⛸BAJO CERO⛸

Su corazón latía escandaloso y deprisa, muy deprisa.

Le sudaban las manos y se las secó contra las lentejuelas rasposas de su maillot. Se le escapó un mechón de pelo. ¿Qué importaba? Para cuando terminara la competencia alguien le acomodaría el peinado, tardaron horas en hacérselo en la peluquería.

Eran las siete y treinta de la noche, aún faltaban treinta minutos para que los presentaran, pero afuera había un mar de gente.

Gio la miró, el muy condenado la apresó contra uno de los casilleros del vestuario y no le dio un respiro, sino que la volvió a besar. Le ajustó la mano en la cintura e hizo que lo abrazara. Ella deseaba eso desde que lo vio llegar. En los entrenamientos él nunca adoptaba una pose tan primitiva, el esfuerzo y el cansancio les ponía las cosas muy difíciles.

―Los cordones de mis botas... siguen desatados ―logró decir ella.

Gio asintió, dio un paso atrás y se acuclilló con una mueca perversa. La muchacha le sujetó los hombros justo cuando él besó la zona dentro de sus muslos, el escaso pudor la hizo soltar un jadeo y él lo recibió con una sonrisa.

―Estoy deseando tenerte en mi cama. Los entrenamientos se me han hecho eternos.

Ella apretó su hombro y él hizo una mueca.

―¿Te ha estado doliendo? ―preguntó preocupada. Gio sacudió la cabeza, terminó de ajustarle los cordones y se levantó.

La mirada de ella se centró en el cabello rubio de su compañero, lo llevaba recogido hacia atrás con una liga, se le veía muy bien.

―Te he dicho que no todos los días, Keyla. ―Sus frentes se encontraron y ella no sintió duda en su voz, aunque por el rabillo del ojo lo volvió a inspeccionar, quería creer que le decía la verdad.

En uno de los entrenamientos, Gio se había lastimado levantando los cincuenta y dos kilos de Keyla por encima de su cabeza con una sola mano. Tardó meses en recuperarse, incluso tuvieron que eliminar muchos saltos de elevación de su rutina y buscar alternativas que no les restara puntos para la competencia. Pero es que, ellos asistirían a las finales, debían hacer algo excelente. Así que luego de discutirlo mucho, Keyla tuvo que aceptar la decisión del entrenador: Gio la volvería a elevar.

Ella no quería que el miedo la paralizara, pero es que en las últimas semanas de entrenamiento sintió que los movimientos de Gio eran inestables, y por supuesto que no quería abrirse el cráneo por aterrizar en el hielo con una fuerza de ocho veces su peso corporal. Su instinto de supervivencia le decía que fuera precavida.

«Es una cuestión de confianza, chicos».

Esa era la frase favorita del entrenador, la repetía hasta que los agotaba. Se las decía al llegar, sobre la pista y fuera de ella; la decía antes de comenzar una entrevista, mientras bebían agua acalorados; la decía cuando apagaban los reflectores, frente a los nuevos prospectos, cuando los sorprendía besándose en los vestuarios; la decía en sueños y pesadillas; cuando revisaban las cuchillas de los patines y hasta cuando necesitaban ir al baño. Pero Keyla seguía teniendo miedo.

―Todo saldrá bien. ―Él interrumpió sus pensamientos.

―No me dejes caer.

―Ni tú a mí.

―¿Cómo podría dejarte caer, Gio?

―Soltándome la mano ―dijo encogiéndose de hombros, Keyla curvó los labios y se echó a reír.

―Eres un tonto.

―Puede que sí. Ahora dame un besito.

―No. Están por llamarnos. Vamos.

―Keyla, dame un beso ―volvió a pedir con un decibel por encima del volumen apropiado.

―¿Qué tal si entra alguien? No quiero que Alexander nos vuelva a regañar.

Pero él no se dejó amedrentar, abrió la puerta y usó su As bajo la manga.

―¡Sofía! ―llamó a la esposa del entrenador, que fue hacia ellos con aire risueño y las manos cubiertas por un par de guantes rojos―. Avísame si viene el amargado de tu marido, Keyla no quiere besarme porque cree que él lo considerará una distracción.

