Bagatela 3: Memento Mori

Memento mori

Cuando entra a la habitación, la víctima parece no poder resistir más. El de finas ropas corre hacia el cuerpo consumido que se retuerce cual gusano sobre el colchón. Se sienta tomándolo entre sus brazos.

Sus manos palpan los huesos salidos y deformes de la pobre criatura.

Oh, su dulce amor, ¿qué le ha hecho? Los labios le tiemblan mientras da caricias desesperadas. Escucha los berridos de sufrimiento que profiere aquella garganta. Con la mano helada, le toma del cuello y ve a sus ojos.

—Todo va a estar bien, todo va a estar bien. Silencio, amor —consuela con una voz melosa que ni él mismo siente real.

La alimaña que admira y consuela luce terrible. Los negros cabellos desperdigados por todas partes, pegados al sudor de la frente, incluso han perdido el brillo que tenían cuando le vio por primera vez. Ahora no son más que cerdas en la cabeza de un muñeco viejo. La piel pálida y grasosa, los ojos rasgados casi extintos, como finas líneas que oscurecen su rostro. Asquerosas burbujas rojas que resaltan en su cutis y cuerpo, amenazando con estallar. Está en la fase final, puede sentirlo.

Trae una bata blanca, de enfermo. Actualmente luce amarillenta, con una que otra mancha de sangre, por el desagradable líquido que sus pústulas segregan.

—¿Por qué, Ryusei? ¿Por qué? —El pobre agonizante susurra, derramando lágrimas pegajosas.

—Porque es necesario, pero ya casi termina, te lo prometo —acaricia los labios agrietados que le incitan a un beso. Sí, aún cuando la putrefacción invade a su pobre amante, demuestra un enamoramiento desquiciado.

Las débiles manos se alzan y acarician los castaños cabellos de Ryusei, quien a su vez entrelaza sus dedos con los ajenos. La piel es aguada, como de un anciano, puede sentir incluso las venas casi vacías.

—Esto parece no tener fin —chilla.

—Ya pasará...

—¡Llevas diciendo eso un mes, maldita sea!

—Te digo la verdad.

—¡Nunca me advertiste sobre esto! ¿De qué se trata, eh? —Se jala entre temblores que cada vez le debilitan más. Ryusei siente el movimiento de las costillas contra su pecho.

—Te lo dije, Daika, te dije que tendrías que lidiar con los efectos secundarios.

—Pero no me mostraste lo horribles que eran, ya no lo soporto... mátame, por favor...

—Tienes que morir por tu cuenta, no seré yo quien lo propicie.

—¿Eh? ¿Te estás escuchando? ¿Cómo puedes ser tan frío conmigo después de esto?

—Con tenerte aquí estoy siendo lo suficientemente cálido. Daika, yo te amo y lo sabes, tú aceptaste hacer esto por mí. Resiste, por favor.

—Amor...

El pobre muchacho siente una presión horrorosamente dolorosa en el estómago y Ryusei sabe lo que se viene. Se levanta corriendo, toma la bandeja que está sobre la mesa de noche, pero se voltea muy tarde. El pelinegro yace en el piso, escupiendo sin piedad un líquido rojo y espeso.

Los gemidos son ensordecedores, las protuberancias le punzan, y de pronto unas se rompen. La pus escurre por su rostro, como ácido que carcome la piel a su paso. No puede parar de llorar y salivar. Ryusei se queda inmóvil ante tal escena, pero decide endurecer su corazón e ir a ayudar.

Daika se sostiene con los temblorosos brazos llenos de yagas al rojo vivo. Debajo de su bata se asoman unas hermosas piernas hechas trizas, como corroídas por gusanos, ¿es que se ha quemado o alguien le ha hecho muchos cortes? La piel se desprende por cada movimiento.

Ryusei se inclina y sostiene aquel cuerpo moribundo.

—Ten, por si quieres volver a vomitar. —Le ofrece la bandeja y lo acaricia.

—Memento mori* —susurra con una trémula voz.

—¿Eh?

—Memento mori. Nunca lo voy a volver a escuchar, ¿verdad?

—No, mi amado, nunca lo escucharás. Jamás. Te lo prometo.

Ryusei envuelve a su amante entre sus brazos. Éste llora, aferrándose con la fuerza que le queda a aquel que tanto le ha soportado.

—Te amo, Ryu, te amo.

—Estoy seguro de ello, créemelo —susurra al oído y deposita un beso en él.

—Bésame —pide con voz infantil.

—No.

—¿Por qué?

—Porque no estamos en condiciones.

—Te doy asco, ¿cierto?

—No.

—¿Entonces? ¿Qué tienes?

—No es nada, Daika, simplemente no es el momento —revisa disimuladamente el pulso ajeno.

—No, no, me estás mintiendo, te doy asco, soy horrible, ¿verdad? Pero voy a ser hermoso, por favor no me rechaces... —suplica.

Ryusei toma aquel rostro entre sus manos. Los granos se sienten palpitantes, como pequeñas criaturas que se hinchan y contraen. Acerca lentamente los labios a los de su amante, cuando siente la sangre caliente derramarse en sus ropas.

Daika toma la bandeja, pero sirve para maldita la cosa. Vomita un poco en ella, un poco en el suelo y luego se siente tan débil que cae sobre toda la porquería.

—Ya se viene. Sé fuerte, estaré aquí a tu lado.

Los ojos del pelinegro se abren con horror. Escupe coágulos gigantes, ¿o acaso son partes de sus vísceras? Su cuerpo comienza a precipitarse, estrellando cada miembro suyo contra la duela. Las convulsiones le estremecen con furia, las erupciones terminan por explotar y escurrir. Se azota, quiebra, y colapsa. Puede estarse mordiendo la lengua, pero Ryusei lo ignora, luego se repondrá. Lo que a él le angustia es lo no advertido a su amado: la química a veces no es compatible y simplemente terminas incendiándote.

