Prólogo
Un fuerte estruendo resonó por el almacén abandonado; no había escapatoria, estábamos acorralados. El frío erizaba mi piel, y el polvo, suspendido en el aire como una niebla espesa, me picaba en la nariz. Los disparos se escuchaban cada vez más cercanos, y esconderse detrás de un coche volcado no sería una buena opción en cuestión de minutos. Mi corazón latía con furia, la ansiedad me apretaba la garganta, y por más que trataba de controlar mi respiración, seguía siendo un simple novato. Tener una puntería impecable no serviría contra más de veinte hombres armados.
Vamos, Felix, ¿desde cuándo eres un cobarde?
A mi lado, Changbin se mantenía con una serenidad perturbante. Podríamos terminar el día en una tumba, pero él recargaba su pistola con la calma de un monje. Era exasperante. Gritar solo delataría nuestra posición, así que mordí la lengua para no dejar escapar mi frustración.
En momentos así, sólo me quedaba replantear mi existencia.
—¿Confías en mí?
—Ni un poco.
Sonrió con esa prepotencia que lo caracterizaba, un gesto que solo sirvió para aumentar mi ansiedad. ¿Es que este tipo no le teme a la muerte?
—Perfecto.
Traté de entender la lógica de este hombre, pero es casi imposible. Todos los hombres de Minho necesitan un psiquiátrico, empezando por él.
—Vamos a morir.
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