Sofía sonrió con calidez. A Keyla. A Gio le pegó un manotazo en el brazo.

—No hace falta que le digas amargado. A Alexander no le importa qué hacen ustedes dos fuera del hielo. Mientras hoy patinen como los mejores, no habrá problemas.

—Gracias, Sofi.

Ella le sonrió y Gio volvió a cerrar la puerta.

—¿Lo ves? Ahora dame mi beso de buena suerte.

—Uno y ya.

—Dos y un te quiero —propuso él empujándole un mechón de pelo hacia atrás de la oreja.

Keyla se echó a reír. Rendida. Se apresuró a obedecer y una chispa de excitación recorrió su columna cuando Gio le acarició los labios con los suyos. Todo el miedo que sentía segundos atrás se desvaneció al estar entre sus brazos.

La burbuja privada explotó cuando Sofía les avisó que todo estaba listo y que debían salir. Keyla y Gio cruzaron la puerta deprisa y todo se transformó en escándalo. Se quitaron las chaquetas con el emblema de la federación y cuando sus nombres resonaron por los megáfonos la respiración de ambos se agitó.

—¡Sexto día en las finales de invierno y es el turno de Keyla Castelli y Giovanni Moir!

Keyla estiró las puntas de los pies tanto como le permitieron los patines y Gio la tomó de la mano. Juntos se deslizaron con la espalda recta y una sonrisa radiante. Llegaron hasta el centro de la pista y el silencio reinó hasta que el primer acorde de Nothing Else Matters comenzó a sonar.

Listo.

Derecha e izquierda, derecha e izquierda.

Dos pares de cuchillas al compás de la música comenzaron a deslizarse por el hielo. Las extremidades de Gio eran rápidas y Keyla no podía permitirse errores, solo seguir el ritmo y la coreografía.

Arrancaron con una pirueta sencilla, luego ejecutaron unos movimientos que derivaron en un flip. Se sabían los pasos de memoria, los habían practicado muchísimas veces. Keyla apretó la mandíbula mientras se preparaba para el primer salto. ¡Qué diablos, me encanta que me eleve! Es todo lo que pensó antes de llegar a Gio, que la recibió contra su pecho con bastante seguridad.

Los patines de Keyla se alejaron del hielo. Uno, dos, tres giros que a cualquiera hubieran mareado, pero ella aterrizó perfectamente sobre sus cuchillas haciendo un hermoso gesto de ballet. Por instinto sus ojos lo buscaron y la sonrisa en el rostro de Gio le devolvió la tranquilidad.

Los espectadores aplaudían con cada proeza, pero Keyla y Gio no los veían, en la pista solo existían ellos dos.

Y así continuaron tomados de la mano, bailando, como sin tiempo y espacio, hasta que ella se pegó a su torso y él la hizo girar en una delicada pirueta.

La canción iba por la mitad...

Tan cerca, no importa lo lejos que estemos.

No puede haber mucha distancia desde el corazón.

Siempre confiaremos en quienes somos, no importa nada más.

Él la agarró con suavidad por el tobillo; la forma en que sus dedos lo rodeaban era extraordinariamente íntima. La elevó boca abajo y la hizo girar hasta que la vista de Keyla se nubló y ya solo distinguió un retazo del patín izquierdo de Gio.

No me sueltes, no me sueltes; por favor, no me sueltes, amor.

Keyla buscó un punto fijo, algo donde enfocar la vista, y como siempre lo halló en él. Su pierna seguía estirada, el sudor golpeaba la frente de Gio. Ella supo que le dolía el hombro. Pudo sentirlo. Él no protestó, pero perdió el compás, se tambaleó, gimió cuando su hombro agonizó. Que él cerrara los ojos anticipó el desastre.

No, no, no.

El cuerpo de Keyla salió despedido a gran velocidad, igual que un clavado en una piscina, solo que en este caso era una piscina de agua congelada, y en cuestión de segundos se estrelló.

La patinadora quedó inconsciente.

A lo lejos resonó en su cabeza: «Es una cuestión de confianza, chicos».

¿Pero cómo sigues confiando en alguien que te deja caer?

***

Seis meses después.

