08:Miradas que pesan
Jueves 11:46 a.m
Victoria Nichols
La luz del sol entraba tímidamente por los amplios ventanales de mi habitación, reflejándose en los tonos marfil y dorado de los muebles que llenaban el espacio. Todo en esta habitación era cuidadosamente escogido, desde las texturas suaves de los cojines hasta el gran espejo con marco dorado que presidía la pared junto a mi cama. Era mi lugar favorito, no porque lo usara para admirarme (aunque eso también), sino porque reflejaba exactamente lo que yo era: sofisticada, intocable, perfecta.
Sobre la cama estaba abierta mi valija de diseñador, y frente a ella, yo, eligiendo los últimos bikinis que debía llevar. Hoy tendría una sesión fotográfica en traje de baño para una marca exclusiva, y cada pieza que metía en esa maleta era un mensaje. Sabía que el mundo entero me miraría. Lo hacía siempre. Pero cada prenda era una declaración: de lujo, de poder, de perfección. Yo no solo era Tory Nichols, era un símbolo, un ideal que muchas aspiraban a ser y que muy pocas podían alcanzar.
Mientras doblaba una de las piezas más provocativas que había escogido, mi teléfono sonó, rompiendo la paz de la mañana. Miré la pantalla: mamá. Bárbara Nichols no llamaba por cosas triviales, lo que significaba que venía a darme alguna orden o a tomar una decisión por mí, como siempre lo había hecho.
—¿Qué pasa, mamá? —respondí, intentando que no se notara mi fastidio.
—Robert te llevará a tu sesión de fotos hoy. —No fue una pregunta, ni siquiera una sugerencia. Era un mandato.
—¿Robby? ¿Por qué no Louis? —pregunté, haciendo un esfuerzo por sonar casual, aunque sabía perfectamente que la respuesta no me gustaría.
—Louis tuvo un asunto familiar, y Robby está disponible. Además, confío en que él te mantendrá en línea. —Su tono tenía ese aire condescendiente que tanto me irritaba, como si yo fuera una niña a la que había que supervisar constantemente.
Suspiré, rodando los ojos aunque ella no pudiera verlo.
—Perfecto. Claro. Siempre tan eficiente. —Colgué antes de que pudiera decir algo más.
Robby Keene. Era como si el universo se empeñara en atarme a él, un hombre que últimamente parecía más un vigilante aburrido que el Robby que solía lanzarme comentarios juguetones y miradas que me hacían pensar en cosas que jamás admitiría en voz alta. Ahora era todo rectitud y formalidad. Correcto, serio, un verdadero "hombre responsable". Qué aburrido.
Por un momento, me pregunté si lo había arruinado con mis constantes provocaciones. Pero, ¿acaso no le gustaba? Yo sabía cómo jugar el juego de la seducción, y él parecía haberlo abandonado por completo. Ahora se comportaba como si fuera un guardaespaldas de 26 años a cargo de una adolescente problemática de 19. Qué ironía.
Unos golpes en la puerta me sacaron de mis pensamientos.
—Adelante —dije, sin levantar la vista mientras ajustaba el cierre de la maleta.
Robby entró, y aunque intenté no mirarlo demasiado, era imposible ignorarlo. Llevaba una camisa blanca impecable, con las mangas remangadas justo por encima de los codos, dejando al descubierto sus antebrazos fuertes. Su pantalón oscuro le quedaba perfecto, resaltando su figura sin esfuerzo alguno. Y su cabello, siempre ligeramente despeinado, tenía ese aire de alguien que no necesitaba intentar verse bien, porque ya lo era. Irritante.
—¿Lista? —preguntó con su tono neutro, como si estuviera hablando con una desconocida.
Lo miré de reojo, cruzándome de brazos.
—¿Te cuesta sonreír? Antes solías hacerlo más.
Él no respondió de inmediato, solo me sostuvo la mirada con una calma exasperante antes de caminar hacia la valija y levantarla sin el menor esfuerzo.
—No vine aquí para entretenerte, Tory. Vine para llevarte. ¿O necesitas que te explique eso también?
Esa actitud tan... fría me sacaba de quicio. Caminé tras él mientras salía de la habitación, asegurándome de que mis tacones resonaran contra el suelo.
—Últimamente sos tan correcto. Tan aburrido. ¿Es algo de la edad o simplemente te convertiste en un adulto aburrido?
Él no respondió, pero noté cómo sus labios se curvaron en una leve sonrisa burlona antes de que la borrara. Me siguió hasta el auto, un vehículo de lujo que parecía estar diseñado para alguien como yo, no para un Robby Keene.
Subí al asiento trasero, pero para mi sorpresa, él abrió la puerta delantera del conductor.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté, frunciendo el ceño.
—Conduciendo. Louis no está, ¿recordás? O preferís manejar vos misma. —Su tono tenía un toque de ironía que no pasó desapercibido.
Me crucé de brazos, molesta.
—Qué caballeroso. Pensé que el "gran hombre correcto" al menos contrataría a alguien para esto.
Él no respondió, simplemente arrancó el auto y comenzó a conducir. El silencio entre nosotros era casi tangible, y aunque intenté ignorarlo, no pude evitar cruzar mis piernas de forma deliberada, dejando que mi vestido corto subiera apenas lo suficiente como para que él lo notara. Pero Robby, como siempre, no reaccionó.
