Diecisiete.
Yoongi.
Llevé la botella de soju a mis labios y bebí un gran trago sin apartar la mirada del hombre sentado frente a mí. Estábamos ocupando una de las mesas a las afueras de un pequeño local no tan concurrido y las pocas personas que transitaban por la calle a esa hora de la tarde ignoraban por completo nuestra presencia. Un sobre blanco abultado estaba a escasos centímetros de mis manos, su mirada suplicante esperaba que yo lo tomara porque una vez lo hiciera, estaba dentro.
—La otra mitad te la daré apenas me entregues lo que te pediré.
El sonido que produjo la botella sobre la mesa lo hizo brincar suavemente. Tomé el sobre y lo abrí, deslizando mi dedo por los billetes. Siempre me había gustado el dinero y no era gran fan de las responsabilidades, por ello, el dinero fácil siempre era bien recibido.
—Te escucho.
—Necesito que consigas un expediente que está en casa del abogado Kim. —pidió. Hacía el mayor intento de mostrarse sereno, no obstante, el leve temblor en su voz y sus ojos que no podía sostenerme la mirada por más de un par de segundos demostraban el nerviosismo que sentía— Los expedientes importantes él siempre los guarda en un estante en el despacho que tiene en su casa.
Asentí, cruzándome de brazos. El aburrimiento se reflejaba en mi rostro. Varias personas, en su mayoría desesperados como él, venían a mí con la esperanza de conseguir algo sin tener que ensuciarse las manos. Yo no hacía preguntas porque realmente no me importaba una mierda por qué ellos querían ciertas cosas, simplemente iba, las sacaba y ganaba una cantidad considerable de dinero. Quiero decir, este chico debería estar muy jodido para pedirle a alguien que es un completo desconocido para él que le recuperara un par de papeles.
—¿Cuándo las necesitas?
—Hoy —alcé las cejas por su respuesta.
Separé mis labios con la intención de recordarle que normalmente este tipo de trabajos me llevan, como mínimo, tres días puesto que no expondré mi pellejo y me arriesgaré a caer a prisión.
Al darse cuenta de mis intenciones de refutar, añadió:
—Agregaré cien mil más a tu pago final, por favor...
—Que sean doscientos.
Él dudó unos segundos pero finalmente terminó asintiendo —Está bien.
Me gustaba aprovecharme de la desesperación de las personas. Podías conseguir lo que quisieras cuando alguien está tan desesperado como él.
—El abogado Kim saldrá con su esposa y sus hijos hoy —me informó—. Todos los viernes van a cenar y regresan a eso de la medianoche. El sistema de seguridad y las cámaras serán desactivadas a las once y media y cuentas con quince minutos antes de que la empresa de seguridad notifique al señor Kim, ¿puedes hacerlo en quince minutos?
—¿Te han dicho que eres un completo imbécil? —escupí. Me bebí el resto de la botella de un solo trago y la dejé con brusquedad sobre la mesa antes de colocarme de ti— Sólo preocúpate de tener el dinero esta noche. Tienes mi número, ¿no?
—Sí.
—Envíame la dirección en un mensaje. Nada de llamadas, ¿entendiste? A las doce nos vemos en este mismo lugar, no te tardes ni un minuto porque no te voy a esperar.
—Sí, muchas gracias.
Él se colocó de pie y estiró su mano buscando cerrar el trato de aquella manera anticuada que tanto me molestaba. Torcí la sonrisa y alcé el sobre, enseñándoselo.
—Esto es lo único que quiero tocar por ahora. Nos vemos.
Pasé de largo sintiendo su mirada quemarme la espalda, pensando quizás que yo era semejante idiota. Y tenía razón. No me importaba ser amable con las personas porque simplemente no me nacía serlo y ellos no se lo merecían.
Guardé el sobre en el bolsillo interior de mi chaqueta y aproveché de sacar el paquete de cigarros y encender uno, dándole una profunda calada que me raspó la garganta.