Los únicos recuerdos que conservaba Keyla del accidente eran: una bofetada de frío desgarrador y un laberinto de gritos y palabras que ni en meses había podido descifrar. El torrente de recuerdos la obligó a reprimir un suspiro mientras abandonaba la consulta con el psicólogo al que sus padres le exigían asistir. Buscaba un taxi bajo una tormenta de nieve que azotaba la ciudad, después de pasar toda su niñez y adolescencia acostumbrada al frío, ahora su cuerpo jamás sentía calidez, ella creía que aquel accidente le había congelado todo, incluso el corazón.

Se subió al primer vehículo amarillo que se paró a su lado, el chofer la observó con una pizca de curiosidad y bajó un poco el volumen de la radio. Keyla se aferró al colgante de patín que pendía de su cuello igual que a un salvavidas.

De pronto emitieron una información que solo la hizo marearse más...

«Giros imposibles y piruetas vertiginosas sobre el hielo es lo que se apreciará durante la noche del 24 de diciembre en la gala de exhibición del Gran Premio de Patinaje Artístico, Trofeo Navidad...»

Y entonces se sintió como una total estúpida. No tenía ni la más remota idea de eso. Todo cuanto quedaba de la joven de veinte años que hace seis meses se preparaba para esa exhibición junto a su pareja, ahora iba sentada en el asiento trasero de un taxi tratando de refugiarse del miedo y del frío. Lanzó un suspiro lastimero y se acurrucó aún más con su suéter.

Ella había tomado una decisión meses atrás, simplemente no pensó que perdería tanto. Perdió cuando la ingresaron al hospital con una contusión cerebral. Perdió cuando despertó y le dijo a Gio que terminaban, algo que le dolió mucho hacer. Perdió cuando dejó de practicar, toda su carrera se había desplomado con aquella caída. Perdió porque tenía pánico de probarse nuevamente los patines, se rindió ante el miedo y ya no quedaba nada de la vida que había planeado.

—¿Qué está mal, señorita? —habló el conductor al verla tan triste por el espejo retrovisor.

—Todo —contestó ella de inmediato, con el explosivo temor que la acompañaba. Todo para ella estaba mal, incluso las horribles ganas que tenía de ir a la Arena.

—Supongo que le molesta la gran cantidad de nieve que está cayendo. Escuché hace rato que hay una ola polar castigando nuestra ciudad. El termómetro de mi casa marcaba diecisiete grados bajo cero. Esto no amainará pronto. Siento que ha muchos nos dará catarro y que lo mejor es mantenernos a punta de caldos y tés.

—Nunca me había molestado el frío, supongo que debido a que he pasado media vida patinando sobre el hielo y aspirando el vapor que emana de él.

—Ah, es usted una joven con futuro. ¿Entonces por qué no está entrenando para ganarse ese trofeo que dijeron en la radio?

—Tuve un accidente, el médico sugirió que invirtiera tiempo en descansar. Creo que fue lo mejor, la medicación me adormecía el cerebro y dormitaba mucho. Solo salgo cuando es necesario, del resto me mantengo bajo mis cobijas.

—¿Y eso tan malo cuando le pasó? ¿Cuándo puede volver a patinar?

Tras pensar la respuesta, dijo:

—Fue en Junio. Y no sé... no me siento repuesta, no creo que vuelva.

—Si no regresa se va a oxidar, señorita. ¿Por qué no se acerca aunque sea un rato para ver y distraerse?

Para cuando Keyla entendió la propuesta ya sus manos estaban heladas, tenía tanto miedo de ir a la pista que su corazón bombeaba con fuerza. Hace cinco semanas que no tenía noticias del entrenador, y lo último que supo de él fue que le deseaba que se recuperara pronto. Ni Alexander ni Sofi habían ido a visitarla, ahora entendía por qué, el tiempo apremiaba para el Trofeo Navidad y seguro Alexander estaba ejercitando a Gio en solitario.

Tras pensarlo varios minutos, se decidió. El chofer asintió y aceleró el vehículo cuando Keyla le dio la nueva dirección: Bajo cero - Arena.

Tal vez, solo tal vez, pueda decirle a Alexander que me incluya en el montaje libre.

Su corazón seguía acelerado.

