Capítulo 12
La cita transcurrió sin ningún problema. Había planificado todo con ayuda de Elena, desde la ubicación hasta los pequeños detalles que hacían del lugar algo mágico. Estuvimos conversando sobre temas en común, nuevas series que iban a sacar o cuál era nuestra banda de música favorita.
–No necesitas hacer nada para impresionarme, ¿sabes? Todo lo que quiero eres tú.
–Entonces parece ser que estás atrapada conmigo. –respondí con una sonrisa burlona.
El acantilado dónde nos encontrábamos era perfecto, estaba lejos del bullicio de la ciudad. Las estrellas y la luna iluminaban el lugar, el sonido de las olas rompiendo contra las rocas aportaba un fondo musical relajante, casi hipnótico. La cesta, ahora vacía, había estado repleta de todos los platos favoritos de Valeria: uva frescas, queso brie, baguettes crujientes y un pequeño pastel de chocolate que había comprado en una pastelería local después de pensarlo mucho. Además, también contaba con la botella de vino que Elena había elegido, y que nos bebimos bajo la luz de la luna.
–Esto es increíble. –Valeria parecía que se había quedado en bucle al repetir de nuevo aquella palabra, algo que me hizo sonreír con felicidad.
–Bueno, no soy millonaria como tú, pero...sí, lo hice.
–Es más de lo que podría haber soñado.
Después de cenar guardé todo en la cesta y nos sentamos más cerca la una de la otra disfrutando de la brisa y del ambiente íntimo que se había formado. A medida que avanzaba la noche, ambas nos dejamos llevar por la conversación y comenzamos a contar cosas íntimas de nosotras; anécdotas de la infancia, sueños para el futuro y momentos divertidos que habíamos compartido recientemente.
–¿Sabes? Nunca había hecho algo como esto. –confesó Valeria, tomando un sorbo de vino.
–¿En serio? –pregunté incrédula.
–Te sorprendería lo estructurada que ha sido mi vida. Todo estaba planeado por mis padres o mi posición...hasta que llegaste tú. –dijo Valeria mientras me veía.
–Bueno, no soy del tipo que sigue mucho las reglas. Eso explicaría mi caótica vida, supongo.
–Es parte de lo que me gusta de ti. Me haces sentir que todo es menos complicado...menos calculado y que puedo ser libre para hacer lo que quiera.
Sonreí al escuchar su confesión y no dudé en darle un beso en la mejilla, sentí que mi cara se calentaba, aún no estaba acostumbrada a mostrar afecto pero con ella sentía que podía hacerlo sin preocuparme de nada. Valeria sonrió y me devolvió el beso en la nariz, un gesto tan íntimo que me dejó sin palabras y solo pude balbucear incoherencias, haciendo que ella riera divertida por mi reacción. Mientras hablábamos, una estrella fugaz cruzó el cielo oscuro. Valeria levantó la mirada rápidamente para verla.
–¡Mira, una estrella fugaz! –exclamó emocionada.
–Pide un deseo. –dije divertida. En esta época del año era normal empezar a ver estrellas fugaces, algo que para mí era normal pero para ella parecía ser algo nuevo.
–¿Y si ya lo tengo? –preguntó bajando su mirada hacia mí. Su pregunta me dejó con la mente en blanco y sin saber qué responder.
–Espero estar a la altura, entonces. –finalmente pude encontrar las palabras para responder.
–Ya lo estás. –Valeria sonrió mientras me abrazaba con cariño.
El ambiente era perfecto y podía notar que ambas teníamos las emociones a flor de piel, por lo que el momento llegó de forma natural. Valeria se inclinó hacia mí, con nuestras manos entrelazadas sobre la manta, y me besó con delicadeza. Fue un beso lleno de ternura, como si ambas quisiéramos capturar la esencia de la noche en un instante. Cuando nos separamos no pude evitar soltar una risa nerviosa.
–Tengo que decir que esto salió mejor de lo que esperaba.
–Te daría un diez, pero creo que prefiero seguir evaluándote de ahora en adelante. –respondió Valeria con una sonrisa traviesa.
Pasamos el resto de la noche disfrutando de la compañía mutua, rodeadas de la serenidad del océano y la magia de un cielo estrellado que parecía bendecir nuestra conexión. En ese momento, supe que no necesitaba ofrecerle grandes cosas a Valeria, ambas teníamos lo que queríamos de la otra. Aquella noche, sentí que el amor era algo mucho más simple y poderoso de lo que jamás había pensado.
(...)
Al día siguiente me encontraba sentada en la silla de la torre de vigilancia mientras me ajustaba la visera de la gorra. Veía el horizonte que había más allá del mar, el sonido del océano me tranquilizaba a pesar de la multitud que llenaba la playa aquel soleado fin de semana. Después de días de emociones intensas, regresar a mi rutina era un bálsamo necesario para mí, aunque el peso de las miradas que Valeria me lanzaba aún estaban presentes en mi mente.