Decidí caminar de regreso a casa porque aún faltaban un par de horas para las once y media y prefería mil veces perder el tiempo en mi habitación antes de dar vueltas como idiota por las calles. Mis pasos crearon molestos golpes en la escalera de emergencia cuando iba subiendo y mis manos buscaron a ciegas las llaves en el bolsillo de mi pantalón antes de introducirla en la cerradura y abrir la puerta. Me quité los zapatos sin cuidado apenas entré y al entrar en la sala vi que las pertenencias de Jun estaban sobre el sofá.
—¿Jun? —la llamé, quitándome la chaqueta y dejándola en el otro sillón individual.
—¡Aquí estoy!
Seguí el sonido de su voz, llegando hasta la puerta de su habitación. Ella se encontraba tendida en la cama revisando su teléfono. Desde su posición me obsequió una sonrisa la cual yo respondí.
—¿Dónde andabas?
Me encogí de hombros y me acerqué a su cama para recostarme a su lado.
—Dando una vuelta, nada importante. ¿Cómo te fue hoy?
Aejung lanzó al olvido su teléfono y giró en la cama hasta quedar frente a mí. El movimiento brusco efectuado por ella hizo que un aroma un tanto extraño llegara a mi nariz. Fruncí el ceño, era un leve aroma masculino que no reconocía. ¿Por qué Aejung olía a hombre?
—Excelente —me contestó, ignorando por completo la batalla que yo estaba teniendo en mi interior. Yo no conocía ese aroma—. Hoy me entregaron mi nota del ensayo del viernes y aprobé con una B+, ¿no es eso genial?
—Mhm, sí. Te esforzaste mucho, era lo mínimo que merecías.
—Sí... —soltó un suspiro gustoso, sus ojos brillaron con emoción—. Si no hubiera sido por la ayuda de los chicos no habría podido hacerlo.
El recuerdo de ambos chicos me hizo ruido en la cabeza. Por lo que ella me había contado, uno de ellos tenía novia, pero aun sabiendo eso, verlo cerca de Jun me molestaba. Cuando los veía salir juntos de la universidad, lo único que quería hacer era borrarle esa odiosa sonrisa del rostro con un puñetazo. Y ahora, sentir ese tenue aroma a hombre en ella me hacía pensar que posiblemente le pertenecía a él.
—Yoongi, ¿me estás escuchando?
Parpadeé, dándome cuenta que había estado mirando fijo a Jun. Mi mandíbula estaba tan apretada que un pequeño pinchazo de dolor me recorría la zona, así que tuve que relajarme y fingir una estúpida media sonrisa.
—No, lo siento. ¿Qué decías?
—Te estaba contando que el profesor Lee felicitó a Jay por su excelente ensayo. Me hizo muy feliz escucharlo decir eso frente a toda la clase.
—Sí, qué bueno... —comenté sin ganas—. ¿Cuál es ese?
—¿Cómo que cuál es ese? —ella sonrió, confundida.
—¿Quién es Jay? ¿El que tiene las perforaciones en el rostro? —ella asintió en respuesta— ¿Y el otro cómo se llama?
—Hoseok —indicó y yo forcé mi memoria para no olvidar otra vez ese nombre—. ¿Por qué me lo preguntas?
—Por nada en especial, simplemente los confundo porque no los conozco bien. Ven, vamos a dormir un rato antes de que tengas que ir a trabajar.
Me acomodé cerca de Jun, abrazándola por la cintura y apoyando mi cabeza sobre su pecho. Ella comenzó a jugar con mi cabello, pero por más que quería relajarme, no podía. Mi mirada estaba fija en la pared frente a la cama y el nombre de Hoseok se repetía una y otra vez dentro de mi cabeza.
Cuando vivíamos en Daegu, para nadie era un secreto que ella y yo nos pertenecíamos al igual que todos sabían que yo tenía un carácter de mierda. Me encargaba personalmente de espantar a quien quisiera acercarse a ella con cualquier propósito porque, sencillamente, no estaba en mis planes compartirla. Habíamos vivido muchas cosas juntos y si me preguntabas, ya no podía imaginarme un futuro sin ella. Estábamos sumidos en la mierda y por eso, le había propuesto la idea de fugarnos de casa de nuestros padres. Ellos no me querían cerca de ella y yo tenía que quitármelos de encima de alguna manera. Por supuesto, ella aceptó sin chistar. Y eso era lo que más me gustaba de Aejung. Fuera lo que fuese y pasara lo que pasase, podía contar con ella.
