastante peor al imaginado.
Centenas de bomberos y policías estaban dando su mejor esfuerzo para establecer una ruta de escape para los civiles atrapados arriba. Pero, como se ha dicho antes, todas las escaleras de la construcción —a excepción de una— habían sido destruidas o bloqueadas por escombros y llamas.
La situación era tan delicada que hasta el comisionado de bomberos regional, Henry Pfeiffer, había dejado atrás el papeleo de su vida de escritorio para estar presente en la escena y ayudar en los intentos de rescate.
Todos los expertos habían sido llamados a campo.
Cuando Jackie y sus colegas entraron al lobby lo vieron junto al capitán Francino —quien había manejado ahí con su propia camioneta— y otros oficiales de alto rango más, detrás del mesón de recepción. Entre ellos estaban debatiendo si debían arriesgar sus vidas al subir hasta el skylobby del piso 84 —un piso intermedio donde los funcionarios podían cambiar de ascensor y subirse a uno exprés, que los llevaba a la cima del edificio— y buscar las escaleras auxiliares, o rescatar a todos aquellos que pudieran de las plantas inferiores de inmediato.
Francino quería ir al skylobby y subir unas mangueras allá, Pfeiffer no sabía si aquella era una buena idea, y el capitán Arnolds estaba seguro que hacerlo era una locura.
Pero Francino no era el tipo de hombre que se rendía ante lo imposible. Él luchaba, y luchaba, y luchaba, hasta hacerlo posible. Así que logró torcer la mano del comisionado y, luego de ponerse su equipo de respiración autónoma y agarrar sus herramientas, les dio órdenes a los bomberos a su mando para que tomaran sus mangueras, hachas azadas, bicheros, y lo siguieran.
Jackie no estaba muy convencida de que subir las escaleras era sabio, pero a la vez entendía el desespero de su capitán. Había gente en los pisos más altos consumidas por su desespero, llamando a sus familias entre jadeos y sollozos para despedirse, contactando a los números de emergencia en un último intento de encontrar una salvación milagrosa, contemplando la opción de lanzarse al vacío y aterrizar en la calle, por no soportar el calor. Ellos, como bomberos, no podían simplemente ignorar este hecho y dejarlos morir. No era justo. No era humano. Por lo que ella concordó con sus instrucciones y lo apoyó en su peligrosa misión.
Todos los miembros de la compañía comenzaron su ascenso sin reclamos, obedientes y en fila, sabiendo muy bien que podrían nunca más regresar a tierra firme. Pisaron peldaño tras peldaño con el pleno conocimiento que podrían, y seguramente iban, a morir en cualquier momento. Y aunque aquella era una sensación horrenda, también era parte de su trabajo. Tenían que resignarse a ella.
A su lado los funcionarios de las industrias ORION descendían de manera ordenada, pese a su temor y estrés. Los más sanos ayudaban a los más heridos. Los más desesperados calmaban a los más angustiados. Y esta serie de intercambios, tan genuina y tan espontánea, a los bomberos les resultó bastante conmovedora.
Este era el tipo de cosas que Jackie, viviendo en Ithaka a tantos años, no presenciaba a menudo. Este milagroso nivel de cooperación la tomó desprevenida, así como a sus colegas, pero también la ayudó a concentrarse en algo más que en sus propios miedos. Era una cosa positiva en medio a una vorágine tormentosa de negatividad y horror.
Sin embargo, dicho apoyo mental eventualmente se desvaneció. Porque cuanto más ella y sus colegas subían, menos civiles veían. Más el cansancio los golpeaba, más el calor aumentaba, más el sudor los ahogaba... Las condiciones para laburar se ponían más y más precarias.
Otro problema grave al que tuvieron que enfrentar fue uno al que no se habían esperado en lo absoluto; el agua que caía de las tuberías rotas y de los rociadores. Por su culpa, las escaleras se habían convertido en resbaladizas cascadas. Cada nuevo paso que tomaban debía ser firme y cauteloso, para evitar una caída grupal, de efecto dominó, que los retrasaría aún más en su travesía. Y ellos no tenían tiempo que perder en accidentes tan ridículos.
El peso de sus aparatos, de sus trajes, de sus herramientas, del agua... todo jugó en su contra. Pero siguieron subiendo. Sin parar. Sin descansar. No vieron llamas en ningún momento. Pero sí se encontraron con los primeros devastadores efectos del incendio, al llegar al piso 84 —el skylobby.
