Bajo la lluvia

Marinette podía decirle al mundo que ya no estaba interesada en Adrien Agreste, que ya no lo veía como un interés romántico, pero era muy débil si se trataba de la felicidad de su amigo.

Algo en ella, le pinchaba en el centro de su pecho al verlo triste, o desanimado. Sabía que estaba preocupado por alguien querido, se preguntó si sería Nathalie la enferma, porque de repente había salido de escena y pocas veces la veían. Incluso, si su memoria no le falla, creía haberla visto con piernas robóticas.

En fin, lo que importaba ahora, es que Adrien estaba deprimido, tanto que ese día no había tratado de hacer ningún avance con ella, y no es que ella lo esperara, claramente no, solo estaba preocupada, si eso, preocupada por un amigo, porque eso hacían los amigos, ¿no?

Y encima, la lluvia que caía sobre París no debía ser muy agradable para el pobre muchacho, el día estaba plomizo, frío, lluvioso, da como para estar abrigados con una taza de chocolate caliente.

De pronto se tentó, un suave y cremoso chocolate caliente, siempre la animaba en esos días. Y en eso se le ocurrió una idea, loca, como todas las de ella, pero podría sacar a Adrien de su estado.

—¡Adrien! —su voz lo sobresaltó haciéndolo salir de la cornisa, empapándose de la lluvia.

—¡Marinette! —protestó, volviéndose a refugiar—. ¿Por qué hiciste eso?

—La gente dice que ama la lluvia, pero se oculta de ella, ¿sabes por qué?

—No —respondió, buscando un pañuelo en su bolso para secarse.

—Porque la gente tiene miedo de enfrentarse a lo que ama —respondió.

—¿Cómo tú? —le preguntó, ella sabía que iba a dejarle la pelota en su área, pero ella se apegaría al plan.

—Quizás, porque soy muy temerosa de los cambios —contestó, sacando su mano de la cornisa para dejar que la lluvia la empapara y luego, con ella, salpicar a su amigo.

—¡Oye! —protestó Adrien, quien en modo competencia también sacó sus manos hacia la lluvia para salpicar a Marinette que apenas se cubrió con ambas manos.

Ni siquiera supo cómo, pero en un momento, todas sus preocupaciones se desvanecieron, entre las risas de Marinette y el golpeteo de la lluvia contra el pavimento. Ella lo tomó de la mano y lo hizo girar bajo la lluvia, no pudo evitar empezar a reír con ella.

Aunque estaba más que seguro que recibiría un regaño por eso.

—Estás loca —negó con su cabeza, tratando de despejar sus mechones rubios de su rostro. Marinette volvió a reírse.

—¿No es acaso lo que te gusta de mí?

—Golpe bajo —le reclamó, pero estaba seguro que las mejillas rojas de Marinette no eran solamente por el frío de la lluvia—. Deberías ir a casa, mi guardaespaldas no debería tardar en llegar.

—Claro que no —dijo, tomándolo de la mano para que la acompañara—. Vendrás a mi casa, te cambiarás de ropa, porque sé que siempre cargas una muda limpia en tu bolso y tomaras chocolate caliente conmigo.

—Nunca me hicieron bailar bajo la lluvia para invitarme a tomar algo —dijo con una sonrisa mientras la seguía, sintiendo como sus dedos eran levemente estrujados por la chica de caletas—. Gracias —le dijo, ésta se detuvo en el semáforo y lo miró—. Sé que hiciste esto por mí, porque no puedo dejar de pensar en que mi familia está maldita por algo... yo...

Marinette se acercó a él y puso su dedo sobre sus labios.

—Las penas se hablan con algo que haga que ese nudo se disuelva, y el chocolate que hace mi mamá es ideal para eso.

Iba a decir algo, pero el semáforo cambió y se dejó guiar.

Con una extraña sensación de que, de la mano, iría con ella al fin del mundo.

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