VIII
Por desgracia para el albino, no logra ver nada más que la mano del pianista antes de que este vuelva al anonimato que ofrece el velo.
—Lo siento —se disculpa Austria —, solo quería saber si portaba la máscara —se explica con desilusión.
—¡Ah! Sí, es, es mi marca personal, como tu, tu, velo —razona Prusia nervioso—. ¿Por qué nunca dejas ver tu rostro? —inquiere segundos después con algo más de nerviosa curiosidad que recato.
—Temía qué mi apariencia le incomodara —responde, más transparente de lo que es con cualquiera, excepto tal vez con Hungría y, a veces ni siquiera con ella.
—¡Kesesese! —se ríe honestamente, de buena gana por esa respuesta.
¡Sin importar que apariencia tuviera, le parecería la persona más interesante del mundo! Pero se sonrojar levemente pensando que su contraparte debe estar nerviosa también.
Austria se paraliza, un frío le recorre desde la punta de los pies, pasando por cada vértebra de su columna y colapsando en su cerebro con un estruendo nervioso. Esa risa. Esa maldita risa. Solo conocía a un idiota capaz de reír así, era inconfundible.
Pero no, no podía ser, Prusia no era ni la mitad de hombre de lo que es Gilbert Beilschmidt.
No podía estar enamorado de Prusia, no, no, no. ¡Antes pobre que enamorado de Prusia!
Se tranquiliza a sí mismo pensando que, tiene sentido, después de todo Gilbert y Prusia parecían tener amistad, tal como la que él llegó a tener con grandes músicos en épocas pasadas. Si eran amigos cercanos puede ser que algunos modos del país se le hayan contagiado al cantante, tal como la risa y el acento.
Sí, eso debía ser.
Perdido en sus pensamientos casi no nota cuando Gilbert dice:
—No hay forma en el mundo en el que pudieses incomodarme, nadie tan asombroso podría hacer tal cosa.
Los ojos violetas brillan con ensoñación sobre unas mejillas rosadas y relucientes, Austria muerde su labio muy contento al escuchar a su ídolo decir tal halago.
—¿Deberás piensa que soy... Asombroso? —susurra.
—¡Claro! Creí que era evidente, no haría una colaboración con alguien que no considerara super asombroso y talentoso.
—Es una decisión bastante interesante, el que haya escogido mi rama musical para combinar con la suya, ni en mis mejores fantasías lo habría imaginado —suelta el castaño, lo que ha estado pensando desde que la idea de la colaboración golpeó su mente.
—¡Las mejores ideas vienen de las mejores personas! —tan humilde, ni siquiera fue su idea en un principio.
—La idea me emociona mucho —confiesa, respirando con calma, acercándose un paso más hacia la cortina—. Si le puedo ser sincero, desde hace mucho tiempo, he sido su gran admirador.
—¿En serio? —la blanca piel de Prusia no puede contener ni un poco el color granate de su sangre que se acumula en cada espacio de su rostro hasta las orejas, incluso su voz se le escapa desmoderada.
—Claro, no crea que yo aceptaría una colaboración con cualquiera —le responde con la misma manera, coqueteando.
Prusia puede sentir vapor caliente escapando a presión de sus oídos, tal vez es algo psicosomático, tal vez se debe a que realmente su sangre hierve.
No importa en realidad porque el albino da un paso al frente, hacia la cortina, como hipnotizado, se atreve a dar otro pequeño paso.
—Eso es muy hilarante —da otro paso—, porque, yo también soy un gran fan tuyo —le confiesa, muy, muy muy honesto.
Austria puede escuchar su propio corazón acelerándose. Su oído es superior pero esta vez solo ha querido escuchar “soy tuyo”.
—Fui a su último concierto —suelta de repente —. Fue magnífico, sentí muchas cosas, como siempre con su música —no sabe porqué siente la repentina confianza de parlotear frente a Gilbert.
Son los nervios.
—¿De verdad? —y es que Prusia no se lo cree, chilla con alegría su cuestión— ¿Qué tan cerca estabas del escenario? —pregunta, seguro de no haber visto a nadie con velo, tal vez con mascaras pero... Tenía la esperanza de recordar más o menos y poder dilucidar el rostro del maestro.