Con la explosión del misil, los ascensores exprés habían sido tragados por bolas de fuego. Todo lo que restaba de los trabajadores dentro de aquellos ataúdes metálicos eran sus restos carbonizados.
Francino era un hombre serio, esto era innegable. Pero hasta él perdió todo el color de su rostro al ver tal masacre. Se quedó quieto, inmóvil, por un larguísimo instante, y Jackie incluso llegó a pensar que el shock lo había paralizado. Por suerte, este no fue el caso. El hombre al final sacudió la cabeza, maldijo al general Otto en voz baja, y le hizo una seña a sus bomberos para que lo siguieran, desviando la mirada. No podían perder tiempo. Su luto tendría que ser procesado después. Así que él y sus hombres empujaron su trauma al fondo de su cerebro, y se preocuparon en terminar su misión por el momento.
Jackie fue la encargada de ubicar la escalera auxiliar, que cruzaba los pisos afectados por el misil y conducía a la azotea del edificio. El enjambre negro y amarillo se metió ahí a seguir, siguiéndola con coraje. Y fue en este punto de su larguísima escalada cuando al fin lograron hallarlo: el brillo rojo y naranja que todos querían evitar.
Serpenteando por la pared derecha, en la cima de los peldaños, el fuego los encaraba, listo para consumirlos como a todo lo demás que ya había tragado.
El capitán pasó adelante otra clave por su radio:
—¡ESTAMOS EN EL PISO 87, EN LA ESCALERA AUXILIAR "B"! ¡ESTÁ COMPROMETIDA! ¡PERO SI EL FUEGO SE CONTIENE, PUEDE SER USADA COMO RUTA DE ESCAPE! ¡TENGO UNA MANGUERA, PERO NECESITO DE OTRA MÁS! —Hizo una pausa—. ¡10-04! —Pasó adelante la clave que señalizaba el hallazgo de civiles muertos, queriendo evitar que sus colegas se sorprendieran con lo que habían visto en los ascensores.
La radio sonó enseguida y del otro lado el comisionado le respondió:
—De acuerdo, Francino. La compañía N°22 está en camino.
Michael Tanner, el mejor amigo de Jackie, corrió al piso 84 y ubicó la ubicación de las tuberías de agua centrales del rascacielos. Allí, conforme al protocolo de seguridad del departamento nacional de bomberos, existía un caño único para los servicios de emergencia, que solo se podía usar en casos excepcionales. Él conectó su manguera al mismo, abrió la válvula y, con ayuda de otros tres bomberos, pudieron llevar agua hacia el piso 87 y comenzar a rociar las llamas.
Ellos no tenían suficiente presión, por algún extraño motivo, pero ese era el menor de sus problemas. Lo importante es que estaban allí, debajo de la zona del impacto, comenzando el trabajo de enfriar el área y apagar el fuego.
Durante aquellos minutos de silencioso y arduo trabajo, todos allí pensaron que su día terminaría bien. El optimismo vivió, por un instante. Pero se fue de sus manos tan rápido como había llegado.
Porque de pronto, el suelo y las paredes a su alrededor se sacudieron. El rascacielos se movió violentamente de atrás hacia adelante, y el grupo de bomberos que rellenaban la escalera, por primera vez desde que habían pisado en ella, sintió un terror profundo, incontrolable, absurdamente desesperante.
El primero a despertarse de su pasmo y decidir que tenían que salir de ahí fue el propio hombre que los había liderado a la cima:
—¡RETROCEDAN! ¡ATRÁS! —Francino rugió, soltando la manguera que sostenía para comenzar a correr.
Pero ninguno de ellos logró abandonar aquellos malditos peldaños. Porque así que él terminó de hablar el techo se partió, dejando caer una lluvia de cemento triturado, yeso, brasas, cables, llamas, hierro, acero, muebles quemados y cadáveres carbonizados.
El rascacielos entero colapsó y con su derrumbe, vino la caída libre.
Lo último que Jackie vio a su jefe hacer fue llevar su mano a su radio y gritar una clave de emergencia a todo pulmón. Un destello blanco la cegó por unos instantes, un retumbante ruido le interrumpió la audición, y todos sus órganos saltaron hacia arriba, mientras su cuerpo se desplomaba hacia abajo. Por instinto soltó todo lo que sostenía y llevó sus manos a su casco, para sostenerlo en su lugar. Se encogió en una posición fetal y esperó por lo peor.
