10:Te odio
Robert Keene
La música retumbaba desde la casa incluso antes de que bajáramos del auto. Sabía que Erick no escatimaría en su cumpleaños, pero esto era ridículo. Desde donde estaba, podía ver luces de neón iluminando el enorme jardín, la piscina repleta de gente y un DJ en una tarima elevada, asegurándose de que todos sintieran el bajo en los huesos. La vida de los Nichols siempre me había parecido exagerada, pero esta noche lo era más que nunca.
Tomé aire, preparándome para lo inevitable.
Me giré hacia Tory, quien, por supuesto, se veía impecable. Su vestido blanco con brillos reflejaba las luces a su alrededor, sus botas largas le daban un aire de seguridad peligrosa y su cabello caía en ondas perfectas, como si no hubiera estado enredado entre mis dedos hace menos de media hora. Su habilidad para verse como si nada hubiera pasado era casi admirable.
Yo, en cambio, tenía que hacer un esfuerzo consciente para no parecer culpable.
—Vamos, Keene —dijo Tory con una sonrisa burlona mientras salía del auto—. Es hora de que uses tus habilidades actorales y finjas que no estabas comiéndome viva.
Mis dientes se apretaron al escucharla. Tory siempre sabía exactamente qué decir para desestabilizarme, para recordarme que, sin importar cuánto intentara mantenerme indiferente, ella tenía la maldita ventaja. No sé si lo hacía a propósito o si simplemente le salía natural, pero el caso es que cada palabra suya lograba sacarme de quicio.
—Baja la voz, Nichols —le advertí, cerrando la puerta del auto con más fuerza de la necesaria.
Ella soltó una risa divertida, una de esas que parecían diseñadas específicamente para provocarme, y pasó a mi lado con la cabeza en alto, moviéndose con esa seguridad que le salía tan natural. La tela de su vestido brillaba con cada paso que daba, y mis ojos, traicioneros como siempre, la siguieron durante un par de segundos antes de que me obligara a mirar hacia otro lado.
Pero entonces lo vi.
El imbécil de Kwon estaba en la entrada, apoyado con demasiada comodidad contra el marco de la puerta, un trago en la mano y esa maldita sonrisa de suficiencia en el rostro. Con solo un vistazo entendí que ya se había dado cuenta de algo. Su mirada recorrió a Tory con el descaro de siempre, luego se detuvo en mí, o mejor dicho... en mi cuello.
Mierda.
Llevé la mano al cuello de forma instintiva, pero Tory fue más rápida. Como si lo hubiera estado esperando, se acercó y deslizó sus dedos por mi piel, limpiando los restos de su labial con una lentitud provocadora. Su toque era suave, casi burlón, y cuando me miró de reojo con esa sonrisa satisfecha, supe que estaba disfrutando cada segundo de mi incomodidad.
—Listo —murmuró con una voz cargada de diversión—. Ahora pareces todo un caballero otra vez.
—Déjame adivinar —intervino Kwon, con una ceja arqueada y una sonrisa ladeada—. ¿No pudieron esperar ni a llegar a la fiesta?
Rodé los ojos, ignorándolo, pero Tory, por supuesto, no iba a dejarlo pasar.
—¿Celoso? —le preguntó con dulzura fingida.
Kwon se echó a reír y tomó un sorbo de su trago, como si aquello no le importara en lo más mínimo.
—De lo que hagas con él, ni un poco —respondió con aire despreocupado—. Pero es gracioso ver cómo Keene intenta mantener la compostura cuando claramente se está muriendo por agarrarte otra vez.
Sentí la mandíbula tensarse.
—¿Quieres probar si sigo teniendo compostura? —le dije, avanzando un paso hacia él.
—Robby —Tory apoyó una mano en mi pecho, deteniéndome con suavidad, pero su mirada se mantenía fija en Kwon—. Déjalo, no vale la pena.
Kwon sonrió como si ya hubiera ganado.
—Eso, cariño, dómalo. A ver cuánto te dura.
Antes de que pudiera responderle, sentí una mirada intensa sobre nosotros. Me giré y ahí estaba Joel Nichols, de pie en la entrada junto a Barbara, observándonos con ese porte imponente que lo caracterizaba. Su mirada pasó de Tory a mí, luego a Kwon, y supe que había escuchado más de lo que me gustaría.
Nos acercamos a ellos, y apenas llegué, Joel me saludó con un apretón de manos firme, evaluándome con la mirada como si pudiera ver directamente dentro de mi cabeza.
—Llegan tarde —dijo, con su tono autoritario de siempre.
—Nos tomamos nuestro tiempo —respondió Tory con una dulzura tan falsa que me dieron ganas de reír.
Barbara, por su parte, sonrió levemente, como si ya estuviera acostumbrada a las actitudes de su hija.
—Ve a divertirte cariño ,pórtate bien —le advirtió.
Tory le lanzó una mirada divertida antes de entrar conmigo al lugar.
La casa estaba repleta de gente. La música sonaba lo suficientemente fuerte como para sentirse en el pecho, las luces bajas daban un ambiente casi exclusivo, y al fondo, en el centro de todo, estaba Erick. Rodeado de amigos, con un trago en la mano, disfrutando de ser el centro de atención. Si había algo que Erick amaba, era exactamente esto.
Mis ojos recorrieron la sala hasta encontrar caras conocidas.
Sam estaba a un lado de Erick, más arreglada de lo normal, con un vestido que claramente había elegido para impresionarlo. Intentaba actuar con naturalidad, pero cada tanto le lanzaba miradas rápidas y nerviosas, como si estuviera calculando cada movimiento.
Yasmine estaba junto a ella, con un vaso en la mano y una sonrisa socarrona en los labios, disfrutando del espectáculo como si fuera una telenovela. Moon, en cambio, parecía más interesada en la decoración de la fiesta que en la gente, observando cada detalle con esa calma suya.
Eli estaba en un grupo aparte, probablemente burlándose de alguien con su humor ácido de siempre.
Y Kwon... bueno, Kwon no había dejado de observar a Tory desde que entramos.
Me tensé, pero me obligué a relajarme.
—Voy por un trago —dije, más para mí mismo que para ella.
—Tráeme uno —pidió Tory con una sonrisa radiante.
—Eres menor de edad.
Ella rodó los ojos y se cruzó de brazos.
—¿Desde cuándo te preocupas por eso? Y para tu información ,tengo diecinueve.
—Desde que soy el adulto responsable aquí.
—Claro —rió—. Me lo dices después de lo que pasó en el auto.
La miré con seriedad, pero eso solo pareció divertirla más.
—Vete a hablar con tu hermano —murmuré—. Y compórtate.
Tory puso los ojos en blanco de nuevo y se alejó con paso ligero, dejándome con una sensación extraña en el pecho.
Sabía que esta noche iba a ser un desastre. No había duda de eso.
Pero tenía que mantener las apariencias.
Me dirigí hacia la barra con paso firme, recordándome que mi papel aquí no era el de un invitado cualquiera. Era el niñero de Tory, su chaperón, el tipo responsable que sus padres confiaban para asegurarse de que no hiciera ninguna locura.
O al menos, que no hiciera más de las que ya estaba acostumbrada a hacer.
El problema era que Tory se tomaba eso como un desafío.
Apoyé los codos en la barra y llamé la atención del bartender. Mientras esperaba mi trago, sentí una presencia a mi lado.
—¿Ya extrañas mis manos en ti?.
