Capítulo 1
El sol comenzaba a hundirse en el horizonte, pintando el cielo con pinceladas de oro y carmesí. Sentía la arena caliente bajos mis pies mientras terminaba mi turno en la torre de salvavidas sin ningún percance durante el día. Miraba el atardecer mientras me apoyaba en la barandilla de madera que había en la torre, había algo hipnótico en ese momento del día, cuando el mundo parecía detenerse entre el bullicio del verano y la quietud de la noche. Sin lugar a dudas, el atardecer era mi momento favorito del día.
Noté el silbato colgando en mi cuello mientras bajaba de la torre con agilidad y con una pequeña mochila colgando de mi hombro. La playa estaba casi vacía, salvo por unas pocas personas dispersas por la playa; algunos recogiendo para marcharse, otros disfrutando del atardecer con su pareja y otros paseando por la orilla.
Caminé por la costa hasta llegar a una zona algo rocosa donde las olas rompían con facilidad y dónde más atención debíamos prestar. Las rocas estaban llenas de algas, lo que podía provocar que las personas se pudieran resbalar y caer al agua, era una zona que siempre debíamos señalizar con un cartel, el cuál el viento se llevó.
–Debo decirle a Mateo que debemos poner un cartel metálico. –murmuré para mi misma.
Seguí con la mirada el camino de rocas el cuál parecía una pasarela que conectaba con el atardecer. Mi sonrisa se borró cuando al final del camino vi a una chica de cabello rubio y vestido blanco de pie al final del camino, dónde las olas rompían. Fruncí el ceño, a estas horas la marea siempre subía y habían riesgos de que la corriente te pudiera arrastrar mar adentro.
¿Qué hacía allí?
Dejé mi mochila apoyada contra unas rocas y con cuidado de no caerme comencé a caminar hacia la chica. Con cada paso el latido de mi corazón iba más rápido, no por el esfuerzo, sino por una sensación indescriptible de que algo iba a ocurrir.
–¡Oye! No deberías estar ahí, es peligroso. –le grité, mi voz pareció cortar el ruido del océano y la chica se giró para verme sorprendida.
Pude observar como sus ojos marrones parecían reflejar la luz del atardecer. Me quedé hipnotizada y antes de que pudiera seguir hablando, una ola rompió y la chica se resbaló cayendo al mar y siendo arrastrada hacia el interior.
Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente y antes de que pudiera pensar racionalmente ya me encontraba nadando hacia la chica. La adrenalina que sentía era indescriptible mientras mis brazos se abrían paso entre las olas. Cuando alcancé a la mujer, ella estaba intentando mantenerse a flote con movimientos torpes y desesperados. La sujeté con fuerza contra mí y le miré intentando calmarla.
–Tranquila, te tengo. –le dije con seguridad, sujetándola por debajo de los hombros con firmeza mientras nadaba hacia la orilla.
Una vez llegamos a la orilla la solté y me senté agotada mientras intentaba recuperar el aire. La chica tosió algo de agua que había tragado y me miró con alivio. La miré detenidamente observando su piel perfectamente bronceada, su cabello estaba mojado y enredado pero aún así lucía perfecto, y su vestido, aunque estaba empapado, parecía caro y sus joyas brillaban con discreción en sus muñecas. Estaba segura de que no era una turista cualquiera.
–Gracias. –murmuró la chica con su voz temblando.
–De nada.
La observé por un momento. Era hermosa, pero no de esa belleza que intimidaba, sino de una que parecía cuidadosamente cultivada. Había algo en su expresión que no sabía descrifrar, no era miedo por lo que acababa de ocurrir, era algo más profundo.
–Aunque deberías ser más cuidadosa. Este lugar no perdona las distracciones. –le dije intentando ser casual, pero mi voz sonó con algo de reproche.
–Lo tendré en cuenta. –respondió la chica, su tono fue seco pero con un leve temblor. Se levantó de la arena y se sacudió el vestido.
La observé detenidamente antes de seguir su ejemplo y sacudir la arena pegada a mi ropa de socorrista. La noche comenzó a hacerse presente y el viento que provenía del mar era frío, pero el olor a mar me relajaba y no pude evitar quedarme hipnotizada por la belleza del paisaje que tenía frente a mí.
