Capítulo 20

Al amanecer, el yate atracó en una pequeña isla privada. Valeria, con una elegancia natural, bajó la pasarela acompañada de Elena, mientras nosotros luchábamos por llevar todas las maletas y un par de neveras llenas de provisiones. El conductor del yate intentó ayudarnos pero Mateo le denegó la ayuda, y el señor se sentó en una de las sillas de la cubierta a descansar.

–¡Oye Mateo! –dije mientras intentaba equilibrar una nevera en una mano y una mochila en la otra. –¿Por qué no dijiste que traíamos un cargamento para sobrevivir un mes?

–Porque pensé que tú eras la fuerte del grupo. –bromeó Mateo, sonriendo con diversión.

–Nosotras vamos avanzando hacia la mansión. –avisó Valeria, con una sonrisa y bajo la sombra de una palmera. –Sigan por este sendero, y luego a la izquierda. Es fácil, no hay manera de perderse.

–Que bonitas últimas palabras nos dices. –murmuré mientras veía como ambas desaparecían.

Una vez tuvimos todo listo, nos despedimos del conductor y entramos en el sendero admirando la hermosa vegetación que crecía en aquel lugar. Seguimos caminando por el sendero hasta llegar a un punto donde el camino se dividía en dos direcciones.

–¿Derecha o izquierda? ¿Qué fue lo que dijo? –pregunté mientras ajustaba la mochila en mi espalda.

–Derecha, es obvio. Siempre elijo la derecha. –Mateo señaló el camino sin dudar.

–¿Esa es tu lógica infalible?

–Confía en mí, Ana. ¿Cuándo te he fallado?

Solté un suspiro y le seguí por aquel camino. Seguimos caminando hasta que, tras media hora andando, supimos que habíamos elegido mal el camino. El sendero había desaparecido por completo y ahora nos encontrábamos rodeados de una espesa vegetación.

–¿Qué fue eso de "confía en mí"? –pregunté, apartando una rama que había azotado mi cara. –Ya ni siquiera tenemos un camino que seguir.

–Tal vez estamos tomando un atajo. –Mateo, con una hoja en su cabello, se encogió de hombros.

–Sí, un atajo directo al programa de "supervivencia al límite". –repliqué mientras miraba mi móvil, viendo que no tenía señal. –Genial.

Nos quedamos en silencio para pensar qué hacíamos cuando escuchamos un sonido extraño que hizo que nos detuviéramos. Algo crujió entre los arbustos, ambos nos miramos preocupados y dimos un paso hacia atrás por inercia.

–¿Qué crees que sea?

–Probablemente un lagarto gigante o...no sé, ¿un tigre?

–¿Un tigre? En una isla privada, claro. –le miré incrédula ante lo que había propuesto.

De repente, un cangrejo del tamaño de una mano salió corriendo de los arbustos, lo que provocó un grito ahogado de Mateo y que no pudiera evitar reírme de la situación tan absurda que estábamos viviendo.

–Un cangrejo. – me burlé entre risas. –¡El temible depredador!

–Podría haber sido algo peor. –Mateo cruzó los brazos, rojo de la vergüenza.

Continuamos avanzando por el camino hasta que finalmente llegamos a un claro donde se veía la mansión a lo lejos. Pero había un problema: entre nosotros y la mansión había un pequeño lago. Podríamos bordearlo pero seguramente tardaríamos algunas horas más, y comenzaba a notar el peso de las mochilas y la nevera que llevaba.

–Genial. –murmuré con sarcasmo. –Ahora somos exploradores y nadadores.

–Fácil. –Mateo señaló un par de troncos que estaban flotando cerca de la orilla. –Construimos una barca.

–¿De verdad? ¿Una barca? ¿Cuánto tiempo crees que tenemos?

–¿Alguna idea mejor? Es hacer la barca para cruzar recto o bordear el lago, el cuál tardaríamos al menos una hora más.

Mateo dejó las cosas en el suelo y se metió en el agua para juntar los troncos. Suspiré viendo la idea que había tenido mi amigo y decidí ayudarlo. Dejé las cosas en el suelo y juntos empezamos a atar los troncos con algunas ramas que ataron unas con otras, finalmente, después de varios intentos desastrosos, conseguimos crear algo parecido a una barca.

Sin embargo, a mitad de camino, uno de los troncos se soltó y ambos caímos al agua con un sonoro chapuzón, junto con las mochilas y neveras, las cuáles con dificultad conseguimos coger a tiempo. Después de varios minutos remando con el tronco que se había soltado, conseguimos llegar a la costa. Y empapados y cubiertos de hojas, llegamos a la mansión, dónde Valeria y Elena nos estaban esperando sentadas en unas sillas, ambas al vernos se sorprendieron con algo de diversión.

–¿Qué les pasó? Les llevamos esperando más de una hora. –preguntó Valeria, conteniendo la risa.

–Tomamos el "atajo" de Mateo. –respondí, tratando de exprimir el agua de mi camisa. . –Muy eficiente.

–¿Y eso qué es? –preguntó Elena, señalando a la barca que Mateo había hecho, y había decidido traer consigo.

–Nuestro método de transporte avanzado. –contestó Mateo con una sonrisa orgullosa y cansada. –La voy a patentar.