Cuando llegaron a la Arena, Keyla se sorprendió por la cantidad de vehículos estacionados afuera. Era martes, y ella sabía perfectamente que entre semana no practicaban tantos patinadores; seguro había un evento. ¿Pero de qué se trataba? No tenía idea.

Atravesó las puertas azules exudando temor a su paso. A pesar de eso, se detuvo unos segundos, cerró los ojos e inhalo con fuerza. Se empapó de sonidos conocidos, de la música navideña, del hambre de hielo, de hogar. Era como si en lo más profundo de su patético día hubiera comenzado a gestarse algo bueno que no lograba explicar.

Ya en el interior del edificio se topó con periodistas. Muchos periodistas. Estos estaban en un semicírculo ante una gran mesa con mantel rojo. Por alguna razón, el frío regresó a Keyla y la hizo tiritar. Se adentró poco a poco en el área como una reportera más, hasta que frente a ella encontró el rostro de Gio y el de una chica que no conocía. Detrás de ellos estaban los representantes de la federación, Alexander y Sofía.

Ningún reportero reparó en la presencia de Keyla, ella estaba paralizada observando al muchacho al que le había entregado tanto de su vida y que ahora posaba junto a otra patinadora. Los flashes destellaban a su alrededor mientras Gio daba un sorbo a su botella de agua.

—Disculpen la prisa de la convocatoria —comenzó Alexander, que parecía tan relajado como la nueva chica, al contrario de Gio, que se veía nervioso, incómodo y hasta algo culpable dentro de aquel recinto donde muchas veces los habían proclamado a ellos dos campeones de torneos, medallistas de oro y vencedores de la federación—. Queríamos que fueran los primeros en enterarse, para evitar especulaciones que perjudiquen a los atletas, que el nuevo equipo que asistirá al Gran Premio Trofeo Navidad, la próxima Noche Buena, en la modalidad de pareja sénior, son Giovanni Moir y Alisa Pomarenco.

Justo entonces, el corazón de Keyla explotó en mil pedazos.

Había tenido un momento de iluminación luego de seis meses y había decidido dar un salto de fe. ¿Pero ahora qué haría? Era consciente de que no la iban a esperar por siempre, pero nunca imaginó que la borrarían del equipo sin ni siquiera informarle antes que a la prensa.

—Sí, ellos ya han comenzado a entrenar y están entusiasmados. Desde el primer momento nos sorprendió su capacidad de adaptación. Sofía y yo estamos seguros de que formarán un gran equipo —charlaba él con los periodistas, exponiendo su satisfacción.

Keyla avanzó, se quedó de pie frente a la mesa de la sala y todo lo que vino después de que sus ocupantes se dieran cuenta de que ella estaba ahí fue una locura.

El primero en levantarse de la silla fue Gio, el corazón le palpitó contra las costillas, pero la alegría que amenazó con hacerlo estallar fue sustituida casi de inmediato por ansiedad. La expresión de Alisa al verla se redujo a un gesto de horror, como si creyera que jamás la conocería. A Sofía se le veía afectada y Alexander se puso pálido. Se dirigió a este último, al que había sido como un segundo padre para ella.

—¿Me acabas de borrar de tu equipo como si los últimos diez años de relación profesional y personal conmigo no hubiesen existido?

—Keyla... —dijo él sin apenas mover los labios.

—Alexander, estás dejando mi carrera colgando en el vacío. Ni sé cómo puedes verme a la cara. ¿Vas a agarrarme la mano mientras me dices «Confía, todo estará bien»?

—Escucha, lamento todo lo que pasó...

—¿Vas a acompañarme al psicólogo mientras le confieso que me fracturé el cráneo porque mi entrenador obligó a mi pareja a elevarme siendo consciente de que su hombro seguía lastimado? ¡Me importa una mierda si lo lamentas, Alexander!

—Keyla, cálmate —le pidió Gio con ojos atormentados.

—¿Cómo me pides que me calme? —Sin planearlo las palabras que había estado conteniendo por tanto tiempo surgieron de su boca—. Cuatro años juntos y cuando perdí la cabeza por lo ocurrido ni lo volviste a intentar. Dios mío, Gio, qué estúpido eres... Nunca me dijiste que nuestra relación dentro y fuera de la pista era tan poca cosa como para merecerme una humillación pública como esta. ¿No merecía que me avisaras? ¿Qué lucharas por mí? Te rendiste muy fácil.

