XIII
España llega corriendo hasta la casa de Francia.
—¡Llegué, tíos! —anuncia el moreno apenas cruza el umbral de la puerta.
Francia le invita a sentarse, España lo hace, justo al lado del rubio.
Prusia está frente a ambos, pensando, con la mirada perdida, en su rostro se muestran dos bolsas negras debajo de sus ojos, además que se le ve despeinado, completamente perdido.
—Ya estamos todos, mon ami, ¿ Qué sucedió? —le pregunta el francés es un tono consolador.
Prusia guarda silencio un rato más, sabe lo que quiere decir, más, no tiene idea de cómo hacerlo, no tiene la menor idea de cómo comunicar tan tremenda revelación.
—Es... Sobre Rod... —se le llena la boca de amargura al intentar pronunciar dicho nombre, sabiendo ahora que no es más que un montón de letras que no significan nada, que no son en realidad un nombre si no una mentira—. Sobre Roderich.
—Me lo imaginaba —suelta Francia pellizcandose el puente de la nariz.
—¿Qué te hizo el vejestorio? —inquiere España, más enojado que consciente.
—Es Austria —lanza Prusia, sin rodeos.
Ambos latinos se voltean a ver conmocionados.
—No entiendo —acepta España.
—Es Austria —repite Prusia, con tomó aún más muerto.
—Ese malviviente de Austria —masculla Francia —. ¡Qué hizo ese imbécil ahora! —grita, asegurando que el castaño hizo algo desde ya.
—¡Es Austria! —Prusia insiste, un poquitín crispado está vez.
—¡Claro! —sigue Francia en su tren de pensamiento —. Seguramente ese desgraciado se interpuso entre el maestro y tú, celoso infame.
—No —corrige Prusia —. Él es Austria.
España levanta una ceja sin captar y Francia detiene su pensamiento para parpadear, no queriendo entender.
—¿Qué quieres decir?
—Él es Austria —Prusia toma aire antes de suspirar fatigado, se cubre la cara con las manos —. Roderich Edelstein es Austria.
Ambos, España y Francia, se miran entre ellos con una expresión de desconcierto.
—Estas diciendo, que ¿Roderich Edelstein, el hombre humano de la tercera edad con vistosa carrera en la música clásica, en realidad no es ni humano, ni viejo, si no que, todo este tiempo, ha sido la personificación de la República de Austria, el mismo idiota que conocemos? —Francia suelta su teoría.
—No, tío, no puede ser eso lo que intenta decir —inmediatamente le corrige España.
—No, eso es exactamente lo que quiero decir —asegura Prusia con voz plana, perdido en la misma revelación.
—Pfff —se burla el ibérico —. Nah, hombre, no puede ser, yo lo hubiese reconocido perfectamente cuando le vimos en el estudio.
Francia utiliza unos segundos de silencio en acariciar su barba, pensativo.
—Sus voces son muy similares —termina por aceptar el rubio.
—¡Es por el acento! —busca explicar el español.
—¿Por qué piensas que son la misma persona? —Francia decide buscar explicaciones.
—Hungría... Hungría lo mencionó por accidente —confiesa el albino —. ¡Y todo coincide! Su voz, el hecho de que nunca revele su rostro, que lo haya encontrado en el camerino aquella vez, el hecho de que toquen el mismo tipo de música...
—Todo eso puede ser una coincidencia —se aferra España.
—En... La cita que teníamos, llegó él —comienza a relatar el de ojos rojos.
—Bueno, la cita era en un hotel en Austria, es lógico que Austria en persona estuviera ahí —España en busca de sentido.
Prusia niega con la cabeza.
—No, es que, no puede ser, Austria no es así —España saca su teléfono, marcando desesperado al número de Austria.
El tono indica un teléfono apagado al otro lado de la línea.
—No seas tonto, en todo caso, Austria no te admitirá nada al teléfono —cabe la prudencia en Francia.
En eso, el cerebro del alemán hace sinapsis para concretar una idea.
—Tienes el teléfono de Austria —nota El albino.
—Naturalmente —responde España.
Prusia se le acerca, poniendo en su propio móvil el contacto de Roderich Edelstein. En la pantalla del de España se alcanza a ver el teléfono esperando a ser marcado, guardado bajo el contacto "Austria La Puta", en castellano.
