Capítulo 23

De vuelta a la mansión, decidimos relajarnos en la terraza mientras el sol comenzaba a ponerse. Me senté junto a Valeria, compartiendo una manta mientras observábamos el horizonte.

–Hoy fue un buen día. –comentó Valeria, apoyando su cabeza en mi hombro.

–¿Incluso con las acrobacias de Mateo?

–Eso lo hizo aún mejor.

–Gracias por estar aquí conmigo. No solo hoy, sino...siempre. –le dije con suavidad.

–No tienes nada que agradecerme. Yo también te necesito conmigo. –Valeria levantó la mirada para verme.

Por un momento, el mundo pareció detenerse. Me incliné hacia Valeria para rozar mis labios con los suyos, en un beso tierno y lleno de promesas. El momento continuó hasta que escuchamos a Mateo y Elena hablar a lo lejos, lo que escuchamos me causó risa provocando que rompiera el beso por reírme, algo que hizo que Valeria sonriera divertida y me diera un pequeño golpe en el hombro.

–Creo que necesitamos nuestra propia manta. ¿Qué te parece? –murmuró Mateo.

–Tú necesitas aprender a caminar sin tropezarte antes de pensar en compartir una manta.

Al cenar, todos decidimos ir a nuestras habitaciones para descansar. Me despedí de Valeria con un beso y me dormí en la cama con bastante facilidad. Por la madrugada, me desperté con hambre, sabía que había cenado poco pero pensé que aguantaría hasta el desayuno. Pero el ruido en mi barriga me indicaba lo contrario.

Al bajar a la cocina, vi una sombra moverse de un lado a otro, y antes de que pudiera decir nada, esa persona encendió la luz y vi que se trataba de Mateo.

–¿Qué haces vestido como si fueras a un safari nocturno? –le pregunté, notando su linterna y una mochila pequeña colgada en su espalda.

–Voy a explorar la isla. ¿Quieres venir?

–¿A las dos de la madrugada? ¿No puedes esperar a que salga el sol?

–¿Y perderme la emoción de explorar una isla de noche? Vamos, Ana. Será divertido.

–Está bien. –suspiré y finalmente accedí. –Pero si nos perdemos, tú explicas todo cuando volvamos.

Con Mateo liderando el camino, ambos nos adentramos en la espesura de la isla, iluminando el sendero con la linterna. Al principio, todo parecía ir bien. Las estrellas brillaban intensamente sobre nosotros, y el sonido del mar a la distancia daba una sensación de calma. Lo único era que hacía un poco de frío, y solo había cogido una fina chaqueta para ponerme sobre el pijama.

–¿No es esto increíble? –preguntó Mateo mientras avanzaba.

–Increíble sería si supieras a dónde estamos yendo. –respondí mientras esquivaba una rama baja.

Después de unos minutos, se hizo evidente que Mateo no tenía un plan claro, algo que no me sorprendió en lo absoluto. El sendero se volvió menos definido, y la vegetación parecía más densa. Mateo miró a su alrededor con nerviosismo mientras intentaba buscar alguna solución.

–¿Mateo, estás seguro de que no estamos caminando en círculos?

–Por supuesto que no. Reconozco ese árbol.

–¿y también reconoces ese arbusto que vimos hace diez minutos? –pregunté señalando un arbusto cercano.

–Bueno, tal vez estemos un poco perdidos.

–"Un poco" perdidos no arregla nada. Estamos en medio de la nada, en plena oscuridad, en pijama y tú eres el guía experto. –me crucé de brazos mientras le veía fijamente.

Mateo me pidió disculpas y comentó que lo mejor sería regresar sobre nuestros pasos para encontrar el camino de regreso a la mansión. Ambos intentamos buscar el sendero de regreso pero parecía que cada dirección nos llevaba más lejos de la casa. Mateo me intentó animar con chistes malos, algo que provocó que le lanzara miradas de desaprobación, lección aprendida, nunca ir de noche a ningún lugar con Mateo.

–¿Qué fue eso? –preguntó Mateo, tras escuchar un ruido que provenía de los arbustos.

–Probablemente un animal pequeño. O tal vez un pájaro. –respondí con calma.

–¿Y si es algo más grande?

–Eres socorrista. Has enfrentado olas enormes, ¿y le tienes miedo a un ruido en el bosque?

–El mar no tiene estos peligros. –Mateo se encogió de hombros.

Finalmente, encontramos un claro donde decidimos pasar la noche, o al menos lo que quedaba de ella. Mateo improvisó un campamento usando su mochila como almohada, mientras por mi parte me sentaba contra una roca para mirar el cielo estrellado.

–¿Por qué siempre me metes en estas cosas? –pregunté riéndome suavemente.

–Porque sabes que, al final, siempre son aventuras memorables. –respondió mi amigo sonriendo.

Sin duda alguna, aquella noche fue la más incómoda de toca mi vida, sentía que había dormido encima de rocas afiladas, todo el cuerpo me dolía y apenas había descansado bien. El canto de los pájaros nos despertó al amanecer, y me encontraba más exhausta que nunca, pero con determinación reanudamos el camino de regreso bajo la luz del sol. Finalmente, después de lo que parecía una eternidad, divisamos la mansión a lo lejos.