Perdió la consciencia por unos minutos, porque algo la golpeó con fuerza en la cabeza. El casco no la salvó de ser noqueada. Al abrir los ojos de nuevo, se sorprendió al descubrir que no estaba muerta, ni que había encontrado la paz.
Por lo contrario, se hallaba atascada en un escenario de pesadillas; soterrada por los escombros del edificio destruido, y aparentemente a solas. Un trozo de hormigón había aplastado a su pierna derecha. Su torso estaba preso por los restos de una pared. Solo podía mover sus manos y ligeramente voltear su cabeza. Se sentía pésima. Y no podía escuchar nada.
Nada más que una perturbadora quietud, perforada por un zumbido molesto.
Pestañeó, intentando quitarse el polvo del cemento triturado de los ojos. Quiso toser, pero la pared le impedía hacerlo con facilidad. Llevó su mano cómo pudo a su cabeza y se abrió el barbiquejo del casco.
No podía respirar bien. Se moría de calor. No quería entrar en pánico, pero su cuerpo herido la estaba obligando a ello.
De pronto, en la distancia, escuchó una voz. O al menos, eso creyó. Le costó un poco determinar si alucinaba o si el ruido era real.
—¡¿TANNER?! ¡¿RODRIGUEZ?! ¡¿REYNALDS?! ¡¿BERKMAN?!...
—¡A-Aquí! —ella respondió, aunque con dificultad—. ¡Estoy a-aquí!
—¡¿Y los demás?!...
Ella miró alrededor, mientras al fin era capaz de reconocer a la voz que le gritaba como la de su capitán.
—¡Palmer e-está aquí conmigo, señor!... ¡Pero m-muerto!... —Desvió sus ojos al cemento sobre su cabeza así que terminó de hablar, y maldijo su suerte en voz baja:— Puta madre...
Uno de sus colegas realmente yacía muerto a unos metros de distancia, aplastado por trozos de hormigón. Ella lo reconoció por los guantes de protección azules que usaba, y que no eran estándar de su cuartel. Solían ser parte del uniforme de su compañía anterior, y él siempre se negó a tirarlos a la basura por tenerles mucho apego sentimental.
—¡MALDITA SEA! —Francino rugió al instante, tan desesperado como ella.
—¡Y-Yo también s-sigo aquí!... —Otra voz más se pronunció, sorprendiéndolos a ambos.
Jackie sintió un alivio tremendo al identificarla como la de su amigo, Michael.
—¡¿D-Dónde estás?!...
—¡Debajo de ti!... Creo... —él respondió, y efectivamente, parecía estar hablándole desde abajo, aunque también parecía ubicarse más a su derecha.
—¡D-Díganme!... ¿Cómo están los d-dos?... —El capitán perdió un poco de su temor.
Eso, o lo reprimió para ser profesional.
—Y-Yo tengo un brazo aplastado... y una vara de metal... a-atravesando mi torso...
—¡¿Qué?! ¡Habla más alto, Tanner!
—No p-puedo, capitán...
Toda la tranquilidad que la mujer había sentido rápidamente se evaporó. Tan solo durante sus últimas palabras ella notó lo temblorosa que su voz estaba, y también lo húmeda que sonaba
—¡Michael! ¡Aguanta un poco! ¡Vamos a salir de aquí! —ella demandó, intentando deshacerse del bloque de cemento que la aplastaba, en vano.
—N-No creo que pueda, Jackie...
—¡NO VAS A DEJARME SOLA AQUÍ, MIKE!
—D-Dile a Bea y a los n-niños que los amo...
—¡MICHAEL TANNER! ¡NO TE ATREVAS!...
—L-Lo siento, Jackie... p-pero h-hace frío...
Ella se calló. Comenzó a llorar y a negar con la cabeza.
Aquello no podía estar pasando.
No podía estar atascada a metros de la superficie, enterrada por toneladas de escombros, escuchando a su mejor amigo morir desangrado por una vara de metal.
—Mikey...
—E-Estaré bien... —él insistió, y hasta en sus últimos momentos, quiso ser considerado con sus sentimientos—. ¡C-Capitán! —se forzó a gritar.