Cerré los ojos un segundo antes de girarme. Tory estaba ahí, con una copa de champagne que claramente no había conseguido de manera legal, mirándome con esa expresión de diversión que me sacaba de quicio.
—Vete con tu hermano, Victoria.
Ella sonrió, apoyándose contra la barra, sin ninguna intención de hacerme caso.
—Si me hubieras dicho que tenías tantas reglas, no habría dejado que me tocaras en el auto.
El bartender colocó mi vaso frente a mí en el momento exacto en que Tory dijo eso. Levanté la mirada y me encontré con su expresión de interés, como si acabara de escuchar algo jugoso.
—No es lo que piensas —gruñí, agarrando el vaso.
—Oh, pero yo sí sé lo que piensa —Tory se inclinó ligeramente hacia mí, su perfume llenando mis sentidos—. Y también sé lo que piensas tú.
—¿Ah, sí? —levanté una ceja, fingiendo indiferencia.
—Sí —sus labios se curvaron en una sonrisa maliciosa—. Estás recordando cada maldito segundo.
Apreté la mandíbula.
No podía negarlo.
Mi mente aún estaba atrapada en el calor de su piel, en la forma en que sus uñas se habían clavado en mi espalda, en su respiración entrecortada, en el sonido de su voz pronunciando mi nombre.
Y ella lo sabía.
—No me mires así —dijo, inclinando la cabeza con una falsa inocencia—. Si alguien nos ve, van a pensar que quieres arrancarme la ropa aquí mismo.
Mis dedos se tensaron alrededor del vaso.
—Tory...
—Sí, dime —murmuró, sus labios rozando mi oído.
Me obligué a respirar hondo, apartándome.
—Compórtate.
Ella sonrió, sabiendo que estaba ganando.
—Eres tú quien se está descontrolando, Keene.
Me giré antes de que pudiera decir algo más y me alejé de la barra, necesitando espacio, aire... cualquier cosa que me ayudara a no hacer una locura.
Pero, por supuesto, Tory no iba a dejarme en paz tan fácilmente.
Me moví por la sala, saludando a un par de conocidos, intercambiando conversaciones breves con personas que apenas recordaba. Todo con la esperanza de distraerme, de recordarme a mí mismo que estaba aquí para vigilarla, no para caer en sus juegos.
Funcionó. Por un rato.
Hasta que la vi bailando.
Estaba en el centro de la pista, rodeada de gente, moviéndose con esa confianza que la hacía destacar en cualquier lugar. Sus manos se deslizaban por su propio cuerpo con una sensualidad natural, su cabello caía en ondas perfectas alrededor de su rostro, y la sonrisa en sus labios era la de alguien que sabía exactamente lo que estaba haciendo.
Joder.
Me pasé una mano por el cabello y desvié la mirada, pero no antes de notar algo más.
Kwon la estaba observando.
El tipo estaba en un rincón con su trago, la mirada fija en ella, evaluándola con demasiada atención.
La irritación se encendió en mi pecho antes de que pudiera detenerla.
No.
No era mi problema.
Me repetí esas palabras mientras me dirigía a una mesa alejada, donde Sam estaba sentada con Eli, ambos claramente entretenidos con el drama que se desarrollaba en la fiesta.
—Keene —Eli levantó su vaso a modo de saludo—. Pareces tenso.
Me dejé caer en la silla junto a ellos.
—Solo disfrutando de la fiesta.
—Claro —Moon sonrió con burla—. Porque definitivamente no pareces un hombre a punto de explotar.
No respondí.
Mi amiga me estudió por un momento y luego miró hacia la pista de baile.
—Oh... ya veo.
Eli siguió su mirada y silbó.
—Tory sí que sabe cómo llamar la atención.
Ignoré su comentario, bebiendo un sorbo de mi trago.
—Entonces —dijo ella, con un tono que no me gustó nada—. ¿Te molesta más que esté bailando así... o que Kwon la esté mirando?
Apreté la mandíbula.
—Ninguna de las dos cosas ,Lunita.
—Ajá, claro —murmuró Eli, divertido.
Moon apoyó el mentón en su mano.
—¿Sabes qué es lo mejor? Que ella lo sabe.
No necesitaba que me lo dijeran.
Tory sabía exactamente lo que hacía. Sabía que la estaba observando, sabía que me estaba jodiendo con cada movimiento, sabía que estaba disfrutando de mi miseria.
—No voy a caer —dije, más para convencerme a mí mismo que a ellos.
Eli sonrió.
—Oh, amigo, ya caíste.
Mi mandíbula se tensó.
No.
Aún no.
02:16 a.m
Podía sentir el calor sofocante de la fiesta envolviéndome como una neblina espesa. Las luces de neón destellaban en patrones frenéticos, la música vibraba en el suelo bajo mis pies y el aire estaba cargado de una mezcla embriagadora de alcohol, perfume caro y cuerpos demasiado cerca unos de otros.
No era mi ambiente favorito.
Pero no tenía opción.
Mi mirada vagó por la multitud, pero inevitablemente terminó regresando a la pista de baile, aunque me repitiera una y otra vez que no tenía por qué hacerlo.
Tory.
Se movía con una confianza descarada, sin esfuerzo, atrayendo miradas sin siquiera intentarlo. No estaba sola, por supuesto. Miguel y Yasmine bailaban con ella, sus cuerpos sincronizados con la música, riéndose entre tragos derramados y miradas cómplices.
Tory inclinó la cabeza hacia atrás en una carcajada despreocupada, el líquido de su copa chorreando por el borde mientras Miguel la giraba con facilidad. Yasmine no tardó en deslizarse a su lado, rodeándola con un brazo, convirtiéndolos en un trío caótico de energía desbordante.
Apreté la mandíbula.
No tenía derecho a decir nada.
No tenía derecho a molestarme.
Pero eso no cambiaba el hecho de que ver a Tory así, completamente libre y descontrolada, me ponía tenso.
La excusa oficial era que yo estaba aquí para vigilarla.
Pero, ¿qué tan cierto era eso realmente?
Con un resoplido, aparté la vista de ella y enfoqué mi atención en otro punto de la pista.
Solo para encontrarme con otra escena que me desagradó casi en el mismo nivel.
Sam y Erick.
No estaban simplemente bailando.
Sam se movía con una coquetería sutil pero intencionada, rozando su cuerpo contra el de él con cada giro, con cada movimiento. Erick, por supuesto, no parecía tener ninguna queja.
Pero la que sí tenía quejas era Moon.
No decía nada.
No tenía que hacerlo.
Su expresión hablaba por sí sola: los labios presionados en una línea tensa, los ojos fijos en la pareja con una mezcla de molestia e incredulidad. Cruzó los brazos sobre el pecho, su postura rígida traicionando lo que intentaba ocultar.
No era una persona escandalosa.
No iba a hacer una escena.
Pero eso no significaba que no estuviera molesta.
Yo entendía el sentimiento.
No porque me importara lo que Sam hiciera con su vida.
Pero porque verla con él... me recordaba demasiado a otra situación.
Apreté el vaso en mi mano, bebiendo un trago solo para tener algo con qué distraerme.
Y fue entonces cuando noté que Eli me estaba mirando con una sonrisa divertida en el rostro.
—¿Disfrutando del espectáculo? —pregunté, con la intención de desviar su atención.
Eli giró su vaso con despreocupación antes de llevarlo a sus labios.
—Definitivamente. Aunque, si te soy sincero, me parece más entretenido ver tu cara.
Rodé los ojos.
