Bagatela 10: Blasfemia
Blasfemia
Las doce campanadas resuenan. Se lleva una mano al pecho y exhala menta. Su aliento es helado, como la noche.
Lleva mucho tiempo ahí sentada, pero nadie la nota. A nadie le importa. Es transparente.
Alza la vista, y copos de nieve comienzan a descender desde el cielo. Cierra los ojos, deja que la brisa la empape y congele sus sentidos. No ve, no escucha, no siente, no huele, no respira. Ella no está ahí, solo es un espejismo que la embriaga.
Ve a sus adentros, la luz le lastima. Tropieza, cae. Sin embargo, sigue sentada ahí. Regresa, abre los ojos y se topa con la realidad.
¿Qué es real en un mundo como en el que yo vivo?
Aprieta los puños y lágrimas cristalinas escurren por sus mejillas.
¿Cómo es que he llegado a esto? No lo entiendo. Es como si agonizara de frío... como si muriera por su ausencia.
Se lleva las manos al rostro y solloza. Es una niña haciendo berrinche. Grita. El viento resopla muy fuerte... son sus emociones. Debe tranquilizarse si no quiere causar una catástrofe.
¿Alguien como yo es capaz de sentir odio?
¿Es esto a lo que llaman «pecado»?
¿Soy defectuosa?
Tengo tanto miedo. Miedo de caer.
Poco a poco, el delicado cuerpo se recuesta sobre las tejas. Comienza a deslizarse. Pero no le preocupa, incluso a seis metros de altura. Yace en la orilla, se tambalea.
Resiste.
En cuestión de minutos, vuelve a sentarse en medio del tejado.
Suspira y admira el paisaje. La ciudad se ve hermosa desde arriba. Las casitas adornadas, llenas de amables copos que las tiñen de blanco.
Puede escuchar las risas, los regalos abrirse, oler los deliciosos platillos y sentir la lejana calidez de un hogar que ella nunca tendrá.
Abajo celebran esa fiesta esperada cada año. Ella debería estar feliz en compañía de sus colegas, pero no. Se ha escapado, prefiere apartarse y hundirse en la oscuridad.
Creo que debería regresar... musita, pero observar a las familias juntas le hace, al menos un poco feliz. ¡Ah! Cómo desearía poder reír y darles abrazos a cada uno de esos seres. Pero es imposible.
O quizás podría quedarme un ratito más...
Cierra los ojos y se recuesta. Se cubre con su manto blanco. Trata de olvidarlo, pero no puede.
Recuerda aquella noche en la que cayó en esas hermosas garras negras. Sueña con su fogoso aliento, esa larga y rasposa lengua, aquellos ojos carmesí y esa sonrisa tan sátira. Su boca rosa formula unas palabras, los grandes ojos lucen opacos y sus platinos cabellos se estremecen con el viento.
Observa la luna, quien se burla de sus deseos prohibidos.
—Ya déjame...
Alza su mano. Cree ver el reflejo de aquella a quien tanto anhela. Se muerde los labios y una pluma sale volando. Blanca, danza por el aire y comienza alejarse, dejando tras de ella una esencia dulce.
—Lilith —susurra y comienza a dormirse despacio.
De pronto, todo parece oscurecerse. La nieve azota violentamente, el ambiente pesa.
Ella está cerca, ha escuchado su llamado.
—¡Leah! –Llega lanzando un grito impetuoso y toma a la muchachita del brazo.
Aletea exageradamente, más plumas salen volando, tiembla. Las pupilas se le dilatan, y cuando menos se lo espera, ya se encuentra entre los brazos de la pelirroja.
—Lilith... —Lloriquea y recarga su rostro contra el pecho de la más alta.
—¡Eh! ¿Por qué tan deprimida en un día festivo? Ahora mismo deberías estar ebria, mira que los humanos organizan unas buenas orgías que...
—¡Cállate! —Leah se separa y la mira con recelo.
—¿Qué? –Alza las cejas, retadora—. ¿Estoy acaso mintiendo?
—Siempre tan grosera, irreverente e irrespetuosa, ¡no te soporto! —Retrocede y pretende huir.
—¡Ah! ¡Ahora me vienes con que te resulto incómoda! Vale, que si lo que quieres es tocarme de una vez entonces no me molesto... —Sonríe perversamente y pretende alcanzar a su presa.
—¡No! —La esquiva.
—¿Por qué no? ¡Hace rato estabas susurrando mi nombre!
—¡Porque eso no es lo que quiero! —Y ahí está otra vez, exasperándose, dando de vueltas como niña.
—Oh, Leah... te haces tan deseable a tu manera... —Lilith se lleva las largas uñas negras al rostro y se sienta—. Mira que unos labios como los tuyos no los tiene cualquiera.
Dulces palabras. Ingenua, cae en la trampa.
—¿Lo dices en serio? —Se acerca.
—En serio, ¿por qué habría yo de mentir? —Sonríe de lado y hace enojar a la de cabellos platinos.
—Ya no sé cuándo mientes y cuándo dices la verdad —cede y se sienta a su lado, incluso aunque resulte peligroso.