—¿Sí, Tanner? —Francino indagó y por su tono entristecido, al fin parecía entender lo que sucedía en su lejanía.
—¿P-Puedo t-tomar un descanso?
El jefe hizo una pausa de unos segundos, y al volver a hablar, sonaba conmovido.
—¡Sí, Michael!... Puedes...
Jackie escuchó a su mejor amigo toser y luego un ruido discreto, bajo, al que identificó como su última lucha por respirar.
—¡¿Michael?!... ¡¿MICHAEL?!...
Nada.
Se hizo evidente que él había muerto, a segundos de haberse despertado.
—No... ¡NO! —ella sollozó, antes de sacudirse en un nuevo inútil intento de liberarse, y de terminar soltando un alarido espantoso de dolor, por mover sus huesos molidos.
—¡BERKMAN! ¡CÁLMATE!
—¡MI MEJOR AMIGO MURIÓ, CARAJO! ¡¿CÓMO SE SUPONE QUE ESTÉ CALMA?!
—¡TIENES UNA FAMILIA EN CASA QUE TE NECESITA VIVA! —Francino le recordó—. ¡TIENES QUE CONSERVAR ENERGÍA!
Ella sabía que él tenía razón. Así que hizo lo que no quería, y se forzó a parar de sollozar. Siguió llorando porque todo le dolía, y las punzadas en sus piernas parecían empeorar más y más con cada nuevo segundo, pero ya no gritó.
Michael no la escucharía de todas formas.
Él se había ido.
—Lo siento, capitán... —dijo, pensando que él no la escucharía.
Pero al parecer, el hombre estaba más cercano a ella de lo que había estado de Michael, porque la logró oír sin problemas.
—Lo sé —contestó, pesaroso—. ¿C-Cómo estás tú?...
Jackie respiró hondo y se volvió a mirar.
—Ya lo dije... estoy aplastada... Una p-pared se cayó encima de mi cuerpo... Solo m-mis brazos están libres. ¿Y usted?
—N-No me puedo mover en lo absoluto... Y c-creo que me rompí la pierna.
La calma de Francino no condijo con los niveles absurdos de dolor que debía estar sintiendo, pero la mujer no hizo comentarios al respecto. A lo mejor el shock de todo lo que le había pasado lo estaba protegiendo de su agonía.
Ella, en la otra mano, se sentía de lo peor. Era como si la pata de un elefante la estuviera pisando, y la criatura estuviera incrementando su peso sobre su esternón lentamente, con cada inhalo que daba. Estaba casi segura de que se había roto algunas costillas, pero cómo aún no se había muerto era una verdadera incógnita.
—C-Capitán...
—¿Sí?...
—C-Creo que p-puedo intentar agarrar mi r-radio...
—¿Q-Qué?
—Mi r-radio... C-Creo que la puedo sacar de d-debajo de los e-escombros... La siento p-presionar contra m-mi pierna...
—Hazlo... Si puedes...
Jackie hizo lo ordenado. Bajó su mano hacia el punto donde la pared de concreto se encontraba con su torso y buscó por algún hueco por dónde meter sus dedos. Deslizar su brazo por el costado de sus costillas hacia su cinturón fue una faena dolorosa, difícil, que casi le rompió la muñeca en dos. El peso del hormigón era enorme. Pero de alguna manera, luego de soltar un gruñido frustrado, logró agarrar la radio.
Remover el brazo de ahí fue algo igual de difícil. Pensó que tendría que soltar el dispositivo al final de cuentas, pero luego de un forcejeo que le pareció infinito, logró sacar el comunicador de entre los escombros.
La radio que los bomberos de Ithaka poseían habían sido fabricadas con tecnología de las industrias ORION. Estaban hechas para aguantar golpes tremendos, caídas violentas, y todo tipo de impacto rudo. Su desarrollo había sido hecho con la posibilidad de un derrumbe en cuenta. Así que, en teoría, la de Jackie debía seguir funcionando.
—¡Aquí h-habla la teniente Jacqueline Berkman, de la c-compañía bomberil N°15! ¡E-Estoy atrapada e-entre los restos del rascacielos, junto al capitán Francino! ¡Necesitamos de a-ayuda con urgencia!... ¡05-06!...
Esta última clave solicitaba el envío de médicos para el rescate de víctimas en estado grave
—¿Berkman? —La radio probó su eficacia al responderle—. ¡¿Sigues viva?!
