Capítulo 9
A dos cuadras del gran coliseo había un tablero lleno de anuncios. Muchas personas llegaban todos los días a ciudad Maravilla con la esperanza de convertirse en campeones de la arena de combate y así alcanzar la fama y la gloria. O al menos, pagar algunas deudas monetarias. Por eso los gimnasios para gladiadores abundaban en la capital.
Los había para todos los gustos y de todos los sabores. Cada luchador interesado en mejorar su desempeño y tener una mínima oportunidad de llegar hasta las rondas finales del torneo podía acercarse a cualquiera de estos recintos de entrenamiento para pulir sus habilidades y poder explotarlas al máximo. Por supuesto, siempre y cuando tuvieran con qué pagarlo...
Pero el dinero ya no era un inconveniente para Piff, pues su más íntimo amigo había hecho una pequeña fortuna de la noche a la mañana, literalmente.
—Es sorprendente que hayas conseguido un empleo tan bien pago —comentó el agricultor de papayas mientras caminaba hacia el tablero de anuncios junto a Gálax—. Se ve que esta ciudad es muy generosa a la hora de brindar oportunidades a los extranjeros.
—Sí, es un empleo genial —farfulló Gálax, procurando no entrar en los detalles de su profesión—. Así que no te preocupes por el tema monetario. Si en verdad piensas participar en el gran torneo, entonces tienes que desarrollar algunas habilidades.
—Soy un excelente agricultor de papayas.
—No creo que eso te vaya a servir mucho aquí. Lo que necesitas es encontrar un buen lugar de entrenamiento. Solo así podrás quedarte con Emilse, ¿cierto?
—¡Cierto! —asintió Piff y el rostro se le iluminó.
Gálax no podía creer con cuánta facilidad había resuelto sus dilemas morales. De verdad quería ayudar a Piff. Al menos mientras estuviera sentado del lado de las piezas blancas...
Los dos amigos hallaron el famoso tablero de anuncios sin demasiadas dificultades, pues un número nada desdeñable de individuos se hallaba consultándolo en ese preciso momento.
El tablero estaba tan repleto de anuncios que parecía una arena de combate a pequeña escala. Cada cartel competía con los demás para ganar visibilidad ante la potencial clientela. Todos prometían los mejores resultados con tipografías estrafalarias e ilustraciones de guerreros invencibles.
"¿TE HAS PREGUNTADO SI PUEDES SER EL MEJOR? Acércate al gimnasio de Margarito Limón y descúbrelo."
"¡GANA EL TORNEO A LAS PATADAS! Escuela de artes marciales del señor Granada. Treinta años preparando campeones."
"LA MENTE SUPERA A LA MATERIA. Nuestra casa de estudios te dará las claves para derrotar a gigantes con un solo dedo."
"NO LE HAGAS CASO AL LETRERO DE ARRIBA ¡LA MATERIA APLASTA A LA MENTE! Tus músculos crecerán tanto que todas tus camisas acabarán rotas."
"¡ÚNETE A NUESTRO GIMNASIO! Emilse Misil no sabrá qué fue lo que la golpeó."
—Va a ser difícil encontrar un anuncio honesto —comentó Gálax después de estudiar el tablero por un momento
—Me pregunto si tendré que comprar camisas nuevas cuando acabe el entrenamiento... —murmuró Piff con seriedad.
—¿Entonces es cierto que vas a participar en el torneo? No puedo creer que tengas tantas ganas de morir de una manera dolorosa.
La persona que le arrojó esa afrenta fue Valkyria Pentadragón. La cazadora miraba a Piff con ojos de fuego mientras mantenía una postura corporal de confrontación.
Solo con verla Piff sintió que su buen ánimo se esfumaba.
—¿Otra vez tú? ¿Qué se supone que estás haciendo aquí?
—Vivo aquí ahora —repuso Valkyria, y señaló con el mentón hacia un banco ubicado junto al tablero—. Así que, técnicamente, ustedes dos y todos estos tipos están usurpando mi propiedad.
—¡Este es un lugar público! Deberían encarcelarte por apropiarte de un lugar que nos pertenece a todos.
—Tú no pagas impuestos, así que eres el menos indicado para achacarme eso.
—¿Y qué pasa si quiero sentarme en el banco donde dejaste tus porquerías?
—Siéntate sobre mis cosas y te mato.
—Eso quisieras.
—He degollado patos más bravos que tú.
—Habrán sido súper patos.
