25. Nereida.


Yo vivía con mis padres en un barco velero. Como ya dije, nací en el mismo barco, frente a las costas griegas; no tengo más patria que el mar. Crecí así, sobre las olas, recorriendo los mares y costas del mundo, entre cabos y arboladuras, subiéndome al mástil, acompañando a los delfines a la proa, durmiendo acunada por el constante bamboleo, oliendo en el aire cuándo iba a haber tormenta, llevando la caña del timón y arriando las velas. Era una niña feliz. Una chica de mar. Mi padre era un marinero italiano que se enamoró perdidamente de mi madre, que venía de familia alemana y francesa, y que con veinte años se fue con él en su barco. No me cabe duda de que tuvieron una gran vida y disfrutaron como nadie; cuando me tuvieron a mí, su mundo fue redondo. Perfecto. Éramos una familia atípica, nada normal, pero si me lo preguntas, era la mejor de todas. Porque éramos felices.

Nunca fui a la escuela; nos movíamos constantemente de puerto en puerto y de cala en cala. Pero estudié y aprendí tanto o más que muchos niños; siempre estábamos haciendo intercambio de libros de todo tipo y materia, y yo leía vorazmente lo que cayera en mis manos. No tenía mucho más que hacer, aparte de las tareas comunes del barco. En cada puerto hacía algún amigo con el que jugar y compartir algún momento, para luego despedirnos y no volver a vernos nunca. Incluso una vez me enamoré, con catorce años, de un chico isleño encantador; nos despedimos bajo la promesa de que volvería a ese puerto. Nunca volví.

En toda mi vida, recorrimos el Mediterráneo, parte del Atlántico, el Caribe y el Pacífico, donde ahora estamos. Me encantaron estas islas. Pero este océano llamado pacífico nos reservaba un engaño. Llegó aquel día en que mi vida cambió y se rompió. A manos de una tormenta que era casi un huracán; lo vimos venir, pero no pudimos hacer mucho; recogerlo todo como siempre habíamos hecho en las tormentas, dejar el palo llano y aguantar los embates de mar y viento. En medio de esa tempestad en la que las fuerzas de la naturaleza se unen para hacer la más salvaje muestra de poder, todo es confusión y caos; la visibilidad se hace casi nula. Toda la experiencia de un marino se ve puesta en duda, sus cimientos crujen bajo la más furiosa tempestad que puede regalarle un océano del que no es oriundo. Confiar. Como siempre, es lo único que queda; confiar. Y confiar.

Todo podría haber salido de otra forma de no ser por el arrecife. Un traicionero arrecife de los que en un día claro se divisan perfectamente; en medio de aquella tormenta fue un arma oculta a la cual el oleaje nos arrastró. Una mano de garras y pinchos que hizo temblar el casco del barco en su primer contacto. El barco gemía, se quejaba, se rebelaba; luchaba en vano. La fuerza del mar embravecido, el oleaje batiente, el viento aullando huracanado, gotas de agua por todas partes, cielo y tierra convertidos en lo mismo. Mi padre se aferraba a la caña del timón, rogándole a su navío que saliera de esa. Mi madre, en una situación como aquella, sacaba toda su fuerza y potencial. Era increíble. Hicimos todo lo que pudimos hasta el final. El casco crujió, lanzando lamentos agónicos en medio de los rugidos de la tempestad furiosa. Todo fue caos. Creo que el shock no me permitió recordar nada más; solo que se hizo trizas, y que terminé en medio del oleaje con el chaleco salvavidas puesto. La radio no funcionaba. Los últimos gritos de mis padres se perdieron en el viento.
Sé que se centraron tanto en intentar salvarme a mí y al barco, que casi se olvidaron de sí mismos. En aquel momento no pude ni gritar, ni llorar, ni reaccionar de ninguna manera; estaba en lo que parecía el apogeo de un huracán furioso, el espíritu del mal que unía y agitaba los vientos y el océano, una bestia enfurecida. Mi vida yéndose a pique con el barco, que había sido mi único hogar, casa y refugio, mi entera existencia. No podía distinguir nada más que gris y gotas de agua que se me metían en los ojos; no veía a mis padres por ninguna parte. El barco restalló, se rompió, zozobró y terminó de hundirse, con las jarcias partidas.