Finalmente, rompí el silencio.
—¿Siempre sos así de aburrido o es solo conmigo?
Lo miré de reojo, notando cómo sus manos se tensaban ligeramente en el volante.
—No soy aburrido. Simplemente tengo prioridades. —Su voz era tan calmada que resultaba irritante.
—¿Prioridades? Claro, como ser el niñero perfecto. Debe ser tan emocionante. —Dejé que el sarcasmo se deslizara en mi tono.
Él giró ligeramente la cabeza hacia mí, con una ceja levantada.
—¿Estás buscando una excusa para pelear o simplemente estás aburrida, Tory? Porque, si querés, puedo dejarte en paz por un rato.
Me crucé de brazos, mirándolo directamente.
—Lo que pasa es que antes eras divertido. Ahora parecés un hombre de 40 años que se tomó su papel de protector demasiado en serio.
Robby soltó una risa baja, casi burlona.
—Quizás porque alguien tiene que asegurarse de que no termines haciendo algo estúpido.
Abrí la boca para responder, pero el auto ya había llegado al estudio. Robby salió primero, rodeando el auto para abrir mi puerta. Me ofreció la mano, como si fuera un gesto automático, pero algo en su mirada hizo que dudara un segundo antes de aceptarla.
—Siempre tan correcto, ¿no? —dije con una sonrisa desafiante mientras bajaba.
Él me sostuvo la mirada, una chispa de algo peligroso brillando en sus ojos por un instante.
—No soy tan correcto como creés, princesa. —Y con eso, levantó mi valija con una facilidad que casi parecía un desafío.
Mientras caminábamos hacia la entrada del estudio, no pude evitar mirarlo de reojo. Quizás Robby Keene no era tan aburrido como quería hacerme creer. Y quizás, solo quizás, yo estaba decidida a averiguarlo.
El aire del estudio estaba impregnado de perfume barato y un falso entusiasmo. Apenas cruzamos las puertas, el sonido del bullicio y las órdenes rápidas de los asistentes llenaron el espacio. Siempre era lo mismo en estos lugares: un caos disfrazado de profesionalismo. Aún así, mi entrada no pasó desapercibida, como era de esperarse. Cada mirada se giró hacia mí. La mayoría, admiración; algunas, envidia. Todo normal en mi mundo.
Y ahí estaba ella, Alexa. Una asistente de cuarta, sin ningún tipo de gracia. Tenía esa energía desesperada de las que sueñan con la fama, pero no tienen ni el talento ni el carisma para alcanzarla. La observé con cuidado mientras se acercaba, tratando de no reír. Alexa era una de esas mujeres que siempre parecían estar a un paso de derrumbarse, pero no lo suficiente como para desaparecer del todo. Era como un adorno en mal estado que nadie se molestaba en quitar.
—¡Tory! —canturreó ella con una voz que me provocó un ligero escalofrío de irritación. Sus tacones baratos resonaban contra el suelo de manera descompasada, como si ni siquiera supiera caminar con ellos. Se detuvo frente a mí, esforzándose por mostrar una sonrisa amplia que no hacía más que subrayar lo artificial que era—. Tu camarín está listo. Te acompaño.
Hablaba como si estuviera haciéndome un favor, como si su sola existencia tuviera alguna relevancia en mi vida. Pero lo que realmente me hizo apretar los dientes fue cómo sus ojos se desviaron hacia Robby.
La forma en que lo miró, casi devorándolo con la vista, me hizo sentir un fuego lento de irritación en el pecho. Y Robby, por supuesto, permanecía impasible, como si no hubiera notado nada. Pero lo conocía lo suficiente para saber que notaba todo. Ese hombre era un enigma, frío y calculador cuando quería serlo.
—Robert, ¿verdad? —dijo Alexa, inclinándose un poco más de lo necesario hacia él, como si fuera a susurrarle un secreto. Su tono había cambiado, ahora lleno de una coquetería barata que me dio ganas de reír. Ridícula. Ni siquiera sabía cómo coquetear sin parecer desesperada.
—Sí —respondió él, breve, con esa voz firme que siempre parecía cargada de autoridad. No la miró directamente, pero tampoco hizo nada por evitar su atención. Eso me irritó aún más.
Alexa, como si hubiera ganado algún tipo de premio, soltó una risita tonta y dio un paso más cerca de él.
—Bueno, si necesitas algo, cualquier cosa, solo dime, ¿sí? —Su voz se tornó casi melosa.
Eso fue suficiente. Apreté los labios, conteniendo las ganas de decirle exactamente lo que pensaba de su penosa actuación. En lugar de eso, decidí actuar. Con mi mejor sonrisa burlona y una mirada llena de falsa dulzura, me giré hacia Robby.
—Dame eso —le dije, señalando la maleta que él llevaba sin esfuerzo.
Él frunció el ceño, claramente sorprendido por mi tono autoritario.
—¿Por qué? Yo la llevo.
—Porque no quiero que la cargues tú —respondí, tajante, sin darle oportunidad de replicar. Tomé la maleta de sus manos y, con toda la elegancia del mundo, la empujé con fuerza hacia Alexa.