–¿Lista para un día lleno de acción? –preguntó Mateo, golpeando mi hombro amistosamente mientras subía a la torre con su propio equipo. Ambos llevábamos nuestros uniformes de socorristas.
–Siempre. –respondí con una sonrisa confiada.
A lo lejos pude ver a Valeria y Elena pasear por la orilla, ambas con gafas de sol y ropa veraniega que parecía salida de una revista de moda. La presencia de ambas mujeres llamó la atención de más de uno, pero ellas solo parecían tener ojos para nosotros. Estaba segura de que a Elena le gustaba Mateo pese a sus anteriores coqueteos hacia mí. Ambas se sentaron cerca de dónde nos encontrábamos, por lo que pude oír parte de su discusión.
–No creo que Ana se distraiga tan fácilmente, aunque quizás tú seas la excepción.
–No estoy aquí para distraerla, solo quería verla en su entorno...trabajando. –dijo Valeria cruzándose de brazos.
–Claro, claro. No tienes ningún interés en admirar cómo luce con ese uniforme ajustado.
–¡Elena!
No pude evitar soltar una carcajada divertida al mismo tiempo que Mateo imitaba a alguien besándose con otra persona. Le di un golpe amistoso haciendo que sonriera, antes de volver a recorrer con la mirada toda la playa en busca de alguien que necesitara ayuda. La calma de la tarde se rompió con un grito que llegó desde el agua. Una mujer agitaba los brazos desesperadamente, luchando contra la corriente que la arrastraba mar adentro. Reaccioné rápidamente, agarré el flotador y de un salto bajé de la torre, antes de correr hacia el agua.
–¡Voy yo! –le grité a Mateo, quién ya se estaba preparando para unirse.
Nadé con fuerza, cortando las olas con movimientos precisos. Cuando llegué a la mujer, la sujeté con firmeza y la calmé con palabras tranquilizadoras antes de entregarle el flotador y empecé a remolcarla hacia la orilla. Cuando llegué, la multitud que se reunió comenzó a aplaudir, salí del agua con la ropa empapada y una sonrisa cansada. Dejé a la mujer con los paramédicos que habían llegado tras la llamada de emergencia que Mateo realizó.
–¿Siempre haces que salvar vidas parezca tan sencillo? –preguntó Valeria mirándome con admiración.
–Es parte del trabajo. –respondí aún intentando recuperar el aliento. Mateo me lanzo una toalla para que pudiera secarme un poco, aunque con el sol que había seguramente en cuestión de minutos estaría seca completamente.
–No, es algo más que eso. Es impresionante. –Valeria me sonrió y le devolví la sonrisa con cariño.
Después de asegurarme de que la mujer se encontrara bien, decidí permitirme tomar un descanso bajo la sombra de la torre. Valeria me acompañó, mientras Elena y Mateo se quedaban más alejados, charlando sobre anécdotas del trabajo como socorristas.
–No sabía que eras tan rápida en el agua. –comentó Valeria, entregándome una botella de agua que había traído en su bolso.
–Supongo que nunca he tenido la oportunidad de presumirlo contigo tan cerca. –bromeé mientras daba un trago a la botella.
–Estaba preocupada por ti, ¿sabes? –admitió con un tono más suave.
–Estoy bien. Esto es lo que hago. Aunque agradezco que estuvieras aquí. Hace que todo se sienta un poco más especial.
–Tú haces que las cosas simples se vuelvan extraordinarias, Ana.
Valeria se inclinó hacia mí para apoyar su cabeza contra mi hombro. Sonreí mientras pasaba mi brazo alrededor de su cintura y juntarla más a mí mientras disfrutábamos de aquel momento. Cuando el sol comenzó a descender, tiñendo el cielo de tonos cálidos, Mateo y yo nos despedimos de algunas personas que conocíamos de hace tiempo. Caminamos junto a Elena y Valeria hacia el coche, dejando atrás el bullicio de la playa.
–Gracias por venir hoy. –dije con sinceridad, mientras veía como Elena cargaba las bolsas en el maletero del coche.
–Gracias por mostrarme un aparte de ti que no conocía. Me haces querer ser mejor, Ana. –respondió Valeria, entrelazando sus dedos con los míos.
–Cursis. –susurró Mateo provocando que Elena le diera un codazo al cortar el momento que teníamos.
Elena y Valeria se despidieron antes de marcharse con el coche. Y así, bajo la luz dorada del atardecer, sentí que mi vínculo con ella era cada vez más fuerte y que podría hacer cualquier cosa si estábamos juntas. Solo necesité eso para hacer una promesa, enfrentar juntas lo que viniera.
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