—No tengo ninguna cara.
—Claro que sí, amigo. Tienes la cara de alguien que está tratando demasiado de parecer desinteresado.
—Tal vez porque lo estoy.
Eli soltó una carcajada.
—Por favor. Te veo más tenso que cuando nos hacían hacer flexiones en el set de aquella película de acción.
—No estoy tenso.
—No, claro que no. —Eli sonrió con suficiencia, dándole otro sorbo a su trago—. Solo estás aquí, en una fiesta llena de mujeres hermosas, con una copa en la mano, pero en lugar de disfrutar, estás demasiado ocupado observando a una en particular.
Ignoré su comentario, tomando un trago de mi vaso.
Pero Eli no se iba a rendir tan fácil.
—Si realmente no te molesta lo de Victoria... —se inclinó un poco hacia mí, su tono adoptando un matiz aún más burlón—, ¿qué te parece si voy a mostrarle lo que es un verdadero hombre?
Mis dedos se tensaron alrededor del vaso.
Pero mantuve mi expresión neutra.
Giré la cabeza lentamente hacia él, fingiendo desinterés.
—Haz lo que quieras.
Eli sonrió.
—Oh, créeme, lo haré.
Hizo ademán de moverse, como si realmente estuviera considerando la idea.
Algo en mi interior se revolvió con fuerza.
Pero no me iba a delatar.
—Adelante —dije con indiferencia, encogiéndome de hombros—. Si te gusta perder el tiempo con chicas que no tienen el más mínimo interés en ti, eso es asunto tuyo.
Eli se rió entre dientes.
—Ah, ¿pero en ti sí?
No respondí.
Porque cualquier cosa que dijera sería incriminarme.
Eli negó con la cabeza, divertido.
—Eres un caso, Keene.
No lo miré.
No iba a darle el placer de una reacción.
Así que simplemente me alejé de la mesa, dejando que su risa me siguiera.
Pero por más que lo intentara, mis ojos siempre terminaban regresando al mismo punto.
A Tory.
El murmullo de la fiesta seguía envolviéndome, pero ahora todo lo que escuchaba era la risa burlona de Eli retumbando en mi cabeza.
"Si realmente no te molesta lo de Victoria... ¿qué te parece si voy a mostrarle lo que es un verdadero hombre?"
Idiota.
Mi mandíbula estaba tan tensa que podía sentir la presión en mis dientes. No me importaba lo que hiciera. No me importaba en absoluto.
Pero entonces, en mi visión periférica, lo vi moverse.
Con esa seguridad arrogante que lo caracterizaba, Eli dejó su vaso en la mesa y avanzó con paso firme hacia la pista de baile, directo hacia donde estaba Tory.
Mi estómago se contrajo de inmediato.
No.
Pero no hice nada.
No dije nada.
No podía.
Solo observé mientras Eli se deslizaba con facilidad entre la multitud, acercándose a ella con una sonrisa confiada. Tory estaba demasiado ocupada riéndose con Miguel y Yasmine como para notarlo al principio, pero en cuanto lo hizo, levantó una ceja con diversión.
Pude ver claramente cómo Eli se inclinó hacia su oído, diciéndole algo.
Ella ladeó la cabeza con interés, cruzándose de brazos.
No tenía idea de qué demonios le estaba diciendo, pero lo conocía lo suficiente como para saber que no podía ser nada bueno.
Unos segundos después, Tory soltó una carcajada y, para mi maldito horror, tomó la mano que él le ofrecía.
Eli la guió hacia el centro de la pista con la misma facilidad con la que lo hacía todo, con esa actitud de "sé exactamente lo que estoy haciendo" que hacía que cualquiera bajara la guardia.
Tory no era la excepción.
Se movían juntos con naturalidad, como si ya hubieran hecho esto antes. Y tal vez lo habían hecho. No lo sabía. No me importaba.
No tenía por qué importarme.
Mis dedos se apretaron alrededor de mi vaso.
—¿Te va a explotar una vena o...?
Ignoré la voz de Miguel a mi lado.
Él siguió mi línea de visión y soltó una risa baja.
—Ah, ya veo.
No respondí.
Porque si lo hacía, probablemente diría algo que no debía.
—Tienes un serio problema... —continuó Miguel, con tono divertido—. Y lo peor es que ni siquiera lo admites.
Le lancé una mirada afilada.
—No tengo nada que admitir.
—Ajá. Claro. —Le dio un sorbo a su trago, sin dejar de mirar a la pista—. Entonces, si no tienes nada que admitir, dime... ¿por qué estás mirando a Eli como si estuvieras a punto de partirle la cara?
No tenía una respuesta para eso.
Así que simplemente desvié la mirada.
Pero no podía evitarlo.
Volvía a Tory una y otra vez.
Ahora estaba de espaldas a Eli, bailando contra él con una sonrisa desafiante en los labios. Su cabello se deslizaba con cada movimiento, y su vestido ceñido se pegaba a su cuerpo de una manera que no hacía nada por mi estado mental.
Eli sonreía, claramente disfrutando del espectáculo.
El bastardo.
Respiré hondo, apartando la mirada.
Si quería jugar, que jugara.
No me importaba.
No me importaba en absoluto.
Mientras tanto...
A unos metros de distancia, otro desastre se estaba desarrollando.
Erick.
Vi cómo se separaba de Sam con un gesto distraído, como si de repente hubiera recordado que tenía algo más importante que hacer.
Su mirada estaba fija en Moon.
Y Moon... bueno, Moon no lo estaba mirando en absoluto.
Ella lo había visto, claro.
Sabía que él venía hacia ella.
Pero en cuanto lo notó, giró el rostro en otra dirección con la expresión más indiferente del mundo.
Erick se acercó de todas formas.
Le dijo algo.
Ella asintió, pero no lo miró.
Él frunció el ceño y volvió a hablar.
Ella tomó un sorbo de su trago, sin responder.
Erick suspiró, claramente frustrado, y trató de ponerse frente a ella, bloqueando su camino.
Moon, con la tranquilidad de siempre, simplemente se movió hacia otro lado.
Él la siguió.
Ella se deslizó entre dos personas.
Él fue detrás.
Ella giró en dirección contraria.
Él intentó alcanzarla.
Y así comenzaron un juego silencioso donde Moon, con una facilidad impresionante, lograba evitar cualquier intento de Erick por hablar con ella.
Era casi gracioso de ver.
Casi.
Porque la expresión de Erick se volvía cada vez más desesperada.
Vi cómo murmuraba su nombre con insistencia, intentando frenarla, pero ella simplemente seguía moviéndose, sin prestarle la más mínima atención.
Moon no hacía escenas.
Pero esto era lo más cercano a una.
Y lo más divertido era que ni siquiera parecía que lo estuviera intentando demasiado.
Erick, en cambio, parecía al borde de la desesperación.
La seguía por todo el salón, cada vez más frustrado, mientras Moon lo esquivaba con la misma elegancia con la que hacía todo.
Vi cómo en un momento ella tomó la mano de una amiga al azar y se inclinó hacia su oído como si estuviera profundamente interesada en la conversación, obligando a Erick a quedarse de pie sin saber qué hacer.
Él cruzó los brazos.
Se pasó una mano por el cabello, exasperado.
Y luego, sin rendirse, esperó.
Parecía estar decidido a no dejar que ella lo ignorara.
Suspiré.
Esta noche estaba llena de problemas.
Volví la vista a la pista.
Tory y Eli seguían bailando.
