IV
Efectivamente, Austria se encuentra en la carpa, con partituras en la mano.
—¿Qué demonios haces aquí? —pregunta Prusia, enfadado.
¿Austria tenía acceso tras bambalinas y él no? ¡Era súper injusto!
—La pregunta pertinente es ¿Qué haces tú aquí? —protesta Austria con su voz melodiosa aunque esté enojado.
—Es mi casa —se defiende el albino.
—Este espacio no es "tu casa", es un recinto privado —explica, cerrando de un golpe su cuaderno de partituras.
—Sí, recinto privado que no es tuyo —se le acerca para gruñir en su cara de manera amenazante.
Austria se pone nervioso, sabiéndose solo, en casa, si Prusia intentaba atacarle, siempre estaba Alemania para detener al impertinente, pero ahora estaba solo, con policías en quien sabe donde. Sin embargo, no baja para nada su mirada, se mantiene estoico mirando seriamente a los carmesí orbes de Prusia.
—Yo tengo permiso de estar aquí —confiesa—. Tú, por otra parte, eres un despreciable intruso.
—¿Ah sí? ¿Qué haces aquí? ¿Estorbas como en mi casa?
Austria se lo piensa, no podía revelar su verdadera razón para estar presente, mucho menos al imbécil chismoso de Prusia.
—Soy ayudante —resuelve a secas.
—¿De Roderich Edelstein? —inquiere Prusia muy confundido ahora.
El castaño levanta una ceja, no creía que Prusia conociese el nombre de "Roderich Edelstein", asiente con pulcritud.
—No te creo —renuente, ¡No podía ser posible! El maestro Edelstein merecía tener un mejor asistente que ese señorito de cuarta.
—Digo la verdad porque soy honesto, no para que me creas —le empuja con toda su fuerza, es decir, poca fuerza.
Mas, Prusia está tan en shock que no pone resistencia, lo suelta.
Mientras Austria se arregla el traje, Prusia decide preguntar.
—¿Dónde está él? —de manera dura.
—No te incumbe —responde seco, tomando todos los papeles y ordenándolos.
—Me incumbe —replica con los dientes apretados en odio—. Quiero verle ¿Dónde está?
Austria rueda los ojos con hartasgo.
—¿Para que quieres verle? Está descansando ¿Si sabes que es un hombre de tercera edad verdad? No necesita que lo molesten —replica tratando de dejar la carpa, para evitar ser golpeado en privado.
—¡Púdrete! —grita con rencor hacia Austria, el cual solo asiente con la cabeza, inmutable—. ¡Qué te den!
Ese fue su último grito antes de salir de la carpa con los puños apretados.
Austria respira calmado, sintiendo que su corazón está por explotar.
Prusia se aleja, pues, sabe la edad de Roderich Edelstein y, está muy conciente que los humanos son muy débiles, así que debe respetar sus tiempos de descanso, ya le vería al término del concierto.
Suspira imaginado un escenario asombroso, dónde Edelstein esté tocando y de pronto voltee al público y le sonría a él y solo a él.
Después de todo ¿Por qué no lo haría?
Él era el más asombroso de todos.
Se le olvida incluso el velo que, tan misterioso músico siempre utiliza en sus presentaciones.
~
Las estrellas son opacadas por los faroles del festival, el ambiente es calmado, abril muestra su belleza en el florecer de la maleza.
Prusia sigue en primera fila, esperando por su músico favorito.
Con esperanzas de conocer su rostro. Pues en el escenario, todos se están mostrando sin una tela traslúcida, por lo que está esperanzado de que no haya ninguna durante todo el festival.
El organizador se presenta en el centro del escenario, sonríe al público antes de anunciar el arribo del maestro Roderich Edelstein.
La multitud aplaude para darle la bienvenida.
Los ojos escarlata del albino se iluminan ante tal preámbulo.
Una mujer del staff se posa en el escenario, toma una cortina de lila pálido, corriéndola sobre el escenario, rompiendo los sueños de Prusia.
—¡Maldición! —grita, en su marcado acento alemán al notar que no podrá ver el rostro de su ídolo.
El maestro detrás de la cortina, escucha semejante grito. Hay un micrófono dispuesto para amplificar el sonido el piano. El pianista toma dicho micrófono para hacer un comentario antes de comenzar su acto.
—¡Buenas tardes, festival del vino! —su voz es calma, casi como una caricia de melodía—. Gracias por estar presentes, dedico esta melodía a su bello país, que considero mi segundo hogar —declara.
Las pálidas mejillas de Prusia se tiñen de carmín, sintiendo dicha decicatoría solamente para él.
"Bello país", le había llamado bello.
Prusia disfruta de la presentación, ya no le importa sí ve o no su rostro, sabe que tiene amor a su país, le tiene amor a él y eso es más que suficiente.
~
Prusia cierra la puerta de su casa, en Berlín. Es tarde, por lo que no quiere hacer mucho ruido para no despertar al inútil de Austria y ser regañado.
De puntitas avanza hasta la escalera, dispuesto a subirla y correr hasta su habitación.
Es en el tercer escalón cuando la puerta principal se abre.
El albino se extraña, vuelve al recibidor, tan vez su hermano había salido por una emergencia o algo similar.
Cual es su sorpresa al notar que quien entra es Austria, inmediatamente pone una sonrisa de picardía.
—Vaya, vaya, vaya ¿Qué tenemos aquí? —Austria hace los ojos en blanco al saberse descubierto por Prusia—. El señorito llegando tarde ¿Hubo una orgía de aristócratas o algo así?
—¿Siempre debes ser tan indecente? —inquiere con el ceño fruncido.
—Mientras vivas en ¡Mi! Casa creo que tengo derecho a saber por qué llegas tan tarde.
—¿Tu casa? Déjame discrepar —se acerca al albino, con pasos elegantes —. Prusia, tu casa, ya no existe, se disolvió ¿Me equivoco?
Un tema sumamente sensible, que no se debería ni tocar con pinzas.
Los ojos, carmín, siniestros, de Prusia se inyectan en furia, con terrible enojo se aproxima al moreno, tomándole del pañuelo que engalana su cuello.
—Suéltame —exige con una voz dura.
—¡Repite lo que dijiste si tienes huevos! —ordena, fúrico, casi escupiendo sobre su contrario.
—Prusia se disolvió —se asegura de pronunciar cada sílaba con especial firmeza.
El albino quiere golpearlo, pero entiende que eso le traería demasiados problemas. Por ello simplemente lo empuja, con toda su fuerza. Naturalmente Austria cae al suelo.
Se duele de la cadera.
—¡Y tú eres un aristócrata, inútil, mantenido, que lo único que hace es arruinarme el día! —bufando se va a su habitación, dispuesto a perder el enojo viendo algo en Internet. Como se atreve ese imbécil a arruinar un día que estaba llendo tan estupendamente.
Austria se queda en el suelo.
No puede creer que le trate con tan poco respeto.
Se acomoda las gafas, haciendo por levantarse, hoy fue un terrible día, no le bastaba con encontrárselo en el festival, tenía que molestarlo en su casa también...
Bueno, es lo que de obtiene de vivir juntos.
Estaba dispuesto a dormir después de su concierto, pero decide mejor ir a la sala del piano, para desahogar sus enojos y frustraciones tocando.
∆•∆•∆
Me gusta pensar en Austria como un sádico. Ok.
¡Cuiden su salud!
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Gracias por leer
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