XXIII

Prusia es extraño, en un sentido divertido y quizás un poco molesto.

Es alguien que toda su vida se ha preocupado por crecer y conquistar, todo de una manera violenta.

Las matemáticas prusianas son definitivamente las más asombrosas pero también las más agresivas.

El mismo azul de Prusia es un color que invita a la creación, más es un tono fuerte, contundente.

Incluso su bandera luce como una invitación bélica.

No es de extrañar entonces que realmente sepa poco de cosas sensibles, como el arte o los sentimientos.

El hecho de que no logre realmente conectar con la gente es un reflejo de ello. Escondiendo el hecho de que incomoda a los demás en soberbia. "No es que ellos no me quieran, es que yo no los necesito"

Sí, tiene a Francia y España, pero, la gran parte del tiempo no los entiende y siente que ellos tampoco a él. A veces está Estados Unidos pero, es más como un amigo en línea que algo penalmente real.

Luego estaba Hungría, quien lo entendía en muchas cosas, pero le irritaba en otras.

Su hermano, Alemania era la excepción a la regla, era un amor puro y filial. No hay quejas de ello, para Prusia, Alemania es todo lo bueno del mundo y se acabó.

Simplemente... Era raro.

Era raro porque Alemania había crecido tanto, Prusia en cambio...

Prusia ni siquiera era más un país. Ahora era solo Berlín, una ciudad diminuta ante un inmenso mundo. A veces sentía que el título se le había conferido por lástima.

Cuando pasó de ser la Orden Teutónica a Prusia se sintió orgulloso, el pecho no podía inflársele más de dicha.

Después todo simplemente cayó en picada.

Prusia como nación se disolvió.

Tuvo que adoptar el nombre de República Democrática Alemana, perder territorio, subyugarse ante el sádico de Rusia.

Cuando el muro cayó sintió tantas cosas, felicidad, alivio, incertidumbre, miedo.

Era maravilloso volver a ver a su hermano después de tanto, pero, se sentía vacío, lo atacó ese sentimiento de nuevo, el sentimiento de desaparecer.

No era el caso de los hermanos Italia. Es vez realmente se sintió desaparecer, la gente no quería distinguir entre Alemania oriental u occidental. No lo necesitaban.

¿Entonces por qué seguía ahí? Estaba seguro que no le quedaba determinación en vivir. Pero no moría. No desapareció como Roma o Germania.

Se sintió perdido mucho tiempo, ahogando las penas y el tiempo libre en pasatiempos mundanos de Internet, jugando videojuegos hasta que le ardieran los ojos y, por supuesto, molestando a Austria.

Con ese historial, es normal que sea un novato en expresar sus sentimientos, el estereotipo de virgen que ríe en clase al escuchar la palabra "sexo".

Pero a diferencia de un puberto, Prusia sabía lo que quería, solo no sabía comunicarlo.

Tomarse el tiempo para reflexionar lo llevó a la conclusión de que, si quería matar a Gilbert Beilshcmidt como concepto, había una forma más orgánica de lograrlo. Una mucho más gradual pero sobretodo asombrosa e impactante.

Sin embargo, no consideró que para llevar a cabo ese plan macabro nesecitaba de Austria, peor aún, no considero todo lo ansioso que se pondría al proponerlo.

Ahí estaba, temblando cual venado recién nacido, sudando a tan punto que su camisa se empapaba. Con la mano apretada sobre la caja en su bolsillo al grado que le hacía daño.

Si le hubiera comentado este plan a algún amigo le hubiesen advertido de los peligros del mismo. Pero no, el señor asombroso no se lo había comentado a nadie. Tuvo la idea e impulsivamente salió a buscar a Austria.

Se sentía preparado, determinado, triunfal.

Pero en cuanto vio su rostro, pálido como una perla, su cabello despeinado, inmanejable, moviéndose a través del viento, sus ojos violetas, brillantes como un diamante, ocultos tras el vidrio de sus finas gafas.

Hoy en especial, parecía lucir un atuendo, igual de rimbombante pero más casual, con su típico pañuelo al cuello y pocos adornos más.

Sus rasgos, finos y suaves, acentuados por una voz elegante. Todo su ser, su sola presencia le ponía nervioso en este punto.

—¿Prusia? —le llama el pianista después de tanto silencio.

El albino podía sentir las palabras en la punta de la lengua, un torrente de emociones concentrado en una única frase, atorada en su garganta.

—¿Todo... Bien? —siguió preguntando Austria, intranquilo al sentir la incomodidad ajena, ruborizado de tener la atenta mirada escarlata sobre sí.

¡Prusia pudo asentir con la cabeza como respuesta a dicha pregunta! ¡Bravo Prusia!