Ella parpadeó, sorprendida, y casi perdió el equilibrio al recibir el peso de la maleta. Sus brazos flaquearon por un segundo, pero logró sostenerla. Su expresión pasó rápidamente de confusión a una mezcla de enojo e incomodidad.
—Alexa, sé un amor y llévala al camarín, ¿sí? —le dije, con la voz más dulce y condescendiente que pude manejar—. Estoy segura de que no querrás que Robby se esfuerce demasiado, ¿verdad?
Su rostro se tensó, pero no dijo nada. Lo sabía. No tenía el valor de enfrentarse a mí. Bajó la mirada y, sin otra opción, se giró para llevar la maleta.
—Gracias, querida —añadí con una sonrisa impecable mientras la veía alejarse.
Antes de que Robby pudiera decir algo, tomé su mano con determinación y lo arrastré conmigo hacia el camarín. No le di tiempo para procesar lo que acababa de pasar, y mucho menos para opinar al respecto. Cerré la puerta detrás de nosotros y solté su mano, dándome vuelta para enfrentarlo.
—¿Qué fue eso? —preguntó él finalmente, cruzándose de brazos. Su voz tenía un deje de reproche, pero también de curiosidad.
Me encogí de hombros, fingiendo indiferencia mientras me acercaba al espejo y comenzaba a revisar mi maquillaje.
—No me gusta que se pasen de listas. Especialmente las que no tienen nada que ofrecer.
Robby soltó una risa seca, sacudiendo la cabeza.
—¿Así que decidiste humillarla solo porque te miró mal?
Lo miré a través del espejo, arqueando una ceja.
—No fue un castigo, Robby. Fue una lección. Esa mujer tiene que entender su lugar.
Él se acercó un par de pasos, lo suficiente como para que pudiera sentir su presencia detrás de mí. Su mirada se reflejaba en el espejo, y esa intensidad en sus ojos me desafiaba de una forma que pocas personas se atrevían a hacerlo.
—¿Y cuál es tu lugar, Tory?
Me giré lentamente para enfrentarlo, levantando el mentón.
—Mi lugar es donde yo quiera estar. Y tú deberías saberlo mejor que nadie.
Su expresión no cambió, pero sus ojos parecían analizar cada palabra, cada movimiento. Finalmente, soltó un suspiro y se pasó una mano por el cabello, frustrado.
—Sabes, a veces pienso que disfrutas más peleando con la gente que viviendo tu vida.
Me acerqué un paso más, quedando peligrosamente cerca de él. Podía sentir la tensión en el aire, esa línea que siempre parecía estar a punto de romperse entre nosotros.
—Y a veces pienso que te gusta más jugar al héroe que ser un hombre.
Por un instante, creí que respondería, que lanzaría una de esas frases que solía usar para molestarme. Pero en lugar de eso, simplemente me miró, con una intensidad que casi me hizo retroceder.
—Tal vez no soy el tipo de hombre que querés que sea, Tory. Pero eso no significa que no sea el que necesitás.
Sus palabras quedaron flotando en el aire, cargadas de un significado que no me atrevía a descifrar en ese momento. Y, por primera vez en mucho tiempo, me quedé sin palabras.
Mi camarín era exactamente como lo había pedido: impecable, con cada detalle en su lugar. Las paredes estaban cubiertas con un papel tapiz color marfil, los espejos tenían luces cálidas perfectamente posicionadas, y el sofá de terciopelo crema era justo lo que necesitaba para relajarme entre tomas. Sobre la mesa había botellas de agua perfectamente alineadas, una bandeja con frutas frescas y mis barras de chocolate favoritas. La perfección hecha espacio.
La inútil de Alexa, para mi sorpresa, había hecho algo bien por una vez y había dejado mi maleta justo donde debía estar. Cerré la puerta con traba, asegurándome de que nadie entrara a molestar, especialmente ella. Si algo odiaba más que su actitud, era su constante necesidad de figurar, y la forma en que había intentado coquetear con Robby minutos atrás... bueno, eso era otro nivel de patetismo.
Cuando me giré, Robby ya se había acomodado en el sofá. Su postura era relajada, con un brazo extendido sobre el respaldo y una pierna cruzada sobre la otra. Parecía completamente cómodo, como si ese espacio también fuera suyo. Pero su mirada... su mirada me atravesaba como una ráfaga de fuego. Era intensa, fija, y cargada de algo que no podía definir del todo.
—¿Qué? —pregunté finalmente, alzando una ceja, fingiendo desinterés mientras caminaba hacia mi maleta.
—Nada —respondió, pero el tono de su voz decía lo contrario. Había algo implícito, algo que no estaba diciendo pero que claramente pensaba.
Lo ignoré, aunque sentía cada segundo de su atención como un desafío. Fingí estar concentrada en abrir la maleta y comencé a sacar los conjuntos que usaría para la sesión. Encaje, transparencias, colores que iban del negro clásico al rojo vibrante. Todo perfectamente doblado y cuidadosamente seleccionado por mi estilista. Robby no dijo nada, pero su mirada no abandonaba los conjuntos que colocaba sobre la mesa.
—¿Eso es lo que vas a usar? —preguntó de repente, rompiendo el silencio con un tono que parecía neutral, pero no lo era del todo.
Lo miré de reojo mientras sostenía entre mis manos uno de los conjuntos de encaje rojo.
—Sí. ¿Algún problema?