Mientras Piff y Valkyria polemizaban acerca de cuestiones sin sentido, Gálax se interesó por un cartel ubicado en la pared detrás del tablón. No era el anuncio de otro gimnasio, sino una invitación de tipo espiritual:
"¿Sientes que tu vida ya no tiene rumbo y que has caído en la oscuridad? Alégrate, pues la luz del todopoderoso Croma brilla en todas partes. La Hermandad de la Sagrada Luz Tripartita te espera con las puertas abiertas."
Por supuesto que a Gálax no le interesaba salir de la oscuridad. Lo que le había quedado dando vueltas desde la noche anterior era ese truco luminoso que el monje empleó para deshacerse de Paloma Blanca y de él con tanta facilidad. Si Sombra Carmesí iba a participar en el torneo, entonces él también necesitaba aprender trucos nuevos. Tal vez en ese monasterio encontraría algo más que objetos de oro o la salvación de su alma...
—Piff, creo que me iré a ver una cosa —le habló a su amigo, quien seguía sacándose chispas con Valkyria—. Procura elegir un gimnasio decente y apúntate esta misma tarde. Y no te preocupes por el dinero, que aquí tienes de sobra.
Como último gesto de aliado en esa mañana, Gálax le entregó a Piff una bolsa llena de monedas. Luego pasó a ocupar el asiento de las piezas negras y se fue en dirección al monasterio.
Piff abrió la bolsa y se puso a calcular cuánto dinero había ahí.
—Vaya que tiene un buen trabajo...
—Qué tierno, el hermano mayor cuidando de su hermanito pequeño —se burló Valkyria.
—Pues ya quisieras tú tener un amigo como él —replicó él y señaló el banco de Valkyria.
Ella entrecerró los ojos con una expresión amenazante.
—Tengo muchos amigos en mi aldea... Pero ahora tengo que ocuparme de otro asunto. —Giró hacia el otro lado y se puso a leer los anuncios del tablero—. Tal vez alguien me permita entrenar en su gimnasio a cambio de trabajo...
—Avísame adónde, así no voy a ese lugar.
—Cállate y ocúpate de lo tuyo —se desentendió Valkyria de Piff y regresó a revisar los carteles.
Él le hizo caso y se dedicó a hacer lo mismo.
Los dos estuvieron un rato sin molestarse mutuamente.
—Cuántas opciones... —comentó Valkyria de pronto, tal vez olvidándose de que había sido ella quien le dijo a Piff que no le hablara—. Este lugar te presta un hacha endemoniada en la primera clase, y si completas el curso en menos de seis meses te la puedes quedar. Es una pena que solo falten dos meses para el torneo...
—¿Dos meses? —preguntó Piff—. No sabía que faltaba tan poco.
—Sí, así que más te vale que empieces a entrenar. Y rápido.
Valkyria descolgó uno de los carteles y lo puso frente a la cara de Piff:
"RANCHO DE DON BOVINO: Desarrolla tu fuerza y vuélvete uno con la esencia del toro."
—Ni se te ocurra aparecer por esta parrilla —lo amenazó la cazadora—. No pienso atender tu orden.
—Si es carne de toro, debe ser muy dura. No pienso gastar ni una moneda en ese lugar.
Poco le importó a Valkyria la réplica de Piff y partió rumbo al rancho de don Bovino.
Él la siguió con la mirada, tal vez temiendo que ella se arrepintiera y regresara a seguir importunándolo con su presencia. Fue entonces cuando sus ojos de agricultor de papayas descubrieron algo particular.
Era un diminuto rollo de pergamino, oculto como un gusano entre los nudos de la madera gastada del tablero.
Con discreción se arrimó a los tablones y lo extrajo. Estaba reseco y amarillento por el tiempo. Tantos carteles llamativos lo habían hecho pasar desapercibido para la multitud de gladiadores. Daba la impresión de que alguien lo había escondido deliberadamente para que solo unos pocos pudieran encontrarlo.
Piff lo consideró como una señal. Ese pergamino secreto había estado esperándolo.
Lo desplegó con cuidado y leyó el anuncio.
—Señor Plutonio... —repitió en voz alta el nombre de quien, estaba convencido, iba a convertirse en su nuevo maestro.
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Gálax llegó hasta el monasterio y fue recibido por un monje amable y sonriente, quien se ofreció a guiarlo en un recorrido por el lugar.
—Las puertas de nuestro hogar están siempre abiertas a la comunidad —le explicó el hombre mientras lo conducía por los patios interiores—. Así podemos compartir nuestros conocimientos acerca del cian, el magenta y el amarillo, y cómo de su conjunción surge la luz blanca con la que nuestro señor, el dios Croma, nos bendice a todos. Es la única manera de mantener a la oscuridad lejos de nuestros corazones.
