XVI
Una vez contado todo el problema a su amiga, con lujo de detalle, ella logra unir todos los puntos de manera que una taza de fina porcelana cae al suelo, dividiendo su ser en miles de pedazos, exparciéndo su contenido en los azulejos del comedor.
Las manos de la húngara dejaron caer dicha taza en pro de cubrirse los labios en su expresión de sorpresa.
Austria irritado por el escándalo y el hecho de haber perdido una taza, cierra los ojos, crispado, murmurando un suave pero intimidante: "Hungría".
-Está enamorado de ti -tiene a bien susurrar la húngara, muy sorprendida.
-¿Ese es motivo suficiente para romper mi taza? -inquire molesto, aunque no hace el menor esfuerzo para levantarse a limpiar.
-¡Sí! ¡Porque tú también lo amas! -Hungría se levanta de su asiento con visible emisión.
-¿Qué? -chilla el austriaco abriendo los ojos abruptamente-. Querida, estás delirando.
-¡No estoy delirando! ¡Tengo muchas pruebas y ninguna duda! -asegura la dama, camino a la cocina para buscar con qué limpiar su desastre.
-Pruebas que seguramente surgieron de tu imparable imaginación -sigue justificando el austríaco, aunque su corazón late tan fuerte que le retumba en los oídos.
-Escuchame -pide, comenzando a limpiar la taza rota -. Estaba súper deprimido hace unos días, como pocas veces lo he visto, en ese momento no entendí porque, pero, ahora sé que lo estaba porque creyó de Roderich Edelstein ya no le hablaba y lo dejó plantado en su cena.
-Por favor, eso no es prueba de nada, solo estás sacando congeturas -reafirma Austria moviendo su mano, demasiado. Con un rubor casi invisible en las mejillas.
-Y entonces... -la chica sigue en su tren de pensamiento sin dejarse desanimar por su compañero -, lo que dijo en tu presentación es una ¡Declaración de amor!
-Yo escuché una clara amenaza -refuta Austria bebiendo de su café.
-Romántico, romántico, ligeramente amenazante -Hungría trata de justificar agudizando el tono.
La ceja de Austria se levanta, escéptica.
-¡En serio! -sigue insistiendo la muchacha.
-Creo que has leído demasiadas novelas homoeróticas en sitios web cuestionables y eso ha dañado tu cerebro -afirma el austríaco.
-¡No! Bueno, sí los he leído, pero mi cerebro está en perfecto estado -terminando de recoger los pedazos de taza, se retira a tirarlos, cuando regresa se cruza de brazos -. La ficción se basa en la realidad.
-Exacto, no hay manera de que eso sea verdad, esto no es un "fanfic" de dudosa procedencia, es la vida real.
-Conozco a Prusia y te conozco a ti, apostaría mi nación a que ustedes dos están enamorados, bueno, que se gustan al menos -replica Hungría ligeramente ofendida.
Austria no consigue convencer a Hungría que lo que siente por Prusia es el más puro de los desprecios.
Él puede mentir todo lo que quiera, mentirle a Hungría, mentirse a sí mismo, el rubor danzante en sus orejas, por otra parte, no miente.
Hungría se va al día siguiente, a las primeras horas de la tarde, más contenta por el chisme y más tranquila de saber que Austria no está muerto o peor.
Austria le acompaña hasta la puerta, se despiden en el linde. El castaño no cierra la puerta hasta ver a su amiga alejándose en su camioneta, se despiden con la mano una última vez.
Le pianista cierra la puerta tras él, suspirando con algo de cansancio, se encaminó a la sala de estar cuando el sonido de la puerta lo distrajo.
Con su paso típico, irritantemente lento, elegante, se aproxima a abrir de nuevo su puerta, no es nada raro que a la húngara se le olviden cosas y vuelva una o dos veces para recuperarlas, siempre era una buena oportunidad para los regaños sobre el descuido y la responsabilidad.
Abre la puesta sin menor inquietud, esperando encontrar unos ondulados cabellos de caramelo. En cambio, ante su puerta estaba una cabellera blanca, carente de melanina, que hacían resaltar esos ojos rojos de sangre.