—No... ninguno. —Hizo una pausa, y sus ojos se detuvieron en el conjunto que tenía entre las manos—. Solo no esperaba que fuera tan... explícito.
Me giré completamente hacia él, arqueando una ceja con una mezcla de diversión y desafío.
—¿Explícito? Esto es arte, Robby. Tal vez deberías ampliar tu mente.
Él no respondió de inmediato. En lugar de eso, su mirada volvió a los conjuntos sobre la mesa y luego a mí, como si estuviera intentando procesar algo que no entendía del todo.
—¿Siempre haces esto tan casualmente? —preguntó finalmente, su tono más bajo de lo habitual.
—¿Esto? —sonreí de lado, empezando a quitarme el top blanco que llevaba. Abajo ya tenía puesto un sostén de encaje rojo que combinaba perfectamente con el culotte que llevaba. No era casualidad, por supuesto. Siempre estaba preparada.
—Sí, esto —dijo, señalándome con un movimiento leve de la cabeza mientras bajaba mis shorts de jean, dejando a la vista el conjunto completo. Pude sentir cómo su atención se intensificaba, aunque intentaba disimularlo.
—Robert, eres mi niñero, no mi censor —respondí, tomando una bata de seda blanca que tenía mi nombre bordado en la espalda: "Victoria Nichols". Me la puse lentamente, ajustándola en la cintura sin preocuparme por cerrarla del todo.
—No soy tu niñero —murmuró, y aunque su tono era bajo, lo escuché perfectamente.
Me giré hacia él, cruzando los brazos mientras me acercaba un par de pasos.
—Claro que lo eres. Te pagan para asegurarte de que llegue a tiempo, para que me comport... —Me detuve al ver su expresión, que ahora era más seria que burlona—. ¿Qué?
—Nada. Solo... me sorprende lo fácil que lo haces parecer.
Fruncí el ceño, confusa.
—¿Fácil?
—Sí. Todo esto, Victoria. —Su voz era firme, y la forma en que usó mi nombre completo me hizo detenerme. Nadie me llamaba así a menos que quisiera hacerme sentir que algo iba en serio—. Actuar como si nada te afectara. Como si tu vida fuera tan perfecta como este camarín.
Reí suavemente, cruzando los brazos con una sonrisa arrogante.
—No sé si darte las gracias por el cumplido o sentirme insultada.
—No era ni una cosa ni la otra. —Su mirada seguía fija en mí, desarmándome de una forma que no esperaba. Se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en sus rodillas, como si estuviera evaluándome—. Solo me pregunto si alguna vez bajas la guardia.
Lo miré, sin saber qué responder. No estaba acostumbrada a que alguien me cuestionara de esa forma, y mucho menos a que lo hiciera con esa seguridad. Había algo en el aire, algo cargado de tensión, como si estuviéramos al borde de una conversación que ninguno de los dos quería tener.
—Eso es algo que no necesitas saber, Robby. —Mi voz salió más suave de lo que pretendía, casi como un susurro.
—Tal vez ya lo sé —respondió, y la sonrisa que acompañó sus palabras fue suficiente para hacer que mi corazón latiera un poco más rápido.
Me quedé ahí, mirándolo, sintiendo cómo cada barrera que había construido a mi alrededor se tambaleaba bajo su mirada. Robby no era como los demás. No se dejaba intimidar, no se quedaba en silencio. Y eso... eso era peligroso. Porque cada segundo que pasaba a solas con él hacía que me sintiera menos en control. Y yo odiaba no estar en control.
Finalmente, me giré hacia el espejo, ajustando la bata y fingiendo que la conversación no había tenido ningún efecto en mí.
—Será mejor que te acostumbres. Esto es lo que hay. Si no puedes manejarlo, siempre puedes renunciar.
—Oh, créeme, Victoria. Puedo manejarlo. —Su voz era baja, cargada de desafío, y su mirada reflejaba una mezcla de curiosidad y determinación que me hacía temblar por dentro.
14:23 p.m
Robby me acompañó al estudio donde me harían las fotos. Caminaba detrás de mí, cargando todas mis prendas en sus brazos, casi como si fuera un asistente personal... aunque ambos sabíamos que no lo era. Su presencia siempre era un recordatorio incómodo de que, a mis diecinueve años, alguien había decidido que necesitaba un niñero para controlar mis impulsos. O, mejor dicho, para controlarme a mí.
El estudio era amplio y luminoso, con enormes ventanales que dejaban entrar la luz natural de Los Ángeles. Las paredes estaban decoradas con retratos en blanco y negro de modelos icónicas, y el aire olía a café recién hecho y un toque de perfume caro. Massimo, mi fotógrafo de cabecera, ya estaba ahí, ajustando las luces y conversando con su equipo. Cuando me vio, su rostro se iluminó.
—¡Mi musa ha llegado! —exclamó dramáticamente, caminando hacia mí con los brazos abiertos.
Sonreí ampliamente, dejando que me abrazara. Massimo siempre tenía esa energía exagerada y vibrante que me hacía sentir como si fuera la única persona en el mundo.
—Massimo —dije, devolviendo el abrazo—. ¿Listo para hoy?
—Siempre listo para ti, mi reina. —Se separó y me miró de pies a cabeza con ojos críticos y, al mismo tiempo, adoradores—. Estás radiante, como siempre. Aunque... ¿quién es él?
