Bagatela 6: Amour


Amour

Ocultando sus labios tras una bufanda de lana, Noah observa el repetitivo y gris panorama que se extiende más allá del cristal. Haber alcanzado asiento podría considerarse como un verdadero milagro, tomando en cuenta la cantidad de personas que viajan en tren cuando hace frío. El otoño trae consigo matices oscuros a la ciudad; cielos nublados y lluvia, sintiéndose el invierno cada vez más cerca.

Apretado en una esquina, recuerda que nunca le han gustado las multitudes. Se remonta a cuando era apenas un niño, y yendo por el centro, veía con horror cómo la gente parecía dirigirse hacia él. Atravesaba la calle entre vestidos, olores, risas y voces de mil y un extraños que asustaban, porque todos caminaban en diferentes direcciones, lejos de su hogar. Él se aferraba a la mano de su mamá, procurando no soltarla por nada del mundo, así permanecería a salvo.

Sin embargo, han pasado ya al menos diez años desde eso, y aunque la presencia de tantas personas sigue resultando incómoda, por primera vez en su vida siente que rodeado, todo estará bien.

Huye, como el vil cobarde que es. Corre de un fuego que él mismo provocó.

En la mañana estaba muy seguro de sus deseos, o tal vez se había embriagado con ellos durante la noche. Era temprano y recién despertaba. Sus párpados se sentían pesados, el dolor de cabeza persistía, y aquella soledad acumulándose en su garganta parecía explotar en cualquier momento. La cama vacía, la frialdad de un nuevo día. Sintió la urgencia de verle, de ser protegido y estrechado entre sus brazos. Los tenues rayos de sol colándose por las cortinas solo podían sugerirle que lo hiciera, recordándole la dulce silueta a contraluz.

Entonces no lo pensó mucho y extendió su brazo hacia el buró de madera que se hallaba a su lado. Tomó el móvil, tecleando unas cuantas palabras. Vacilantes, seductoras, delicadas. Decía:

Anhelo verte. Creo... que te quiero.

Y era cierto, las ganas de verle dolían al punto de secarle las lágrimas, de dejarle vagando con una herida que no sangra, pero tampoco sana. Ese era el motivo de su impulso, por lo que no dudaba en enviar aquello; mas fue la segunda parte del mensaje la que realmente le impresionó a sí mismo y tuvo que reflexionar algunos segundos, tumbado bocarriba en su cama. Al no conocer el significado de la palabra «amor», creía que, tal vez, eso que se retorcía en su corazón se trataba del tan afamado sentimiento.

Anestesiado, eligió el destinatario y envió el mensaje. Llegando a tal punto le daba lo mismo hacer el ridículo.

Minutos, o incluso segundos después recibió una llamada. Quedaron de verse a las cinco de la tarde, en la estación. Después de colgar se dio cuenta de que nada había cambiado, ni su desapego, ni esas oraciones cortas que intercambiaban; en realidad daba lo mismo hablar del clima que de comida, ya estaba acostumbrado a eso. Aun así, colocó el móvil en su pecho, esperando que el tiempo transcurriera pronto.

Lo que se vino después le inquieta, incluso recordarlo resulta vergonzoso. Suspira, empañando el cristal.

En un principio parecía la correspondencia absoluta. Primero viajaron en el tren, de pie uno frente al otro. Claro está que esas situaciones siempre propician la cercanía, y su caso no fue la excepción; Noah se recargó en el pecho de Dimitri cuando cayó víctima del inevitable vértigo ocasionado por la velocidad. Aunque fueran pequeñas probadas, se sentía bien la calidez que transmitía... Sí, calidez, esa era la palabra correcta, incluso si se trataba de un hombre tan rígido y frío como el acero...

A su lado parecía comenzar a derretirse.

Después de eso, caminaron sin rumbo en el centro. Si bien temprano el clima no lucía esplendoroso, tampoco se veía mal, era una lástima que la temperatura de a poco descendiera. Dimitri, que traía una bufanda beige, no dudó en enredarla en el cuello de Noah, mostrando una vez más que se preocupaba por él.

Esos pequeños detalles le hacían sentir como un niño mimado, pequeño e indefenso... se negaba a ser así. Se sentía raro, considerando que ambos eran hombres. Pero, haciendo a un lado ese hecho, deseaba dejar de ser tratado de esa forma, como una adorable mascota: Quiero algo más, algo que confirme mis sospechas.