—Sí, sí. Que interesante... —murmuró Gálax mientras paseaba la vista por las puertas y las ventanas, quizás preguntándose adónde escondían las cosas de valor—. Oye, ¿y qué es esa magia de luz que ustedes los monjes saben usar? ¿Enseñan aquí a hacer esos trucos?
El hombre rió afablemente.
—Debes referirte a los conjuros de purificación. No te preocupes por eso, son solo técnicas que los iniciados utilizamos para disipar las tinieblas y mantener a raya la influencia del tirano VantaBlack, el demonio de la noche. Las personas normales como tú no necesitan aprender eso para enriquecer su vida espiritual... ¡Oh, qué ocasión tan oportuna! —exclamó al detenerse frente a la capilla principal del monasterio—. Hemos llegado justo a tiempo para la misa de nuestro señor abad. Y por la época del año en la que estamos, imagino que serán palabras dedicadas al color amarillo. ¿Deseas participar de la misa, hermano?
Las puertas de la capilla estaban abiertas de par en par, dejando entrar con plenitud la luz del día. Gálax espió hacia el interior y reconoció al monje que dirigía la ceremonia por el vendaje que envolvía su cabeza.
El asesino esbozó una sonrisa encantadora.
—Hermano mío, a partir de hoy me verás muy seguido por aquí.
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Con el pergamino secreto en la mano Piff recorrió las calles de ciudad Maravilla hasta llegar a un barrio humilde. Dio varias vueltas antes de hallar el callejón donde se hallaba su destino. La puerta estaba entreabierta y cubierta solo por una lona vieja. Era muy difícil que alguien notara ese lugar sin conocer las coordenadas marcadas en el anuncio.
Se asomó y pidió permiso para entrar.
Como nadie le respondió, decidió ingresar.
Llegó hasta un salón oscuro con sillas apiladas y dispuestas contra las paredes. El ambiente se sentía extraño, con humo, pero él no habría sabido definir exactamente qué era lo inusual.
De repente, un círculo de luz lo apuntó.
Y un estímulo peculiar ingresó a través de sus oídos:
*Tick* *tick* *tick*
Era el sonido de los dedos al chasquear.
Piff primero distinguió la mano, delicada y delgada. Después el chasqueador se mostró bajo de luz. Se trataba de un hombre con la cabeza rasurada, bigotes finos y unas calzas que no dejaban espacio para la imaginación.
El desconocido se le acercó al ritmo del chasquido, *tick* *tick* *tick*, y se puso a caminara su alrededor mientras movía la pelvis.
—Oye *tick* muchacho, *tick* ¿sabes *tick* dónde *tick* estás?
—He venido a buscar al señor Plutonio —dijo Piff mientras seguía atento los movimientos de su interlocutor—. ¿Es usted?
—Así *tick* es. *tick* Quien te habla *tick* es *tick* el gran Plutonio.
—El gran Plutonio *tick* *tick* —repitió un coro inesperado desde las sombras del salón.
—¿Y tú *tick* quién *tick* eres? —indagó el señor Plutonio.
—Yo *tick* soy *tick* Piff.
Por algún motivo, Piff empezó a responder chasqueando los dedos al ritmo de Plutonio y su coro.
—Te llamas Piff. *tick* *tick* —dijo Plutonio.
—Se llama Piff *tick* —repitió el coro—. *Tick* *tick* *tick*...
Los coristas se hicieron visibles en el círculo de luz. Eran seis o siete, y todos rodeaban a Piff y al señor Plutonio.
Entonces el maestro caminó directo hacia el recién llegado, sin dejar nunca de chasquear los dedos. Todos allí chasqueaban los dedos siguiendo el mismo ritmo. Incluido Piff.
Finalmente, el señor Plutonió se detuvo y con un gesto hizo que todos los demás lo imitaran.
El silencio reinó en el lugar.
—Bienvenido a nuestro mundo, Piff —lo saludó Plutonio con una voz dramática—. Has podido encontrarnos, lo cual es un buen augurio. Ahora veré si tienes lo necesario para pertenecer aquí. Dime, ¿por qué has venido?
—Quiero ganar la competencia en el gran coliseo —confesó el muchacho.
