XV

Hoy es el día. El prestigioso Ballet Ruso va a presentar el lago de los cisnes con la filarmonica de Viena en vivo, bajo la dirección del experimentado director Roderich Edelstein.

Entre el público hay grandes personalidades de la crema y nata de la sociedad. Sobretodo porque los boletos están carísimos.

¡Pero lo valen! No demeritemos el trabajo de los artistas.

Bueno, en este caso, el precio sí que está inflado, Austria es un hijo de puta con el dinero.

Entre los asistentes está Hungría, quien no ha hablado con Austria desde el incidente, espera poder hablar con él después del concierto.

También está Rusia, sonriendo como un niño en primera fila. Un niño perturbado.

Sin embargo, en el público también está una cabellera blanca como la escarcha de los bosques en invierno, acompañado de dos soquetes mal disfrazados.

Sus ojos escarlata brillan con las luces danzantes del teatro.

La orquesta afina sus instrumentos con aún algo de miedo, desde la parte baja del escenario.

Gunther llora en una esquina en lo que comienza la puesta en escena.

Donde debe estar el director de orquesta hay un biombo traslúcido del que deja ver una luz fulminante, de tal modo que todos los movimientos del director son visibles para el público como una silueta.

Sin embargo, no hay nadie que proyecte sombra en el biombo. Austria se encuentra revisando las partituras especialmente nervioso, tenía el presentimiento de que algo iba a suceder, podía sentir su estómago arder, su frente sudar, cada vello de su cuerpo erizarse mientras una sensación de peligro inminente le acariciaba la columna; ansiedad pura.

Prusia no estaba mejor, sudaba cómo inocente langosta en una olla, quitando el sudor de su cara y frente de manera brusca con las mangas de su saco.

-Tíos, que estáis como una puta cabra, de ninguna manera son la misma persona -susurra España en negación.

-No seas tonto, España -Francia pide lo imposible-. Ya te dimos un montón de pruebas.

-Yo estoy seguro -dice Prusia con el corazón en un hilo.

Francia lo señala en plan "¿lo ves? ", España niega con la cabeza mientras las luces descienden.

Se hace un sepulcral silencio en los espectadores, Hungría contiene el aliento.

Prusia es incapaz de moverse, de respirar, de parpadear, de pensar, por alguna razón su corazón late con fuerza ante la espectativa de ver a Roderich Edelstein, de ver a Austria dirigir una orquesta. Pero su sangre se congela más a cada segundo que pasa, pues el maestro no se presenta en su puesto.

Incluso los bailarines se miran entre ellos angustiados, ya ha dado la hora en punto y la orquesta no empieza.

Solo son segundos, pero para el público son minutos enteros. Para los bailarines y músicos eran horas agonizantes.

En el teatro hay silencio absoluto.

Hasta que el caminar de unos finos zapatos hace latir el corazón de todos.

Detrás del biombo aparece una recatada silueta, armada con la batuta, la sombra de un maestro.

-Sí vino -susurra muy suavecito el albino, con una sonrisa traviesa.

España aplaude, porque es un tonto, hay pocas cosas más contagiosas que un aplauso, de a poco, todo el auditorio estalló en aplausos y vítores.

Ante el estruendo de la multitud, Austria logra recordar porqué está aquí.

Es por la felicidad de su gente, por la música, por todo lo que puede transmitir con sus notas.

Cuando los aplausos bajan sus decibelios, Austria da dos golpes al atril con su batuta antes de comenzar a dirigir.

El ballet es un arte sublime, pero que sería la danza sin el bamboleo de la música, son artes que se complementan, se llaman, se necesitan.

Sí, es el lago de los cisnes, ha sido tocada por multitud de orquestas, cientos de instrumentos, cientos de versiones, mil veces que se han escuchado insesantemente las mismas melodías, repetidas hasta el hartazgo y, sin embargo, bajo la dirección de Austria cada segundo era emocionante, sublime, espectante.

Cada instrumento iba en tiempo perfecto.

A pesar de ser una melodía conocida la interpretación era sublime.

Francia no evitó soltar sus lágrimas durante la función y, a Prusia le brillaban los ojos.