Fueron a tomar un café. La conversación no es algo que, incluso yendo en el vagón, Noah recuerde bien. Hablaron de los sabores del menú, la decoración del lugar y cosas sin importancia. Queriendo gritar, arrastrarse y explotar de una vez, Noah tuvo que controlarse y dejarlo pasar con una expresión de falsa indiferencia.

Saliendo del local, con el ánimo por los suelos, tomó su mano, entrelazando aquellos largos dedos con los suyos.

Corazón palpitante, voluntad quebradiza.

Dimitri comenzó a caminar hacia un lugar desconocido, sin decir ni una palabra. Noah confió en él, anhelando muy en el fondo que algo grande sucediera.

Y sí, cuando se dio cuenta, ambos yacían en la habitación de una posada.

Lo que siguió fueron incontrolables besos en medio de la creciente oscuridad. Era la primera vez que le sentía tan cerca, tan suyo. La piel áspera recorriendo sus músculos, el pálido tono que tanto le molestaba, consecuencia de su frágil salud. Gemidos, la ropa desperdigada, caricias y lamidas... pero nada más.

Noah no se lo explica, no logra comprender qué pasó. Incluso aunque sentía el corazón a punto de reventar, incluso aunque estaba disfrutando el momento como nunca, algo en su interior se quebró.

—Detente, por favor —susurró.

El otro pretendió no hacer caso, por lo que tuvo que exclamar la misma frase, acompañada de una bofetada. Dimitri le miró con expresión confusa: ¿No era esto lo que querías? ¿Por qué tomas esa actitud?

Ni siquiera Noah pudo responder aquellas interrogantes. No era miedo, ni desconfianza, entonces... ¿qué?

Poco a poco la calidez ajena fue desapareciendo, mientras soltaban aquel profundo abrazo que les mantuvo unidos.

Puesta la bufanda en su lugar, dejaron la posada con pasión a medias, un sabor amargo en la boca que les silenció durante el trayecto a la estación. Antes de abordar el transporte, a Noah le pareció escuchar un susurro por parte de Dimitri, pero no pudo ni cuestionarle cuando se vio obligado a caminar entre la multitud. Aquella figura quedó atrás, y lo último que miró fue su reflejo en los brillantes, inmutables ojos del rubio.

Entonces, sentado en la esquina se fue pensando en lo mismo una y otra vez, dando vueltas sin parar. La textura, el sabor, la vergüenza de haber renunciado a ello justo en el momento clave. Incitar y luego dejar hambriento... ¿algo así puede ser legal?

Cuando llega a su destino, baja arrastrando los pies. Remordimiento, angustia y confusión le comen el cerebro. Tener que caminar cinco cuadras resulta una molestia cuando se lleva la moral tan caída, y más si es bajo la lluvia; agradece por llevar puesta aún la bufanda. Ese olor tan característico le reprocha dulcemente, incluso parece irse intensificando más y más mientras camina...

Él anda cerca. Cuando deja de sentir las finas gotas rozar sus pestañas lo confirma, aquel paraguas transparente está cubriéndole por arte de magia, otra vez.

—Dimitri.

—Hm.

—¿Por qué?

Se hace el silencio, a lo que decide continuar:

—¿Por qué me siento así?

El rubio sigue sin responder, con esa fría expresión característica. ¿Se ha molestado demasiado? Y cómo no, con lo que hizo... lo comprende. Incluso el hecho de haberse molestado en buscar un transporte más rápido para alcanzarlo y protegerlo, le avergüenza. Tal vez iba a su casa cuando decidió regresar corriendo tras él, y eso solo puede ser peor.

Poco a poco Noah nota que el blanco departamento se extiende ante ellos, y totalmente resignado a una despedida fría, es sorprendido por las palabras de Dimitri.

—El mensaje.

—¿Eh?

—El mensaje que me enviaste... ¿era cierto?

—Sí —responde dudoso—. Aunque lo de hace rato... no me lo puedo explicar. ¿Qué es esto?

El más alto hace una pausa, mirando a Noah de frente. Su expresión se dulcifica.

—Si no es amor, entonces no sé lo que es. —Por primera vez en el día, Dimitri sonríe. Es un gesto tan cálido y amable, que los músculos se relajan al instante, resulta tierno perderse juntos, o al menos eso piensa Noah.

—Amor, eh... —Suspira— ¿Quieres volver a intentarlo? 


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