Eso es todo, no puede pronunciar palabra ni mover un solo músculo.

Ante el silencio perpetuo, Austria suspira. Se para de puntas para darle un suave beso a la rosada mejilla del alemán.

—Vamos a casa —pide el austríaco, más como una orden escondida.

El beso, el toque, el roce delicado de los labios austríacos sobre su piel le hizo reaccionar.

Estaba claro, estaba decidido.

—Cásate conmigo.

Por fin Prusia suelta lo que le agitaba el corazón.

Austria deja de funcionar por un instante.

Su corazón comienza a latir con tal fuerza que siente sus costillas casi quebrarse. La potencia del latir empuja la sangre directo a su rostro, su pálida piel de porcelana se tiñe de carmín desde el cuello hasta la punta de las orejas.

Austria creía que todo problema de puede resolver con el matrimonio y nunca rechazaba la propuesta de nadie. ¿Conocen a María Antoineta de Austria? ¡Aceptó qué se casara con un francés! ¡Un francés claramente homosexual! Y aunque dicho matrimonio terminó en cabezas rodando y revolución, lo consideró un éxito al final de todo.

El Imperio de los Hasburgo, el Imperio Austrohúngaro, ¡El matrimonio sin lugar a duda había arreglado sus problemas!

Pero... Esto era diferente.

Las otras veces claro que había atracción y cariño, pero, había de por medio un beneficio económico innegable, un arreglo político, una suerte de ganancia.

Esta vez no.

Esto era tan simple como unir lazos por amor.

Y eso, inevitablemente, lo ruborizaba.

No pudo dar una respuesta elocuente, terminó por soltar un:

–¿Disculpa? —quizá en un tono demasiado hostil a causa de la sorpresa.

—¿Qué? No dije nada —Al creerse rechazado Prusia inmediatamente toma la defensiva.

—Escuché perfectamente —Austria impide que cambie de tema—. ¡Me propusiste matrimonio!

—Podemos olvidar los últimos minutos y seguir con nuestras vidas —Prusia cada vez más en pánico.

—Fue muy tosco pero he de reconocer que algo... Tierno —Austria se acomoda las gafas tratando de ocultar su sonrojo—. Si me lo pides correctamente no podré negarme...

—¿Qué? —el albino se conmociona.

—Pídemelo, formalmente —explica escueto, sin querer realmente revelar todo su sentir.

Prusia respira con dificultad, se lleva a los pulmones una gran bocanada de aire antes de inflar el pecho.

Con toda la fuerza de su cuerpo azota la rodilla en el césped, quedando de rodillas.

Por fin se atreve a sacar y abrir la caja de su bolsillo, revelando el costoso, elegante, pomposo, garigoleado, exagerado anillo de compromiso.

—Roderich Edelstein —le llama con voz firme sacada desde el corazón —. ¿Quieres casarte conmigo?

Austria tenía el sí en los labios desde que vió brillar el anillo, no es tonto.

—Acepto –susurra, tomando entre sus manos las de Prusia, con todo y anillo.

Pero entonces, ante la enorme sonrisa de Prusia se da cuenta de algo.

—Espera ¿cómo que Roderich? —inquiere el austríaco dando un paso hacia atrás.

—Ah pues, creí que sería asombroso qué Gilbert Beilshcmidt y Roderich Edelstein estuvieran casados, legalmente, como humanos —Prusia explica su maravilloso plan.

—Lo que me estás diciendo es ¿Quieres que se casen nuestros personajes humanos? ¿No nosotros como naciones? —trata de aclarar los puntos el pianista, con una mirada de enojo furtivo.

—¡SÍ! ¡Eso es lo único más asombroso qué un último concierto! —asegura Prusia.

Austria queda en silencio unos segundos, más de los que es cómodo.

—Después de todo, como nación, no tengo nada que ofrecerte —añade Prusia como remate, sonriendo, pero se le nota triste al decirlo, derrotado.

Austria frunce el ceño con notable enojo.

—Si me caso contigo, no pe casaré por conveniencia, no necesito nada, soy la octava nación más rica de Europa —declara, con voz firme, mientras él viento agita su cabello desordenado —. Si me caso contigo, será por amor —declara, esta vez en un susurro apenas audible.

—¿Eso es un sí? —Pregunta Prusia para asegurarse.

Austria esboza una sonrisa, se le acerca, colocándose en puntas alcanza a unir sus labios con los del albino.

—Toma eso como respuesta —concluye, comenzando a caminar hacia la ciudad, utilizando su celular para pedir un taxi.

Prusia deja de funcionar, con los rayos del sol iluminando su sonrisa boba.

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Se borró parte del capítulo, ya casi no me acordaba, espero haberla reescrito bien. Una sincera disculpa por ello.

Gracias por leer.

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