—Ah, me temo que cruzamos miradas, y ese día no llevaba nada para cubrir mi rostro —segurísimo de haber conectado con él.
—Eh... —desvía la mirada pensando en que sí, cruzó mirada con el inútil del señorito Austria, tratando de recordar a quién más le dedicó mirada, o a quien le tomó el teléfono para tomar fotografías, sin embargo, el recuerdo de la mirada amatista se cuela en cada recuerdo de manera molesta—. No puedo ver muy bien con la máscara, creo que no... No lo recuerdo —se excusa desconsolado.
—Oh... —suspira el austriaco con tremendo desconsuelo—. ¿Y cómo me imagina?
—¿Eh? —chilla.
—¿Cómo imagina mi persona? —repite la pregunta, respirando fuerte, tomando coraje para decir lo siguiente —. Yo le imagino como alguien apuesto, con manos talentosas, pero descuidadas, ojos intensos, seguridad en la mirada...
Prusia no sabe si está soñando o que es lo que está pasando, tal vez había muerto y este es su asombroso paraíso.
— ¿Entonces, cómo me imagina usted? —repite el pianista, más suave—. Puede imaginarme como un joven, si quieres —le propone como quién no quiere la cosa.
—Eres... Eres muy delgado —balbucea, de los recuerdos que tiene de su cuerpo, cuando lo muestra siendo director de orquesta o participante de la misma.
—Ajá... —acerca su rostro a la cortina, sintiendo como su respiración rebota con la tela.
—Y tus manos son... —Prusia tiembla, lo de "Puede imaginarme joven" y el hecho de tenerlo tan cerca después de tremenda confesión, hacían que sólo pudiese mezclar el recuerdo de sus manos tocando el piano, con nuevas fantasías de esas firmes manos acariciando su cuerpo.
—Mis manos son...
Fuertes, parece ser las únicas partes de tu cuerpo que no se romperán si son rosadas por el pétalo de una dalia. Son potentes y firmes, cuidadas y bellas, ¿cómo no si pertenecen al más ilustre de los hombres?
—Son lindas... —atina a decir el albino entre vacilaciones.
Austria se ríe muy de buena gana con eso, era tan adorable.
Hace por poner su mano sobre la cortina de manera delicada.
El de ojos granate actúa por puro impulso, colocando su propia mano por sobre la de su contrario.
Solo es un roce, ni siquiera es uno directo, hay un pedazo de tela entre sus manos y aún con ella ambos pueden sentir un impulso eléctrico recorerles desde cada punta de los dedos directo al corazón.
Prusia siente incluso su mano entumirse, sobrestimulada del cúmulo de sensaciones.
Austria aprovecha para entrelazar un poco sus dedos, limitado por la tensión de la tela.
El rostro de Prusia trata de acercarse al del maestro, por puro instinto hormonal. Lamentablemente la tela impide cualquier unión de sus labios, pero nadie puede decir que no hayan compartido aliento.
El austriaco está a punto de atravesar la cortina y lanzarse a los brazos contrarios, dispuesto a entregarse en más maneras de las que el pudor puede mencionar.
Lamentablemente, en aquel instante ambos latinos abrieron la puerta, creyendo que el silencio de la sala se debía a que el tonto Prusia había dicho algo demasiado incómodo.
Cuál fue la sorpresa de ambos romances al encontrar a los tortolos a punto de besarse por sobre la cortina.
Estaban a punto de salir de nuevo, arrepentidos por haber arruinado el momento. Pero el albino se los impidió gritando.
—¡Mensajes! ¡Correos!
—¿qué? —preguntaron los tres restantes en la sala, todos con sorpresa pero en entonación es diferentes.
—¡Hablamos por correo! —dijo antes de salir corriendo, tomando de la mano a sus amigos para llevárselos de ahí.
Los pocos reflejos marciales del Austriaco no ayudaron a que pudiese salir de la cortina lo suficiente a tiempo para detener la huida de su amado.
Simplemente vio una de sus botas antes de que el estruendo de la puerta al cerrarse le inundara los oídos y le rompiera el corazón.
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Gracias por leer y muchísimas gracias a LadyShineX
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