Jackie soltó un exhalo aliviado.
—¡S-SÍ!... ¡Aunque estoy siendo a-aplastada por un muro de c-cemento!...
—¡Ya iremos a por ti, compañera! ¡Tranquila!... ¡Te habla Joey Bakirtzis!
—¡Joe! ¡Q-Qué bueno oír tu voz! —Ella sonrió, aunque su tristeza no se había esfumado del todo.
El hombre era un teniente, al igual que ella, y había estudiado a su lado para convertirse en bombero. Eran parte de la misma generación de graduados y, aunque no poseían el mismo nivel de intimidad que ella y Michael, sí se consideraban buenos amigos.
—¿En dónde estaban cuando el edificio se derrumbó? Solo para tenerlo registrado.
—¡Piso 87, escalera auxiliar B, luchando contra el fuego!
—¡¿87?! ¡¿Y cómo diablos siguen vivos?!
—No tengo idea...
—Ya te iremos a sacar, Jackie. Tú aguanta firme.
—Mikey murió, Joe...
—¿Perdón?
—Michael Tanner. M-Murió. Avísale a su esposa. Yo no... —Ella tuvo que aguantarse de nuevo sus ganas de sollozar—. Y-Yo no puedo hacerlo.
La radio no volvió a sonar por un largo segundo. Hasta que la respuesta final de Joe fue dicha:
—Lo haré. Pero antes te encontraremos a ti y al capitán. ¡Vamos en camino!
El dispositivo sonó de nuevo y la voz de su amigo se desvaneció. Perdiendo la fuerza en su mano, Jackie lo dejó a un lado, para tenerla libre y poder descansar a su acalambrado brazo. El dolor en sus piernas y torso estaba empeorando. Ella no quería perder el uso de sus miembros superiores también. Así que cerró los ojos e intentó relajarse bajo los escombros. Era imposible, pero debía intentarlo.
—¿V-Vienen en camino? ¿Fue eso lo que dijo Bakirtzis? —Francino indagó, despertándola de su estupor.
—Sí... —Pestañeó un par de veces—. Ya vienen...
—¿Estás bien?
—¿Huh?
—Suenas como si estuvieras a punto de quedarte dormida.
—Tal vez lo e-esté...
—¡Berkman! ¡No! ¡No puedes!
—Lo s-sé... pero me estoy quedando s-sin fuerzas, capitán...
—¡Aguanta, mujer!... ¡Oíste a Bakirtzis! ¡Ya n-nos van a sacar de aquí!
—N-No sé si lo lograré, cap...
—¡Lo harás!... ¡Solo sígueme hablando!
—¿Qué?
—¡Háblame! ¡Sobre lo que quieras! ¡L-Lo que tengas en la mente!
—No t-tengo nada en mi mente...
—Seguramente debes tener algo.
Efectivamente, Jackie sí estaba pensando en una cosa, sin parar, una y otra y otra vez...
La pelea que había tenido con su novia la noche anterior, y en las últimas palabras que la escuchó decir antes de que se marchara de su departamento, con un portazo:
—Si no encuentras el coraje de asumirme como tu pareja, como la mujer que amas, yo me iré... y nunca más volveré. Estoy cansada de darte tiempo y espacio, de fingir ser apenas tu amiga al frente de tus amigos, y tu compañera de piso al frente de tus padres. Tengo paciencia, pero ya se está agotando. Cuatro años llevamos juntas, Jackie... ¡Cuatro!... ¿Los valoras en lo absoluto?
Luego de esto, la bombera solo recibió señales de vida de parte de Maya horas más tarde. Ella le mandó un mensaje diciendo que tomaría el turno nocturno en el hospital, y que volvería a casa en algún punto del día siguiente, cuando tuviera la cabeza más fría y el cuerpo más cansado. Pero la teniente ahora ya no sabía si la vería regresar en lo absoluto.
No sabía si seguiría viva para disculparse. Para declararle su amor, tanto a ella como al mundo. Porque ahora estaba allí, con un sabor metálico en la boca, rodeada de sus amigos muertos, en las entrañas de cemento y vidrio de lo que una vez había sido un rascacielos colosal.
—¡JACKIE! —Francino gritó y solo entonces ella notó que el hombre ya la estaba llamando por algunos minutos, sin obtener respuesta.
