Capítulo 6

«¡Qué estupenda noticia! ¡No podría haber tenido más suerte! Si Piff se va, eso quiere decir que no tendré ningún inconveniente para acercarme a Emilse. ¡Qué fácil se ha solucionado todo!»

—¡Basta! ¡Que esto es terrible! —protestó Gálax frotándose la cabeza mientras recorría las calles de la capital con inquietud.

Ya había amanecido y hacía varias horas que trataba de dar con el paradero de su amigo. Sin embargo, aún no había podido encontrar ni un rastro.

Era cierto que si Piff había decidido rendirse, eso le facilitaría mucho las cosas.

¡Pero para nada era eso lo que quería!

Quería ayudar a Piff con Emilse. Para eso estaban allí. No iba a permitir que se rindiera tan fácilmente. Tenía que encontrarlo y convencerlo de quedarse. Si Piff se iba, entonces él también se iría. Podía ser un asesino sanguinario, pero no iba a jugarle sucio a su amigo.

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Piff tomó una piedra y la arrojó al río con rabia.

Tras él, el imponente mural de Emilse Misil sobre la montaña de huesos parecía haberse convertido en una nube negra y despectiva. Sobre la cabeza de Piff no paraban de llover las preguntas.

—¿Qué pasó aquí? —manifestó en voz alta—. ¿Por qué me hizo esto? ¿Hay algo que yo pueda hacer?

No tenía respuestas. Y las preguntas seguían lloviendo.

¿Cómo había podido ser tan ingenuo? ¿Por qué se había aventurado en una travesía tan insensata? ¿Le devolverían el trabajo si se apuraba a regresar a Papaya Sombrero? Nunca lo había considero en serio, pero no quería dedicarse ahora a hacer sombreros...

«¿"Y cuántas variedades de sombreros fabrican allí?"»

Recordar la cándida contestación de Emilse a su primera carta solo sirvió para hacerlo sentir peor.

Fastidiado, se puso de pie y echó a andar sin rumbo definido. En realidad, sabía bien hacia dónde se estaba dirigiendo, de a poco, haciendo algunas paradas, zigzagueando, pero convencido al fin y al cabo.

Estaba yendo hacia la salida de la ciudad.

Los vendedores ambulantes lo empujaban al pasar a su lado, los perros le ladraban y los carruajes le echaban agua sucia al pisar algún charlo. La capital entera le gritaba que se vaya. Incluso lo mordió un gato.

—¡Auch! ¡Es el colmo! —protestó y enfiló hacia el gran arco de piedra que marcaba el límite de ciudad Maravilla.

Estaba a punto de atravesarlo cuando reconoció a alguien a un costado de la avenida, sobre la vereda: se trataba de la adivina que había conocido en el asentamiento de la frontera, Eclipse Lunar.

La anciana también lo reconoció y le dedicó una sonrisa y un saludo con la mano.

—¿Qué hace usted aquí? —indagó Piff al acercársele.

—Viajo de aquí para allá, mi estimado muchacho —respondió ella, y lo invitó a tomar asiento.

Piff miró la silla con una mueca de descontento.

—No tengo más dinero. Me gasté lo poco que me quedaba en el cuarto de hospedaje de anoche.

La señora Eclipse se echó a reír.

—No te preocupes por eso, solo quiero conversar. No te veo con buena cara...

Piff titubeó un poco más pero acabó dejándose caer en la silla.

—¿Encontraste a quien buscabas? —indagó la adivina.

—Sí... —murmuró Piff—. Pero no es quien yo pensaba que era...

—Nadie es quien pensamos que es.

—¡Pero ella me mintió! Todo lo que dijo en sus cartas fue una mentira.

—A todos nos duele que nos engañen. —La anciana escondió con discreción la alcancía de metal debajo de la mesa—. Pero nadie miente porque sí. ¿Sabes por qué lo hizo ella?

—Para divertirse —masculló Piff, y de nuevo se enojó al recordar la expresión despreocupada de Emilse—. Para burlarse de mí.

—Oh, es triste cuando sentimos que alguien que queremos nos ha traicionado... Aunque me cuesta creer que una persona mienta solo por diversión, o para hacerte sufrir. ¿Cuántas cartas se han enviado?

