XI

La cita es en el hotel Park Hyatt en Viena, Austria.

El pianista viene, como siempre, lujosamente vestido, con una camisa tan blanca y brillante como las estrellas, probablemente del siglo pasado, además de un saco de un azul casi violeta y, para la sorpresa de todos, un pañuelo de seda rosado engalana su cuello.

Hungría ataca salvajemente el teléfono de Austria con mensajes. Preguntando desde si el mismo Austria está nervioso hasta pidiendo que tome muchas fotos del rostro de Gilbert.

Austria ha tenido que silenciarla. No puede con los nervios y tanta vibración del teléfono no ayuda.

El restaurante dentro del recinto era tan amplio como alto, pintado de un blanco marfil, con enormes jarrones negros que deleitaban con diferentes tipos de flores blancas y amarillas, dejando su save perfume en el ambiente.
Había un eterno sonido de copas chocando y utensilios rozando los platos que estaba crispado a Austria.

Acostumbraba, a llegar elegantemente tarde a los eventos sociales, sin embargo, esta vez quiso llegar veinte minutos antes.

Y Prusia que sí acostumbra llegar temprano, en realidad, a su criterio está llegando tarde, el tráfico para llegar hasta el hotel estaba especialmente lento y aún más en las plácidas calles de Viena.

Logra llegar derrapando, diez minutos antes de la hora de la cita.
Se arregla la corbata, minuciosamente escogida por Francia, igual que todo su atuendo.

Se acerca a la señorita que atiende a los recién llegados, le sonríe como un ganador que es.

—Buenas tardes, señorita —saluda Prusia con cortesía y un toque de nervios —. Vengo por una recervación a nombre de...

Los bien entrenados y sensibles oídos de Austria logran captar caso de inmediato, cual aguja en pajar, la rasposa voz de Prusia, haciéndole voltear indefectiblemente hacia el albino.

¡Maldita sea! ¿Qué hace ese imbécil aquí?

Se levanta, más rápido de lo que ha hecho... Cualquier cosa en su vida.

Con paso firme llega hasta la entrada del restaurante, parándose con los brazos cruzados frente a Prusia y la empleada.

—Se puede saber, en nombre de
Johann Strauss, ¿Qué demonios haces tú aquí? —Inquiere Austria con toda la agresividad que puede, y aún con ello el tono suena considerable dulce.

—No puede ser —Prusia rueda los ojos con fastidio —. ¿Qué mierda haces tú aquí?

—Creí que el de mala ubicación era yo, no sé si lo has notado, pero estás en mi casa —le contesta Austria en un tono demasiado pasivo agresivo.

—Oh, ¡no sabía que tenías casa propia, creí que solo podías vivir en las costillas de otros! —Prusia le señala, gritando.

Austria se quita las gafas para masajear el puente de su nariz con fastidio.

—¿Sabes algo? No tengo ni las ganas ni el tiempo para lidiar con esto —concluye el austriaco—. Así que ¿Cuánto quieres para largarte de aquí?

—¿Qué? —esa respuesta toma a Prusia por sorpresa.

—¿Cuánto quieres? ¿O qué quieres? Estoy dispuesto a negociar para que te largues —Explica el castaño con unos movimientos vagos de la mano.

—No hay nada que puedas darme que sea más asombroso que la cita que voy a tener —sentencia Prusia muy seguro de sus palabras.

Ante esa respuesta el de las las gafas levanta una ceja. No se desanima a pesar de todo. De ninguna manera dejaría que el inútil de Prusia arruinara todo lo que tenía planeado con Gilbert Beilshcmidt. Cueste lo que cueste.

—Te daré lo que quieras, solo vete —asegura el austriaco, en un tono más suplicante y menos arrogante de lo que quisiera.

Prusia frunce los labios como si se lo estuviera pensando.

La chica de recepción está asustadísima, totalmente confundida sin saber que diablos dicta el protocolo para estos casos.

—Déjame grabarte admitiendo que soy la persona más asombrosa del mundo, digno objeto de respeto y gran admiración, y tú eres señorito remilgoso y castroso —seguido de tan horrible composición gramatical, Prusia procede a reírse sardónico.