–Soy Valeria...Valeria Duarte.
Incluso para alguien como yo que no leía revistas ni seguía las noticias sobre los famosos, el apellido Duarte era imposible de ignorar. Era una de las familias más ricas e influyentes del país. Y acababa de salvar a su hija, a la chica que iba a heredar toda aquella fortuna. Pero poco me iba a importar, por mucha riqueza que tengas siempre seguirías siendo un humano normal y corriente con los mismos problemas que todos los demás.
–Ana Valdés. –extendí mi mano y Valeria dudó en estrechar mi mano, pero finalmente lo hizo.
–Gracias por tu ayuda, Ana.
–¿Necesitas que te lleve a algún lado?
–No es necesario, gracias. –su tono fue cortante pero aún había vulnerabilidad en sus ojos.
Antes de que pudiera insistir, Valeria comenzó a alejarse de allí, su figura delgada comenzó a mezclarse con la noche hasta que dejé de verla. Algo en aquel encuentro me dejó intranquila, había visto muchas películas sobre cosas que podrían ocurrir y rezaba porque no me pasara nada de lo que estaba pensando.
Regresé a la cabaña para coger las llaves de mi coche y cerrar el lugar, mientras caminaba hacia el parking me encontré con Mateo, mi compañero de trabajo y mi mejor amigo. Él me sonrió al verme y caminamos juntos hasta mi coche para irnos a la casa que ambos compartíamos.
–Has tardado, ¿todo bien? –me preguntó con curiosidad.
–Me encontré con alguien que no sabía a dónde estaba yendo. Tuve que rescatarla.
–Ya veo. Así que por eso estás con la ropa húmeda. En llegar dúchate, no quiero que me manches mi sofá.
–Gracias por querer más a un sofá que a tu mejor amiga. –le di un suave golpe en el hombro, antes de empezar a conducir a casa.
Al salir de la ducha me vestí con mi pijama más cómodo y me dejé caer en el sofá, con pereza me estiré hasta la pequeña mesa de madera que teníamos en el centro del salón para coger el mando de la televisión y encenderla, lista para ver cualquier cosa interesante que echaran en la televisión. El trabajo de socorrista no era mi favorito pero podía sacarme un dinero extra durante el verano y así poder pagar el tratamiento.
Mateo preparó la cena y me entregó una bandeja antes de sentarse en el otro sofá. Miré cansada la bandeja, esta noche había preparado pescado a la plancha con una pequeña ración de verduras. Me acomodé en el sofá y comencé a cenar mientras veíamos la televisión. A mitad de la cena las noticias empezaron; como siempre, salían noticias sobre incendios forestales, violencia de género o alguna otra desgracia.
Mateo iba a comentar algo justo cuando interrumpieron la programación para hacer un directo especial. Ambos nos miramos curiosos y prestamos atención a lo que el presentador iba a decir. La televisión mostró como me tiré al agua para salvar a Valeria, el presentador comenzó a explicar lo ocurrido en el vídeo y de cómo había salvado a la hija de la familia más importante del país, algo que me dejó helada.
–¿¡Salvaste a Valeria Duarte!? –exclamó mi amigo anonadado por la noticia.
–Sí. Sabía que era importante pero no cuánto. ¿Y quién nos grabó? Ya podía habernos ayudado.
"Valeria Duarte fue salvada por su novia de morir ahogada"
–¿Cómo? Si la conozco de diez minutos, ¡que no inventen!
–Yo ya me había ilusionado. Tal vez podríamos vivir en una mansión a gastos pagados.
–Tú sueñas...Esto no puede ir a peor...
Decidí apagar la televisión para no tener que escuchar aquellas teorías que los periodistas estaban dando. Si hubiera sabido que salvar a Valeria iba a ser este dolor de cabeza no lo hubiera hecho, pero mi deber como socorrista me impedía hacerlo. Una vez entré en mi habitación me tumbé en la cama, lista para conciliar el sueño e ignorar el impacto que iba a suponer en el pequeño pueblo de Chesnaut, dónde las noticias volaban entre los curiosos vecinos.
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