—Doscientas ochenta y tres.

—¡Doscientas ochenta y tres cartas! ¿No te parece una mentira demasiado enredada solo para divertirse? Hay pasatiempos más prácticos...

—Tal vez... —Piff se llevó una mano al mentón y trató de reflexionar sobre las palabras de la señora Eclipse—. Pero si no lo hizo para burlarse de mí, ¿para qué lo hizo?

—No lo sé. Dímelo tú.

—¡Porque me ama!

—No nos precipitemos tanto... Imagina que estás en una situación en la cual no tienes más remedio que mentir acerca de tu propia identidad. Te presentas y dices otro nombre, hablas acerca de una profesión que no es la tuya, comentas tus falsos pasatiempos. ¿Bajo qué circunstancias llegarías a hacer algo así?

—Lo haría si no quiero que nadie sepa quién soy.

—¿Y por qué no querrías que nadie sepa quién eres?

—Porque tengo que esconderme... —Algo de pronto resonó en Piff—. Porque pueden hacerme daño.

—Bingo —dijo la anciana y abrió mucho los ojos.

—Pero no es lo mismo. Yo no quiero hacerle daño.

—Eso lo dices tú —repuso la señora Eclipse—. Pero ella no lo sabe.

—No lo entiendo...

—Entonces quizás debas tomarte las cosas con un poco más de calma y tratar de descubrirlo.

Piff giró la cabeza en dirección al gran arco de salida. La carretera rural se extendía más allá y hasta donde alcanzaba la vista.

—La pregunta es: ¿Por qué tendrías que hacerlo?

Los ojos de la adivina eran intensos. Piff le sostuvo la mirada.

Tenía una buena respuesta para eso.

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Gálax siguió recorriendo la ciudad, cada vez con mayor desesperación.

Empezaba a caer la tarde y seguía sin dar con Piff. Ya había visitado las cuatro salidas de la capital, había ido al muelle, al coliseo y a tres bares de copas diferentes. Estaba a punto de darse por vencido cuando de pronto, colgado de la punta más alta de una torre, lo divisó:

Piff avanzaba decidido en dirección a uno de los gimnasios de entrenamiento que utilizaban los gladiadores. Los había de todos los tamaños y colores, y para todos los bolsillos, pero este no sobresalía por nada en particular. Salvo por una cosa... Era el gimnasio perteneciente al abuelo de Emilse Misil.

Gálax se apresuró a llegar junto a Piff, pero no alcanzó a detenerlo antes de que este cruzara el portón frontal que daba al patio de entrenamiento. Varios concurrentes al gimnasio vieron pasar a los dos muchachos uno detrás del otro, como dos flechas veloces.

Y cuando Piff encontró a Emilse, quien practicaba con la espada junto a su escudera, se plantó firme y exclamó:

—¡¡EMILSE!!

Todos en el lugar voltearon para observarlo.

Gálax estaba apenas unos pasos de Piff, preparado para cuando los echaran del recinto.

En cuanto a la campeona de los gladiadores, ella lo observó con desconcierto.

—¿Otra vez tú? ¿Qué haces aquí?

—Hoy se hubiera cumplido un año desde la primera carta que te envié —dijo Piff. Y como su interlocutora no contestó nada, siguió hablando—: Solo vine a decirte que voy a descubrir por qué te escondes... Y también que voy a participar en el torneo de gladiadores del coliseo. Y si gano, tendrás que aceptar tener una cita conmigo.

Hubo varios comentarios burlones entre los musculosos que presenciaban la escena.

A Gálax le asombró la determinación en las palabras de su amigo.

Emilse, por su parte, esbozó una sonrisa muy diferente a las demás.

Estaba en verdad admirada.

Mientras tanto, Piff seguía esperando una respuesta.

Y ella estaba a punto de dársela, cuando...

—¡¡EMILSE!!

Alguien más había llegado.

Una joven con un manto hecho con pieles de animales salvajes y el cabello revuelto. Parecía que un huracán le había pasado por encima, y su cara era la expresión viva de la bravura.

—¡Emilse Misil! —vociferó con los puños apretados—. ¡Mi nombre es Valkyria Pentadragón, y te aseguro que te convertirás en mi esposa!

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