Prusia no tuvo oportunidad si quiera de articular palabra cuando el austriaco, con expresión de asco ya había azotado la puerta en su cara.
Por suerte, está no es la primera vez de Prusia invadiendo propiedad privada y puso su pie entre la puerta, evitando que pudiese ser cerrada, incluso aunque el azote le haya dolido.
-Espera, tenemos que hablar -suelta el albino intentando apelar a la razón.
-Si quieres hablar agenda una cita en la embajada -responde Austria filoso intentando empujar con toda su fuerza la puerta, la cual es poca.
Un pichón tratando de frenar a un león.
Prusia no tiene que esforzarse mucho para lograr abrir la puerta lo suficiente para entrar.
-Tenemos que hablar -replica el mayor.
-Estás invadiendo mi casa -ya sea por el esfuerzo, o por el hecho del chiste de doble sentido en "invadir", pero un tono rosado atraviesa el rostro austríaco-. Llamaré a la policía.
-Sé que eres Roderich Edelstein -suelta Prusia con un poco de pánico por la amenaza pero firme en su postura.
Austria suelta una risa falsa.
-Por favor, ten la amabilidad de alucinar tonterías fuera de mi casa -pide el castaño abriendo la puerta invitando a Prusia a salir.
El albino se cruza de brazos con el semblante fruncido antes de responder.
-Estoy seguro que eres tú, no vas a engañarme.
-En todo caso, no es de tu incumbencia, señor Beilshcmidt -replica Austria en tono furioso comenzando a escribir el número de la policía pero sin marcar.
-¡Lo sabías! ¡Lo supiste todo este tiempo! -exalta el alemán señalando a su contrario.
Después de voltear los ojos con fastidio, Austria le comenta.
-Claro que lo sabía, mis neuronas son funcionales -venenoso, a pesar de ser una mentira.
-¡Lo Sabías! Siempre lo supiste y trataste de enamorarme para destruirme -grita Prusia. Esa teoría había estado dando vueltas en su cabeza, metiéndose como una larva de mosca en los pliegues de su cerebro.
No se terminaba de tragar lo de un romance bonito, el tropo de enemys to lovers estaba muy gastado.
Ninguno se había dado cuenta de la confesión implícita en esa frase.
-¿Qué? ¡No! ¡No, no, no! ¡No traté de enamorarte! -se defiende rápidamente el castaño.
-Oh Claro y esos mensajes donde decías que te gustaba mi música, que te gustaba como te hacía sentir ¡Me pediste una cita! -enumera y reclama el albino.
Austria tose un poco, falsamente, quitándole importancia a cada palabra de Prusia con un gesto de la mano.
-Al principio no sabía quién eras... -termina por confesar el de las gafas para no verse tan mal parado -. Bueno, no importa, solo lárgate.
-No, tenemos algo pendiente -sigue imponiendo Prusia. Ahora más calmado de que realmente Austria no supiese su identidad desde el principio.
-No me importa, vete -Austria no está preparado emocionalmente para liderar con esto.
-Debemos terminar la canción -suelta como único anzuelo que los sigue uniendo.
-No es necesario que me pongas en los créditos de la canción, quédatela y termínala -el pianista se había dado por vencido en el amplio camino de aceptar sus sentimientos, mejor era simplemente ignorarlo todo, mandarlo a la mierda y olvidarse, por lo mismo, ya había dado por perdida la canción, no quería continuarla solo pero tampoco quería continuarla con Prusia.
-Tienes que ayudarme -Alemania del Este niega con la cabeza.
-Ya sé que me necesitas, pero tengo fe en que tú sólito puedes lograr algo mínimamente mediocre -le contesta Austria con sarcasmo antes de volver a señalar la puerta.
-Oh por favor, soy mejor que tú con la música tú mismo has admitido ser mi fanático ¡Vas a mis conciertos! -declara Prusia con alevosía.
