Uno.
Introduje la llave en la cerradura del viejo apartamento donde Yoongi y yo estábamos viviendo y abrí la puerta, sintiéndome complacida de al fin llegar a casa luego de una maldita jornada nocturna de trabajo. Me quité los zapatos apenas entrar y cerré la puerta a mis espaldas, adentrándome al interior de nuestra pequeña casa. Me quité la chaqueta a oscuras y la lancé junto a mi bolso sin ningún cuidado sobre el sofá obteniendo un gruñido en respuesta.
Levemente asustada, encendí la luz obteniendo una preciosa vista de Yoongi desparramado en el sofá rodeado de botellas de soju y con el humo del cigarrillo aun encendido expandiéndose por el aire hasta convertirse en una espesa y tóxica nube en el apartamento. Solté un suspiro de fastidio al verlo ahí, tal vez borracho hasta la médula.
Llevábamos casi cuatro meses viviendo juntos en Gwangju y ya se estaba haciendo una maldita costumbre encontrarlo borracho en la sala del departamento. No me molestaba encontrarlo ebrio en medio de la sala, lo que me terminaba haciendo enojar era el hecho de que mientras yo me partía la puta espalda trabajando en un asqueroso bar por las noches, él no era capaz de sacar el jodido cenicero lleno de colillas. Sé que él también hacía un par de trabajos (nunca le había querido preguntar porque me asustaba su respuesta) pero ambos vivíamos aquí y no solo yo.
Me acerqué a él y presioné mi pie contra su abdomen, moviéndolo.
—Oye, inútil, despierta. —le hablé, presionando mi pie sin parar— Yoongi...
Él gruñó e hizo ese típico movimiento con la boca como si estuviera saboreando algo entre sueños. Me acerqué a él con la clara intención de zarandearlo por los hombros pero antes de que pudiera posar una de mis manos, él me agarró de la muñeca y haló de mi extremidad hasta que mi cuerpo cayó sobre el suyo, mi rostro aplastándose contra su hombro.
—Ah, Yoongi, suéltame de una vez. —gruñí tratando de liberarme de su abrazo— Yoongi...
Él ronroneó por lo bajo y no conforme con abrazarme con sus brazos, enredó también sus piernas alrededor de mis caderas.
—Yoongi, por favor... —insistí.
—Mmh, no quiero... —gruñó, apretándome más contra él.
—Ugh, apártate, apestas a alcohol. Suficiente tengo con los borrachos en el bar como para estar soportando tu maldito olor.
Él abrió uno de sus ojos y me regaló una sonrisa perezosa.
—Eres tan dulce, Jun. Tan cariñosa.
Rodé los ojos —Muy chistoso. Ahora suéltame, levántate y vete a dormir a tu cama, por favor.
Apoyé las manos en su pecho y con un poco de dificultad me liberé de su agarre sintiendo como los huesos de mi espalda crujían por el movimiento. Solté un gruñido y Yoongi hizo una mueca de fingido dolor, observándome atentamente entre la poca sobriedad que le quedaba. Se sentó a duras penas en el sofá y alborotó su cabello rubio, mirando el desastre que había causado.
—No sé en qué momento comencé a beber tanto... —murmuró Yoongi. Lo escuché apartar un par de botellas por el suelo con su pie mientras yo avanzaba hasta la pequeña cocina.
Encendí la luz y solté un bufido al ver el fregadero casi hasta el tope con platos sucios. Amarrándome el cabello en una coleta baja, le lancé una mirada asesina. Era justo a esto a lo que me refería.
—¿No pudiste lavar los malditos platos, Yoongi? —reclamé, subiendo las mangas de mi suéter— ¿Tanto te cuesta lavar un poco de loza?
Él resopló —No comiences ahora, Aejung. Por favor.
—Es que no lo entiendo —seguí hablando más para mí misma porque ya sabía que todo lo que yo decía a él le entraba por un oído y le salía por el otro—, estás la mayor parte del tiempo aquí y prefieres ver todo el desastre antes de limpiar un poco.
Tomé la esponja de mala gana y largué el grifo para comenzar a lavar la loza. El dolor de cabeza estaba matándome y lo único que quería era tomar una buena taza de café antes de irme a la cama pero, sabía que si no lavaba yo misma los trastes sucios, cuando me levantara por la tarde los encontraría en el mismo lugar.
Sentí los pasos de Yoongi acercarse a mí hasta que sus brazos rodearon mi cintura. Él dejó un suave beso en mi cuello antes de posar su mentón en mi hombro.
—No te enojes, ¿sí? Iba a hacerlo.
No me hizo falta ladear la cabeza para mirarlo. Por su tono de voz, intuí que estaba haciendo un puchero. Reí con sorna.
—¿Cuándo, Yoongi? ¿Cuándo no tuvieras ni un plato limpio que utilizar?
—No, hoy. Pero te me has adelantado.
Mi sangre hirvió de la rabia que me causaba escucharlo reír pero no quise prestarle atención. Sabía que discutir con un Yoongi no terminaba en nada bueno y no pretendía quitarme horas de sueño por estar peleando por algo que sabía no iba a cambiar.
—¿Qué tal estuvo el trabajo? —me preguntó, sin soltar sus brazos alrededor de mi anatomía.
—Horrible. —respondí con sequedad.
—Mmh, qué mal. ¿Quieres una taza de café?
