Capítulo 2: El adiós.

El tiempo pasaba y pasaba, pasaba y pasaba. Parecía arena que caía por mis manos, porque no me daba cuenta de que yo ya había crecido y estaba hecho un hombre ya. Bueno, casi, diecisiete años, un hombre "respetable" en el parlamento estaba hecho.

Soy huérfano.

Sí, perdí a mi padre que curiosamente, murió también en Mendoza. Por ello, mi apego a Kirk aumentó demasiado, ya que su madre era la única que podía darme educación y él era aquel que podía jugar conmigo y pasar un buen rato, podía confiarle todos mis secretos...

Digamos que han habido muchos conflictos bélicos y por desgracia, a mi padre le tocó pagar, y a mí sufrir, a Kirk consolarme y... joder, todavía sigo sin asumir que eso ha ocurrido hace cuatro años.

Como mencioné antes, ahora soy "respetado" en el parlamento porque seguí al pie de la letra el camino que tomó Frederik, éramos los hermanos Ulrich de Alemania, muy respetados a pesar de nuestra corta edad, bueno, él ya tenía veintidós años y yo diecisiete, pero desde la pubertad mostrábamos gran madurez y buena argumentación frente a otros políticos, siempre abiertos a los debates de manera pacífica.

No niego que de cierta forma, al imitar a mi hermano, fui adoptando el papel argumentador. Él adoraba leer filosofía; Rousseau era su favorito, por ello, decidí yo también leerlo  y a Diderot, junto a otros filósofos franceses de la Ilustración más.

La idea era ser como él y superarlo, es que le tenía una envidia interna, envidia sana, porque en un principio no me tomaban en cuenta y al ver que le imitaba, comenzaron a respetarme de a poquito. Igual yo tomé mi propio rumbo y formé mis propias opiniones que aveces discrepaban con las de mi familiar, tras tanta lectura filosófica, me logré iluminar por mi propio camino.

Regresando al presente... el peor día de mi vida llegó, el peor después de enterarme de la muerte de mí madre y el día que me enteré de la muerte de mi padre. ¿Saben la cosa terrible que ocurrió?

Kirk debía irse para siempre de mi vida.

Su madre y él debían regresar a Bolivia por unos asuntos que no quisieron explicarme, el problema es que debíamos separarnos, despedirnos, cada uno por su camino. Fue muy duro para ambos, que éramos tan unidos, dependíamos del otro. 

Algo que jamás olvidaré... la peor despedida de todas, hubiera deseado que acabara bien y no en un rechazo.

Sin poder creerlo: Kirk me besó y no en la mejilla como acostumbrábamos. Fue en los labios y con muchas ganas, con la intención de querer demostrar romanticismo, de querer demostrar amor y no de hermanos, un amor poderoso que sólo un hombre y una mujer pueden tener.

De la impresión no lo separé, me dejé besar por él hasta que murmuró sobre mis labios:

- Te amo, Lars... te adoro...

Y volvió a darme otro beso, ahí regresé a la realidad y asimilé mejor la situación. Lo separé de mí y le di una cachetada, muy ofendido por lo que ocurría.

- ¿Estás enfermo o qué, hijo de puta? -reproché lleno de asco.

- Lars, yo... yo... -titubeó, cabizbajo y al borde del llanto- Yo te amo, creí que sentías lo mismo...

- ¡Claro que no, imbécil! -grité, escupí para demostrar lo repugnante que resultaba- ¡Vete de mi vida, aléjate! ¡Asqueroso!

Y salí corriendo hecho una furia, con el puño apretado, gruñendo, no podía creer la mierda que sucedió. ¡Fue una jodida muestra de homosexualidad, no!

Recordé algo... que hoy no podía ver a Kirk y se me olvidó, fui a verlo porque me insistió que era importante, me contó que se iba y ocurrió lo que ocurrió. La razón por la que no podía ir a verlo era que había una reunión importante, a la que ya iba llegando con retraso.

Excelente.

Me apresuré para ir a casa y cambiarme de ropa a algo más formal, peiné mi largo cabello castaño a la rápida y me dirigí a la reunión del congreso. Me observaron con poca aceptación por mi demora, pedí disculpas de modo formal y entré a la sala.

No oí nada de lo que charlaban en la sala, nada de nada. Mi mente estaba enfocada en lo que ocurrió: que el chico de piel morena y cabello rizado me besó, no como amigos, sino como amantes, no podía creerlo. Me comía la cabeza por eso mismo, ¿qué había sucedido? ¿En serio estaba enamorado de mí?

- Supongo que el menor de los hermanos Ulrich tendrá alguna opinión que agregar al debate -interrumpió el sujeto que funcionaba como juez en la sala.

Todas las miradas se posaron en mí, me paré erguido para declarar:

- Me importa un carajo lo que ustedes digan -se sorprendieron por mi lenguaje soez-. Yo sólo quiero una cosa y no dejaré de luchar hasta conseguirlo.

Se echaron a reír.

- ¡No se rían, señores! Si los estadounidenses, los franceses y otros más han logrado independizarse, ¿por qué no nosotros también? He leído lo suficiente del pensamiento ilustrado para saber que con la razón se puede obtener todo. Si ellos pudieron, nosotros lo haremos y conseguiremos aunque sea por la fuerza, ¡por la razón o la fuerza! Estoy harto de que me discriminen por ser mitad alemán, mitad indio. ¡Yo soy chileno porque he nacido en Chile, en estas bellas tierras! ¡Todo ser humano nacido en Chile debe ser llamado...!

- Ya, Lars, ya -interceptó Frederik, poniendo su mano sobre mi hombro-. Cálmate.

- Propuesta bastante repetida la que nos entrega el chico -opinó uno-. Buen fundamento, sin embargo, ¿cómo pretende bajo el uso de la razón conseguir la independencia?

- En un debate pacífico como ahora, que se reúnan muchos y discutan el tema, que los independentistas argumentemos frente a los demás y triunfemos, ¡lo conseguiríamos! -insistí.

- Lars -ordenó algo molesto mi hermano, rodé los ojos-. Señoría, disculpe la actitud impulsiva de mi hermano. No sabe lo que dice.

Claro, sé a la perfección lo que digo o sino, lo callaría.

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