XXII
Austria tocaba el piano para expresar sus sentimientos. No es un secreto para nadie, pero ees por lo mismo que el expresarse se le complica tanto, la gran mayoría del tiempo las personas no entendían el significado de cada nota en lo que tocaba Austria.
De cierto modo, él lo sabía, simplemente consideraba idiotas a quienes no entendían y seguía tocando.
Hungría podía entenderlo a veces, no porque realmente pudiese sentir la música, es más porque, después de tantos años de profunda amistad, sabía que canciones tocaba enfadado, qué canciones tocaba triste, qué canciones tocaba con gusto y que canciones tocaba cuando se hartaba de todo.
Entonces, vagamente podía leerlo, por experiencia más que por intuición.
Los hermanos Italia entendían las emociones más superficiales, pero cuando se convertía en una maraña indescifrable de emociones mezcladas, o cuando era más sutil en su sentir, nadie, ni los sensibles italianos entendían un carajo.
No fue hasta que Prusia le escuchó tocando Sehnsucht de Louis Spohr en violín qué su mundo cambió.
—¿Estás preocupando? —preguntó Prusia desde el sofá en cuanto terminó la pieza.
La canción está pensada para ser una ópera, la letra es ambigua y el ritmo es muy neutral, nadie diría que se trata de una canción angustiosa, ni triste ni mucho menos. Pero a Austria solía transmitirle ese sentimiento, solo que de manera inconsciente. Él mismo no se creyó preocupado hasta que reflexionó en ello.
Es decir, Prusia había entendido sus sentimientos, incluso antes de que él mismo los entendiece.
Acababa de tener una pesada reunión con sus jefes, todo lo que le dijeron lo tenía inconscientemente preocupado.
—De hecho, lo estoy —respondió, bajando el violín de su barbilla, dirigiendo sus ojos violetas con especial atención al albino—. ¿Cómo lo supiste?
—Por como tocas —respondió simple y llanamente el mayor.
—Toco perfecto, igual que siempre —proyectó Austria con humildad, acercándose al sofá.
—Mmm... No, lo tocas más como... —Prusia se incorporó para hacer como que tocaba un violín de una forma muy exagerada, tratando de es que Austria tocaba el violín, claro, sin que se le entienda nada.
Austria rió con suavidad, tomando un asiento en el sofá.
—Ya, en serio, ¿Cómo lo supiste? —inquirió Austria, muy curioso.
Prusia se encogió de hombros, abrazando después, con un brazo, al austríaco.
—Te conozco, supongo —teorizó el albino.
Un repentino calor invadió a Austria, un sentimiento tan cálido como el agua hirviendo, tan cómodo como una manta en invierno, desde la punta de sus dedos hasta la punta de su nariz, se sentía pleno.
Acurrucándose sobre el pecho de Prusia, escuchando el palpitar de su corazón, se sentía tan feliz que alguien por fin pudiese comprenderlo, sin palabras, sin gestos notables, de la forma que el se expresaba: con la música.
—Te quiero —susurró, casi sin soltar sonido, solo moviendo los labios, si Prusia no lo escuchaba, era problema suyo.
Es recuerdo llegó a Austria de repente, como una cachetada con guante de seda; suave, fresca, cálida, pero cachetada al fin y al cabo.
Termina por suspirar mientras el recuerdo le atormenta.
Mira por la ventana, los edificios de Berlín le devuelven la mirada. No tiene idea de donde está. Por suerte el taxista sí.
Al momento que llegan a casa de Alemania la velocidad va disminuyendo.
Austria siente eterno el recorrido del jardín a la puerta principal. Aunque tiene llave, decide, educadamente tocar el timbre.
Alemania no tarda en abrir la puerta.
—Ah, Austria, buenos días —saluda Alemania extrañamente alegre, dejando pasar a Austria.
—Alemania, buenos días —Austria devuelve el saludo, entrando a la casa, con su oído alerta para detectar donde está Prusia.
Para su mala suerte, solamente escucha el viejo tocadiscos de alemania reproduciendo una horrible canción de los años cuarenta y a los perros correteando.
—¿Está Prusia? —pregunta, un poquito demasiado ilusionado.
El rubio niega con la cabeza.
—Dijo que iba a hacer "algo asombroso y muy importante", hace una hora que se fue —Explica Alemania.
Austria entonces pregunta por una pista de su paradero, pero Alemania no tiene respuesta que darle.
El pianista marca al teléfono de Prusia, le manda directo al buzón.
—Tengo que hablar con él, lo más pronto posible —se sonroja un poco de pensar que está realmente emocionado por verle.
Entonces cambia de estrategia, llamando a España.
—¿Hola? —contesta desde Madrid un adormilado España, sin siquiera haber visto quien llamaba.
—España, querido —saluda Austria —. ¿Está Prusia por ahí?
—Espero que no hombre, es un escandaloso —responde con voz pastosa, bostezando.
Austria suspira antes de colgar de tajo.
No quería recurrir a Francia... Pero los tiempo son desesperados.
Marca al número de Francia con tanto disgusto, maldita sea, se repite en su mente.
—¡Mi amado Austria! —contesta Francia del otro lado de la línea casi con un ronroneo. Claro, está siendo sarcástico.
La cara de asco de Austria es épica.
—Francia —saluda seco—. ¿Sabes dónde está Prusia?
—¿Ya revisaste entre tus piernas, querido? —inyecta un poco de veneno en su respuesta, aderezado con una risita maligna.