Tenía quince años cuando vi mi vida irse a pique literalmente. Ahí se acabó todo para mí. Pero mis padres me habían enseñado algo; siempre, siempre, la vida se abre paso, y hay que luchar por sobrevivir. Lo perdí todo pero seguía viva, aunque me sintiera muerta. Los arrecifes que nos habían traicionado estaban cerca de una costa; la costa de una isla pequeña y deshabitada, en cuya blanca playa quedé tirada. Una noche, un día, o una eternidad; como un cadáver. Los cangrejos me rodearon para empezar a arrancarme trozos de carne, y solo entonces, ante el dolor punzante y la realidad de que seguía viva, me arrastré penosamente por la arena. Solo era una chica, sola y asustada, que se sentía la más pequeña y más miserable del mundo entero. Empecé a gritar. Me dejé las cuerdas vocales, me abrasé la garganta y los pulmones, gritando como nunca nadie ha gritado; los llamé, llamé a mis padres, los llamé con toda la desesperación del mundo. Y si hubiera habido un Dios que me los había arrebatado, al verme así tendría que habérmelos devuelto. Pero no. No había nada más que silencio, roto solamente por el suave susurro de las olas; la tormenta había dejado calma tras de sí. Una calma que guardaba silencio ante la destrucción. Y entonces el océano se desbordó dentro de mí, al tomar plena conciencia de la situación; las lágrimas saladas escapaban de mis ojos como torrentes incontrolables, que no podía ni quería parar. Lloré porque era lo único que me quedaba hacer, sollocé, convulsioné, grité, me desesperé, dejé todas mis fuerzas. Con una desesperación que nadie a esa edad puede sentir más fuerte. Es imposible hacerse una idea, ni de la más mínima parte de ese sufrimiento. Creo que pasé tres días y tres noches así; tirada en la arena, llamando a mis padres, llorando hasta quedar agotada y que las fuerzas me abandonaran, siendo solo un cuerpo inconsciente. Y saliendo de ese estado, la sed vino a atormentarme. Así que tuve que sobrevivir. Sobreponerme. Comer la primera fruta que encontré, hidratarme, intentar partir un coco o encontrar un riachuelo.

Pasaron los días. Días en los que no hacía nada más que escrutar el horizonte, mirando más y más allá, recorriendo las playas de la isla, queriendo con todas mis fuerzas encontrar algo. El indicio de que mis padres habían sobrevivido. Me aferraba a eso como a un hierro ardiendo. El mar terminó por traer cosas, restos del naufragio; una caja estanca en la que mi padre guardaba un kit de supervivencia, cosas básicas e importantes, entre las que estaba el cuchillo de caza y otras utilidades que me salvaron la vida. Mis padres me salvaron la vida, una vez más. Trozos del barco inútiles, y el par de prendas de ropa que conservo. Pero ni rastro de ellos, vivos o muertos. El océano se los había quedado para él. Fue la única vez que lo odié.

Hay personas que maduran a los veinte años o a los treinta. Yo lo hice de golpe en aquel momento. Tuve que levantarme de mis cenizas y sobreponerme, construirme una cáscara con los despojos que habían quedado. Sobreviví. Aprendí cosas de la isla, me construí un refugio, pesqué y recolecté frutas, y poco a poco, me hice mi hueco en este sitio. Escribí mi nombre con el cuchillo en la corteza de una palmera, como un recordatorio de quién era. Yo. Nereida. Porque no había nadie más que me lo dijera que yo misma.

Fue muy difícil. Pero lo conseguí, crecí, lo superé y aquí estoy. Acepté que mis padres estaban muertos; me quedaba el consuelo de que estaban juntos en las profundidades del mar, y que sabiendo que yo estaba viva, ellos lo hubieran querido así. Pasaron los años y ahora soy lo que soy. No había visto a otro ser humano hasta que llegaste tú, Jake.

Y al parecer has vuelto a cambiar mi vida.



Esta historia vive por y para este capítulo. Mi capítulo favorito, el único que al releer me hace sentir que sí, sigue mereciendo la pena. Contar la historia de Nereida.

Porque... auch. My girl. 

Y es uno de los puntos más importantes del desarrollo de la historia. Por fin se ha revelado el origen misterioso de esta chica y por qué vive sola en una isla perdida. So, ¿qué os ha parecido? ¿os esperábais algo así? ¿suficiente desgracia o hace falta más?

gracias por leer si es que todavía alguien lo hace, y no olvidéis comentar para que no se me olvide y pierda la motivación de seguir <3.

 

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