Bagatela 7: Las calles de París


Las calles de París

Un día cualquiera. Una calle de París.

El dulce aroma matutino alcanza la nariz de Carmen, quien se dirige hacia el norte. Desganada, cansada, esconde un mechón negro detrás de su oreja. Observa los autos, las tiendas que apenas inician una nueva jornada.

Dirige la mirada hacia la librería de la esquina. Un compañero de la universidad se la ha recomendado, por lo que decide que no está de más entrar. Por su cabeza se cruzan mil y un títulos que necesita en su colección, cuando nota una silueta especial. Es una chica que se dirige hacia el sur. Ambas se acercan lentamente la una a la otra, como miles de transeúntes lo hacen todos los días en aquella acera. Sin embargo, para Carmen esa persona es especial. En cuanto la ve, su corazón se estremece, las manos tiemblan y un calorcito inexplicable invade su cuerpo.

La otra chica avanza distraída, guardando con una sola mano algunas cosas en su bolso, mientras que con la opuesta sostiene un café caliente recién comprado. Carmen no se fija en sus zapatos, pero nota que viste tejanos y una cálida chamarra beige con peluche adornando su gorro. En el cuello de la blusa porta unas gafas, y dos pulseras resaltan en sus muñecas.

Cada vez están más cerca, y Carmen puede distinguir con mayor facilidad sus detalles. Los ojos enormes, delineados finamente de negro; las cejas depiladas, nariz felina y labios dulcemente rosas, siendo el inferior más carnoso que el superior. Cabello castaño, piel dorada. Entonces, la morena piensa que, a pesar de esa pinta pretenciosa, se trata de una chica alegre y dulce haciéndose bolas con sus cosas.

Yacen ya a una distancia considerable, por lo que Carmen percibe el aroma a café, chocolate, vainilla, leche y coco juntos que ella despide. De inmediato, la linda morena se embriaga con la dulzura ajena. Le parece tan delicioso, que siente unas prominentes ganas de lanzarse sobre ella y abrazarla hasta el hartazgo, acariciarla y besarla con esa suavidad tan pura que refleja en su mirada.

Cuando la chica por fin termina de acomodarse, alza la mirada y se topa de frente con Carmen, quien no puede evitar dedicarle una sonrisa amable. La doncella se sonroja, y, con torpeza, le devuelve una tímida risita. Ninguna de las dos para su rumbo, por lo que únicamente rozan de manera casi imperceptible sus manos y continúan su camino.

A los ocho pasos de haberla rebasado, Carmen se detiene. Se vuelve hacia ella y aspira por última vez el aroma que aquella cabellera castaña y dispareja desprende.

«¿Cuál será su nombre?» se pregunta, desvía la mirada y sigue su rumbo. Pero cuando llega a la librería, continúa pensando en «su chica París», quien con tan solo un roce ha logrado hechizarla.

Resulta curioso. No es la primera vez que le ocurre, ya ha tenido encuentros con varias personas diferentes. Sin embargo, al menos durante aquel instante, se dedica a pensar en ella y únicamente en ella, aunque al siguiente día se borre por completo de su memoria.

«Dos chicas cruzando caminos en París. Se miran, se sonríen, se cruzan, pero su historia nunca se lleva a cabo». Carmen piensa en ello y niega con la cabeza. Toma un libro del estante, y con una risita en los labios concluye.

«Si es que me la vuelvo a topar... tal vez, solo tal vez... le hable».


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