Él le susurraba algo al oído, y ella reía.
La rabia subió a mi pecho antes de que pudiera detenerla.
Esto iba a ser una larga maldita noche.
El vaso en mi mano estaba a punto de romperse.
O al menos, así se sentía.
No me molestaba lo de Tory. En serio.
Podía verla bailar con Eli, podía ver cómo se movía contra él, cómo se reía con cada comentario que él le susurraba al oído, y no me importaba en absoluto.
Absolutamente nada.
No tenía ninguna razón para que me importara.
Ninguna.
—¿Estás bien? —La voz de Miguel interrumpió mi tormento interno.
Parpadeé, forzándome a apartar la mirada.
—Sí.
—¿Seguro? Porque pareces a punto de cometer un crimen.
—No exageres.
—No exagero. En serio, pareces un villano de película que está planeando su venganza.
Ignoré su comentario, tomando un trago de mi vaso.
Miguel siguió mirándome con diversión.
—Solo digo que si quieres ir y separarlos, podrías hacerlo.
Solté una risa seca.
—¿Separarlos? ¿Para qué?
—No sé, tal vez porque Eli está básicamente pegado a Tory y tú luces como si quisieras arrancarle la cabeza.
Rodé los ojos.
—No estoy celoso.
Miguel levantó las manos en un gesto de paz.
—Nunca dije que lo estuvieras.
Pero su sonrisa dejaba claro que eso era exactamente lo que pensaba.
Suspiré, masajeándome las sienes.
Esto era ridículo.
No me molestaba.
No me importaba.
No me afectaba.
Solo tenía que convencer a mi maldito cuerpo de que eso era cierto.
Pero entonces, como si la vida quisiera burlarse de mí, vi cómo Tory, con una sonrisa traviesa en los labios, pasaba los brazos alrededor del cuello de Eli y se inclinaba hacia él.
No lo suficiente para que pareciera algo demasiado íntimo.
Pero lo suficiente para que a mí me dieran ganas de romper algo.
Eli le dijo algo en respuesta, sus manos bajando con demasiada confianza por su cintura.
Fue entonces cuando mi vaso terminó de vaciarse.
—Necesito otro trago —gruñí, girándome hacia la barra.
Miguel solo rió.
Mientras tanto...
Moon seguía esquivando a Erick como si fuera un juego.
Pero si alguien pensaba que esto era un juego para Erick, se equivocaba.
El tipo estaba desesperado.
Lo veía en su expresión, en la forma en que fruncía el ceño cada vez que Moon lograba evitarlo con la misma facilidad con la que esquivaría un mosquito.
En un punto, ella tomó su teléfono y fingió estar demasiado ocupada escribiendo un mensaje.
Erick se cruzó de brazos, exasperado.
—Moon.
Nada.
—Moon, ¿me vas a seguir ignorando toda la noche?
Ella ni siquiera levantó la vista de su pantalla.
Él suspiró, pasándose una mano por el cabello.
—¿Vas a decirme qué hice mal?
Moon tecleó algo en su teléfono y luego le dedicó una mirada rápida, como si recién se diera cuenta de que estaba ahí.
—¿Perdón?
Erick apretó la mandíbula.
—Sabes de lo que hablo.
—No, en realidad no.
Ella le sonrió con dulzura antes de girarse para hablar con otra persona.
Erick literalmente se puso frente a ella, bloqueándole el camino.
—Moon, en serio.
Ella ladeó la cabeza, fingiendo curiosidad.
—¿En serio qué?
—Sabes bien qué.
Moon lo miró por unos segundos, su expresión imposible de leer.
Luego, con una calma impresionante, simplemente giró sobre sus talones y se alejó.
Como si él no estuviera ahí.
Erick dejó escapar un suspiro frustrado y la siguió.
Esto iba a tardar.
De vuelta en la pista...
No tenía idea de cómo había terminado en esta situación.
Lo último que recordaba era haber ido a la barra a buscar otro trago.
Y ahora estaba de vuelta en el mismo maldito lugar.
Observando.
Otra vez.
Eli y Tory seguían bailando, y a estas alturas no tenía sentido negarlo: se estaban divirtiendo.
Tory tenía esa sonrisa peligrosa, la que usaba cuando quería provocar.
Y Eli... bueno, Eli era Eli.
Disfrutaba el momento, la proximidad, el hecho de que yo estaba ahí viendo todo.
Lo peor de todo era que lo hacía a propósito.
Porque en un momento, como si quisiera asegurarse de que no me perdiera nada, giró su cabeza en mi dirección y me sonrió.
Bastardo.
Entonces, sin dejar de mirarme, inclinó su rostro hacia Tory y le susurró algo al oído.
Ella se rió.
Y en ese momento, decidí que ya había tenido suficiente.
Me alejé de la pista con pasos firmes, empujando a un par de personas en el proceso.
Necesitaba aire.
Necesitaba espacio.
Necesitaba no estar aquí.
Pero justo cuando pensaba que me iba a salir con la mía, una mano se cerró alrededor de mi muñeca.
Me detuve.
Me giré.
Y ahí estaba ella.
Tory.
—¿A dónde crees que vas? —preguntó con esa maldita sonrisa.
No respondí.
Ella ladeó la cabeza, con los ojos brillantes por el alcohol y la diversión.
—¿No me digas que te estás escapando?
Solté una risa seca.
—No tengo nada de qué escapar.
Tory se mordió el labio, su expresión llena de burla.
—Oh, claro. Porque no te molestó en absoluto lo de hace un rato, ¿verdad?
—No.
—¿Seguro?
—Segurísimo.
Ella inclinó la cabeza, evaluándome.
Y luego, con la misma tranquilidad con la que destruía mi maldito autocontrol, se acercó más.
—Si no te molestó, ¿por qué tienes esa cara?
—¿Qué cara?
—La cara de alguien que estaba a punto de perder la paciencia.
Rodé los ojos.
—Estás imaginando cosas.
—¿Ah, sí? —Tory se inclinó un poco más—. Porque yo creo que estabas a punto de arrancarle la cabeza a Eli.
—No seas dramática.
—Lo viste tocarme.
—No me importa.
—¿No?
—No.
Tory sonrió.
Y entonces, con toda la malicia del mundo, susurró:
—Entonces supongo que tampoco te importa lo que hicimos en el auto.
Se me secó la boca.
Ella vio mi reacción y su sonrisa se amplió.
—Oh, ¿eso sí lo recuerdas?
No respondí.
Porque, joder, por supuesto que lo recordaba.
Y Tory lo sabía.
Así como sabía exactamente qué botones presionar.
La paciencia nunca había sido mi fuerte, pero con Tory... con Tory era casi inexistente.
No sabía qué me encendía más, si la forma en que me desafiaba constantemente o el hecho de que siempre lograba hacerme reaccionar.
Odiaba eso.
Odiaba que tuviera ese poder sobre mí.
Y, sobre todo, odiaba que lo supiera.
Cuando su risa burlona volvió a llegar a mis oídos, ya no lo pensé más.
La agarré del brazo, mi agarre firme, sin darle oportunidad de escapar, aunque sabía perfectamente que no intentaría hacerlo.
—Ay, que rudo, Keene —se burló, dejando que la arrastrara sin oponer resistencia—. Así me gusta.
No respondí.
Solo seguí caminando con ella, esquivando a la gente hasta llegar al patio trasero.
La música se amortiguaba con la distancia, y la oscuridad solo estaba rota por algunas luces dispersas.
Era suficiente.
