Capítulo 18
El yate se deslizó suavemente por el agua mientras disfrutábamos del paisaje. Valeria y yo nos sentamos en un banco, compartiendo un momento tranquilo mientras el viento jugaba con nuestros cabellos. Mateo, por su parte, estaba en la proa, asombrado por la inmensidad del océano, mientras Elena se mantenía cerca, observándolo con una mezcla de cariño y diversión. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que empezara a encontrarme mal.
–¿Estás bien? –preguntó Valeria, al notar que estaba más callada de lo habitual.
–Creo que...el movimiento del barco no me está sentando bien. –respondí mientras me sujetaba el estómago.
–¿¡En serio!? ¿Una socorrista que se marea en un barco!? –exclamó Mateo desde su lugar, y no pudo evitar soltar una carcajada. –Esto es oro puro.
–Ríete mientras puedas, Mateo. En algún momento necesitarás un socorrista y no seré yo.
Valeria me miró preocupada mientras intentaba evitar vomitar por la borda. Elena, después de rebuscar en su bolso, se acercó a nosotras con una botella de agua y una pastilla en su mano, entregándomelas.
–Tranquila, Ana. Es más común de lo que parece. –dijo Elena dándome la botella de agua junto a la pastilla. –Yo tengo pastillas para el mareo en mi bolso. Tómatela, y si necesitas más, tengo en mi bolso.
–Eso explica por qué siempre te vi tan tranquila cuando usamos el jet privado. –comentó Valeria con una sonrisa burlona.
–¿¡Tenéis un jet!? –exclamó Mateo sorprendido.
–Siempre hay que estar preparada.
Después de tomar un descanso y de que la pastilla hiciera efecto, comencé a sentirme mejor. Aunque Mateo seguía riéndose a escondidas, decidí que no dejaría que se saliera con la suya. Por lo que comencé a idear un plan para avergonzarlo frente a las chicas.
–Oye Mateo. –le llamé, mientras me levantaba de la silla y me acercaba a él, con energía renovada. –¿Por qué no nos demuestras tus habilidades de socorrista aquí en el yate? Apuesto a que no puedes hacer una maniobra de rescate sin caerte al agua.
–¡Soy un profesional! No te metas con mi trabajo. –Mateo alzó las manos, fingiendo estar ofendido.
–Pues demuéstralo. –le reté, cruzándome de brazos y sonriendo con arrogancia.
Valeria y Elena observaban la escena con interés. Valeria en especial, ella comenzó a sonreír al verme de nuevo tan enérgica como siempre. Mateo suspiró dramáticamente para darle un toque teatral, y se dirigió hacia el borde del yate.
–Está bien, pero si algo sale mal, voy a culpar al yate.
Una vez llegó al borde y, en un intento de impresionar a Elena, trató de hacer un salto ágil hacia el agua. Sin embargo, calculó mal y terminó resbalando, cayendo al agua de la manera menos elegante posible. Algo que provocó que soltara una carcajada mientras me acercaba junto a Valeria y Elena, quiénes sonreían.
–Es un socorrista profesional, ¿verdad? –Elena se llevó una mano a la cara, aunque no pudo ocultar su sonrisa.
–Definitivamente lo es, pero parece que necesita más práctica en barcos. –Valeria estalló en carcajadas, al igual que yo.
–Bien bien, me lo merecía. –Mateo salió del agua empapado, con una expresión de derrota. –Pero al menos ahora sabes que no soy perfecto, Ana.
–Eso ya lo sabíamos. –respondí, riendo mientras Valeria me daba un suave golpe en el brazo.
Más tarde, mientras el sol comenzaba a ponerse, nos reunimos en la cubierta para disfrutar del paisaje. Estaba junto a Valeria compartiendo una manta mientras mirábamos el mar, teñido de naranja y púrpura por el atardecer.
–Gracias por eso, Val. –dije en voz baja, intentando no romper el cómodo momento. –Aunque haya sido un poco accidentado, ha sido un día increíble.
–Me alegra que lo pienses. –Valeria sonrió, tomando mi mano y entrelazándola con la suya. –Solo quería que tuvieras un día para relajarte...aunque parece que Mateo se encargó de hacerlo memorable.
Ambas reímos suavemente, disfrutando el momento de paz. Mientras tanto, Mateo y Elena hablaban cerca de la proa, con una complicidad cada vez más evidente. El día había acabado con una mezcla de risas, torpezas y momentos de conexión entre todos. Incluso en medio del caos, podríamos encontrar momentos de paz e inolvidables.