Cuida que eso no ocurra, sería su destrucción. Es suficientemente perturbador ver cómo sus movimientos más violentos comienzan a cesar. Está presenciando la muerte de su ser más querido, pero todo tiene un objetivo. Ha salido bien, no ha surgido fuego de ninguna parte. Se tranquiliza.

El cuerpo yace muerto, con un poco de espuma en la boca. ¡Ah! siente melancolía de cuando él pasó por eso. Sonríe para sí y lo toma entre sus brazos. Lo sube a la cama y desnuda, luego vuelve a tomarlo así y lo lleva hacia el baño para depositarlo en una tina.

Sus líquidos quedan embarrados en la superficie blanca, pero no importa. Pone a calentar el agua, no para evitar el frío, sino para que la sangre se caiga mejor.

Decide dejarlo un rato en lo que va a limpiar el desastre.

La habitación no tiene ventanas, es solo un cuarto viejo con un tapiz igual de rancio, color púrpura.

Camina hacia la cama y desprende todo: sábanas, cobijas, cojines. Se encargará de quemarlos después, pues sabe que si de alguna manera se expusieran, alguien más podría contraer los fatales síntomas. Incluso toma la bata de Daika. Todo lo guarda en una caja de madera que le esperaba sobre una silla.

Limpia, tomándose su tiempo.

Cuando termina, decide cambiarse él también y guardar su ropa sucia en el mismo lugar.

En su habitación se observa al espejo. Trae puesta una camisa de seda blanca, con mangas de abanico con orillas bordadas. Botones de marfil, ropa que ha guardado a través de muchos años.

Ojos fieros y el cabello castaño tocando apenas con las puntas sus hombros. Entreabre los labios y luego sale de la habitación, remangándose la camisa hasta los codos.

Llega a donde está el cadáver. Lo observa una vez más, ¿en serio así lucen todos al momento de la muerte? Le da un poco de melancolía, pero decide disfrutar la mejor parte de su labor.

Lo baña con una pequeña bandeja y un trapito húmedo.

Toma el pálido brazo, pasando sobre él la tela que desprende su asquerosa suciedad. Nota que cada vez las yagas se ven menos, van cicatrizando despacio.

La protuberancia mayor en la frente de Daika ha desaparecido casi completamente, solo se aprecia una mancha roja. Sonríe, sintiendo una calidez extraña en el corazón. Es asombroso el proceso por el que pasan. Es como magia, su propia y macabra magia.

Observa la inocente expresión de su querido, con los ojos cerrados. Se ha encargado ya de limpiar su rostro. El cabello se siente sedoso, aunque está mojado. Ryusei tiene ganas de darle un beso, pero decide hacerlo después.

Continúa con las largas y níveas piernas. Toma una y la alza, observando lo bien torneada que es. El agua escurre, impregnándole de gotitas cristalinas. Ya no se resiste y besa sus dedos con ternura, avanzando de a poco hasta la rodilla. En el muslo lame un poco y culmina con otro beso, dejando así aquella extremidad. Quisiera continuar y meterse en la tina para practicar sus deseos necrófilos más profundos, pero se muerde para mantenerse distante.

Lo cierto es que esas piernas ya no tienen ni rastro de aquellas mutilaciones espantosas. Esto ha avanzado de manera rapidísima, y a Ryusei le aterra el hecho de que se adapte «demasiado» bien a su nueva naturaleza. Para eso debe educarlo y mostrarle lo que está bien y mal. El autocontrol es muy difícil, pero debe aprender a tenerlo.

Observa su pecho, tocando ese par de botones que resaltan en medio de la blancura. Le impresiona lo suaves que son y fantasea con lo mucho que se divertirá con ellas después.

Cambia el agua quizás dos veces en toda la noche.

Cuando por fin ha desprendido toda la suciedad y se ha entretenido lo suficiente, toma el cuerpo y lo envuelve en una toalla. Lo lleva a la habitación que compartirán y lo deposita sobre el gran colchón.

Seca con dedicación todas las gotitas restantes en el cuerpo, como quien pule su obra maestra recién terminada. Recorre la piel con especial fascinación, sonriendo para sí.

Cuando es el turno del cabello, lo sienta y seca con paciencia. Cada hebra es importante, así que las recorre hasta dejarlas completamente secas. Tarda quizás horas.

Al final decide colocarle un camisón. Permanecerá en cama al menos dos días seguidos, reponiéndose por completo, entonces es conveniente. Va por él al ropero y finalmente se lo pone. Piensa en lo hermoso que será recostarse a su lado y poder meter por ahí su mano, entrelazando las piernas con él. Lo verá al rostro y se lo cubrirá de besos.

Suspira enamorado.

Mete a Daika entre las sábanas y ahí se dedica a verlo una vez más. Hermoso, incluso más que cuando lo conoció. Podría permanecer ahí durante años sin cansarse, pues es imposible quitarle la vista de encima a una criatura tan bella.

Huele bien, luce bien, sabe bien. Incluso se siente «cálido» arropado de esa manera. El amor ha logrado carcomerle hasta el fondo de sus entrañas. ¡Ah! dulce compañero de melancolía, ¿me seguirás hasta que los inmortales seamos devorados por las larvas?

Ryusei se pone de pie. Va a hacer el intento.

Se inclina ante el de negros cabellos y abre la boca, como para mimarlo con ella, pero no. Exhala su dulce aliento sobre la delicada nariz y espera a que quizás, Daika inhale la nueva vida, pero ahora, como vampiro.

~*~

*Memento Mori:  Frase latina que significa «Recuerda que eres mortal».

Happy Halloween ♥  

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