Austria, automáticamente, hace los ojos en blanco, no puede creerse que exista alguien tan imbécil e infantil, suspira resignado.

—Bien. Si un par de mentiras te pondrán lejos de mí, no tengo problema con decirlas a cámara —sentencia, sonriendo un poco para mantener más o menos su orgullo.

El albino no pierde segundo, saca su teléfono abriendo la cámara listo para grabar tremenda humillación.

—Entonces, comienza señoritingo, kesesese —Prusia apunta, tomando un ángulo bueno y apretando el botón rojo que inicia el rodaje.

El vídeo comienza con la infinita cara de asco de Austria, quien corrige su postura y después de un leve suspiro empieza.

—Creo que Prusia es asombroso y yo un inútil —recita a gran velocidad en tono de desprecio —. Listo, vete ya —barre el aire con la mano en señal universal de "lárgate".

—Eso no vale —declara Prusia sin dejar de grabar—. Si no lo haces bien no voy a irme, tienes que decir tu nombre y llamarme Gran Káiser.

Austria toma aire en busca de paciencia, se dice a sí mismo "por Gilbert, por Gilbert", para darse fuerzas.

—Soy la República de Austria, en uso de mis facultades mentales y físicas, creo que el Gran Káiser Prusia es el más asombroso de todos, mientras que mi humilde persona es un bueno para nada —termina por recitar el Austriaco con increíble sarcasmo—. ¿Satisfecho? ¡Lárgate!

Es hasta entonces que Prusia deja de grabar, sonriendo, genuinamente satisfecho.

—Eres un ingenuo —insulta el teutónico, caminando con toda la calma del mundo hacia el interior del restaurante.

Austria se le para en frente, indignado.

—Lárgate, hicimos un trato —reclama el pianista.

—Sí bueno, no me interesa —Prusia le aparta con un empujón, dispuesto a sentarse en la única mesa disponible, que para desgracia de ambos, las mesas se ambos están bastante cerca.

El austriaco avanza con pasos enfadados hasta su mesa, sentándose con toda pompa.

Ambos se dan la espalda de frente a su mesa, así que no se ven, pero la voz firme y clara de Austria no es difícil de escuchar.

—Supongo que a tu cita le encantará escuchar como eres un hombre sin palabras, egocéntrico, estúpido e infantil —amenaza el castaño, sin desviar la mirada de su mesa, en un tono sumamente digno.

—No te atreverías —Prusia, por otro lado, voltea de inmediato, casi tirando la silla.

—Evitar que lo haga es tan simple como retirarte —concede Austria viendo a su contrario por encima del hombro, su mirada de amatista es tan fría como el gélido invierno.

—Si tanto te molesto —le replica Prusia enfadado—, ¿Por qué no te largas tú?

—Tengo una cita muy importante, es de mala educación cancelar con tan poca antelación —dice Austria, aparentemente al aire, mirando el reloj, es la hora en punto y Gilbert podría llegar en cualquier momento, eso solo lo pone más de nervios.

—¡Kesesese! —ríe el albino, impropio, llamando la atención de todas las mesas por el volumen —. ¿Una cita? ¿Tú? —la risa no se detiene—. ¡Por favor! ¡No puede existir nadie tan estúpido como para tener una cita contigo!

Austria hace los ojos en blanco con profundo desprecio, decide no contestar, solo permanecer digno en su asiento. Si tan solo Prusia supiera que la cita es con Gilbert Beilshcmidt... ¡Ja! Se le caería la mandíbula de la sorpresa.

—¿Y quién es? —sigue molestando el mayor—. Seguramente el enfermo de Rusia, o algún pobre desesperado.

—Es un mortal —responde escueto el castaño, sin mirarle, no quiere que el idiota vaya por ahí inventando rumores que terminen en alguna guerra mundial, mejor dejar todo claro.

—¿Por qué un mortal gastaría su limitado tiempo con un insufrible como tú? —Inquiere Prusia, venenoso.

Austria suspira, volteando su rostro hacia el albino, solo un poco, lo suficiente para dedicarle una mirada fúrica.