Massimo había notado a Robby detrás de mí, de pie como una sombra, cargando mis prendas con una expresión que podía describirse como una mezcla de aburrimiento y desinterés.
—Oh, él... —Empecé a decir, pero Massimo ya me estaba lanzando una mirada pícara, como si supiera exactamente quién era Robby.
—¿Es tu novio? —preguntó, su tono lleno de insinuación.
—¿Qué? No, no, claro que no. —Reí nerviosamente, sintiendo el calor subir a mis mejillas. Mi voz sonó más aguda de lo que pretendía—. Es... es como un guardaespaldas.
No podía soportar la idea de decir que Robby era mi niñero. No ahí, no frente a Massimo, quien me veía como una diosa intocable. Pero antes de que pudiera decir algo más, Robby decidió intervenir.
—Soy su niñero. —Lo dijo con la mayor naturalidad del mundo, como si no fuera algo vergonzoso para mí.
Massimo soltó una carcajada, llevándose una mano al pecho.
—¡Niñero! Oh, esto es delicioso. Tory, querida, ¿de verdad necesitas un niñero?
—No es lo que parece —dije rápidamente, cruzándome de brazos mientras le lanzaba una mirada asesina a Robby. Él simplemente sonrió de lado, como si disfrutara de mi incomodidad.
—No te preocupes, amore. Todos necesitamos un poco de protección de vez en cuando. —Massimo me guiñó un ojo y luego señaló hacia el set—. Ahora, vamos, tenemos mucho que hacer.
Caminé hacia el área donde me harían las fotos, sintiendo el peso de la mirada de Robby sobre mí. Me quité la bata con calma, dejando al descubierto el conjunto de encaje rojo que había elegido para empezar. Sin pensarlo dos veces, se la entregué a Robby, quien la tomó sin decir nada. Pero pude sentir la tensión en el aire.
Massimo y los otros fotógrafos se acercaron, ajustando luces, cámaras y reflejos mientras yo me posicionaba en el centro del set. El primer fondo era simple: un blanco puro que contrastaba con el rojo de mi ropa.
—Vamos a empezar con algo casual, ¿sí? Algo dulce —dijo Massimo, acomodando su cámara—. Relájate, amor, como siempre.
Tomé una postura más natural, inclinándome ligeramente hacia un lado mientras jugaba con un mechón de mi cabello. La luz me envolvía de manera perfecta, resaltando cada curva, cada ángulo de mi cuerpo. Posé con una sonrisa suave, casi tímida, y escuché el clic constante de las cámaras.
—Perfecto. Así, justo así —decía Massimo, moviéndose a mi alrededor—. Eres un sueño, Tory. Ahora dame algo más coqueto.
Cambié mi postura, ladeando la cabeza y dejando caer un brazo sobre mi cintura. Mi sonrisa se volvió más juguetona, y mis ojos buscaron la cámara con una intención más directa. Sentía la tela del encaje contra mi piel, la tensión en el aire, la atención absoluta de todos en la habitación... pero, sobre todo, sentía a Robby.
Él estaba ahí, de pie al margen del set, con mi bata colgando de su brazo y esa mirada fija que me quemaba. No decía nada, pero podía sentir cómo sus ojos recorrían cada movimiento que hacía. Cada giro de mi cadera, cada gesto de mis manos, cada expresión en mi rostro. Y, en el fondo, lo disfrutaba. Me encantaba tener su atención, saber que, en ese momento, era toda mía.
—Ahora algo más intenso —pidió Massimo. Su tono cambió, y el equipo ajustó las luces, oscureciendo ligeramente el ambiente.
Cambié de postura, inclinándome hacia adelante mientras apoyaba una mano en mi muslo y otra en mi cabello. Mis labios se separaron apenas, y mi mirada se volvió más seria, más cargada. Era una pose erótica, calculada, pero lejos de ser vulgar. Era arte, y yo lo sabía.
—Sí, sí, sí. ¡Eso es! —exclamó Massimo, emocionado—. ¡Dámelo, Tory!
El clic de las cámaras se intensificó, y yo continué moviéndome, dejándome llevar por la energía del momento. La atmósfera se sentía eléctrica, y cada movimiento que hacía parecía cargar aún más el aire entre Robby y yo.
Cuando terminé esa serie, me detuve, caminando hacia la mesa donde estaban los otros conjuntos. Pasé junto a Robby, quien seguía inmóvil, y le arrebaté la bata de su brazo.
—¿Qué? —le dije al notar su mirada fija.
—Nada —respondió, pero su voz era más grave de lo habitual, y sus ojos hablaban de todo lo que no estaba diciendo.
Me giré hacia él, ajustando la bata sobre mis hombros.
—Si vas a quedarte aquí, al menos intenta no parecer tan impresionado.
Él soltó una risa breve, seca.
—¿Impresionado? No estoy impresionado.
—Claro que lo estás —respondí, cruzándome de brazos. Mi tono era desafiante, pero dentro de mí, algo se revolvía. Sabía que estaba jugando con fuego, y eso lo hacía aún más emocionante.
Robby dio un paso hacia mí, reduciendo la distancia entre nosotros.
—Solo digo que es... interesante verte así.
—¿Así cómo? —pregunté, alzando una ceja.