La giré bruscamente y la empujé contra la pared, asegurándome de que quedara atrapada entre el frío del concreto y el calor de mi cuerpo.
Ella jadeó, pero no fue de sorpresa ni de miedo.
No.
Fue de satisfacción.
Porque había conseguido exactamente lo que quería.
Levanté sus brazos y los sostuve sobre su cabeza con una sola mano, acercando mi rostro al suyo, lo justo para ver cada detalle de su expresión, la forma en que sus labios se curvaban en una sonrisa arrogante, la manera en que sus ojos brillaban con burla.
—¿Qué mierda quieres, Tory? —solté entre dientes.
Ella inclinó la cabeza.
—¿Yo? ¿Por qué crees que quiero algo?
—No te hagas la estúpida.
Su sonrisa se amplió.
—Oh, que agresivo. Me encanta cuando te enojas.
Apreté la mandíbula.
—No juegues conmigo.
—¿Por qué no? Es divertido.
—Para ti.
—Para los dos —susurró—. Pero eres demasiado terco para admitirlo.
No respondí.
Porque odiaba que tuviera razón.
Tory aprovechó mi silencio para seguir con su jueguito.
—¿Sabes qué estaba pensando mientras bailaba con Eli?
—No quiero saberlo.
—Que se siente increíble.
Mis dedos se apretaron sobre su muñeca.
Ella sonrió.
—Es fuerte. Seguro. Divertido.
No respondí.
—Y Kwon... —su sonrisa se ensanchó—. Dios, qué hermoso es.
Respiré hondo.
—Tory...
—¿No crees que es hermoso, Keene?
—No me importa.
—Oh, claro que te importa.
Solté una risa seca.
—¿Y tú qué carajo sabes?
—Sé que estás furioso.
—No estoy furioso.
—Mientes para la mierda.
Apreté más su muñeca, sin hacerle daño, pero lo suficiente para dejar claro que no estaba de humor para sus juegos.
—Déjame adivinar —continuó, con su tono más burlón—. ¿Estás así porque bailé con Eli? ¿O porque me divertí con Kwon?
—No me interesa lo que hagas.
—¿No?
—No.
Ella fingió pensar.
—Entonces... ¿por qué me agarraste como si fueras a romperme?
No tenía respuesta para eso.
—¿Por qué me llevaste hasta acá? ¿Por qué estás tan cerca?
No respondí.
Su sonrisa se hizo más lenta, más peligrosa.
—¿Por qué estás tan enojado, Robby?
—Porque me hartas.
—No.
—Sí.
—No —susurró, mirándome directo a los ojos—. Estás así porque te mueres por besarme y te jode admitirlo.
Solté una carcajada sarcástica.
—Qué ilusa eres.
—¿Sí?
—Sí.
—Entonces bésame.
Me congelé.
—¿Qué?
—Si no te mueres por hacerlo, si no te interesa en lo más mínimo, si todo esto es solo mi imaginación... entonces bésame.
Su reto quedó suspendido en el aire entre nosotros.
Yo respiraba pesadamente, mi pecho subiendo y bajando con fuerza.
Tory no se movió.
No tenía que hacerlo.
La tenía atrapada.
Pero el verdadero atrapado era yo.
Ella sonrió.
—Eso pensé.
Me obligué a soltar sus muñecas y a dar un paso atrás.
Tory no se movió.
No intentó huir.
No intentó arreglarse el vestido o apartarse de la pared.
Solo me miró con esa sonrisa victoriosa.
El problema con Tory era que no sabía cuándo parar.
O más bien, sí lo sabía.
Simplemente no quería hacerlo.
Me había dado la vuelta, listo para largarme de ahí antes de hacer algo de lo que me arrepintiera, pero su voz volvió a atraparme.
—Deberías relajarte un poco, Keene.
No es saludable estar tan tenso todo el tiempo.
Ignoré el comentario.
—¿Sabes qué podría ayudarte? —su tono era juguetón, provocador-. Un buen baile.
Rodé los ojos.
—Pásalo bien con Eli entonces.
Ella soltó una risa baja.
—Ah, entonces sí te importa.
Suspiré, pasándome una mano por el cabello.
—No me importa un carajo, Tory.
—¿Seguro? Porque pareces un poco celoso.
Giré sobre mis talones para enfrentarla de nuevo.
—¿Celoso? ¿De qué?
Ella se encogió de hombros.—No lo sé. De Eli. De Kwon. De los dos, tal vez.
Solté una carcajada incrédula.—No me hagas reír.
—No me hagas insistir.
Ella sonrió.
—Sabes, Eli es... interesante.
Apreté los puños.
—Y fuerte -continuó—. Me gusta eso en un hombre.
—Felicidades.
—Y Kwon... Kwon es simplemente hermoso. Esos ojos, esa sonrisa...
Cerré los ojos un segundo, conté hasta cinco.
No sirvió una mierda.
—¿Y sabes qué es lo mejor? — susurró-. Que ambos saben exactamente lo que quieren. No son cobardes.
Mi paciencia se quebró.
En menos de un segundo, cerré la distancia entre nosotros.
Victoria ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar antes de que la volviera a empujar contra la pared.
Mi cuerpo cubrió el suyo, mi mano atrapó su mandíbula con firmeza, inclinando su rostro hacia arriba.
—¿Te crees muy lista, no? —mi voz salió baja, llena de furia contenida.
Sus labios se curvaron en una sonrisa lenta.
—No lo creo. Lo soy.
—Eres insoportable.
—Y tú eres un cobarde.
Mis dedos apretaron un poco más
su mandíbula.
Ella dejó escapar un suspiro satisfecho.
—Me das lástima, Keene —susurró—. Tan orgulloso, tan terco... tan jodidamente frustrado.
No me di cuenta en qué momento había bajado la mirada hasta sus labios.
Pero ella sí.
Y sonrió con superioridad.
—Dilo —desafio.
—¿Decir qué?
—Que te mueres por besarme.
—Estás soñando.
—Entonces demuéstramelo.
La rabia se mezcló con algo más oscuro, más peligroso.
Mi otra mano se deslizó por su cintura, atrayéndola más contra mí.
Ella no se resistió.
Todo lo contrario.
Se pegó más, sus dedos recorriendo mis brazos, mi pecho, provocándome a propósito.
—Vamos, Robert... -susurró, su aliento rozando mis labios—. Hazlo.
No soporté más.
La besé con toda la rabia y la frustración acumulada.
Con todo el deseo contenido.
Con todo lo que ella había provocado en mí.
Tory gimió contra mi boca, su cuerpo relajándose en mis brazos mientras respondía con la misma intensidad.
Sus manos se aferraron a mi camisa, tirando de mí como si quisiera más, como si nunca fuera suficiente.
La empuje mas contra la pared, mis dedos clavándose en su cadera, reclamándola, castigándola por cada provocación, cada sonrisa burlona, cada palabra diseñada para hacerme perder el control.
Tory se separó apenas un segundo, lo justo para tomar aire y sonreír contra mis labios.
—Eso es todo lo que tienes, Keene?
Solté una carcajada baja.
—No empieces.
—Hazme callar entonces.
Y lo hice.
Con otro beso.
Más intenso.
Más demándate.
La forma en que Tory se reía contra mis labios me sacaba de quicio.
Era como si hubiera ganado, como si hubiera conseguido exactamente lo que quería.
Porque lo había hecho.