—Respecto a tu belleza, no deberías dudar de mis palabras —toma a Leah de la barbilla y observa esa boca que la enloquece—. ¿Sabes que amo tu voz?
—Sí.
Ambos rostros se encuentran. Nariz con nariz.
Ese sentimiento otra vez.
—Y más cuando susurras mi nombre... —baja las ropas que cubren los hombros de la nívea criatura.
—No. —La detiene—. Hoy no, por favor.
—¿Qué tienes? Antier me comías a besos y hoy pareces no estar muy animada... —comienza a acariciar la mejilla por la cual habían estado derramándose lágrimas.
—Es que simplemente no quiero.
—¿No quieres o tienes miedo?
—No es eso... —intenta desviar la mirada, pero Lilith le acaricia esas largas pestañas que tanto adornan sus ojos.
—Te conozco bien, ¿ya te han llamado la atención?
—No, pero ya conoces a mi padre. Él tarde o temprano se enterará. Es bondadoso, realmente amable, pero... se decepcionará de mí y me desterrará, tú sabes que es muy justo y estricto.
—¿Y el mío qué? Me hará polvo si se entera.
—Él sí es capaz de asesinarte, y yo no soportaría eso. —Se aferra al pecho cubierto de negro y lo presiona con sus suaves manos.
—Ya, ya —acaricia aquellos pómulos resaltados y deposita un beso sobre los labios rosas que lo anhelan—. Tú siempre tan angustiada.
—A ti no te importa nada, ¿verdad?
—A decir verdad... no —ofrece una cínica sonrisa y seduce a Leah, quien se pierde en aquellos negros ojos que tiene frente a ella.
Sin embargo, reacciona.
—¡Piensa en tu ejército! ¿Qué dirían ellos de verte ahora mismo?
—Ya sé, pero ellos no están aquí ahora, entiende que yo solo quiero disfrutar el tiempo que tengo contigo.
—¡No! No es correcto, no es justo, el día en que todos se enteren seremos ejecutadas, ¿puedes imaginártelo?
—Ya deja de pensar en eso y bésame.
—No, Lilith... creo que lo mejor sería terminar. —No puede creer lo que acaba de pronunciar, ella que tanto depende de su insistente e irreverente acompañante, acaba de articular unas palabras tan fugaces que no pudo contenerlas.
—¿Terminar? ¿Terminar qué?
—Nuestra relación —baja la vista y su corazón comienza a latir muy fuerte.
—¿En serio serías capaz?
—Sí —intenta ser fría, pero se destroza por cada segundo que pasa.
—Oh, vamos, no estarás hablando en serio. —Lilith alza ambas cejas.
—Lo estoy haciendo.
—No te creo.
—¿Por qué?
—Porque eres demasiado débil como para resistirte a la tentación.
—¿Crees que toda la vida me voy a dejar tocar por ti?
—Ammmm sí, probablemente.
—¡Eres una odiosa!
—Y tú una infantil. —La pelirroja se pone de pie, observa la noche y su mirada retacha contra la de Leah—. Si vas a terminarme hazlo en serio.
—Está bien —asiente con la cabeza, se pone al nivel de Lilith y aprieta sus puños. Intenta mantenerse firme, pero sabe que lo que hace es inútil.
—¿Ya? —La más alta se cruza de brazos—. ¿Terminamos?
—Sí, desde ahora en adelante hemos terminado.
—Uy, creo que me desangraré del dolor —vuelve a reír y se da la vuelta.
–Eres una...
—¿Una qué? Vamos, dilo, te reto a ensuciar esa boquita de algodón —dice sin mirarla.
—Una tonta.
El silencio se hace y la palabra se pierde en la brisa. Las ropas de ambas se agitan, volando con la nieve.
La de negra indumentaria está satisfecha.
—Bueno, querida no-novia, te dejaré ir si así lo quieres.
Leah no responde. Quiere detenerla y lanzarse, decirle que bailen como si no hubiera un mañana. Pero, otra vez, no puede. Se ha estado mordiendo la lengua todo este tiempo.
—Iba a ser interesante hacer el amor en un tejado... —Lilith se acaricia la barbilla—. Pero de igual forma, nos veremos mañana, amante prohibida.
Abre sus brazos y se convierte en pétalos rojos y brillantes que se marchan a lo lejos.
El aroma queda flotando en el espacio, a Leah le lastima la nariz.
Nos veremos mañana.
¡Claro! Ellas nunca iban a poder separarse. Intentar deshacerse de Lilith siempre resultaba inútilmente tonto, como tratar de domesticar a un cuervo.
La de blancos cabellos hace un puchero y vuelve a lo mismo de su berrinche. Siempre termina como «adolescente enamorada» después de un encuentro con su amado (o en este caso, amada), con la cual eternamente pelea. Esa noche había sido como cualquiera, excepto por la parte de la abstinencia.
Se lleva las manos a la cabeza y comienza a tirar de su pelo.
Eso de que un ángel se enamore de un demonio... ¡Vaya blasfemia! Debo estar loca, completamente loca. Se dice a sí misma, mientras la nieve la abraza con dulzura.
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