-El pasado está en el pasado, sigue con tu vida y sal de mi casa -pide el austríaco ruborizado de la vergüenza que le provocaba el que el mismo Prusia le viniese a restregar esos datos en su cara.
-Francia y España me dijeron algo muy raro -comenta el albino sin venir al caso, Austria hace más cara de asco-. Creo que están equivocados, pero no lo sabré hasta que terminemos la pieza.
-Seguramente es alguna tontería y cierto es que están equivocados, te ahorré la investigación, solo vete -Austria, terco en su postura de mandarlo a la mierda, levanta su teléfono donde brilla el número de emergencias.
-Bien, no me dejas otra opción -gruñé el mayor.
Austria cierra los ojos como reflejo al verlo acercarse, pensando en que le va a golpear.
Sin embargo solo logra escuchar el correr de unas pesadas botas de cuero, directo a....
-¡No! -grita desasperado un austríaco que ve en peligro su piano, inmediatamente se une a la carrera, siendo más rápido que de costumbre por la adrenalina de defender su querido piano, pero, lo que no se tiene no se tiene, hasta una tortuga podría ganarle.
Sin embargo, Prusia no estaba en la labor de destrozar el piano.
Un precioso piano que, claramente era el favorito de Austria, de un blanco a perlado y brillante, tan antiguo que sus piezas aún eran de marfil, pero tan inmaculado que ni una sola mota de polvo se posaba sobre él, claro que este no era como sus otros pianos, este era EL piano.
Casi le da un infarto al ver como Prusia retiraba la tapa con la brusquedad propia de su persona, pero no llegó a tiempo para detenerle.
El albino se sentó en el taburete, quizá el taburete más cómodo creado por el hombre y, ante la prisa de sentir a Austria cerca, comenzó a tocar desde la segunda estrofa de la canción que estaban armando.
Austria al principio le miró con miedo, cuando se dió cuenta que el piano estaba a salvo su expresión cambió totalmente a una de asombro.
Prusia no solo estaba interpretando la melodía que tanto les había costado hacer, la estaba tocando magníficamente, como si realmente tuviese años de práctica en la materia y mucho más, con emociones desbordantes.
Hubo un punto en el que Austria dejó de reconocer la tonada, eran notas que Prusia estaba proponiendo para continuar la armonía.
Y se oían tan bien, tan fluidas, tan rebeldes.
En cuanto Prusia deja de tocar se nota a leguas que la melodía no está finalizada.
-Creo que si agregamos eso a la pieza, sonaría asombroso -declara el de ojos rojos, sin despegar los de las teclas de marfil.
Austria no tiene palabras, primero por lo bien que suena el arreglo en la canción, y segundo, porque no tenía idea que Prusia fuera tan prolijo para tocar el piano.
-Aprendí a tocar el piano por ti -confiesa Prusia.
Austria no suelta palabra alguna, sin creer lo que está escuchando.
-Roderich Edelstein me inspiró a aprender -sigue hablando el albino ante la pasmada mirada violeta-. Cuando tocas en casa... Siempre te observo, aprendí algo de eso también -se encoge de hombros.
En el austríaco no caben tantas emociones en el pecho.
Es increíble que Prusia... Que el más grande de los idiotas, realmente tenga un caballero en su interior.
A pesar de todo, Austria se retira, los ojos de rubí lo ven alejarse de reojo.
Que idiota había sido por confesar por mostrarse, definitivamente no había amor aquí ¡ni atracción si quiera!
Desepcionado de sí mismo, Prusia hace por levantarse, está vez sí con intención de irse.
Al levantarse del piano notó la figura de Austria acercándose a él con unos papeles; las partituras.
Sin decir nada, el austríaco tomó lugar en el taburete, donde más grave suenan las notas, invitando a su acompañante a sentarse también.
Prusia lo hizo con algo de desconfianza.
-¿Podrías tocar otra vez? -soba a cómo una orden suave, casi juguetona -. Voy a escribirlo.
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AHHHHH
Tarde pero seguro
Les dejo una foto que tomé de una amiga
Disfruta el fin de semana
Gracias por leer
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