Mis dedos se apretaron en su cintura, mis labios dejaron los suyos apenas un momento para deslizarse hasta su mandíbula, su cuello, marcando territorio como un jodido animal.
Tory suspiró contra mi oído, arqueando el cuerpo contra el mío, provocándome más de lo que ya lo había hecho.
—Sabía que no podrías resistirte —murmuró con autosuficiencia.
Me separé de golpe, mis manos aún firmes sobre su cuerpo.
—¿Qué mierda te pasa? —espeté, mi voz cargada de rabia.
Tory me miró con esos ojos llenos de desafío, su sonrisa apenas desvaneciéndose.
—¿A qué te refieres?
—¿Por qué haces esto?
Ella inclinó la cabeza.
—¿Por qué hago qué, Robby?
Mi mandíbula se tensó.
—No juegues conmigo.
Tory rió, esa maldita risa que me hervía la sangre.
—¿Te estás enojando? —susurró con falsa inocencia—. Qué tierno.
—Me estoy hartando.
—¿Harto de qué? ¿De que te guste esto tanto como a mí?
Mis dedos se apretaron en su muñeca.
—No me gusta una mierda.
Tory chasqueó la lengua.
—Qué mentiroso eres, Keene.
—Y tú una manipuladora de mierda.
Su expresión no cambió.
Si acaso, se veía más divertida.
—Si te molesta tanto, ¿por qué no te alejas?
No respondí.
Porque no tenía una jodida respuesta.
Mis dedos seguían aferrados a su muñeca, mis labios aún quemaban por los besos que le había dado, mi cuerpo entero seguía pidiéndome que la tomara de nuevo, que no la dejara escapar.
Tory lo notó.
—¿Lo ves? —susurró—. No puedes alejarte.
—No quiero nada contigo.
—Y sin embargo, aquí estamos.
Su mirada bajó a mis labios, provocándome más de lo necesario.
Mis dedos subieron por su cuello, sosteniéndola con firmeza, haciéndola mirarme.
—Eres un maldito problema.
—Y te encanta.
La odiaba.
Odiaba cómo me hacía sentir.
Odiaba que no podía controlarme cuando se trataba de ella.
Odiaba que tenía razón.
Apreté la mandíbula.
—¿Esto es lo que querías, Nichols? ¿Hacerme perder el control?
Su sonrisa se ensanchó.
—Sí.
Mi pulgar se deslizó por su mandíbula, con tanta fuerza que casi parecía que intentaba marcarla.
—¿Sabes qué más quería? —susurró—. Ver hasta dónde puedes llegar.
—No te conviene averiguarlo.
—Eso lo decidiré yo.
Mis labios volvieron a los suyos, no como un beso, sino como un castigo.
Tory gimió, sus uñas enterrándose en mis brazos, exigiendo más, como si estuviera disfrutando cada parte de mi enojo.
Mis labios devoraron los suyos con rabia, sin suavidad, sin delicadeza. No había ternura en el beso, solo una mezcla de enojo, deseo y algo que no quería nombrar. Tory correspondió con la misma intensidad, sus uñas se clavaron en mis brazos, como si no quisiera soltarme. Como si quisiera más.
Porque claro que quería más.
Siempre quería más.
Mis manos se deslizaron por su cintura con fuerza, presionándola contra la pared, asegurándome de que sintiera exactamente lo que me hacía.
—Eres un imbécil —jadeó contra mis labios, con una sonrisa entrecortada.
—Y tú eres una maldita provocadora.
Ella soltó una risa baja y ronca, una que se sintió como gasolina sobre el fuego que ya ardía dentro de mí.
—Lo disfrutas —susurró—. Todo esto... lo disfrutas tanto como yo.
Mis dientes atraparon su labio inferior, tirando apenas de él antes de soltarlo.
—No te des tanto crédito.
—Por favor, Keene —su mano se deslizó hasta mi nuca, aferrándose a mi cabello—, mira cómo me tocas, cómo me besas... dime que no te gusta.
No dije nada.
No podía.
Porque mentirle a ella era fácil.
Pero mentirme a mí mismo, no tanto.
Mis dedos recorrieron su espalda, bajando lentamente, marcando territorio, sin preocuparme por ser cuidadoso. Tory arqueó el cuerpo contra el mío, sus labios se deslizaron por mi mandíbula, hasta mi cuello, dejándome sin aire.
—Dime que no te gusta —susurró otra vez, con esa voz cargada de satisfacción.
Mi agarre se endureció.
—Cállate.
Ella rió suavemente.
—Hazme callar.
Mis labios reclamaron los suyos otra vez, pero esta vez con más desesperación, más necesidad. No había punto medio con ella. Era todo o nada.
Y yo nunca había sido bueno para elegir la opción correcta.
Sus piernas se enredaron en mi cintura, sus manos bajaron por mi espalda con una desesperación que igualaba la mía. Cada roce, cada jadeo, cada maldita risa burlona de su parte hacía que perdiera más la cabeza.
—Eres insoportable —gruñí contra su piel.
—Y sin embargo, aquí estás.
Mis dientes atraparon su cuello, dejando una marca roja en su piel bronceada.
Tory gimió.
—Eso dolió.
—Bien.
Ella levantó la cabeza, su mirada encendida, sus labios hinchados por nuestros besos.
—Me encanta cuando te enojas.
—Me encantas más cuando cierras la boca.
—¿Me harás callar de nuevo?
Mi mano se deslizó hasta su cuello, sujetándola con firmeza.Mis labios chocaron contra los suyos con más fuerza, con rabia, con esa frustración que llevaba acumulando desde que empezamos este jodido juego. Tory respondió con la misma intensidad, sus uñas se aferraron a mis brazos, sus piernas se tensaron alrededor de mi cintura, como si quisiera asegurarse de que no me iba a alejar.
Como si no supiera que alejarme era lo último que pensaba hacer.
Mi mano libre se deslizó por su cintura, presionándola más contra la pared, asegurándome de que no tenía escapatoria. No es que quisiera escapar.
—Esto es lo que querías, ¿no? —espeté contra su boca, mi voz cargada de deseo y enojo—. ¿Provocarme hasta que no pudiera resistirme?
Tory rió suavemente, una risa entrecortada por la falta de aire, por la manera en la que la besaba, como si quisiera devorarla.
—No me hagas sentir culpable por algo que querías tanto como yo.
Mis dedos se clavaron en su cintura.
—Eres una maldita manipuladora.
—¿Y qué vas a hacer al respecto? —susurró, con esa sonrisa que me volvía loco, que me hacía querer castigarla y al mismo tiempo ceder por completo ante ella.
Le mordí el labio inferior, haciéndola jadear.
—¿Eso responde a tu pregunta?
Tory arqueó una ceja, completamente divertida.
—No lo sé. ¿Puedes hacerlo mejor?
Mis manos recorrieron su cuerpo con más urgencia, con más necesidad. Quería dejar claro que esto no era un juego. Que no podía provocarme de esa manera sin consecuencias.
Pero la hija de puta estaba disfrutando cada segundo, me acerque a su cuello y lo marqué como si con eso pudiera probarle que me pertenecía, aunque ambos sabíamos que Victoria Nichols no le pertenecía a nadie.
Ella se arqueó contra mí, sus manos se deslizaron por mi cabello, tirando de él con esa mezcla de necesidad y desafío que me sacaba de quicio.
—¿Eso es todo? —jadeó, su aliento cálido contra mi oído—. Pensé que podrías hacerme sentir más...
