V

Hungría arregla la chaqueta de cuero azulado de su mejor amigo.

El bullicio está volviendo loco a Austria, además que los nervios le recorren las venas.

—¿Repasamos el plan una última vez? —inquiere Hungría, nerviosa también, pero más que nada; emocionada.

—No creo que sea necesario —avanzan entre una multitud de personas ansiosas de ver a su estrella del rock.

—¡Bien! —sonríe la chica—. Confío en que lo harás bien.

La multitud de gente continúa su flujo, empujando a la pareja de naciones hacia los asientos.

Sin embargo, la húngara toma la mano del pianista, comenzando a llevarlo hacía tras bambalinas.

Cuando se topan con el muchacho de seguridad la mujer le habla en un alemán cantadito.

—¡Hola! Buenas noches, no solemos hacer esto... De verdad, pero, esta es una situación en extremo importante, verás —sujeta al austriaco de los hombros atrayendole hacia ella—, soy Hungría, ya sabes, la representación física del país —le muestra su pasaporte en cual está en húngaro y el de seguridad levanta una ceja sin entender nada pero reconociendo algunos símbolos políticos en el mismo—. Y este es el señor Austria, usualmente no utilizamos nuestra identidad para propósitos apolíticos, pero confío en que usted entenderá que está es una situación bastante peliaguda, así que si podemos pasar al camerino del señor Beilschmidt...

Austria mira a Hungría y al hombre alternadamente con angustia, una gota de sudor se escurre por su frente creyendo que esto es estúpido y no va a funcionar. De manera sorprendente, el hombre de seguridad se hace a un lado dejándolos pasar.

Hungría sonríe tirando del brazo de su amigo directo al camerino marcado con una estrella dorada que en el centro versa: Gilbert Beilschmidt.

—Tu turno —dice la húngara

Austria niega con la cabeza.

—No quiero hacer esto ya, pensándolo detenidamente, soy un viejo de cientos de años que se va a encontrar con un muchacho de treinta —retrocede.

—Muchacho que te trae como adolescente enamorada ¿qué más da su edad? Es humano, antes de que lo notes tendrá ochenta ¡hazlo ya!

Austria sabía que ella tenía razón, pocas veces se sentía atraído por un humano. Respiró hondo caminando con gracia hasta la puerta del camerino, se alejó bastante de su compañera y de cierta manera ella también se retiró para no incomodar a los tortolos.

Austria tocó a la puerta con elegancia, pero fuerte. La mano le tiembla como pocas veces, después de todo, un músico como él no puede darse el lujo de tener tal temblor en la mano.

—¡Gelga! ¿Cómo va el problema con el audio del micró...? —pronuncia una voz rasposa a través de la puerta mientras la misma se abre—. ¿Señorito?

—¿Prusia? —exclama el austríaco tan confundido como perturbado.

El albino mira detenidamente al austriaco, siendo tan extraño verlo en ropas que no imiten el horror de algún musical retro. Sobre su blanca piel se puede ver un leve sonrojo, pues piensa que Austria en esa chaqueta se ve... Guapo.

—¿qué haces aquí? —inquire Austria dando un paso atrás.

Prusia sale de sus pensamientos para fruncir el ceño y responder algo agresivo.

—No, ¿qué haces tú aquí? Por si no lo sabes Gilbert Beilschmidt es un reconocido músico orgullosamente prusiano y por ende tengo todo el derecho de estar aquí.

—Por favor —Austria ríe sardónicamente—, Prusia ya no era una nación cuando Gilbert nació, si bien en múltiples entrevistas ha dicho que es prusiano, los verdaderos fans sabemos que nació en el Este de Alemania, así que, que yo sepa, no tienes nada que ver aquí.

—Escucha señorito yo soy una nación tan válido como... Espera, ¿Verdaderos fans?

El austriaco se ruboriza al darse cuenta de que ahora, el ser que más detesta en la vida, sabe uno de sus más profundos secretos; Austria el refinado defensor de la música clásica, es un acérrimo fanático de una ascendente estrella del rock pesado.

Bueno, al menos no sabe la parte más vergonzosa del asunto. El hecho de que al señorito refinado le ha enamorado una estrella de rock pesado.

Austria se cruza de brazos, aún con los tonos carmesí sobre sus mejillas, le dedica una mirada altiva a su contrario.

—La música es mi vida, Prusia, la buena música, sé reconocer y respetar a los que tienen talento para la buena música.

—¿Crees... Tú crees que la música de Gilbert Beilschmidt es buena música? — Inquire Prusia con las manos temblando y su mente dando vueltas.

Austria asiente causando una risita en el albino.

Ante esto, el Moreno cree que es una burla y con enojo se introduce en el camerino a base de manotazos y empujones.

Una vez dentro se maravilla de su interior.

Prusia le grita que no puede pasar pero es inútil para cuando ya está adentro.

Gilbert Beilschmidt tiene un concepto particular, en todos sus conciertos utiliza una máscara que cubre la totalidad de su rostro, no es posible si quiera ver su cabellera a veces por la misma máscara, a veces por un sombrero, las luces del escenario no dejan identificar si quiera el color de sus ojos, tan solo el brillo de los mismos al interpretar sus composiciones. Se le ha visto tocar la guitarra eléctrica, el bajo, la batería, y las únicas ocasiones en las que ha mostrado sus labios es cuando ha tocado la flauta en alguno de sus conciertos, retirando la tela traslúcida que los contiene.

Entre sus fans se especula a diario sobre la forma de su cara, su cabello y cuantiosos detalles sobre cómo podría ser su rostro.

