Cero.
Mi pierna se movió con insistencia contra el suelo de mi habitación y mordiéndome el interior de la mejilla, observé la hora en el pequeño reloj despertador que descansaba sobre la mesa de noche. 2:45AM. La casa estaba tan silenciosa que llegaba a ser escalofriante, el frío del exterior se colaba a través de la ventana abierta, entumeciendo mi espalda cubierta únicamente por una chaqueta de mezclilla vieja. Miré hacia abajo, unos centímetros más allá de mis pies donde descansaba un bolso lleno con mis pertenencias más esenciales. Miré la hora otra vez, totalmente nerviosa y ansiosa. Yoongi dijo que estaría aquí antes de las tres de la madrugada, ¿por qué todavía no llegaba?
Me coloqué de pie y saqué un paquete de cigarrillos del bolsillo de la chaqueta y encendí uno con ansiedad. Comencé a fumar con rapidez, tratando de calmar un poco los nervios que me recorrían el cuerpo haciéndome sentir abrumada.
Creí escuchar ruidos en el pasillo así que con mucha cautela me acerqué a la puerta y pegué la oreja en la madera, intentando escuchar a través de ella. Si mis padres despertaban, todo lo que habíamos planeado con Yoongi se iría a la mierda.
Con ayuda de mi dedo boté la ceniza del cigarrillo al suelo y me aparté de la puerta, acercándome a la ventana abierta. Las luces de los faroles alumbraban las vacías calles del pequeño pueblo de mierda de Daegu donde vivía, tan silencioso y espeluznante. Miré hacia atrás, fijando la mirada en los números rojos del reloj. 3:08AM. ¿Él realmente iba a venir?
Con Yoongi llevábamos planeando escaparnos de casa desde hacía semanas. No era una decisión que habíamos tomado a la ligera, lo habíamos planeado fríamente, con cautela, decididos en dejar atrás nuestras vidas mediocres en busca de algo mejor. Yo sabía que cualquier lugar fuera de casa, a su lado, sería mucho mejor que estar soportando las incontables humillaciones de mis padres. Él decía lo mismo. No importaba dónde fuéramos a parar, Yoongi decía que donde estuviera yo se sentiría como estar en casa.
A lo lejos, acercándose a pasos apresurados pude ver la silueta de un chico vestido de negro. Ver su cabello verde siendo revuelto por el viento nocturno fue lo que me permitió darme cuenta de que se trataba de Yoongi quien venía caminando con la cabeza gacha cargando un bolso deportivo a su espalda. Él alzó la cabeza y cuando me vio, esbozó una sonrisa tan maliciosa que me hizo estremecer. Le devolví la sonrisa.
—¡Pensé que no vendrías! —grité en susurros viendo cómo él se detenía justo bajo mi ventana.
—Lo siento, problemas técnicos —escupió con sarcasmo—. ¿Estás lista?
Asentí —Sí. Tomaré mi bolso y bajaré en un segundo.
—¿Eres idiota? —me regañó. A pesar de la distancia que nos separaba y la oscuridad que ensombrecía su rostro pude ver su ceño fruncido— Tienes que saltar. La maldita escalera suena como una chicharra y lo único que conseguirás es despertar a tus padres.
Tragué saliva, sintiendo miedo ante la mera idea de escapar por la ventana.
—No creo que pueda hacerlo, Yoongi.
Lo escuché gruñir por lo bajo. Él trató de relajar los músculos de su rostro para ofrecerme una sonrisa de fingida dulzura.
—Salta, ¿sí? Yo estaré aquí para atraparte.
—Prefiero bajar por la escalera, ¿ya? No me tardaré más de diez segundos, lo prometo.
—No seas una maldita gallina y trae tu trasero aquí abajo ahora, Aejung. Se nos está haciendo tarde.