Su provocación quedó ahogada cuando la levanté por los muslos y la apreté más contra la pared, robándole el aire en un solo movimiento.
—¿Más qué? —susurré contra su piel, mi voz áspera, temblando por el enojo, por la jodida desesperación que me generaba.
Tory jadeó, pero su sonrisa seguía ahí.
—Más de todo.
Mi agarre se endureció, mis labios recorrieron su clavícula, su mandíbula, hasta que volví a tomar su boca con la misma hambre con la que ella me había provocado toda la noche. Tory no se quedó atrás. Se movía contra mí con esa seguridad descarada, como si disfrutara tenerme así, completamente perdido por ella.
Porque lo hacía.
La muy maldita sabía exactamente lo que estaba haciendo.
Me separé apenas para verla a los ojos, mi respiración entrecortada.
—Dime que me odias.
Tory sonrió de lado, divertida, sin el menor rastro de sumisión en su expresión.
—Te odio.
Mi mano subió a su garganta, sosteniéndola con firmeza.
—Mentirosa.
Ella sonrió más.
—¿Y qué vas a hacer al respecto?
Mis labios chocaron contra los suyos con la misma rabia de antes, mis manos recorriendo cada parte de ella con desesperación.
Mis manos recorrían su cuerpo con la misma intensidad con la que mis labios reclamaban cada centímetro de su piel. La tenía atrapada contra la pared, su respiración caliente mezclándose con la mía, su pecho subiendo y bajando rápidamente, perdida en la misma fiebre que me consumía a mí.
Tory echó la cabeza hacia atrás, dejándome espacio para recorrer su cuello con besos entrecortados, mordiscos que la hacían arquearse contra mí. Mi agarre en su cintura se endureció cuando sentí cómo su cuerpo temblaba ligeramente con cada contacto.
—Robby... —jadeó, su voz rasposa, cargada de deseo.
Esa forma en la que dijo mi nombre me encendió aún más.
—¿Qué? —murmuré contra su piel, deslizando mis labios por su clavícula, disfrutando cada maldito segundo.
—Nada —respondió con esa sonrisa perversa que conocía tan bien—. Solo me gusta cómo suena cuando lo digo así.
Mi mandíbula se tensó.
—Eres una jodida provocadora, Nichols.
Sus manos subieron a mi cabello, tirando de él con esa mezcla perfecta entre desafío y necesidad.
—¿Y qué vas a hacer al respecto?
Su pregunta quedó suspendida en el aire cuando mis manos se deslizaron por sus muslos, levantando su vestido sin ninguna delicadeza, exponiéndola completamente a mí. Tory no se movió, no se inmutó. Solo me miró con esos ojos oscuros llenos de autosuficiencia, como si hubiera ganado.
Como si me tuviera justo donde quería.
—Así de desesperada estás —murmuré contra su oído, mi voz ronca, mis dedos aferrándose a su piel.
Tory rió suavemente, como si todo esto fuera un juego en el que ella tenía el control.
—Dímelo tú, Keene.
Mi paciencia se estaba acabando.
Con un movimiento rápido, la giré contra la pared, atrapándola entre mis brazos, mis labios recorriendo su espalda. Tory jadeó, sus uñas arañando la superficie rugosa mientras mi boca se movía por su piel.
—Sabes que esto está mal, ¿verdad? —le susurré contra el cuello, mi aliento cálido erizando su piel.
—¿Y eso cuándo te ha detenido? —disparó sin dudar.
Maldita sea.
Tenía razón.
Siempre la tenía.
Mis dedos bajaron hasta el borde de mi pantalón, listos para desabrocharlo, listos para dejarme llevar de una jodida vez.
Y entonces, lo escuché.
—¡Tory!
La voz de Erick perforó el aire como una maldita bomba.
Los dos nos quedamos quietos, como si nos hubieran atrapado en el peor momento posible.
—¡Tory, ¿dónde carajo estás?!
La rubia murmuró una maldición y se separó de mí de golpe, bajando su vestido con la velocidad de alguien que ya tenía experiencia escapando de situaciones comprometedoras.
Yo me quedé ahí, con la respiración agitada, con la frustración palpitando en mis venas, Mis puños se cerraron con fuerza mientras veía a Tory acomodarse, como si nada hubiera pasado, como si no estuviera a punto de perder el control segundos antes. La maldita ni siquiera parecía afectada.
Yo, en cambio, estaba furioso.
Frustrado.
Jodidamente necesitado.
—¿Vas a quedarte ahí como un imbécil o vas a ayudarme? —susurró Tory sin siquiera mirarme, sacudiendo su cabello y arreglándolo con sus manos.
Su tono me sacó de quicio.
—¿Ayudarte? —bufé, pasándome una mano por la cara para tratar de recomponerme—. Claro, Nichols. ¿Cómo quieres que te ayude? ¿A fingir que no estábamos a punto de follar contra esta pared? ¿A actuar como si no hubieras estado jadeando mi nombre hace dos segundos?
Tory giró el rostro hacia mí, y esa sonrisa burlona en sus labios solo me encendió más, pero de una forma completamente diferente.
—Oh, por favor, Keene. No seas dramático.
—No soy dramático —espeté, dando un paso hacia ella, todavía con la respiración agitada—. Tú eres la puta dramática. Siempre provocando, siempre llevándome al límite, y luego, cuando todo está por estallar, actúas como si nada hubiera pasado.
Tory me sostuvo la mirada con desafío, cruzándose de brazos.
—¿Qué quieres que haga? ¿Que me arrodille y te ruegue que lo terminemos aquí mismo, con mi hermano gritándome desde el otro lado de la maldita casa?
Apreté los dientes.
—¿Sabes qué? Olvídalo.
—Oh, claro —Tory rodó los ojos—. Ahora me vas a hacer la escena de "esto nunca debió pasar" y bla, bla, bla.
Solté una risa amarga.
—No. Solo voy a recordarme a mí mismo que eres una maldita pesadilla y que no importa cuántas veces caiga en esto, siempre acabas jugándome la misma mierda.
Ella inclinó la cabeza, como si mis palabras la divirtieran más de lo que la afectaban.
—¿Seguro que no eres tú el que sigue volviendo por más?
Mis músculos se tensaron.
Sabía que tenía razón.
Sabía que era yo el que no podía resistirse.
Pero no iba a dárselo tan fácil.
Antes de que pudiera responder, la voz de Erick volvió a sonar, esta vez más cerca.
—¡Tory, joder! ¡Mamà llamó, quiere una foto de los cuatro!.
Tory me jaló por la camisa con una fuerza inesperada, sus labios chocando contra los míos con una violencia que solo ella podía convertir en algo jodidamente adictivo.
No hubo aviso, no hubo dudas. Solo su boca caliente, su respiración entrecortada y su cuerpo pegado al mío como si no existiera nada más en este maldito mundo.
Mis manos descendieron por su espalda, recorriendo sus curvas con descaro hasta aferrarme a su trasero, apretándola contra mí sin suavidad, sin delicadeza. No la necesitábamos.
Tory soltó un jadeo contra mi boca, y maldita sea si eso no me hizo perder aún más la cabeza.
—Eres una maldita provocadora —gruñí contra sus labios, mordiéndole el inferior antes de chuparlo con fuerza.
Ella rió, esa risa baja y cargada de autosuficiencia que me sacaba de quicio y me encendía al mismo tiempo.
—Y tú eres un imbécil que no puede resistirse.
—¿Te crees demasiado irresistible o qué?
—Me basta con saber que me deseas más de lo que admitirías.