—Hmm... —Plutonio se llevó los dedos a los labios mientras parecía reflexionar—. Con mis orejas escucho las palabras que salen de tu boca, Piff. Pero solo con palabras no puedes alcanzar a un corazón. Debes inyectarlas de pasión. ¡Palabras rojas de pasión!
—¡Quiero ganar el torneo! —gritó Piff, como si así tiñera las palabras con el color que el señor Plutonio le exigía—. Tengo que hacerlo, porque de esa forma conseguiré que Emilse Misil me tome en serio. Entonces se enamorará de mí y seremos felices para siempre. Y tendremos tres hijos. Y un cerdito.
—¡Y un cerdito! Ya veo, ahora has plasmado tu objetivo con mayor nitidez. Mi corazón trata de estremecerse, Piff, ¡de verdad que lo está intentando! Pero lleva años congelado... ¿Puedes hacer algo para ayudar a mi corazón? ¡Vamos, que alguien recoja el objeto! —exigió el señor Plutonio.
Uno de sus aprendices corrió hacia las sombras y regresó al círculo de luz trayendo una manzana.
—¿Qué ves aquí, Piff?
—Una manzana.
—Es una manzana, Piff. Y no lo es. ¿Qué pasaría si te dijera que es tu objetivo? ¿Qué harías?
—Me comería la manzana.
—¡Cómete la manzana, Piff!
Piff mordió la manzana.
—¿Solo un bocado? —soltó el señor Plutonio con decepción—. Frío... Qué frío que hace aquí... Mi corazón dejará de latir en cualquier momento, Piff...
Todos los aprendices en la sala se alborotaron y miraron al maestro con caras de creciente inquietud y temor.
—Te lo imploro, Piff, haz algo... —insistió el señor Plutonio, que se había tirado al piso y temblaba.
—¡¡Devoraré la manzana!!
Piff se tragó la manzana.
El señor Plutonio lo observó desde el piso.
—Lo has hecho, Piff. Has devorado la manzana. Dime, ¿cómo te sientes ahora?
—Creo que un poco atorado... —De hecho, había tragado la manzana casi entera y no se ahogó por muy poco—. Pero estoy conforme porque pude hacerlo. Lo logré.
Arrodillado en el piso, el señor Plutonio estiró una mano.
—Sí, Piff, lo has conseguido. Y de hoy en adelante, te ayudaré a convertir tus sueños en dulces manzanas rojas. ¿Estás listo?
Piff asintió con ímpetu mientras los demás aprendices aplaudían emocionados por tan bella escena.
Y así fue como Piff fue aceptado en...
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—¡¿¿¿TE INSCRIBISTE EN UNA COMPAÑÍA DE TEATRO???!
Gálax soltó la pregunta y no acababa de dar crédito a lo que estaba diciendo.
—Hoy mismo ha comenzado mi entrenamiento —manifestó Piff con optimismo—. El señor Plutonio es un genio. Confío en que logrará sacar lo mejor de mí.
—Para la actuación, tal vez —repuso Gálax y estrelló una mano contra su rostro.
—Mi maestro me advirtió acerca del prejuicio que mi decisión despertaría —comentó Piff como el mejor iniciado en un culto—. Aprender a tolerar la presión del público es el primer paso de mi entrenamiento.
—La presión del público... —Gálax quería ayudar a Piff, de verdad quería hacerlo. Pero su amigo a veces hacía que las cosas se volvieran demasiado complicadas—. De acuerdo, sigue con tus clases de teatro. Tal vez yo estoy loco. Tal vez todo el maldito mundo está loco y tú encontraste el secreto para superar cualquier obstáculo.
—Gracias, Gálax —se limitó a responder Piff con entereza—. Sabía que podía contar con tu apoyo. Ahora, hay un favor que tengo que pedirte. Necesito que me prestes más dinero.
—¿Más dinero? —repitió Gálax, desconcertado—. Pero si te he dado bastante...
—Sí, pero los honorarios del señor Plutonio son muy elevados. Voy a necesitar el doble.
—¡¿ME ESTÁS DICIENDO QUE ESTO ES MÁS CARO QUE EL MÁS CARO DE LOS GIMNASIOS DE LA CIUDAD?!
—¿Verdad que es un sitio muy exclusivo?
Gálax soltó un resoplido lleno de tensiones y trató de recordar el himno a la luz serena que el abad les había enseñado al final de la misa.
«"Oh, poderoso dios Croma, concédeme el color amarillo para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el cian para cambiar aquello que puedo, y el magenta para reconocer la diferencia."»
Iba a necesitar mucho, mucho amarillo para no acabar matando a Piff con sus propias manos.
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