—Para tu información —comienza el pianista, su voz es tan delicada como el agua cristalina, a la vez suena tan férreo como la corriente de un río bravo e indomable—, no solo está muy feliz de pasar su corto tiempo conmigo, está encantado, está tan enamorado de mí como yo de él —se levanta, dando un elegante paso que lo deja de frente a Prusia —. Probablemente no entiendas de lo que estoy hablando, porque, a ti nunca nadie te ha amado.

Esas palabras cargadas, no solo de veneno, si no que de dolorosa verdad, dan justo en el el blanco de la sensibilidad en Prusia.

Sentirse solo le era habitual, mucho más sentirse ignorado, olvidado, poco amado.

Prusia abraza sus brazos con fuerza, como si de pronto se encontrara en un frío islote de hielo.

Austria le mira por encima de las gafas, condescendiente.

—Pues... ¡Pues! —Prusia no es de los que dejan a otro quedarse con la dulce última palabra—. ¡Mi cita también me ama, mucho más de lo que cualquiera podría amarte a ti! ¡Si no te largas le voy a decir a tu noviecito todo lo arrogante y castrate que eres! —amenaza levantando la voz, acercándose demasiado al austriaco al punto que le grita justo en la cara.

Austria sostiene su postura estoica.
Se le termina por escapar un suspiro.

—Está bien, si prometes fingir que ni yo, ni mi cita existimos, prometo fingir que tú y sea quien sea tú cita tampoco existen —cede Austria.

¡Suiza estaría orgullo ante plan tan neutral!

—Abres la boca, si quiera lo miras y te juro que no me importa si es tu casa, me las vas a pagar —termina por aceptar Prusia, amenazando, sentándose de nuevo en su mesa.

Austria vuelve a suspirar, con rendido.

Se sienta de nuevo, siendo maravilloso en la tarea de ignorar a Prusia.

La chica de recepción puede sentir una tensión sexual muy densa.

Pasan los minutos, realmente Austria no es alguien impaciente, si bien se le hace algo grosero llegar tarde, entiende el valor de una entrada dramática.

Prusia por su parte, es muy impaciente, además que llegar tarde para él, es un poco... Bastante... Insultante. Con preocupación en mente, saca su teléfono móvil para mandar un mensaje a Roderich preguntando por su ausencia.

Austria escucha y siente el vibrar de su propio celular, sacándolo con esperanza de que sea Gibert, aunque el mensaje sí es de su persona a amada, lo desconcierta un poco.

"Hola, ¿Todo bien? Yo ya estoy por aquí "

¿Qué? Austria, lee cuántas veces puede, sin entender, levanta la cabeza buscando con atención, sin ver a nadie que no esté acompañado, sin ver a nadie que esté esperando.

Incluso se levanta de su asiento para ir a la puerta, la chica de la recepción parece querer decirle algo, pero la ignora épicamente.

Regresa a su asiento, sumamente extrañando y comienza el mismo a teclear.

"También estoy en el lugar, ¿Dónde estás tú?"

Sigue mirando incansable a todas direcciones en busca de su cita.

Prusia se emociona al recibir el mensaje, pero solo puede ver a Austria solo, los demás vienen en pareja, con amigos y familia, no lograba ver a Roderich.

Manda un escueto mensaje.

"No te veo"

Al austriaco lo recorre, un poco, el frío de los nervios,  toma la decisión más sensata y a la vez, la que lo llevará a la ruina.

"Espera, te llamo"

Envía como mensaje el castaño, antes de marcar al signo de llamada.

Se lleva el teléfono móvil al oído escuchando el tono que indica la marcación. Pero no solo escucha el agudo pitido de la operadora, logra escuchar, la vibración de un teléfono ajeno, su corazón late con fuerza al realizar que, efectivamente, Gilbert se encuentra cerca.
El sonido del tono de llamada inunda sus oídos, una tonada de rock pesado, claro que era Gilbert el celular que suena.

Al voltear a donde el sonido emanaba, los violáceos ojos de Austria se contrajeron. Como un disparo, ruidoso, disgustante, doloroso, frío, sorpresivo, horrible en cada aspecto. Tal como un disparo fue el darse cuenta que el sonido de llamada venía del teléfono de Prusia.

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CHAN CHAN CHAN
SUSPENSO
Gracias por leer

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