Sin embargo, hubo un pequeño cambio en ella desde que llegamos aquí. No supe identificarlo al inicio, pero ahora no estaba tan seguro de tenerla siempre para mí. Cuestionaba lo que le decía, exigía respuestas y aunque me prometiera mil veces que no se apartaría de mí, no podía creerlo. No podía porque sabía que en el fondo estaba mintiendo. Yo era tan egoísta que podía destruir cualquier cosa con tal de tenerla a mi lado. No me importaba, ya no tenía nada que perder.
Sólo a ella.
*
Diez minutos antes de las once de la noche salí de casa. Bajé la escalera con pesadez y me acomodé los elásticos de la mascarilla en mis orejas antes de cubrir mi cabeza con la capucha de mi chaqueta. El mensaje con la dirección a la que debía ir había llegado, así que, no dudé en hacer parar un taxi y subirme, indicándole la dirección al chofer.
El viaje fue silencioso. Me la pasé con la vista pegada en la ventana, observando las siluetas borrosas de las personas en la calle. Se notaba que hoy era viernes porque las calles del centro estaban más concurridas de lo habitual.
Cuando nos estábamos acercando a la casa, le pedí al chofer que me dejara en la esquina y le pagué, sin molestarme en agradecerle por el servicio. La zona donde me encontraba se notaba tranquila y aunque las casas no eran grandes mansiones, parecía un buen barrio. La densa oscuridad que me rodeaba era interrumpida por los faroles cada cinco metros, los cuales yo me dediqué en esquivarlo más posible en caso de que una cámara de seguridad tomara mi imagen.
A las once y quince minutos, trepé la muralla sintiendo mi corazón latir contra mis oídos. No estaba para nada nervioso porque esto era algo que ya había hecho con anterioridad, muchas veces. Rodeé la casa y respiré profundo antes de tomar la manilla de la puerta. Joder, espero que esos imbéciles hayan desactivado las alarmas. Y un manto de alivio pareció cubrirme el cuerpo completo cuando abrí la puerta y solo se escuchó el tenue clic de la cerradura cediendo.
Toda la casa estaba a oscuras así que tuve que esperar un par de minutos para que mi vista se acostumbrara a la oscuridad. Recorrí la cocina, el gran comedor y subí la escalera con cuidado, escuchando nada más que mi pesada respiración.
Una vez arriba, tomé el pasillo de la izquierda. Una, dos, tres. Abrí la tercera puerta con cuidado y una vez que cerré la puerta, saqué mi teléfono del bolsillo del pantalón. Aumenté el brillo de la pantalla, el cual era suficiente para alumbrarme. No era tan imbécil como para ocupar la linterna.
Reconocí el estante de inmediato y comencé a revisar los cajones, buscando el expediente con el nombre de Choi Chisoo en el inicio. Cuando lo encontré, lo saqué del cajón y sin poder evitarlo, le eché una hojeada.
—Menudo pedazo de mierda... —murmuré, viendo que su exesposa le había pedido el divorcio y estaba peleando la custodia total de sus dos hijos porque él era un maldito abusador de mierda—. Ahora entiendo por qué estabas a punto de cagarte en los pantalones...
Guardé la carpeta bajo mi camiseta, sujetándola con la cinturilla de mi pantalón, así como también metí el teléfono de vuelta en el bolsillo de mi pantalón, listo para irme.
Sin embargo, mi cuerpo se quedó rígido junto a la puerta cuando escuché, a lo lejos, una voz femenina. Maldita mierda.
—Sí, estoy bien. No, Hobi, no hace falta que vengas —apoyé la oreja en la puerta, escuchando la voz. Al parecer la chica iba caminando por el pasillo junto frente al despacho— Mhm, sí. No, papá quería quedarse conmigo, pero le dije que no era necesario. Sólo me levanté a buscar algo para comer. ¿Qué? Seokjin está estudiando en casa de un amigo, no estoy segura...
Escuché sus pasos bajando la escalera y al momento en que dejé de escuchar su voz, abrí la puerta con una lentitud casi dolorosa. Por más que quisiera esperar a que ella volviera a su estúpido dormitorio, no podía. El tiempo pasaba y si no me daba prisa, todo el equipo de seguridad sería encendido conmigo en el interior de la casa.