¡De eso estaba enamorado! No del irritante y pomposo idiota del señorito, si no del pasional, sensible e intrépido Austria.

Que raro, era difícil referirse a Austria por el nombre de... Austria. Toda su vida, desde la más tierna de las edades, Prusia se había referido a Austria con un apodo despectivo.

De pequeños era "Debilucho", algo mayores: "inútil", en su adolescencia no dudaba en inventarse paupérrimas palabras que denigraban a Austria, dejándolo no más que como un esperpento de hombre. El más reciente y el que ha perdurado a lo largo de los años es "Señorito" con sus variantes.

En los últimos días, no tenía idea de cómo referirse a él, llamarlo "Austria" le dejaba un sabor de boca algo ácido, falta de costumbre o la señilla del odio, no sabía, pero no se sentía del todo bien llamarlo así.

Llamarle Roderich Edelstein era peor. Se sentía agrio, amargo, sulfurante, era pronunciar una mentira, era desepcionante.

Pero insultarlo ahora parecía tan... Extraño.

Los brillantes ojos granate del albino brillaban ante la última canción. No sería un error decir que un gran porcentaje de la obra no miró a los bailarines, hipnotizado por la energía en el director de orquesta.

La nota final deja su eco tanto en el edificio como en los corazones del público.

En la primera fila alguien se levanta aplaudiendo como un loco, contagiando a todos en el público, creando un rugido de aplausos que no cesó mientras que los bailarines saludaban y agradecían.

Entre la ola de regocijo es que surgió una voz rasposa, gritando ante la multitud.

-¡Austria! -Prusia alza la voz llamando al director de orquesta, aunque la gran mayoría de presentes no tienen idea de a qué se refiere, muchos aplausos dejan de sonar-. Sé quien eres ¡No creas que te dejaré escapar! ¡Prepárate!

Para todo el público era una clara amenaza, solo estaba difuso a quien estaba dirigida.

Hungría, unas filas atrás, se recarga en el borde de su asiento viendo al albino, maldiciendo en húngaro, sin entender que le pasa por la cabeza a Prusia.

Francia ríe ante esa declaración de amor tan agresiva.

Prusia hincha el pecho orgulloso, a pesar de los abucheos por parte del público, por primera vez se sintió bien llamarle "Austria".

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Ante tan repentina interrupción de los aplausos, las personas de la filarmónica y uno que otro bailarín logran ver como todo el rostro del director de orquesta se tiñe de un carmín intenso.

El Rojo de la ira se combina con el granate de la vergüenza, casi se puede notar vapor escapando de su cabeza.

Indignado decide retirarse, en el mar de aullidos y suspiros de los presentes.

¡Cómo se atrevía! Ese idiota. Austria no tomó dicha declaración como una amenaza, todo lo contrario ¡lo estaba retando! ¿Cómo podía presentarse y ser tan desvergonzado?

No estaba enamorado de él, cuando hacía ese tipo de cosas lo dejaba muy claro. Pero... Era un comportamiento tan osado que podía pintarlo las mejillas de rosado.

Cuando había decidido darle una oportunidad salía con sus tonterías. No había modo. Tocaba volver a desaparecer por unos días, una semana tal vez, cien años incluso.

Con lo que no cuenta Austria es con la astucia de Hungría.

Austria asistió a la cena de celebración, algo sencillo que organizó el auditorio para despedir a la orquesta y a los bailarines.

La cena terminó muy tarde, cuando la filarmónica, con su director, salieron al estacionamiento, la nación se encontró con una temeraria figura, una doncella de largo cabello rizado, con un vestido no muy lujoso, no muy vistoso, lo mínimo para un importante evento como asistir al teatro.

Austria reconoce desde la postura hasta el vestido.

Se disculpa con la filarmónica para retirarse, se encamina hacia la señorita.

-Buenas noches, Hun... -su saludo es interrumpido.

-¿Dónde estabas, idiota? -pregunta Hungría muy angustiada -. No he sabido de ti por días ¿Dónde te estás quedando? ¿Qué pasó? ¿Por qué no me hablas?

Austria deja caer sus hombros suspirando con cansancio.

-Llévame a casa, por favor, te lo contaré todo.

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Muchas gracias por leer, espero que te haya gustado


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