Dejé caer mi cabeza en su hombro y asentí, sintiendo mis párpados pesados. Él dejó un último beso en mi cuello antes de apartarse y sacar las últimas dos tazas limpias que había en la gaveta. Enchufó la cafetera, agregó granos en ella y de inmediato la máquina comenzó a funcionar. Lavé los platos con rapidez y los dejé sobre el fregadero para que el agua escurriera. Me sequé las manos con un paño de cocina y dejé que mi trasero cayera sobre uno de los taburetes. Mis brazos se estiraron sobre la isla y apoyé mi cabeza en uno de ellos, sosteniéndole la mirada a Yoongi. La falta de sueño y el exceso de alcohol en su cuerpo hacían que sus ojos lucieran pequeños y rojos.
Convivir con él durante tanto tiempo a veces se tornaba difícil. Yoongi tenía un carácter demasiado complicado y realmente me sorprendía a mí misma soportándolo un día más. No había un día en el que no discutiéramos, a veces por cosas tan absurdas como el hecho de dejar los zapatos fuera de lugar. No obstante, nuestras diferencias eran lanzadas lejos cuando uno necesitaba la ayuda del otro. Siempre había sido así y yo estaba segura que siempre lo sería. Era casi como si los dos estuviéramos contra el mundo, siendo el escudo del otro.
La relación que había entre nosotros se había tornado tan dependiente que ya se nos hacía imposible imaginarnos sin el otro al lado.
—¿En qué piensas? —le pregunté viendo como sus ojos se deslizaban por mi rostro, concentrado.
—En ti.
Alcé las cejas.
—¿En mí? —él asintió en respuesta apretando suavemente sus labios— ¿Y qué estás pensando en mí?
—En que eres hermosa.
Le sostuve la mirada unos segundos antes de soltar una carcajada burlesca.
—¿De dónde mierda has sacado eso, Yoongi? ¿Qué fue lo que fumaste?
Sus ojos se estrecharon en mi dirección como si estuviera tratando de leer algo entre líneas totalmente inexistente. Me enderecé un poco para sostener el peso de mi cabeza en la palma de mi mano en una postura derrotada.
—¿No has pensado en cambiar tu color de cabello? ¿O cortarlo al menos?
Automáticamente y por reflejo, tomé la coleta que caía sobre mi espalda y me observé las puntas castañas.
—No, ¿por qué?
—Es hora de que cambies tu color de cabello, Aejung. —sugirió. Sirvió ambos cafés cuando la cafetera terminó su proceso y me tendió uno de los tazones— No querrás que algún día nos reconozcan, ¿verdad?
—¿Qué dices? —lo miré como si estuviera loco— Si nos quisieran buscar de verdad, ya nos habrían encontrado. No estamos muy lejos de Daegu.
—No me refiero a nuestros padres. Que no estemos allá es un peso menos para ellos, lo sé.
—¿Entonces qué estás queriendo decir? Sé claro, por favor. Odio cuando hablas en clave, conmigo no hace falta toda esa porquería.
Él se quedó en silencio por unos segundos. Yo bebí un sorbo de café sin apartar los ojos de él, tratando de leer su expresión o su lenguaje corporal pero él se encontraba tan relajado y tranquilo como una persona normal un viernes a las ocho de la mañana.
Parpadeó y ladeó la cabeza, escudriñándome con la mirada. Eliminó los restos de café de sus labios con la lengua y dijo:
—Existe la posibilidad de que yo me haya metido en un par de problemas por aquí... —confesó en voz baja— lo que significa que en cualquier momento tendremos que largarnos y no pondré nuestros culos en riesgo sólo porque tú no quieres cortarte el pelo.
Me froté la frente, mentalmente agotada con ese tema.
—Creí que haber dejado Daegu significaba dejar todo nuestro pasado atrás, Yoongi.
Él asintió con el tazón cerca de los labios —Así fue.
—Así no fue —lo corregí—. ¿Estás robando otra vez?
—Necesito dinero. —admitió con simpleza, encogiéndose de hombros. Abrí la boca para lanzarle un comentario pero él me cortó—: No, no necesito un maldito trabajo.
—Espero que te quede claro que si te agarra la policía yo no iré a verte a la cárcel. Te pudrirás solo allí.
Él me lanzó una mirada tan oscura y maliciosa que los peores pensamientos atravesaron mi mente en una fracción de segundo. Se acercó a la isla y dejó el tazón medio vacío sobre ella antes de apoyar ambas manos sobre la superficie fría y mirarme desde las alturas con esa soberbia que caracterizaba a Min Yoongi.
—¿Sabes lo que pasa, pequeña Jun? —me preguntó. Su voz dulce contradecía su expresión dura y firme. Su mano derecha acarició mi coleta, sus dedos enterrándose en mi cabello castaño— Vaya a donde vaya, te llevaré conmigo. Y eso significa que si algún día me voy al infierno, tú te vendrás conmigo. Quieras o no.
Sus palabras sonaron tan prometedoras que sentí como mi estómago se apretaba. Traté de sonreír para quitarle un poco de seriedad a sus palabras y rompí el contacto visual agachando la mirada para ver el poco líquido oscuro dentro de mi tazón.
—No digas estupideces, Yoongi —me reí nerviosa, colocándome de pie—. Creo que beber tanto alcohol te ha terminado por matar la última neurona.
Me acerqué al fregadero y enjuagué el tazón antes de dejarlo apilado junto al otro montón de loza limpia.
—Mmh, tienes razón... —comentó con la voz ronca—, pero de todas maneras quería que lo supieras para que después no me estés preguntando por qué te arrastro conmigo al infierno.
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