—Expuesta —dijo, su voz apenas un susurro.
Sus palabras me dejaron sin aire por un segundo, pero no lo dejé ver. Me di la vuelta, volviendo al set, mientras su mirada seguía clavada en mí. Y aunque intentaba concentrarme en la sesión, sabía que él estaba ahí, observando cada movimiento, cada detalle, cada parte de mí. Y eso... eso lo hacía todo mucho más intenso.
La sesión continuó sin descanso. Massimo, como siempre, estaba completamente metido en su mundo, dándome instrucciones con su característico entusiasmo:
—¡Mira a la cámara como si fuera tu amante! ¡No, no, espera! Ahora como si fuera alguien que quieres dominar. ¡Eso, Tory, perfecto!
Había algo en trabajar con él que siempre me hacía sentir cómoda, poderosa, como si yo pudiera controlar la atención de todos en la habitación. Cambié de conjunto unas seis veces: negro elegante, blanco puro, encaje azul profundo, y ahora, para las últimas tomas, un conjunto rosado claro que irradiaba dulzura. Cada uno me hacía sentir como una versión distinta de mí misma.
Sin embargo, no podía ignorar la presencia de Robby al margen del set. Seguía ahí, cargando mis cosas como si estuviera atrapado en algún castigo eterno. Y aunque fingía desinterés, no me engañaba. Lo atrapaba mirándome de vez en cuando, y cada vez que nuestras miradas se cruzaban, no podía evitar lanzarle un guiño. Era una pequeña diversión para mí, un juego que disfrutaba más de lo que debería.
Él, por supuesto, revoleaba los ojos como si fuera inmune, como si mi coquetería no le afectara en absoluto. Pero sabía que eso era una mentira. Había algo en la manera en que su mirada lingeraba un segundo más de lo necesario, algo en cómo apretaba la mandíbula antes de darse vuelta. Estaba claro que no le era indiferente.
Finalmente, Massimo dio por terminada la sesión.
—¡Magnífica, Tory! Como siempre, eres una obra de arte. —Se acercó a mí, besándome ambas mejillas con una sonrisa amplia—. Estoy obsesionado contigo, querida. Cada vez me sorprendes más.
Sonreí, siempre halagada por su adoración.
—Gracias, Massimo. Eres el mejor.
Robby se acercó justo en ese momento, y antes de que pudiera agarrar mi bata, él lo hizo por mí. Con cuidado, la puso sobre mis hombros, sus manos rozando mi piel por un breve instante. Fue un gesto pequeño, casi insignificante, pero hizo que mi estómago diera un vuelco. No lo miré directamente, pero sentí el calor de su cercanía.
—Gracias —murmuré, ajustándome la bata.
—No te acostumbres —respondió, su tono cargado de sarcasmo.
Massimo rió ante nuestro pequeño intercambio.
—Oh, ustedes dos son un espectáculo. Me encanta la energía. Tory, siempre rodeada de drama.
—Es un talento natural —respondí con una sonrisa arrogante, ignorando la mirada burlona de Robby.
Después de despedirnos de Massimo, me dirigí con Robby al camarín para recoger mis cosas. El lugar era pequeño pero cómodo, con luces cálidas que rodeaban el espejo y un sillón blanco en la esquina. Mientras recogía mis prendas y accesorios, noté que no estábamos solos.
Alexa estaba ahí.
Alexa, con su pelo perfectamente lacio y su maquillaje impecable, estaba sentada en el sillón, aparentemente revisando su teléfono, pero no dejaba de lanzar miradas hacia Robby. Lo miraba de esa forma en que las chicas miran algo que quieren conseguir.
No podía evitar sentir una punzada de irritación. Había algo en la forma en que sonreía al verlo que me ponía los nervios de punta. Y, por supuesto, Robby no parecía darse cuenta, como siempre.
Decidí que no iba a quedarme ahí sin hacer nada. Con una sonrisa que sabía que parecía inocente pero no lo era, me acerqué a Robby y, sin previo aviso, tomé su mano. Entrelacé mis dedos con los suyos, como si fuera lo más natural del mundo.
—¿Listo para irnos? —pregunté, mirando a Robby pero hablando lo suficientemente fuerte para que Alexa me escuchara.
Para mi sorpresa, Robby no se apartó. No retiró su mano, ni hizo algún comentario sarcástico para arruinar el momento. De hecho, hizo algo que no esperaba: me sonrió.
—Claro —dijo, su voz tranquila, pero había algo en su tono, algo que casi sonaba... ¿cómplice?
Esa simple respuesta me tomó por sorpresa, y no pude evitar mirarlo por un segundo más de lo necesario. ¿Por qué no estaba burlándose de mí? ¿Por qué no estaba soltando algún comentario sarcástico? Su sonrisa era sincera, como si, por una vez, estuviera disfrutando del juego tanto como yo.
Alexa, por otro lado, se removió incómoda en el sillón. Podía sentir su mirada clavada en nuestras manos entrelazadas, y eso solo hizo que mi sonrisa se ampliara.
—Bueno, entonces, vámonos —dije, tirando ligeramente de su mano mientras lo guiaba hacia la salida del camarín.
Cuando finalmente estuvimos fuera, solté su mano, aunque todavía podía sentir el calor de su piel contra la mía.
