XXXII
Después de un concierto entero donde solo Gilbert fue vocalista la gente realmente no esperaba que el pianista se pusiera a cantar. Mas no hubo ninguna queja. Se podía decir que la voz de Austria era todo lo contrario a la de Prusia.
Mientras que la del albino es áspera, como si sus cuerdas vocales pasarán por lijas, la de Austria era suave, tan suave como el satín, terso como la seda, dulce, esponjosa. Sin un solo titubeo, sin cortarse o temblar.
Austria gustaba de tocar, pero era un su infancia, en los años de violencia barbárica, cuando no tenía más instrumento que su voz, que se pasa el día y la noche cantando. Cantando al viento, al agua, a todo lo que se deje.
Y aunque su voz cambio bastante de tono en la adolescencia, volviéndose más grave y causando un drama para el austríaco, en esencia no había cambiado nada.
Al fondo del estadio, unos ojos verdes se abren.
Suiza reconoce esa voz, la tiene grabada a fuego, desde su más tierna infancia, un recuerdo casi inconsciente.
—Austria —susurra, cual si las palabras se escaparan de sus labios.
Liechtenstein le mira extrañada.
—¿El que está cantando es Austria? —pregunta Suiza a su hermanita.
La pequeña se lo piensa. Hungría había insistido mucho en que debía venir, no le había dicho motivo pero le aseguró que debía asistir porque le encantaría.
—Puede ser —razona la micronación mirando al frente, escuchando la canción.
Suiza parpadea, perplejo, a cada estrofa más seguro de que el cantante enmascarado es Austria.
Los hermanos Italia, España y Alemania están maravillados con la voz austriaca.
Prusia mismo, mientras camina hacia su posición, sonríe orgulloso al pensar en Austria cantando una de sus canciones. Suena tan bien.
Austria por su parte se olvida de todo, del público, de la orquesta, del ruido sordo de los micrófonos. Pone su corazón y mente en dar la mejor interpretación.
Y vaya que lo logra. Deja al público tremendamente cautivado nota tras nota hasta la última.
Toca las teclas dejando sus manos presionadas contra ellas mientras el sonido de las cuerdas va callando.
Respira un poco antes de que un rugido feroz le despierte, el público se levanta en un aplauso furioso.
Austria sonríe, levantándose de la butaca para una reverencia demasiado pomposa. Cierra los ojos mientras inclina el cuerpo.
Al abrirlos todo es negro.
Se escucha perfectamente como la energía desciende, todas las luces se apagan.
Las del estadio, las del escenario.
La oscuridad de la noche no permite ver nada.
La gente espera unos segundos antes de alarmarse y encender las linternas de sus teléfonos, no es luz suficiente para que ver algo realmente.
Austria mira nervioso a todos lados, sin poder ver más que sombras.
La orquesta no parece querer moverse, tal vez por miedo, ni el mismo equipo de Prusia parece hacer nada más allá de respirar.
¿Una falla técnica? Tal vez un apagón en toda la ciudad, había tantas posibilidades y todas parecen peores que la anterior.
Los segundos pasan, haciéndose más largos uno después del otro.
Se escuchan pasos apresurados contra la madera desgastada del escenario. Los ojos violetas siguen al corredor gracias al sonido.
Se detienen con un estruendo, cual si la figura misteriosa hubiese golpeado el suelo con fuerza.
De pronto una luz blanca alumbra el centro del escenario, la figura enmascarada de Prusia brilla con ella. En su mano un micrófono cuyo sonido horrible deja notar que está encendido.
—¡Beeerlín! —grita el albino alzando la mano ante la mirada atónita de Austria.
Algunos gritan en respuesta, otros solo miran con la boca abierta. Entre ellos Austria, pues esto no estaba planeado en el programa.
—Este concierto fue un martiiiirio —sonríe debajo de la máscara. El austríaco frunce el ceño—. No saben lo difícil que es trabajar con él —repite Prusia señalando a Austria, al momento, cae sobre el castaño una cascada de luz segadora que parece quemar.
—Prusia —le regaña, a pesar de no tener micrófono, las primeras filas logran escuchar la riña a la perfección.
Al albino se le eriza la sangre porque un regaño de Austria... Pero traiga saliva y decide continuar con el plan.
—Sí, sí, podrá tocar muy bien pero es un señorito remilgado perfeccionista e irritante —Prusia se queja, mirando al público para evitar la mirada de Austria.
Camina por el escenario debido a los nervios.
—Lo conozco desde hace añooos, y siempre ha sido un pomposo, extremado, cabrón y controlador —se ríe de puros nervios.
Alemania le mira atónito, sin poder creer que esté diciendo esas cosas, que muy ciertas son pero...
Hungría se palmea la cara pensando que Prusia es el más idiota de los idiotas y que de haber un concurso de idiotas seguramente a él le descalifican por idiota.
Austria lo fulmina con desprecio, mira que arruinar el concierto por... Esta tontería.
Romanito le admira, "que huevos" piensa para sí.
—¿Saben? Llegué a pensar que solo quería arruinar mi vida, todo le que hago parece molestarle, no creo que nadie me negará que la manía de este hombre y su horrible predisposición al orden raya en lo compulsivo y es claramente un trastorno mental —despotrica el suicida, quejándose a más no poder pues de los nervios se le ha olvidado el discurso.
El murmullo de la gente lo hace centrarse.
—Pero aún así ... —aprieta el micrófono entre sus manos con fuerza al grado de casi romper el aparato.
Austria, con los brazos cruzados rechina los dientes de rabia, aunque eso hace que le duelan los oídos.
—No puedo imaginarme una vida sin él —declara Prusia antes de quitarse la máscara.