Pero a Austria no le importa, está fielmente enamorado de la estructura melódica en cada pieza, de cómo la letra fluye a través de la sinfonía. Para él, cada canción de Beilschmidt es una poesía con tantas emociones para expresar y transmitir que es imposible notarás todas sólo escuchando una vez cada pieza.

De las cuantiosas mascaras que utiliza en cada concierto, una se encuentra en la mesa del camerino.

Austria la sostiene como el objeto más preciado. Si bien no es la persona que esperaba, con sólo ver su máscara puede sentirse feliz. Inclusive la abraza un poco entre sus manos con ensoñación.

Deja la máscara donde la encontró, suspirando con tranquilidad.

—Solo... Cuando veas a Gilbert, dile que estuve aquí — es lo único que dice Austria antes de salir del camerino en busca de Hungría.

Prusia se queda con las palabras en la boca sin saber que demonios es lo que acaba de ocurrir.

Ni siquiera tiene tiempo para llamar a Francia y España, sus amigotes, y contarles lo que acaba de ocurrir. El concierto está apunto de empezar y hay trabajo que hacer. Además que, ellos no saben de su doble vida.

~

La húngara espera a su amigo desde el asiento que corresponde a su boleto. Salta de alegría al verle, aplaudiendo alegremente.

—¿Cómo estás, tigre? —inquire de manera pícara mientras el otro se sienta.

—Honestamente, fue de lo más horrible.

—¿Qué? ¿Ese estúpido bastado te hizo algo que no quisieras? —le pregunta ya levantada y lista para pasar directo al escenario a golpear al susodicho.

—En realidad, no lo conocí, no estaba en su camerino —suspira con terrible amargura tomando la mano de su amiga.

—Aw. ¿Por qué tardaste tanto entonces?

—Prusia estaba en el camerino.

—¿¡Qué!? —la voz sobre exaltada de húngara llena el auditorio haciendo que todos la volteen a ver, poniendo nervioso al austriaco aunque la otra no se inmute.

Se sonroja un poco de sentir las miradas sobre él, sobretodo porque la mayoría de las personas vienen con un maquillaje demasiado negro y tosco propio de amantes del heavy metal.

Austria no suele sentirse como un señoritingo remilgado (que lo es, pero suele darle igual o hasta sentir orgullo de ello), pero está vez, quizá por primera vez, se siente muy fuera de lugar.

—Prusia, parece ser gran amigo de Gilbert... —susurra, más triste y celoso de lo que le hubiera gustado.

Hungría refunfuña dejándose caer en su asiento con los brazos cruzados negando con la cabeza mientras las miradas se disipan.

—¡Mira por dónde! No le basta a ese cabeza hueca con molestarte como un crio, además tiene que arruinarte la oportunidad de tirarte a tu amor platónico.

Austria se pone rojo vino, con los ojos bien abiertos porque una cosa era planearlo en su mente y otro era que su amiga lo dijera en voz alta sin pelos en la lengua.

—Sí, bueno... —hace un gesto con la mano quitándole importancia al asunto. A la vez las luces bajan.

Hungría sigue refunfuñando entre dientes. Austria busca concentrarse en los sonidos, tan sutiles que pasan por alto para todos, pero su oído superior puede notarlo.

El sonido de las baquetas sonando suaves entre las manos del baterista.

El sonido de las cuerdas siendo rozadas por el bajista mientras práctica, sin realmente la intención de hacerlas estremecer.

Pero sobretodo el sonido de las pesadas botas de plataforma chocando contra el escenario en un golpeteo seco, pero rítmico.

Es muy probable que sólo Austria pueda reconocer ese golpeteo, ha sido característico de Gilbert desde los inicios de su carrera.

La primera vez que lo escuchó se sorprendió mucho. Porque ese golpe contra el suelo se hacía a un ritmo que evocaba a una antigua canción de guerra germánica.

Una marcha de batalla que incitaba a la guerra.

Tan antigua que, no esperaba para nada que alguien supiera de ella. Se le hizo tan extraño que un mortal pudiese conocer si quiera la tonada, más aún que la interpretara inconscientemente para darse valor antes de cada puesta en escena.

Eso debió darle una pista pero, tan solo llamó su atención.

De hecho, cada canción era bastante germánica, no me malentiendan, es decir, no es que cada canción fuera un himno alemán en concreto, es más bien que la esencia de cada melodia era tan... Familiar. Se sentía libre, solidaria, brava y fresca, a pesar de ser ruido demasiado fuerte y estimulante, casi parecía una danza tribal de armonía tejida finamente por la mente de un genio.

Mismo genio que se revelaba en el escenario. Su rostro, por supuesto, cubierto por una máscara que incluso hacía por esconder su pelo, gruesa y ostentosa, muchos fans especulaban si esas máscaras le permitían si quiera ver. Pero Gilbert Beilschmidt no necesitaba ver nada.

Su figura se abría paso entre el humo de hielo seco, con su mano levantada anunciando su llegada en un insensate bamboleo de tambores preliminares.

Baja su mano en un exagerado gesto dando un rápido acorde con la guitarra logrando que la multitud ruja ansiosa.

Austria se sujeta de su asiento sobre estimulado y aquí es donde se demuestra porqué no necesita tener visión, toca la guitarra en un solo magistral, sin siquiera mirar las cuerdas.

Ese tipo de habilidad solo se puede adquirir si las musas te bendicen con talento, pero sobretodo, con muchísimos años de entrenamiento.

Ese es otro punto importante, ya que muchos especulan que tal vez Gilbert Beilschmidt hizo un pacto con el diablo, pues tal talento, en tan pocos años de carrera, no es humano ni de chiste, pero nada se sabe con certeza, sólo que, cierto austriaco puede sentir sus piernas temblar ante tal talento.


~~~
Que locura.
Austria el descarado.

Gracias por leer y feliz Año nuevo.

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