El albino puede sentir otro golpe directo al corazón en cuanto los números de contacto en ambas pantallas coinciden.
No cabía duda, Austria era Roderich Edelstein. Todo este tiempo era él.
Prusia abraza su teléfono, impactado. Miles de melodías maravillosas recorren su mente como un recuerdo, melodías tristes, alegres, firmes, entretenidas, armoniosas, maravillosas, con tanto sentimiento, composiciones que le habían hecho ver con los ojos del amor, canciones que sentía dedicadas a él mismo, pero sobretodo, a su mente llega la tonada que habían estado componiendo ambos, misma que era una explosión de emociones, era una declaración de amor, una carta de pasión, un poema de respeto.
Esa melodía ahora estaba arruinada.
Todo estaba arruinado.
La perfecta música que había adorado durante años... Se sentía como una mentira.
—Supongo que es inevitable —suelta Francia de la nada antes de suspirar, comienza a buscar uno de sus cigarrillos.
—¿El qué?
—Entre Austria y tú siempre ha habido una tensión sexual impresionante —Francia confiesa directo al grano, con el cigarrillo entre los labios.
España asiente con la cabeza a ello tan campante.
Por su parte, Prusia puede sentir cada una de sus células sanguíneas, corriendo frenéticas para amontonarse en su rostro, desde la punta de la nariz hasta la cúspide de sus orejas, todo su rostro, e incluso el cuello se tiñó de un avergonzado carmín.
¡Eso era una mentira, sucia y cochina!
¿O no?
A Prusia nunca le ha gustado el pensamiento abstracto, pero debemos aceptar que imaginación no le falta, ni le sobra.
Puede imaginarse a Austria como... ¿Amante? ¿Pareja? ¿Compañero? Simplemente lo imagina tocando el piano, interpretando una de las melodías que publicó bajo el seudónimo de Edelstein. Tan solo esa idea lo hace feliz.
¡No puede ser!
Se supone que el sufrimiento y melancolía austriaca era lo que le causaba alegría, no imaginarlo solo, tocando.
Los grandes ojos verdes del hispano se posan sobre Prusia en espera de una respuesta a ese comentario.
Pero no, la única respuesta que brinda Prusia es un sonrojo masivo.
Los segundos transcurren mientras se derrite el cerebro de Prusia de tanto pensar.
Finalmente decide preguntar.
—¿En serio?
~~~
Francia hace lo posible por explicarle, desde todas las perspectivas, la historia de odio/romance/tensión/rareza que han tenido él y Austria.
España ha aportado también de su cosecha con anécdotas y comentarios más o menos atinados.
Prusia ha puesto toda su atención en tratar de comprender.
—Lo que quiero decir, Prusia querido, es que, realmente, el que Roderich Edelstein en realidad sea Austria no es del todo malo —concluye Francia—. Aunque es una lástima que tu bonito corazón lo haya ganado ese idiota, el amor suele ser así.
—Gracioso —secunda España.
—Yo lo siento más gracioso de raro que gracioso de risa —murmura Prusia, con la mirada perdida, acariciando sus brazos como si tuviese frío.
—El lado bueno es que, no estás enamorado de un viejito mortal —trata de animar España.
—Sí, estás enamorado de un viejito inmortal —interviene Francia con un comentario pasivo agresivo.
España le da un codazo pero se ríe.
—Es que no puede ser, lo que siento por el señorito es odio, odio puro y acerrimo, lo detesto, no lo soporto —trata de excusarse el albino, enterrando las manos en su cabellera.
—Del odio al amor, solo hay un paso —tanto Francia como España suspiran con ensoñación.
Prusia tiene a bien mirarlos con asco.
Sin embargo, se toma el tiempo para pensar.
A su mente vienen todos los momentos que ha pasado con Austria, los buenos, los malos, los horribles, los tranquilos. Las guerras, la paz.
Pero, tiene aún algo que hacer, un objetivo que cumplir.
—Tenemos que terminar la canción —declara, decidido.
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Sesiones de terapia con el Bad Touch Trio.
Gracias por leer
Muchas gracias por el apoyo
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