—¿Qué fue eso? —preguntó Robby, con una ceja arqueada y una sonrisa burlona.
—¿Qué fue qué? —respondí, fingiendo inocencia mientras revisaba mi bolso.
—La mano. Eso de entrelazar los dedos como si fuéramos... no sé, una pareja. —Su tono era ligero, pero sus ojos me miraban con curiosidad.
—Oh, eso. —Me encogí de hombros, intentando actuar despreocupada—. Alexa estaba mirando, y pensé que sería divertido.
—¿Divertido? —repitió, inclinando la cabeza como si intentara descifrarme—. ¿Para ti o para ella?
Lo miré, sabiendo que estaba jugando conmigo.
—¿Qué importa? Funcionó, ¿no?
—No sé. Parecía que tú estabas disfrutándolo bastante.
Su comentario me hizo detenerme por un segundo, pero no iba a dejar que me ganara.
—No te emociones, Robert. Solo estaba actuando.
Él rió suavemente, un sonido bajo y cálido que hizo que mi corazón latiera un poco más rápido.
—Claro que sí, Victoria. Solo actuando.
Su tono era desafiante, como si no creyera ni una palabra. Y aunque quería discutir, algo en su sonrisa me hizo callar. Quizás porque sabía que, en el fondo, tenía razón.
Mientras me cambiaba en el camarín, no podía ignorar la sensación de su mirada fija sobre mí. Robby no hacía el más mínimo esfuerzo por ser discreto, como si el concepto de privacidad no existiera en su mundo. Era tan descarado que sentí cómo mi piel se calentaba, no solo por el aire algo sofocante del pequeño espacio, sino por la intensidad con la que sus ojos recorrían cada movimiento que hacía.
Él estaba recostado en el sofá del camarín, con los brazos cruzados detrás de la cabeza y las piernas estiradas frente a él, completamente cómodo, como si estuviera disfrutando de un espectáculo privado. Quise girarme y decirle algo, cualquier cosa que lo obligara a mirar hacia otro lado, pero en su lugar decidí ignorarlo. Robby era así; le gustaba provocar, y yo no iba a darle el placer de saber que estaba logrando irritarme.
Me quité la bata con movimientos rápidos, quedando solo con el top blanco en las manos. Me preparé para ponérmelo, intentando concentrarme en lo que hacía, pero, por supuesto, el universo tenía otros planes. Apenas intenté subir el cierre delantero, me di cuenta de que algo andaba mal. Jalé con firmeza, una vez, dos veces, pero el cierre no se movía.
—¿En serio? —murmuré en voz baja, frustrada. Tiré con más fuerza, pero solo conseguí que se atascara aún más.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó Robby desde el sofá, con ese tono burlón que siempre me sacaba de quicio.
Levanté la vista y lo encontré mirándome con una sonrisa de suficiencia, sus ojos brillando con diversión evidente. Parecía disfrutar mucho más de la situación de lo que debería, lo cual no era sorprendente viniendo de él. Dudé por un momento, mi orgullo luchando por no permitirle acercarse, pero sabía que no tenía otra opción. No iba a salir del camarín a pedirle ayuda a alguien más, y tampoco podía seguir luchando con el cierre por horas.
—Está bien —dije finalmente, cruzándome de brazos con un suspiro exasperado—. Pero hazlo rápido. Este top me costó más de lo que ganas en un mes cuidando a mis perros.
Él soltó una risa baja, esa que siempre parecía estar cargada de un significado oculto, y se puso de pie con una facilidad que me irritó aún más. Caminó hacia mí con su típica arrogancia, sus movimientos despreocupados pero calculados al mismo tiempo. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, me miró directamente a los ojos, inclinando la cabeza ligeramente.
—¿Delante, eh? —comentó, señalando el cierre con un gesto de su barbilla.
—Sí. ¿Es un problema o solo quieres hacer tiempo para seguir mirándome? —respondí con un tono seco, pero mi voz sonó un poco más insegura de lo que me habría gustado.
Robby no dijo nada, pero la sonrisa en sus labios se ensanchó mientras alargaba las manos hacia mí. Cuando sus dedos rozaron mi piel, sentí un escalofrío recorrerme desde el cuello hasta la base de la espalda. Era un simple contacto, nada más que un gesto práctico, pero de alguna manera su proximidad hacía que pareciera mucho más que eso.
Su mirada se centró en el cierre, pero yo no podía apartar los ojos de él. Observé la forma en que sus cejas se fruncían ligeramente mientras tiraba del mecanismo con cuidado, su concentración aparente solo incrementando la tensión que se había instalado en el ambiente. Mi respiración se volvió un poco más pesada, y quise culpar al calor del camarín, pero sabía que no era solo eso. Era él. Su cercanía. Su toque. El hecho de que estaba demasiado cerca, y que una parte de mí no quería que se alejara.
—¿Así que este top te costó una fortuna? —comentó en voz baja, rompiendo el silencio.
—Ajá —murmuré, incapaz de articular algo más coherente. Su voz parecía envolverme, tan cerca, tan íntima, que sentía como si estuviera hablándome directamente al oído.