—Eres el amor de mi vida, Keyla —dijo él con rapidez—. Y lo siento, pero tú me pediste que me alejara, lo hice porque yo también necesitaba hacerlo, me sentía culpable. Que perdiéramos el control patinando jamás nos había pasado, ni siquiera puedes imaginar lo que sentí al verte tirada en el hielo. Lo lamento tanto.

—Excusas. Han pasado meses. Seis meses para ser exactos. No imaginaron que yo aparecería hoy aquí, ¿verdad? Tienen una nueva patinadora que llegó mientras yo lidiaba con muchos medicamentos y temores, adáptense a ella y formen un gran equipo, es lo que quieren todos, ¿no? —Miró con tristeza a Gio, quería infligirle el mismo daño que estaba viviendo ella—. Lo que sentía patinando contigo era único, pero acabó, ahora está muy claro.

Los reporteros recibieron las palabras de Keyla como un festival de preocupación, histeria y reproches hacia Alexander. Sofía trataba de distraerlos cuando Keyla se marchó del reciento con Gio corriendo tras ella.

Los vigilantes les formularon algunas preguntas cuando los vieron salir de la Arena, pero como ninguno estaba actuando de forma agresiva decidieron dejarlos ir. Tal vez pensaron que eran otra pareja amotinada contra el mundo. Keyla no se detenía; tan solo seguía caminando y aspiraba con fuerza, Gio la detuvo del brazo en medio del estacionamiento. A pocos centímetros de distancia le fue evidente que Keyla tenía líneas de fatiga marcadas en su rostro, llevaba el pelo recogido en una cola y por primera vez desde que la conocía parecía mirarlo con expresión fría. Lo mortificaba verla así tan llena de dolor, y ya no quería que sufriera.

—Keyla, tenemos que hablar —dijo en voz baja.

Ella se tensó y sus lindos ojos cafés se llenaron de lágrimas.

—No, Gio, no quiero hablar porque en este momento me siento muy rota y patética. Regresa con la muñequita rusa, habla con ella de cada paso, de cada movimiento de la coreografía que creé para nuestro programa. Ya no eres mi compañero, ya nunca seremos nosotros dos.

Él la abrazó sin pensar.

—Por favor, solo quiero hablar contigo. Yo no quería una nueva compañera. No la pedí. Lo único que he querido todo este tiempo es que volvieras a mí. Cosa que de alguna manera pasó porque aquí estás. —A Gio le dolía escucharla llorar, pero Keyla lo necesitaba, era la primera vez que estaban tan cerca desde que la pesadilla ocurrió—. Nena, pensé que no deseabas que te insistiera... Cuando me corriste aquel día y salí del hospital lo hice en contra de mi voluntad. ¿Puedes entender lo culpable que me sentía?

—Lo sé, no lo hiciste a propósito, pero no me dijiste que te dolía el hombro ―pronunció a duras penas—. ¿Por qué no te negaste a elevarme? Seguir la orden de Alexander fue una estupidez.

—Porque habíamos puesto mucho esfuerzo en esa competencia, Keyla, sin importar lo demás. Para eso renunciamos a la universidad, para eso madrugábamos los domingos y nos quedábamos en casa los viernes, para eso pedimos un préstamo y gastamos el dinero en nuestros vestuarios, para eso soportamos cada ampolla, cada golpe, cada lesión. Para seguir patinando y patinando y patinando. Querías ser la mejor y yo fingí que todo estaba normal. Pero no lo estaba, y te solté, y ya no confías en mí...

—Fue algo fatal que me mintieras, eso es lo que más me ofuscó e hirió. ―Ella bajó la voz y lo miró con tristeza, tenía pavor a lo que diría a continuación―: ¿Y ahora qué haré, Gio? ¿Con quién entreno? ¿Para qué club? ¿Junto a qué pareja? Me sentí muy impotente ahí parada, con todos esos periodistas aguardando con ansias una explicación de Alexander que no se atreverá a darles. Me dolió hablarle así, pero mi dolor ocupa más. Hoy lo terminé de perder todo.