Presa del pánico, asentí. Boté el cigarrillo al suelo y lo aplasté con mi zapato antes de ir a buscar mi bolso y lanzarlo por la ventana. Yoongi lo cogió en el aire sin ningún problema y lo dejó en el suelo junto al suyo. Luego, estiró los brazos con el claro mensaje de querer atraparme cuando me lanzara. Debía admitir que el miedo a las alturas me paralizaba los sentidos. La altura desde mi ventana al suelo no superaba los siete metros, sin embargo, el terror que me causaba lesionarme alguna extremidad me congelaba.
—¿Saltarás o quieres que traiga una puta escalera? —escupió Yoongi, perdiendo la paciencia. Sí, esa no era una de sus virtudes...
—Sí. Sólo... dame un momento.
Él suspiró —Tranquila, Jun. Yo estaré aquí, nada va a pasarte nunca mientras yo esté a tu lado. ¿Confías en mí?
—Sí. —respondí sin dudar.
—Entonces sube ese precioso trasero a la ventana y baja de una buena vez.
Sintiendo el corazón latir contra mi garganta, le hice caso. Me senté en el marco de la ventana y me sujeté con fuerza de los costados para pasar una pierna primero y luego la otra, quedando con ambas extremidades colgando. Me amarré el cabello con rapidez en una coleta desprolija y suspiré, observando a Yoongi.
—Eso es, pequeña —él sonrió, encantado—. Salta y podrás ser libre junto a mí.
Llené los pulmones de aire, apreté los dientes y antes de arrepentirme, impulsé mi anatomía hacia adelanté con ayuda de mis manos. El trayecto en descenso sólo duró un par de segundos pero fueron suficientes para que yo imaginara un sinfín de fuertes golpes en mi cuerpo. Sin embargo, como Yoongi lo había prometido, él me agarró en el aire sin dejarme tocar el suelo con fuerza.
Él me dejó sobre mis pies y recogió mi bolso para entregármelo.
—Dios, estuve a punto de cagarme en los pantalones. —reconocí sin vergüenza alguna.
Yoongi me lanzó una mirada rápida y agarró su bolso para colgarlo en el hombro antes de tomarme de la mano y comenzar a arrastrarme por las calles vacías. Yo trataba de seguirle el paso pero él avanzaba con tanta rapidez que no me quedó otra alternativa más que trotar para mantenerle el ritmo como si fuera una niña intentando seguir el paso de un adulto. Lancé una mirada hacia atrás, viendo como poco a poco la casa donde me crie y viví los peores momentos de mi vida quedaba atrás, en el olvido.
—Camina. —exigió Yoongi, tirando de mi mano sin delicadeza.
—¿Adónde vamos? —quise saber. Mi voz se oía un poco agitada. Él no me respondió— Yoongi...
—Tenemos que llegar a la estación del metro y cuando estemos lejos de aquí te explicaré todo.
El resto del camino fue silencioso que de vez en cuando se veía interrumpido por mi respiración defectuosa y mis quejas casi inaudibles por los jalones que Yoongi me daba en el brazo. Justo cuando estábamos por llegar a la estación de metro, mi teléfono sonó anunciando una notificación. Min Yoongi se giró con tanta brusquedad que yo no alcancé a detener mis pasos y terminé chocando contra su pecho.
—¿Qué ha sido eso? —él sabía de qué se trataba pero aun así quería que yo respondiera.
—Ah... mi teléfono.
El chico de cabello verde sonrió sin gracia.
—Realmente eres idiota, ¿no? ¿Cuántas veces te dije que no tenías que traer el teléfono? ¿Dónde lo tienes? —él no esperó a que yo respondiera ninguna de sus preguntas ya que empezó a revisar los bolsillos de mi chaqueta con brusquedad— ¿Dónde tienes el maldito teléfono?
Lo empujé por el pecho logrando que él se apartara unos centímetros de mí.
—Aquí está, Yoongi. ¿Qué es lo que...?