Todo el público queda escandalizado.
"Es guapo" piensan algunos. "WTF" piensan otros.
Suiza y Liechtenstein tienen un paro cardíaco, los dos a la vez, Suiza incluso se sonroja.
Finlandia grita "¿Queeeé?" y después piensa “bueno, es bastante lógico".
Inglaterra.exe ha dejado de funcionar.
Rusia se pregunta a donde fue el cantante de la máscara y como llegó Prusia al escenario. ¡No sabía que iba a ser un show de magia también! Es muy emocionante.
Hungría sigue sin entender un comino de lo que pasa en la mente del idiota.
Austria al ver el gesto siente sus rodilla flaquear.
—¿Qué demonios haces? —pregunta, casi susurra al notar la mirada de Prusia sobre él.
Lo que recibe como respuesta es una sonrisa maligna del albino.
—Soy increíblemente guapo, lo sé —y un poquis soberbio ¿no? —. Que eso no los desvíe del tema.
Señala de nuevo hacia Austria, esta vez con la palma extendida y girando el cuerpo.
—Si este hombre no fuera tan perfeccionista este espectáculo no sería tan asombroso, si no fuera un cabrón no impondría respeto, si no tuviera tanto corazón, no podría componer tan preciosas melodías —asegura, caminando con lentitud hacia la mirada violeta.
Austria se pone nervioso, muy nervioso, no deja que se le note poniéndose firme cual conde.
—Creo que lo que más me gusta en este mundo es molestarlo —afirma antes de reír.
El pianista pone los ojos en blanco.
—Por eso... —Prusia se arrodilla, una pierna sobre el piso y otra flexionada, de frente a Austria.
Todo el mundo se paraliza, pero no solo todas las personas, me refiero a todo el mundo. Como si los átomos dejasen de chocar entre sí, cual si las moléculas no se movieran, tal como si el tiempo en toda su relatividad dejase de existir.
El universo entero contiene el aliento.
Las miradas, la carmesí y la violeta, parecen conectar como si estuviese escrito por el destino mismo.
De su bolsillo, Prusia saca una caja, tan pequeña como el suspiro de una flor, tan costosa como la mina de diamantes completa. La abre, mostrando el anillo tan ostentoso y caro que significa un compromiso.
—Concédeme el honor de molestarte para siempre, permíteme ser el hombre de tu eternidad —Prusia hace la petición sin despegarle la mirada.
La máscara lo cubre pero las mejillas de Austria parecen explotar en carmín, tal homo sus orejas le delatan.
El silencio llena el estadio. A medida que los segundos sin respuesta se multiplican los murmullos del público crecen en un huracán de cotilleo.
Austria como respuesta se quita la máscara.
—¿¡Austria!? —Grita Inglaterra inmediatamente al reconocerlo.
Rusia voltea ante el grito en una voz muy familiar.
Al encontrar la mirada de Inglaterra le saluda con la mano, una filas adelante con mucho entusiasmo.
Suiza lo intuía y aun así está en shock absoluto. Se le revuelve el estómago al darse cuenta que...
—¿Prusia acaba de pedirle matrimonio al señor Austria? —le pregunta Liechtenstein antes si quiera que el Suizo pueda concretar sus pensamientos.
Solo logra asentir con la cabeza en absoluta consternación.
Finlandia ni se diga, está pensando que a su perrita Hanatamago le encantan estos dramas.
Francia y España miran, pensando que Prusia ha sido muy duro en el discurso inicial pero que ¡Carajo! Austria no podía decir que ko a esos lindos ojitos rojos de cachorro.
¿Cierto?
...
¿CIERTO?
Romano piensa que es demasiado cursi, con los ojos dolidos de tenerlos tanto tiempo en blanco.
Feliciano contiene la respiración prendado del brazo alemán, un poco más de fuerza y se lo arranca. Pero a Alemania ni le importa, está con el corazón en un hilo pendiente de cada resido de los implicados.
Hungría toma fotos como loca, cada vez más lento al ver que Austria no responde.
Técnicamente ya había dicho que sí pero...
Austria deja su máscara sobre el piano. Se masaje a él puente de la nariz con cansancio. Aprovechando la sorpresa para arrebatar el micrófono a Prusia.
—Quiero que el estimado público sepa que esta sarta de tonterías no estaba ni remotamente planeado —explica Austria al público cual explicación de maestro de escuela.
Prusia se queda arrodillado pero empieza a fruncir el ceño.
Austria camina por el escenario, notando como la luz le sigue.
—Revisé cada detalle de este evento al milímetro para entregar a ustedes un espectáculo de calidad —que pueda cobrar más caro, piensa para sí—. Pero como siempre, este hombre se ha empeñado en arruinarlo todo —no señala solo mira a Prusia despectivo.
El albino se encoge un poco sin poder evitar sonrojarse al sentirse tan regañado en público.
—Cada aspecto de mi vida ha sido manchado por este idiota —Austria sigue —. No he podido tener un día de paz, todo lo que hago, todo, se ve interrumpido.
El austríaco da la espalda al público, Hungría se jala de los pelos pensando que esto es un desastre de lo más horrible.
—Eres egocéntrico, torpe, vulgar, bruto, pedante, malvado, insensato e impulsivo —declara mirando a los ojos rojos con desprecio.
En el público hay quien está grabando el suceso extasiado de chisme.
Suiza piensa que esto es una locura.
España cree que esto ya es caso perdido y Francia quiere guillotinar a Austria hasta dejarlo hecho ceviche.
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WAOS, ojalá pasaran cosas así en los conciertos de Twice.
¡Gracias por leer!
Nos acercamos al final peligrosamente
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