01. NUEVA OPORTUNIDAD

El día que dio inicio a la nueva vida de Christine Campbell había comenzado como cualquier otro.

Trabajaba en el precinto como siempre, gestionando el papeleo y pasando los datos de los últimos arrestos a la computadora. El zumbido de la comisaría la envolvía mientras llenaba los formularios, sus dedos danzando sobre el teclado gracias a su memoria muscular. Bebió un sorbo de su café, ahora frío, y miró la creciente pila de expedientes sobre su escritorio. No era glamoroso, pero era su rutina: predecible, constante, segura.

Hasta que su capitán la llamó a su despacho.

—Campbell —dijo su capitán, Roger, con una expresión indescifrable—. Mi oficina, ahora, por favor.

Christine se puso de pie, evadiendo las miradas curiosas que sus compañeros de trabajo le enviaban. Roger había comenzado a caminar hacia su oficina sin darle la oportunidad de preguntar qué había sucedido para que requiriera su presencia de esa manera, y no tuvo más opción que seguirlo.

Él se detuvo en la puerta de la oficina, abriéndola para dejarla pasar primero, y una vez que Christine estuvo dentro, él la siguió, cerrando la puerta.

Se quedó en el medio de la habitación, y cuando Roger la vio le hizo un gesto con la mano—. Toma asiento, Christine.

—¿Está todo bien, señor? —preguntó mientras se sentaba.

No sabía realmente qué esperar. Estaba rezando en silencio a cualquiera que estuviera arriba para que no la despidieran, ya que no sabría qué hacer si eso sucediera. Después de tanto tiempo, trabajar como detective en la estación de policía de East Harlem lo era todo para ella.

Esa estación no era solo un lugar de trabajo, era su hogar. Era donde creció, en el corazón del vecindario que la había formado. Su padre había sido un reconocido detective allí durante décadas, una figura respetada que había dejado un legado que Christine se esforzaba por honrar.

Incluso después de que falleciera, la estación de policía se sentía como un recuerdo vivo de él. A ella le encantaba el lugar, pero en el fondo, también anhelaba algo más. Cuando su mejor amigo de la infancia, Derek, que había trabajado junto a ella antes de conseguir un empleo en el FBI, le contó sobre un puesto disponible allí, no pudo resistirse a postularse.

Había sido una decisión difícil, ¿cómo podría dejar la estación a la que su padre había dedicado su vida entera? Pero la posibilidad de unirse al FBI, de demostrar su valía en un nivel completamente nuevo, era un desafío que no podía ignorar.

Ahora, sin embargo, mientras estaba sentada en esa silla bajo la atenta mirada de Roger, parte de ella se preguntaba si había cometido un error.

La solicitud aún estaba pendiente y no tenía idea de si siquiera obtendría una respuesta, por lo que estar sin trabajo en ese momento no era algo que deseara.

—¿Campbell? —la voz de Roger la sacó de sus pensamientos.

—Perdón, ¿decía?

Roger suspiró antes de reclinarse en su asiento—. Recibí una llamada del agente Hotchner, de la Unidad de Análisis de Conducta.

Se le cortó la respiración, el título la golpeó como una sacudida. No sabía qué decir, era como si se hubiera quedado sin palabras, así que en su lugar dejó que Roger terminara lo que estaba diciendo.

—Me informó que intentó contactarte pero, aparentemente, no recibió respuesta por ninguno de los correos electrónicos que te envió.

—Mierda —murmuró Christine, y frunció el ceño tan rápido como lo dijo—. Lo siento, señor —Roger lo descartó con un gesto—. Nunca recibió una respuesta porque no revisé mi correo no deseado, donde probablemente terminaron.

Roger asintió—. Tiene sentido. El agente Hotchner dedujo lo mismo, y es por eso que me contactó para que te informara que quiere que asistas a Quantico para una entrevista de trabajo.

—¿Qué? —tartamudeó Christine—. ¿Esto es real? —se pellizcó el brazo—. Auch, sí, definitivamente es real.

—Cielos —rio Roger—. Es real, Campbell.

—Vaya, no puedo creerlo. Quiero decir, nunca pensé que mi solicitud sería siquiera considerada —confesó.

—¿Por qué? Eres una de las mejores detectives que conozco —dijo Roger, una sonrisa nostálgica apareciendo en su rostro—. Tal como lo fue tu padre una vez. Estaría orgulloso de ti, ¿sabes?

Christine sonrió, lágrimas formándose en sus ojos—. Gracias, capitán —respiró hondo—. ¿El agente Hotchner dijo cuándo sería la entrevista?

Roger asintió—. Si, dejame ver —miró sus notas antes de decir—: Será en dos días a las 11 a.m. Así que definitivamente tendrás esta semana libre.

—Muchas gracias, señor —sonrío Christine.

Se puso de pie, y cuando Roger le tendió la mano para que se la estrechara, ella eligió caminar alrededor del escritorio y abrazarlo, ganándose una pequeña risa de su parte.

—Buena suerte, Campbell.

El resto de su día pasó más rápido de lo esperado, terminando su jornada laboral con una ansiedad y un nerviosismo que nunca habría creído posible experimentar.

Por suerte, vivía a solo unas cuadras de la comisaría, lo que le permitió llegar a casa con suficiente tiempo para buscar vuelos económicos a Virginia. Pensó en llamar a su madre y a su hermana para darles la buena noticia, pero no quiso arriesgarse a hacerlo antes de obtener el trabajo; no quería enfrentarse a sus miradas de juicio si las cosas no salían bien.

