24. Jake
Llueve. Llueve mucho y mansamente, de forma casi silenciosa y apacible pero incansable, como si el cielo se derramara lentamente, como Nereida debajo de mí, haciendo el amor en su choza. Una humedad densa lo envuelve todo, dejándonos la piel y el pelo pegajosos. Nos quedamos tumbados en el camastro de la choza, viendo la cortina constante de agua caer, hipnótica. Compartiendo esa sensación de mansedad, acompañando el tiempo, dejado, perezoso, denso.
—Me gusta esto —dice ella—. Esta sensación, estando así en tus brazos.
La abrazo más fuerte por la espalda, rodeándola con mi brazo y acercando mi cara a su cuello. Respirando su aroma. La calidez de estar juntos.
—A mí también —respiro junto a ella—. Me encanta. Tú me encantas.
Se hace el silencio, en el cual cada uno vaga por sus pensamientos; los cuales no han ido por derroteros muy diferentes, cuando ella dice:
—¿Qué echas de menos de tu mundo?
Me paro a pensar, un momento.
—Supongo que todo. La comodidad, mi ambiente; el apartamento el trabajo, la gente... —Hago una pausa, pensando en Sarah.
—¿Tienes a alguien esperándote?
Nereida no es tonta. La pregunta podría haber sido simplemente eso, si hay alguien esperándome; pero sé que se refiere a alguien especial. A Sarah.
—Sí —respondo con sinceridad—. No sé si me estará esperando o llorando mi muerte, quizá superándolo; pero hay alguien. Mi... novia.
Asimilo que por un momento he pensado «tenía novia» en lugar de «tengo novia». Porque en verdad siento que ya no es algo del presente, que mi vida ha cambiado tanto, como si todo eso hubiera quedado tan atrás, como algo distinto. Nereida guarda silencio por un instante.
—¿Eres consciente de que puede que nunca vuelvas? —La pregunta parece quedar suspendida en el aire, levitando. Como un vapor que nos envuelve.
Sí; había intentado no pensar en ello, en las posibilidades que tengo de volver, pero lo cierto es que, tal y como están las cosas, es muy improbable.
—Lo he pensado. No sé cómo podría volver.
—Y en ese caso, ¿qué harías?
—Supongo que quedarme aquí, no me quedaría otra que convertirme en un Robinsón Crusoe por el resto de mi vida. Contigo.
—Conmigo.
—Contigo. Me gusta eso.
—¿Renunciarías a tu vida por mí?
«Sí», dice una voz en mi cabeza. «Estás rematadamente loco», replica otra. Sí, loco por ella.
—Eso es algo difícil. La balanza en la que se opone todo lo que era mi vida, y tú, que le has dado un giro completo.
La escucho suspirar.
La lluvia sigue cayendo en una cascada mansa y constante, una cortina sin fin del cielo a la tierra. Y nosotros seguimos abrazados, mirando la selva del exterior, cubierta por ese filtro de agua. Entonces le hago una pregunta; la pregunta que ha estado en mi mente desde que llegué.
—Nereida. ¿Cómo llegaste a esta isla? ¿Por qué? ¿Cómo era tu vida?
Guarda silencio; no le veo la cara, pero me imagino sus ojos azules perdidos más allá de la lluvia y la selva. Suspira. Un suspiro profundo, suave y largo.
—Supongo que es el momento de contarte mi historia. Mi vida.
Yo escucho con atención.
Oh boyyyy here we go. Capítulos con conversaciones de este tipo y confesiones. Yeah.
Está lloviendo, el ambiente es perfecto, recuerdo a mi yo de hace exactamente un año escribiendo esta historia. Life is good.
Preparáos para el siguiente capítulo.
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