Recorrí el pasillo con lentitud, tratando de escuchar el más mínimo ruido a mí alrededor, pero el maldito bombeo de mi corazón contra mis oídos me desconcentraba. Ahora sí que estaba nervioso como la mierda.
Justo en el momento en que giré en el pasillo para bajar la escalera, me encontré de frente con la chica. Ella se quedó de piedra con un pie sobre el último escalón, sus manos sostenían un plato de galletas.
—Qui- ¿Quién eres? —quiso saber. De inmediato, su pecho comenzó a subir y a bajar producto de su respiración irregular, sus ojos me miraban con miedo— ¿Cómo entraste?
A ciegas, comenzó a bajar de espaldas, sin apartar la mirada de mí. Yo empecé a bajar también, observando cada uno de sus movimientos, totalmente alerta. Y entonces, en ese momento, todo sucedió demasiado rápido y yo simplemente reaccioné.
La chica lanzó el plato a un lugar que no pude ver gracias a la oscuridad y se giró lista para correr escaleras abajo. Aprovechando que llevaba el cabello suelto, enredé mis dedos en su melena castaña y la estampé contra la pared, el golpe de su cabeza produjo un golpe seco y su anatomía se desplomó, arrastrándose desde la mitad de la escalera hasta la primera planta.
Bajé corriendo la escalera y esquivé su cuerpo para salir con rapidez por el mismo lugar que entré. No me detuve en ningún momento y sólo me dediqué a correr en dirección contraria, metiéndome por callejones que en mi puta vida había visto. Mi cabeza era un torbellino de malos pensamientos en ese momento y aunque mis pulmones rasguñaran mi caja torácica en busca de un poco de aire, no me detuve hasta que llegué al centro de la ciudad.
Me detuve en una esquina y apoyé mi cuerpo en un poste, intentando coger una bocanada de aire. Las personas que pasaban cerca de mí me observaban, podía ver sus rostros preocupados a través de la nubosidad de mi mirada, mis ojos estaban levemente empañados producto del tumulto de emociones que sentía en ese momento. ¿La había matado? El mero pensamiento me tensó por completo, helándome la sangre.
—Disculpa, ¿te encuentras bien?
Sentí una mano apoyarse en mi antebrazo. Ni siquiera me molesté en observar de quién se trataba, solo aparté su toque con un manotazo brusco.
—No me toques.
Reanudé mi camino y mientras avanzaba, me quité la mascarilla y la lancé dentro de un contenedor de basura, en busca de un poco más de aire. Saqué el expediente de debajo de mi camiseta y me dirigí hasta donde me estaría esperando aquel hijo de puta.
Apenas lo vi sentado junto a la misma mesa de esta tarde, sentí la sangre arder dentro de mis venas otra vez. Él colocó de pie y yo avancé rápido, lanzando la carpeta sobre la mesa antes de agarrar su chaqueta entre mis puños y obligarlo a retroceder. Estampé su cuerpo contra la pared y él soltó un quejido de dolor.
—Q-qué... ¿qué fue lo que pasó? —balbuceó, la expresión de pánico se había apoderado de su cuerpo.
—¿Es que no había nadie ahí? —escupí, con los dientes apretados— Maldito mentiroso hijo de puta.
—¡No había nadie, lo juro!
Estampé su cuerpo una segunda vez sobre el concreto.
—¡Había una chica en la casa!
—¡Eso no puede ser! —se apresuró en aclarar— E-ellos salen a ce-cenar todos los viernes. Los he-he visto...
—Escúchame bien, infeliz pedazo de mierda —lo interrumpí. Apreté sus mejillas con una de mis manos y acerqué mi rostro al suyo—: si la policía llega a mi casa, no descansaré hasta verte bajo tierra. Vivo o muerto. No me conoces, y te recomiendo no conocerme.
Con toda la rabia que sentía, estampé su anatomía por tercera vez contra la pared y cuando lo solté, se deslizó hasta el suelo. Me acerqué a la mesa donde tomé el sobre con dinero y el expediente se lo lancé, los papeles volaron en el aire.
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