—Eres muy útil, gracias —escupe Austria con enfadado sarcasmo, a punto de colgar, cuando la voz de Francia le perturba de nuevo.
—Fue a Viena para verte —confiesa el francés, más por Prusia qué por querer ayudar a Austria.
De todas formas, una vez escuchado lo anterior Austria colgó.
¡Carajo!
El terco de Prusia capaz es de quedarse en Viena hasta que alguien le abra la puerta.
Gruñe frustrado.
—¿Qué sucede? —Le pregunta Alemania, quien aprovecha la paz para jugar con sus perros.
—Tu hermano es un idiota —sentencia, llamando a un taxi.
—Oh, no es novedad —Alemania se encoge de hombros.
Antes de que pueda ordenar un taxi su teléfono vibra desesperado.
Sus ojos se iluminan al ver una foto de Prusia parpadeando bajo el mensaje "llamada entrante".
Carraspea un poco antes de contestar.
Incluso antes de que pueda saludar, la gruesa voz de Prusia le interrumpe.
—Te veo entre el Danubio, el Ilz y el Inn.
La llamada se cortó.
Austria miraba su celular con muchísima duda, sin entender que demonios era lo que acaba de pasar.
~
El Danubio es un famoso río en Austria, "El Danubio Azul" no le es ajeno a nadie.
El Inn y el Ilz son ríos, también, considerablemente menos famosos.
Para cualquier otra nación, el pedir verse en la convergencia de tres ríos es imposible, pero en Alemania, en Passau, hay un lugar donde los tres ríos se juntan, pero no se mezclan, creando un espectáculo de colores digno de admirar.
En donde estos ríos se bifurcan hay un pequeño parche de pasto.
Austria logra ver a lo lejos una figura amparada bajo la sombra de un árbol, Destaca su melena blanca y su atuendo qué, a pesar de no ser para una cena de gala, es bastante elegante, un pantalón de vestir con unos buenos zapatos y una camisa cuestionable.
Cuando Prusia le ve hace un gesto con la mano para que se acerque.
Austria lo duda en un principio, pero, carajo, ya está aquí. Decir que no extrañaba al albino sería una mentira y de las gordas, había viajado de punta a cola de Alemania para buscarlo, maldita sea.
Pero el ver esos ojos rojos en esa cara de idiota, inexplicablemente le provocaba tremendas ganas de abofetearlo e irse.
Sin embargo ya estaba aquí.
Había que afrontar y soportar.
Muy dignamente, con pasos cortos para disimular su temblor de piernas, Austria se le acerca.
—Prusia —saluda escueto el pianista.
Prusia saluda con la mano, muy nervioso, respirando pesado.
Tan hábil para discursos de guerra, tan idiota para declaraciones de amor.
El silencio se prolongó bastante más de lo cómodo.
Evitando la mirada escarlata, Austria proyectó la propia hacia el paisaje. Era, sinceramente una vista envidiable.
Si bien es el punto donde los ríos se cruzan, lo cierto es que sus aguas no se mezclan, por lo que la combinación de colores es sublime.
Austria sonríe.
Tal vez ellos dos eran un poco como los ríos en Passau.
Prusia era fuerte, contundente e impredecible, como el agua pantanosa qué fluía, más oscura, pero, más viva, con tantos organismos dentro. Tanta creatividad por explotar en una energía desbordante. Tal vez a simple vista irritante pero, con un corazón de oro, indiscutiblemente.
Austria era el vivo reflejo del Danubio, tan melancólico como su oleaje, suave como su tonalidad, frío, con quizá demasiadas manías. Una forma refinada de describir a un inadaptado. Ambos lo eran después de todo.
—¿Sabes algo... ? —comienza a hablar el pianista, sin separar la mirada del horizonte—. Yo no puedo obligarte a nada.
Prusia detiene toda la maquinación en su cerebro para mostrar con su expresión, la confusión más notable.
—Si quieres terminar con la carrera de Gilbert, no puedo impedirlo, no voy a impedirlo —Austria continúa —. Eres quien ha estado conmigo desde el principio, desde siempre, ahora puedo entender que nunca me odiaste realmente ¿no es así?
Prusia se sonroja, más de lo que ya estaba, con un rostro de horror y confusión.
Austria no espera la respuesta, sigue parloteando.
—En las guerras, pudiste matarme si así lo deseabas, más de una vez tuviste la oportunidad —recapitula, volviendo la mirada a los ojos de carmín —. Jamás tuviste la intención de deshacerte por completo de mí
El sonrojo de Prusia no hace más que incrementar, sus pupilas se contraen cada vez más. Y esa reacción confirma lo dicho por el austríaco, el cual no para su discurso ahí, continúa.
—Eres el único que realmente me entiende, tú, Prusia, Gilbert es... Parte de ti, eres tú y no importa si no saca otro disco o no vuelve a pisar un escenario, siempre que tú estés a mi lado, todo lo que amo de ti también lo estará.
Austria se acerca, poniéndose frente a frente, él sonriendo, Prusia en estado de shock. Un suave beso se posiciona en las mejillas del albino, teñidas de un intenso granate. Austria le sonríe.
—¿Qué quieres decirme tú? —el pianista finaliza su discurso con esa pregunta.
Prusia parece estar ahogándose con su propia saliva mientras aprieta fuertemente, con su mano derecha, la pequeña caja que esconde en su bolsillo.
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Abrazos y besos para todos, feliz invierno (aún no es invierno, te extraño invierno)
Espero que te encantara
Gracias por leer
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