—Perdón, capitán... s-sigo aquí...
—¡Ya perdí a demasiados hombres hoy, Berkman! ¡No quiero perderte a ti también! ¡Así que háblame! ¡Y no te atrevas a quedarte dormida!
—Sí señor... —ella respondió en un tono más bajo y sonrió por un instante, al considerar lo absurda que su situación era. No fue una expresión de alegría o de alivio, sin embargo, sino de indescriptible rabia y frustración—. Y s-sí tengo algo que c-contarle...
—¡Pues hazlo! ¡Es ahora o nunca!
Jackie volvió a pestañear, para no caer inconsciente.
—E-Estoy a punto de c-casarme...
El capitán hizo una pausa.
—¿Hablas en serio?
—Sí.
—No sabía que t-tenías novio.
—N-Novia —ella clarificó, con cierto temor en su voz—. Es novia, señor.
—Huh. ¿Y cómo se llama? —Francino no sonó sorprendido en lo absoluto.
—S-Se llama Maya... Maya Goett. Es paramédica... y trabaja en el Hospital Asclepius.
—Creo que la conozco —él dijo, con un tono menos desesperado y más curioso—. ¿Es la c-chica con el tatuaje de un l-león en la pierna?
—Sí... —Jackie sonrió, al recordar dicho dibujo—. E-Esa misma.
—¿Y a c-cuánto tiempo están juntas?
—Cuatro años.
—¡¿Cuatro?! ¡¿Y n-nunca la invitaste al asado mensual?!
—A-Aún no salgo del armario, capitán. Usted... es e-el primero que sabe que nosotras s-somos una pareja.
Francino se quedó callado, digiriendo la información.
—¿N-Ni siquiera tus padres lo saben?
—No —Jackie sintió un par de lágrimas deslizarse por los costados de sus ojos—. Y n-nosotras tuvimos una p-pelea ayer por eso, de h-hecho... Ella q-quiere contarles a todos sobre lo n-nuestro, pero yo... t-tengo miedo de hacerlo.
—Sabes que nosotros en la c-compañía te apoyaríamos... ¿cierto?
—Ya no creo q-que nos reste una c-compañía, capitán —Jackie comentó, desalentada.
—No d-digas eso...
—S-Solo soy realista... Creo que solo n-nosotros seguimos v-vivos...
—¡No!... —él exclamó, sin poder esconder su luto—. ¡Estoy s-seguro de que algunos de los c-chicos deben haber sobrevivido!...
—Capitán...
—¡Los encontrarán, Berkman! ¡Así como nos encontrarán a nosotros!... ¡Tienes que t-tener fe en ellos!... ¡A-Así como tienes que t-tener fe en tu relación!... ¡Y en t-tus padres!...
Ella cerró los ojos. De esta vez, por el dolor que sintió en su alma al oír dichas palabras. No por su cansancio en sí.
—Lo siento, c-cap... De verdad... lo siento. No q-quería contarle esto a-aquí. Ni que estuviéramos aquí, p-punto.
Al soltar un exhalo agónico, los escombros a su alrededor volvieron a sacudirse.
—¡¿Qué fue eso?! —el hombre preguntó, volviéndose aún más aterrado.
Un rugido terrible siguió a su duda. La vibración hizo a los destrozos a su alrededor moverse todavía más. Ambos sobrevivientes comenzaron a gritar, sabiendo que su fin podría estar cerca.
Porque algo más sucedía en la superficie. Algo grande. Tal vez otro edificio cercano se había caído. No tenían cómo saberlo, pero sí entendían que lo que sucedía era grave.
Los alaridos del capitán se volvieron más intensos cuando el trozo de cemento que había roto su pierna se dislocó de su posición original, y terminó de aplastarla. Los de la mujer se volvieron más desesperados cuando notó que él moriría primero.
Lo último que Jackie escuchó, antes de que su cabeza fuera golpeada por un pedazo de metal y su consciencia arrebatada de sus manos, fue a su estridente y horrorizada voz, rogándole a Dios por clemencia.
Jamás lograría sacar aquellos últimos minutos de pánico de su memoria. Estarían grabados ahí hasta que respirara su último aliento.
Y entonces, bajo la nube grisácea que descendía sobre ella —una mezcla repugnante de polvo, cenizas y detritos—, la vida de Jackie Berkman cambió para siempre.
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