Valeria entró a la mansión mientras nosotros nos quedábamos fuera hablando con Elena, quién comenzó a preguntarle a Mateo cómo se le había ocurrido y cómo habíamos llegado de esta forma a la mansión. Tras varios minutos, Valeria salió de la mansión con dos toallas, una se la entregó a Mateo y luego se acercó a mí para envolverme en la toalla, mientras me veía con una sonrisa divertida.

–No quiero que te resfríes. –Valeria comenzó a frotar la toalla por mi cabeza para secar mi pelo. –Eres increíblemente torpe...pero no puedo dejar de preocuparme por ti. Eres mi torpe.

Me sorprendí por sus palabras, pero antes de que pudiera responder, Valeria se unió a la conversación de Mateo y Elena, dejándome con una sonrisa tonta en el rostro. El resto de la mañana transcurrió sin ningún problema, Valeria me mostró mi habitación y decidí darme una ducha para quitarme el olor a lago y la tierra que se me había pegado al cuerpo, también me cambié de ropa, y una vez terminé me sentí como nueva.

La casa era un paraíso tropical, con terrazas amplias que ofrecían vistas al océano, una piscina infinita y hamacas colgando entre las palmeras. Estábamos en la zona de la piscina; Valeria y Elena se encontraban sentadas en una toalla en el suelo, Mateo estaba intentando encender la barbacoa y yo me tumbé en una hamaca que había cerca de ellos mientras me relajaba.

–Esto será mi redención. –dijo Mateo, todavía en su papel de héroe explorador, intentando avivar las brasas para la barbacoa. –Les prepararé el mejor asado que hayan probado.

–Claro, porque asar salchichas es igual de complicado que cruzar un lago. –bromeó Elena mientras lo observaba, con una expresión claramente escéptica.

Les observé con una sonrisa y cerré los ojos para relajarme escuchando su pequeña discusión y el sonido de las chicharras junto a la brisa fresca proveniente del océano. Estaba al punto de dormirme cuando sentí a alguien acercarse a mí, abrí los ojos para ver a Valeria a mi lado con dos vasos de limonada en sus manos.

–Para ti. –dijo Valeria, extendiéndome uno. Me incorporé y lo cogí con una sonrisa.

–Gracias, pero...¿Y para ti?

–Es es el mío. No soy tan altruista.

Con una sonrisa maliciosa y en un rápido movimiento hice que Valeria se sentara entre mis piernas, ella soltó un grito de sorpresa antes de acomodarse y apoyarse contra mí. Pude ver como Valeria se sonrojó por la posición en la que estábamos y no pude evitar reír. Ambas comenzamos a disfrutar de la presencia de la otra mientras disfrutaba de la limonada.

Ambas estábamos disfrutando del momento cuando el móvil de Valeria sonó, y su expresión relajada cambió por una de molestia. Al parecer unos documentos importantes para la construcción del nuevo hotel no habían llegado a tiempo y los ejecutivos estaban enfadados por ello. Patricia le escribió a Valeria para que lo solucionara pero ella se negó, alegando que estaba de vacaciones y que no atendería nada de la empresa, después de todo su madre se podía hacer cargo.

–Lo siento, no quería romper el momento con esto. –se disculpó Valeria. –No quería arruinar la tarde con esto.

–Para eso tienes a Ana, ¿no? –Elena se burló con una sonrisa divertida, y no dudé en sacarle la lengua. –Te ayuda a olvidar el caos por un rato.

Cuando el sol comenzó a ponerse, decidí dar un paseo por la playa cercana a la mansión. Al acercarme me quité los zapatos para sentir la arena y al acercarme a la orilla, poder sentir las olas acariciar mis pies. Minutos después escuché unos pasos detrás de mí, y sonreí al saber de quién se trataba, con el tiempo había comenzado a saber como caminaban cada uno de nosotros.

–¿Huyendo de nosotros? –preguntó Valeria al acercarse a mí.

–No, solo necesitaba un poco de aire fresco. –sonreí mientras le veía brevemente, antes de dirigir mi mirada al atardecer sobre el mar.

–Anoche, al cuando te lanzaste al mar para recuperar mi brazalete...¿por qué lo hiciste?

–¿Qué clase de pregunta es esa? –dije sorprendida por su pregunta. –Porque era importante para ti.

–Pero podrías haberte lastimado o herirte. Te podría haber pasado algo.

–Valeria. –dije suavemente, y la miré a los ojos con una suave sonrisa. –Haría cualquier cosa por ti.

Aquella confesión hizo que Valeria se sonrojara ligeramente, desvió su mirada al horizonte tratando de disimular, aunque ya la había visto sonrojarse y se me hizo algo muy tierno y adorable. Después de un breve silencio, Valeria me abrazó rodeando mi cintura con sus brazos y escondiendo su rostro en mi cuello. Sonreí, mientras le devolvía el abrazo y disfrutaba de la sensación de tenerla cerca.

–Eres demasiado impulsiva. –murmuró contra mi cuello.

–Y tú te preocupas demasiado. –repliqué con una sonrisa. –Supongo que nos equilibramos.

Valeria soltó una risa y, por un momento, el mundo pareció detenerse. Ambas nos quedamos en aquel lugar disfrutando de la compañía de la otra y del momento que se había formado a nuestro alrededor. Estos momentos los atesoraría siempre, y no dejaría que nadie nos separase.

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