No alcancé a formular mi pregunta cuando él lanzó mi teléfono al suelo y lo pisó con su bota de cuero con fuerza haciendo que la pantalla se hiciera añicos. Lo miré boquiabierta. Él se agachó y lanzó el aparato destruido a uno de los basureros que estaba cerca de nosotros.
—¿Qué mierda fue lo que hiciste? —le reclamé lanzándole un golpe en la espalda con rabia.
—Te dije que no podías traer el teléfono y es lo primero que haces —gruñó acercándose a mí—. ¿Es que quieres que nos descubran? Ya luego te compraré otro teléfono pero, por el momento es mejor mantenernos así.
Reí con sorna.
—¿Y de dónde diablos vas a sacar dinero tú para comprarme un teléfono nuevo? —le pregunté con sarcasmo. Yoongi me miró completamente serio y esa misma expresión hizo que la sonrisa fuera decayendo en mi rostro hasta desaparecer— No puedo creer lo que hiciste... ¿Lo hiciste?
—Cállate y camina.
Él me tomó del brazo obligándome a caminar. Mientras trataba de seguirle el paso otra vez intenté sacar un poco de información pero sus labios se habían sellado en aquella mueca que yo tanto odiaba. Sin embargo, no hacía falta que pronunciara palabra alguna, yo sabía que ese dinero que él cargaba consigo, era robado.
Ingresamos a la vacía estación del metro de Daegu. El guardia de seguridad nos saludó con un pequeño movimiento de cabeza y nosotros copiamos su acción. Había algunas personas caminando de un lado hacia otro, esperando el metro de las cuatro y media de la madrugada que era el primero en salir. Min Yoongi acercó la tarjeta al láser y los torniquetes se desactivaron, dejándome pasar a mí primero. Él hizo lo mismo y cuando llegó a mi lado volvió a tomarme del brazo, arrastrándome.
—¿Podrías soltarme de una maldita vez? —le pedí con voz firme, intentando soltar mi extremidad— Estamos en una estación de metro, Yoongi. No hay ningún lugar adonde ir.
Él miró hacia todos lados, desconfiado y cuando se sintió medianamente seguro, dejó libre mi brazo y arrastró sus pies hasta las incómodas sillas de plástico para tomar asiento. Lo seguí y me senté a su lado, observándolo con detenimiento. Su mirada estaba al frente, dándome una vista perfecta de su perfil. Sus mejillas estaban levemente sonrojadas por el aire frío del exterior pero aun así lucía precioso.
Me incliné hacia adelante, afirmando mis codos en las rodillas y desde ahí lo observé.
—¿Me puedes decir de dónde has sacado el dinero?
Luego de unos minutos, él giró la cabeza y me lanzó una mirada tan seria que me hizo estremecer.
—¿Para qué quieres saberlo?
—Estamos juntos en esto, ¿no? —alcé las cejas con obviedad— No hay secretos entre nosotros, Yoongi.
—Lo robé. —respondió con simpleza, afirmando su espalda en el respaldo del asiento y se cruzó de brazos— Lo robé en la tienda de conveniencia que está a tres cuadras de mi casa. Por eso tardé en ir a buscarte.
Mis ojos se abrieron como dos grandes platos.
—¡Yoongi...!
—No me vengas con mierdas moralistas a estas alturas del partido, Aejung. Necesitábamos el dinero y yo no iba a buscar un maldito trabajo para reunirlo por completo.
—Dios... —froté mi rostro con la manos, cansada. Ya no había nada que pudiera decirle, él lo había hecho—. ¿Dónde iremos?
Lo escuché reír y luego sentí su mano aferrarse a mi hombro para acercarme a él. Dejé que mi cabeza descansara sobre su hombro manteniendo la vista fija al frente, observando como el guardia de seguridad se paseaba de un lugar a otro junto a la entrada.
—Gwangju es nuestro destino, pequeña Aejung. Allí podremos empezar desde cero. Sólo tú y yo.
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