LAS MAÑANAS DE VERANO en la casa de Violet Diana Yaxley solían ser tranquilas. Despertaba siempre a la misma hora gracias a un reloj muggle con alarma. Desayunaba tranquilamente una taza de té con dos galletas y media, costumbre adoptada desde los diecisiete años. Después ojeaba el período mágico y más tarde subía a prepararse para el día.

Una vez aseada y vestida, la mujer tras recoger su cabello anaranjado en un moño trenzado regresaba a la cocina para preparar el desayuno.

Normalmente su sobrina Idylla le ayudaba debido a su falta de sueño por lo que la muchacha madrugaba mucho, pero ese día era distinto. El 1 de septiembre todos los años era el único día en el que aún despierta permanencia en la cama hasta el llamado de su tía. Violet suponía que eso sería porque eran sus últimas horas descansando en una habitación, su habitación, ella sola.

Un agradable olor a beicon despertó a Ulises Yaxley. Se desperezó estirando sus brazos y se dirigió con pereza hasta la cocina para después saludar a su tía con un abrazo de buenos días.

La mujer adoraba eso de sus sobrinos, su apellido podría ser rechazado y temido por muchos, pero había intentado educarlos con todo el amor posible. E incluso más de dieciséis años después seguían saludándola cariñosamente.

Constantemente Violet se preocupaba por el estado de los gemelos, podía ver que ambos eran muy reservados y nunca hablaban de amigos durante las vacaciones o en las cartas.

Entendía lo malo que era llevar el apellido Yaxley, ella lo seguía viviendo (aunque por decisión propia) y era desagradable ver a las personas apartarse de ti y contar rumores. Pero eran sus pequeños y ella solo quería lo mejor para ellos, al fin y al cabo, Violet nunca llegó a tener hijos con su marido antes de que éste muriera, otro tema del que nunca se hablaba en la casa.

Idylla Yaxley se dispuso a salir de su cama el momento en el que oyó regresar de desayunar a su hermano en el cuarto de al lado. Con unos finos pies cubiertos por calcetines avanzó por su cuarto hasta estar delante de su espejo y agarró su cabello en un moño que comparado con el de su tía resultaba un poco desordenado. Sus pasos apenas sonaban al bajar las escaleras, avanzaba despacio, sin prisa.

Una vez en la cocina se encontró con un plato de beicon y huevos fritos. Era una ocasión especial, el último desayuno del verano hecho por su adorada tía. Ella le ofreció una cálida sonrisa y se sentó a su lado viendo como la muchacha de pelo blanco comía con ganas la comida del plato mientras soltaba algún que otro bostezo.

Esa era la gran diferencia entre los gemelos Ulises y Idylla Yaxley. Ambos eran reservados y callados, pero a Idylla le costaba mucho, mucho mostrar muestras de afecto. La educación hasta los cuatro años por su padre afectó más, desgraciadamente, a la chica. Una vez terminado el desayuno Idylla dio las gracias a Violet y se dirigió a su cuarto. Agarró de encima de su baúl su ropa apilada de manera impoluta junto a sus zapatos y fue al baño.

Veinte minutos después salió aseada, vestida y peinada. Metió en un cesto las toallas y bajó a la planta principal de la casa junto a su baúl y lechuza. Minutos después apareció su gemelo y ambos se aparecieron agarrándose a su tía en un lugar sin transitar por muggles y avanzaron por las calles hasta llegar a la estación King Cross andén 9 y 3/4.

Cada familia de brujos que pasaban frente a ellos los miraban, muchos murmullos resonaban a su alrededor entre todo el jaleo. "Azkaban", "seguidores de el que no debe ser nombrado", "Black" y muchos más.

Sus andares eran elegantes y refinados, sus pasos decididos. Las prendas oscuras sobre su piel destacaban la falta de luz solar y los cabellos claros de ambos adolescentes. Una vez llegaron a su destino se abrazaron discretamente con una sonrisa y tras unas cortas palabras subieron sus baúles y ambos buscaron un vagón vacío para pasar tranquilos el viaje a Hogwarts.

Los dos, Slytherin y Ravenclaw se sentaron codo con codo para seguir con sus lecturas.

Les esperaba un viaje largo, pero no pensaron que sería tan largo.