Finalmente encontró un vuelo que saldría al mediodía del día siguiente, así que comenzó a preparar todo lo necesario para un viaje de tres días. Empacó su maleta, colocando varias camisas, dos pantalones y un blazer negro para lucir lo más formal posible. También añadió algunos libros y ropa casual, por si veía a Derek y hacían algo juntos después de la entrevista.

Una vez que tuvo todo listo, decidió relajarse un poco. Se dio un baño caliente para calmar sus nervios y, después, se metió en la cama. Mientras se acomodaba bajo las sábanas, no pudo evitar sentir una mezcla de emoción y ansiedad por lo que le deparaba el día siguiente. Cerró los ojos con la esperanza de que, al despertar, estaría un paso más cerca de su nueva oportunidad.


El aire olía a café rancio y desinfectante mientras Christine Campbell caminaba por los pasillos del edificio del FBI en Quantico, Virginia. El nerviosismo comenzaba a invadir, a pesar de sus esfuerzos por mantenerse serena. No podía evitar preguntarse qué sucedería una vez que entrara a la oficina del agente Hotchner.

Había dejado sus pertenencias en el hotel y, tras revisar cada detalle de su apariencia y prepararse para la entrevista, había tomado un Uber hasta el edificio. Al llegar, una mujer en recepción la recibió con amabilidad y le indicó cómo llegar a las oficinas del FBI.

Hasta ese momento, Christine se había sentido bien, incluso emocionada por la oportunidad. Pero ahora, de pie frente a la puerta de la oficina de Hotchner, los nervios la asaltaron de golpe.

Sabía que postergarlo solo la haría sentir peor, así que respiró hondo y golpeó la puerta. Un segundo después, escuchó una voz decir—: Adelante.

Abrió la puerta, observando la oficina amplia y meticulosamente organizada. Un escritorio de madera oscura ocupaba el lado derecho, con documentos alineados, una lámpara de escritorio, y una taza negra del FBI. Detrás, estanterías llenas de carpetas y libros sobre criminología dejaban poco espacio para objetos personales, salvo un discreto portarretratos.

Las paredes, de tonos neutros, tenían solo un par de fotografías: una del equipo del BAU y otra de un reconocimiento oficial. La luz tenue de una ventana lateral añadía un aire solemne al ambiente, que imponía respeto desde el primer vistazo.

Y detrás del escritorio, se encontraba el hombre más intimidante que había conocido. Aaron Hotchner. Era alto, de cabello oscuro y una postura que sugería precisión militar, irradiando autoridad. Era atractivo y autoritario, sus ojos castaños eran intensos, pero cálidos, y vestía un traje negro.

Se levantó tan pronto como la vio, rodeó el escritorio para colocarse frente a ella—. Christine Campbell, ¿verdad?

—Um, sí, señor —respondió Christine, extendiendo su mano para que se la estrechara—. Es un placer conocerlo.

—Es un placer conocerla también —le estrechó la mano, sonriendo—. Soy el agente Aaron Hotchner. Espero que encontrar la oficina haya sido fácil.

—Oh, sí —sonrió—. La señora de recepción me ayudó con indicaciones.

Hotchner asintió—. Me alegro —hizo un gesto hacia el escritorio—. Por favor, tome asiento.

—Gracias —respondió Christine, sonriendo ligeramente.

—Me alegra que haya recibido mi mensaje —dijo Hotchner—. Recientemente se abrió una vacante para un nuevo miembro en la UAC, y cuando vi su solicitud... bueno, sinceramente me sorprende que no la hayamos considerado antes.

Los ojos de Christina se abrieron con sorpresa—. Vaya, no sé qué decir.

—Lo entiendo —rió Hotchner, luego agarró una carpeta y la abrió, leyendo lo que decía—. Tienes un excelente expediente académico, una brillante recomendación de tu capitán, un sólido historial profesional —se detuvo, levantando la mirada de la hoja—, e incluso una segunda recomendación de un miembro de mi equipo.

—Sí —asintió Christine—. Bueno, Derek y yo somos amigos desde pequeños. Mi padre fue quién lo incentivó a que se postulara al FBI, veía mucho potencial en él.

Hotchner asintió—. Bueno, tenía razón. Y, por lo que veo, usted también tiene las cualificaciones necesarias para este trabajo.

—Gracias —Christine sonrió tímidamente.

—¿Asumo que está interesada? —preguntó Hotchner, cerrando la carpeta—. Porque la Jefa de Sección y yo hemos hablado y nos encantaría que formara parte de la UAC.

Christine sintió que se desmayaba cuando escuchó esas palabras. Parecía que finalmente su vida se encaminaba de la manera que siempre había soñado

—Dios mío —sonrió—. Muchas gracias, me siento honrada.

—Déjeme explicarle cuáles serán los próximos pasos —comentó Hotchner—, y luego podrá conocer al equipo.

—¿Ahora mismo? —preguntó Christine, acomodándose la ropa inconscientemente.

Hotchner asintió—. Sí, nos veremos en dos en la sala de reuniones y creo que sería el momento perfecto para que los conozca.

Christine asintió, y con eso, pasó la siguiente hora digiriendo la información que el Agente Hotchner le brindó sobre el trabajo. Para cuando terminaron, Christine fue invadida por una sensación de incredulidad, mezclada con la emoción de un nuevo capítulo que comenzaba.

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