Solté una risa seca y me incliné sobre su oído.
—No te confundas, Nichols. Esto no tiene nada que ver con desearte. Es solo que necesito callar esa boca tuya de vez en cuando.
—¿Ah, sí? —susurró, arrastrando las palabras con burla—. ¿Y qué pasa cuando soy yo quien te calla a ti?
Su mano se deslizó por mi pecho, trazando un recorrido lento, tortuoso, antes de aferrarse al cuello de mi camisa otra vez, atrayéndome con un tirón brusco.
Nos miramos, desafiándonos.
Su lengua jugueteó con la mía en un beso lento y provocador, mientras mis dedos apretaban su cintura con una fuerza que seguro le dejaría marcas.
Maldición.
Esto no iba a terminar bien.
Mis labios bajaron por su mandíbula hasta su cuello, su perfume llenándome los sentidos, volviéndome jodidamente loco.
—Sabes que esto es una pésima idea —murmuré contra su piel, sintiendo su respiración agitada.
—Eso lo hace más divertido.
Mis manos bajaron aún más, apretando su trasero con descaro.
—Tienes un maldito problema.
Tory soltó una risa entrecortada, arqueándose ligeramente contra mí.
—No te quejes, Keene. Bien que te encanta.
Abrí la boca para responderle algo igual de mordaz, pero entonces, el sonido de unos pasos apresurados me arrancó de la burbuja en la que estábamos atrapados.
Nos congelamos.
—¡Tory!
La voz de Erick retumbó en el jardín, acercándose rápidamente.
—¡Mierda! —susurró ella, empujándome con las manos mientras se bajaba el vestido de golpe.
Yo solté un gruñido frustrado y pasé una mano por mi cabello, controlando mi respiración con esfuerzo mientras me ajustaba la camisa y mi pantalón.
No podía parecer alterado.
No podía dejar que Erick sospechara nada.
Apenas un segundo después, Erick apareció en la entrada del jardín con el ceño fruncido y el teléfono en la mano.
—Joder, Victoria , ¿qué carajo estabas haciendo? Te estoy buscando desde hace rato.
Ella se volteó con la expresión más inocente del mundo, como si no hubiera estado a punto de arrancarme la maldita ropa hace un minuto.
—Relájate, solo estaba tomando aire. La fiesta es un maldito horno.
Erick la miró con desconfianza antes de suspirar y cruzarse de brazos.
—Mamá llamó —soltó—. Quiere saber como estas y quiere una foto.
Tory puso los ojos en blanco.
—Sí, mamá, estoy bien —dijo con voz monótona—. "No, no estoy borracha. No, no estoy haciendo nada estúpido".
Yo me mantuve al margen, con la postura recta y la expresión relajada, el perfecto niñero responsable. Como si no acabara de tener las manos sobre su piel.
Erick giró la cabeza hacia mí con una expresión neutral.
—Menos mal que estás aquí —dijo con un suspiro—. Sabes cómo se pone mamá cuando no responde de inmediato.
Asentí con naturalidad, manteniendo la compostura.
—Sí, claro. No hay problema.
Tory rodó los ojos, pero comenzó a caminar de regreso a la fiesta como si nada hubiera pasado.
Yo los seguí, volviendo a ajustar mi postura, fingiendo que no sentía aún el ardor en mis labios ni el cosquilleo de su piel en mis manos.
Pero nada en mi expresión delataba la frustración que me carcomía por dentro.
Entramos a la fiesta con naturalidad, como si nada hubiera pasado. Como si Tory no hubiera estado con mis labios en su cuello hace apenas un minuto, como si no hubiera sentido sus uñas hundirse en mi piel. Como si no tuviera todavía el sabor de su boca impregnado en la mía.
Pero nada en mi expresión lo delataba.
Mantener la compostura era mi jodido talento.
El lugar estaba lleno de gente, luces cálidas y música suave de fondo. Un ambiente elegante, diseñado para las reuniones de la élite de Hollywood. El tipo de fiestas en las que yo no encajaba, pero en las que me había acostumbrado a estar gracias a mi trabajo los Nichols.
No pasaron ni dos segundos antes de que los padres de Tory se acercaran a nosotros con sonrisas perfectas.
Joel y Barbara.
Barbara iba tomada del brazo de Joel, con esa actitud radiante y entusiasta que la caracterizaba. Pero lo que captó realmente mi atención fue el chico que estaba con ellos.
Alto, con el cabello oscuro perfectamente peinado y una sonrisa de comercial. Vestía con la clase de elegancia que no parecía forzada, como si hubiera nacido para usar trajes caros y moverse en este tipo de círculos.
Barbara hablaba con él como si estuviera encantada, sonriendo con emoción. Erick, a mi lado, rodó los ojos de manera casi imperceptible, lo que me hizo pensar que ya lo conocía. Aun así, se acercó con una sonrisa amistosa.
—¡Axel!, ¿cómo va? —dijo Erick con tono relajado, dándole un apretón de manos.
Axel Kovacevic.
Ese era su nombre.
El apellido me sonaba.
—Erick, que bueno verte —respondió Axel con una voz profunda y segura, dándole una palmada en el hombro—. Hace mucho que no coincidimos.
—Sí, hombre, desde aquella vez en Malibú, ¿no?
Axel asintió con una sonrisa.
—Sí, sí. Buenas épocas.
No me pasó desapercibido el detalle de que Tory no había dicho nada aún.
Le eché un vistazo de reojo y la vi observando a Axel con expresión neutra, aunque sus ojos brillaban con ese destello analítico que ponía cuando evaluaba a alguien.
—Axel, te presento a Victoria—dijo Joel con una sonrisa orgullosa—.Mi hija menor.
Axel le dedicó a Tory una sonrisa encantadora.
—Es un placer, Victoria.
Y lo peor es que se veía sincero.
Tory, a diferencia de su usual actitud borde, le devolvió la sonrisa, aunque con cierta cautela.
—Igualmente.
Mi mandíbula se tensó por instinto.
Joel miró a Tory con una expresión casi paternal.
—Axel es el hijo de uno de mis mejores amigos —dijo con orgullo—. Y cuando supe que vendría a la fiesta, pensé que era una gran oportunidad para que se conocieran.
Ah.
Ahora todo tenía sentido.
Esto no era un simple encuentro casual.
Los padres de Tory lo querían presentar con ella.
Algo dentro de mí comenzó a arder.
No era rabia.
No era celos.
O tal vez sí.
No importaba.
Lo que importaba era que de repente quería partirle la cara a ese imbécil solo por la forma en que estaba viendo a Tory.
Axel le sonrió con la seguridad de alguien que sabía que gustaba.
—Había escuchado mucho sobre ti —dijo, mirándola fijamente—. Pero tengo que admitir que te ves incluso mejor en persona.
Tory arqueó una ceja, divertida.
—¿Eso te funciona con todas?
—Solo con las que realmente lo merecen.
Barbara suspiró con una sonrisa soñadora.
—Ay, hacen una pareja preciosa.
Yo apreté la mandíbula con fuerza.
—Bueno, entonces los dejamos para que se conozcan mejor —añadió Barbara, girándose hacia mí y Erick—. Vamos, chicos, denles un poco de privacidad.
Tory me miró fugazmente.
Apenas un segundo.
Pero fue suficiente para que algo se tensara en mi interior.
Axel seguía sonriendo, seguro de sí mismo.
Y yo tuve que contener las ganas de mandar todo a la mierda.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top