La noche había caído sobre el yate, y nos encontrábamos cenando en la cubierta iluminada por pequeñas luces colgantes que daban un ambiente cálido y acogedor. El sonido del agua acariciaba el casco del barco acompañando las risas y conversaciones que teníamos, mientras las estrellas brillaban en el cielo despejado.
Estaba hablando animadamente con Mateo y Elena, quiénes parecían más cercanos con cada palabra que se dirigían. Mientras hablaba con ellos, vi a Valeria mirarme con una sonrisa mientras jugueteaba con un delicado brazalete de oro en su muñeca, un objeto claramente valioso y especial para ella.
Valeria hablaba animadamente con Elena cuando movió con demasiada energía el brazo mientras gesticulaba, y el brazalete se soltó de su muñeca, volando por el aire y cayendo directamente al agua con un suave chapoteo.
–¡No! –exclamó Valeria, levantándose de inmediato.
El grupo quedó en silencio sin saber qué hacer, hasta que decidí saltar por la borda para intentar atraparlo antes de que se hundiera en el mar. Mientras buceaba podía escuchar un grito de Valeria, seguida por una risa de Mateo.
–Al menos no se ha mareado esta vez. –bromeó.
–¡No es gracioso, Mateo! –le gritó Valeria asustada.
Comencé a bucear hacia las profundidades guiándome por la luz de la luna que iluminaba el mar, el tenue reflejo del brazalete me indicó dónde se encontraba, y por suerte se había quedado enganchado en un arrecife no muy profundo. A pesar de la dificultad, logré alcanzarlo y me impulsé para volver a la superficie.
–¡Lo tengo! –exclamé al salir del agua, alzando el brazalete con la mano.
–¡Gracias a Dios! –gritó Valeria, suspirando aliviada.
Nadé hasta la parte trasera del barco para subir cuando una ola me empujó contra el lado del barco, golpeándome la cabeza contra el flotador que colgaba como protección. No pude evitar soltar un pequeño quejido por el golpe, y llevé una de mis manos a la frente para aliviar el dolor, antes de subir de nuevo.
–¡Ana, eres una heroína torpe! –bromeó Mateo antes se reírse. –Deberíamos escribir una canción sobre esto.
–¿Estás bien? –me preguntó Valeria, ignorando a nuestro amigo. Ella me entregó una toalla para poder secarme, y a cambio le entregué su brazalete.
–Sí, solo fue un pequeño golpe. –respondí con una sonrisa. –Me alegra haberlo encontrado. Por suerte no cayó al fondo del todo, se quedó enganchado en un arrecife cerca de la superficie.
Valeria observó su brazalete, pero en lugar de decir algo, ella me abrazó con fuerza mientras el lugar se quedaba en silencio. Estaba algo aturdida del golpe pero aún así rodeé con mis brazos la cintura de Valeria para acercarla a mí, y disfrutar de su abrazo.
–No tenías que hacerlo, ¿sabes? –murmuró contra mi cuello. Su respiración me causaba cosquillas pero evité reírme en ese momento, no quería romper el ambiente. –Pero, gracias. De verdad.
–Por ti, haría cualquier cosa, hasta enfrentarme a un flotador asesino. –bromeé.
Me marché a mi camarote para cambiarme de ropa, una vez me vestí con un chándal bastante cómodo que tenía, regresé a la mesa con el resto. Mateo aprovechó el momento para burlarse de mí un poco más.
–Ana, ¿seguro que no quieres un casco para el resto de la noche?
–¡Mateo! –exclamó Valeria, lanzándole una servilleta con precisión, lo que provocó una nueva ronda de risas.
–Bueno, al menos esta vez Ana fue la que terminó mojada, y no tú, Mateo.
La broma provocó que volviéramos a reírnos de los acontecimientos que habían ocurrido hoy. Mientras terminábamos la cena, Valeria no dejó de observarme con una mezcla de gratitud y algo más profundo, algo que cada vez sentía yo también. Elena, por su parte, notaba la tensión entre ambas y no pudo evitar sonreír con picardía.
–Bueno, chicos, creo que este paseo en yate será inolvidable. –dijo Elena, levantando su copa en un brindis. –A la heroína torpe, los brazaletes voladores y los flotadores asesinos.
Todos levantamos nuestras copas entre risas, cerrando la noche con un momento de unión y alegría.
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