—No. Siempre seremos tú y yo. Sigo aquí, Keyla, te estoy pidiendo disculpas y debes aceptarlas. No quiero otra pareja, ni profesional ni sentimentalmente. Fuimos niños consagrando todo en el hielo, fuimos adolescentes entregando nuestra juventud al patinaje, ahora somos un hombre y una mujer dispuestos a darle guerra a toda la federación, juntos.

—Tú sabes cómo funciona el comité, Gio. La realidad es que puede que no acepten nuestra proposición.

—Estoy dispuesto a intentarlo. ¿Y tú?

Las palabras calaron en ella y se alejó un poco, pensativa. Gio la escrutaba con su mirada a la espera de una respuesta, pero Keyla parecía haberse quedado en blanco. Era su única opción. No era el primer caso en que una pareja decidía volver a ser equipo, llevaban diez años siendo una unidad, moviéndose como un engranaje tan bien ajustado que muchos decían que era imposible. Renunciar era algo que hacían los demás, pero ella no.

Keyla al fin lo miró como si lo estuviera viendo por primera vez. Lo extrañaba tanto. Su pelo alborotado y rubio, sus ojos claros que la enamoraron desde el día uno, se veía tan guapo. Nunca habían estado separados por tanto tiempo, y lo más importante es que cayó en cuenta que a pesar de que habían tenido problemas de confianza, solo bastaba mirarlo a los ojos para saber que allí adentro se encontraba toda su fuerza y valentía. Gio era su espejo.

—Claro que lo intentaré, qué pregunta tan estúpida... Soy una estrella del patinaje. ―En el rostro de él apareció una gran sonrisa, pero la dejó continuar—. Perdón, el golpe en la cabeza me dejó algo tonta, pero ya volví, y pondré todo de mi parte.

—Sé quién eres, aún debajo de toda esa ropa. La promesa dorada del Club Bajo Cero. Te extrañaba tanto que estaba asustado. Bienvenida, Keyla Castelli, mi única compañera.

***

Un mes después...

—Gracias a todos por venir —se escuchó por los altavoces, devolviendo a todos los presentes a la realidad—. Esta es una noche muy especial. Y muy feliz, porque celebramos la Noche Buena, y porque promete ser una noche llena de logros.

Unas manos se entrelazaron. Dos patinadores. Se apretaron fuerte como dando gracias por estar allí.

—Como todos saben —prosiguió el locutor—, los clubs de patinaje artístico tienen alma propia, y esa alma se compone de muchos pedacitos. Hoy me llena de satisfacción presentar a dos de esos pedacitos que lo han dado todo por estar aquí juntos. —La emoción se sentía en los aplausos del público y rebasó los sentimientos de ella. Un brazo le rodeó sus hombros. Era él.

Entraron a la pista y todos siguieron aplaudiendo. Keyla musitó un «Guao» ahogado que le sabía a mucho, y es lo que su cuerpo, lleno de recuerdos, logró expresar. Se tomaron un minuto antes de la presentación, juntaron sus frentes y se agarraron de las manos.

—Keyla, gracias por permitirme ser tu compañero durante todos estos años, gracias por dejarme ayudarte a cumplir tus sueños y, de paso, cumplir los míos. Te conozco mejor que nadie y sé que estás nerviosa, por eso te prometo que todo irá bien.

Ella sonrió, depositando su confianza en las pupilas de Gio, y sin importarle nada más, lo besó, desatando la locura y millones de silbidos sobre el hielo y bajo las luces fluorescentes.

No muchos luego de sufrir un accidente se deciden a dar un salto de fe y vuelven a hacer lo mismo que un día los lastimó. Mucho menos dejan el alma entrenando para que el miedo se transforme y la confianza regrese. La joven que se montó en el taxi comenzando diciembre estaba muerta de miedo, pero ahora lucía un brillo en la mirada que nadie podía ignorar. Allí, en la pista, ella solo pensaba en patinar. Gio la admiraba y los demás la envidiaban por ser tan valiente como a todos nos gustaría ser.

No olvides nunca, que este relato, que este cuento, va en realidad, de que nadie cambie tus sueños.

«Es una cuestión de confianza», pero en nosotros mismos.



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