Al llegar a la mansión vimos a Elena y Valeria desayunando en la terraza mientras hablaban preocupadas. Su expresión cambió a una de alivio al vernos pero también parecían confundidas sobre lo que nos había pasado. En mi reflejo contra una ventana pude ver como mi pijama estaba lleno de suciedad, mi pelo estaba despeinado y mi cara mostraba agotamiento.

–¿Qué les pasó? –preguntó Valeria acercándose a mí para verme más detenidamente.

–Digamos que Mateo quiso una aventura nocturna y se convirtió en una caminata de supervivencia. –expliqué mirando a Mateo fijamente.

–¿Y se supone que debo felicitarte por no caerte en un río esta vez? - Elena le miró divertida.

–Para tu información, todo fue bajo control, más o menos. –Mateo alzó las manos en defensa.

–Bajo control sería si no hubiéramos tenido que pasar la noche bajo las estrellas porque nos perdimos. –comenté con una sonrisa irónica.

–Lo importante es que estáis de nuevo aquí. –dijo Valeria mientras me quitaba algunas hojas que tenía enredadas en mi pelo.

–Eso es verdad. Aunque creo que me lo pensaré dos veces antes de aceptar otra idea loca de Mateo.

–La próxima vez, deja las aventuras para la luz del día. –le aconsejó Elena a Mateo mientras se acercaba a él.

–De acuerdo, de acuerdo. Pero admitan que tienen algo de qué reírse.

Después de desayunar, decidimos pasar el resto del día descansando en la mansión, y con suerte tal vez podría dormir un poco. Mateo y Elena fueron con el personal de la mansión a organizar una barbacoa para la noche, en la que Elena quería cocinar, mientras tanto nosotras decidimos ir a descansar junto a la piscina.

–¿Te duele la espalda después de tu aventura? –preguntó Valeria mientras ambas nos recostábamos en unas tumbonas bajo la sombra de una pérgola.

–Un poco. –reí ligeramente. –Pero creo que fue más el orgullo lo que salió herido. No puedo creer que me dejé convencer por Mateo.

–Lo bueno es que estás aquí, y no se convirtió en una tragedia. Aunque debo admitir que fue un poco divertido verte llegar llena de hojas y con el pijama sucio.

–¿Un poco? Te vi reírte disimuladamente. –levanté una ceja mientras la veía con una sonrisa.

–Esta bien, fue muy gracioso. Pero también me preocupé al despertar y no localizarte en ninguna parte de la mansión.

–Gracias. –dejé de reírme, y entrelacé mi mano junto a la de Valeria.

Observé como Valeria parecía querer decirme algo pero algo parecía detenerla, antes de que pudiera decir algo, Elena apareció con una bandeja de bebidas frías. Ella nos miró con una sonrisa divertida e intercalando miradas entre ambas.

–Aquí tienen, princesas de la isla. Bebidas a su servicio. –dijo Elena, colocando la bandeja en una mesa cercana.

–Gracias, Elena. Justo a tiempo. –dijo Valeria, tomando un vaso.

–¿No estás cansada después de organizar esa barbacoa? Y más teniendo a Mateo contigo. –miré a Elena con curiosidad.

–Mateo es quién está haciendo la mayor parte del trabajo. –ella bufó con una sonrisa. –Yo solo superviso, que para algo soy la más eficiente de aquí. Además, no quiero volver a comer carbón.

El tiempo pasó, Mateo y Elena se encontraban preparando todo para la barbacoa, nosotras decidimos dar un paseo por la playa cercana con nuestras manos entrelazadas. El ambiente era tranquilo, con el sonido de las olas acariciando la orilla y el cielo pintado de tonos anaranjados y rosados.

–Es un lugar hermoso. –dije mientras mis pies descalzos tocaban la arena.

–Sí, lo es. –respondió Valeria mirándome con cariño.

Ambas caminábamos en silencio durante unos minutos, disfrutando de la calma. Valeria, sin embargo, parecía pensativa sobre algo y le costaba decirlo. Comencé a pensar en alguna forma de ayudarla con lo que sea que estuviera queriendo decir, pero ella fue más rápida.

–Ana, ¿puedo preguntarte algo?

–Claro, lo que quieras. –respondí, deteniéndome y girándome hacia ella.

–¿Por qué aceptaste seguir conmigo? Quiero decir, sé que al principio fue por tu madre, pero ...¿Qué te hizo seguir adelante con todo esto?

–Al principio, sí, fue por mi madre y su tratamiento. Lo vi como una oportunidad de conseguir el dinero que necesitaba. Pero después...no sé, supongo que empecé a verte de otra manera.

–¿De qué manera? –Valeria comenzó a sentirse nerviosa.

Antes de que pudiera responder, un grito proveniente de la mansión interrumpió nuestro momento. A lo lejos pude ver a Mateo mover sus brazos de un lado a otro para llamar nuestra atención.

–¡Ana! ¡Valeria! ¡La cena está lista! –escuchamos a Mateo gritar.

Ambas nos miramos algo incómodas, y comenzamos a caminar de regreso a la mansión. La barbacoa fue un éxito para nuestra sorpresa. Mateo, con su carisma natural, se encargó de animar la velada mientras Elena supervisaba que todo estuviera en orden. Nosotras nos sentamos juntas, compartiendo pequeñas sonrisas y comentarios mientras los demás hablaban.

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