Finalmente, logró desatascar el cierre y lo subió hasta el final con un movimiento suave, pero no se apartó de inmediato. Su rostro quedó peligrosamente cerca del mío, y cuando levanté la vista, nuestros ojos se encontraron. Era imposible ignorar la intensidad de su mirada, la forma en que sus pupilas parecían buscar algo en las mías. El espacio entre nosotros se volvió aún más pequeño, y mi corazón comenzó a latir con tanta fuerza que pensé que él podría escucharlo.
Mi mente, traicionera, comenzó a imaginar cosas que no debería. Lo vi inclinándose hacia mí, sus labios rozando los míos con una lentitud desesperante. Me vi llevándolo hacia el sofá, mis manos enredándose en su cabello mientras él me empujaba suavemente contra los cojines. Pude sentir el peso de su cuerpo sobre el mío, sus manos recorriendo mi cintura, mi espalda, sus labios explorando mi cuello con urgencia. Mi respiración se volvió más pesada al imaginarlo, y un calor intenso se acumuló en mi pecho, extendiéndose por todo mi cuerpo.
Sacudí la cabeza ligeramente, intentando disipar esos pensamientos, pero la forma en que él me miraba no ayudaba en absoluto. Parecía estar pensando lo mismo, o al menos algo similar, porque su mirada no se apartaba de la mía, y su respiración también se había vuelto más profunda.
De repente, el sonido de su celular rompió el momento como un cristal estallando en mil pedazos. Robby se apartó de golpe, retrocediendo unos pasos mientras sacaba el teléfono de su bolsillo. Contestó sin siquiera mirar quién llamaba.
—¿Qué? —respondió con un tono seco, claramente molesto por la interrupción.
Yo solté un suspiro y me crucé de brazos, tratando de recuperar la compostura. Pero cuando vi cómo su expresión cambiaba al escuchar lo que decía la persona al otro lado de la línea, mi curiosidad se encendió.
—¿Qué pasa? —pregunté, inclinándome ligeramente hacia él.
Él frunció el ceño y activó el altavoz.
—¡Robby! —la voz de Zara resonó en el camarín, aguda y dramática—. ¡¿Qué demonios está pasando?! ¡Te vieron entrando al estudio con Victoria! ¡Está en todas partes! ¡¿Qué significa esto?!
Me tensé al escuchar su nombre. ¿Quién diablos había tomado esa foto? Robby rodó los ojos y respondió con calma.
—No significa nada, Zara. La gente no tiene nada mejor que hacer.
—¡¿Nada mejor que hacer?! —replicó ella, su voz aumentando de volumen—. ¡Esto es un desastre! ¡Todo el mundo está hablando de ti! Dicen que eres su novio o algo peor. ¡Esto me afecta a mí también, ¿sabes?!
—¿A ti? —intervine, sin poder contenerme—. Zara, nadie sabe quién eres.
Ella soltó un jadeo dramático al otro lado de la línea, como si mis palabras hubieran sido un golpe físico.
—¡Eso no es cierto! —insistió—. ¡Y aunque lo fuera, esto sigue siendo un problema! ¡Robby, eres su niñero, no su maldito amante! ¡Esto me está arruinando!
Robby colgó sin más, negando con la cabeza mientras soltaba un suspiro.
—Tu amiga es... intensa —comente, con una mezcla de irritación y diversión.
—No es mi amiga —replico, rodando los ojos—. Y sí, es un poco intensa. Pero al menos ahora somos "la nueva pareja del momento".
Robby dejó escapar una carcajada seca, la clase de risa que parecía más un reflejo que una reacción genuina. Su mirada seguía fija en mí, y por un momento creí que iba a decir algo más. Algo importante. Pero en lugar de eso, volvió a deslizarse al sofá, dejándose caer como si nada hubiera ocurrido, como si la cercanía, las miradas y las palabras que no habíamos dicho no significaran nada.
Yo, en cambio, todavía sentía el calor en mi pecho, el eco de sus manos en mi piel, el latido acelerado de mi corazón que se negaba a calmarse. No sabía si estaba enojada conmigo misma por reaccionar así, o con él por ser la causa de todo. Quizás ambas cosas.
Tomé aire y me giré hacia el espejo para arreglarme el cabello, intentando recuperar el control de la situación, de mí misma. Sabía que Robby me estaba mirando otra vez, su reflejo en el espejo lo delataba. Tenía esa expresión neutra, como si estuviera evaluando algo, o tal vez simplemente disfrutando de mi incomodidad.
—¿Piensas quedarte ahí todo el día? —pregunté, rompiendo el silencio, aunque mi tono sonaba más cortante de lo que pretendía.
—¿Por qué no? —respondió con su clásica arrogancia—. Este camarín tiene buen entretenimiento.
Rodé los ojos y me giré hacia él, decidida a ponerle fin a lo que sea que estuviera pasando entre nosotros. O, al menos, intentarlo.
—Mira, Robby, no sé qué clase de juego estás jugando, pero no voy a caer en esto. ¿Te divierte verme incómoda? Porque si es así, felicidades, lo lograste.
Él levantó las manos en un gesto de rendición, pero su sonrisa burlona seguía ahí.
—Relájate, princesa. Solo estaba ayudando.
—¿Ah, sí? ¿Es así como ayudas? Porque, si me preguntas, parece más que estás buscando algo.
Robby se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas, su mirada intensificándose.
—¿Y qué crees que estoy buscando, Victoria?
El modo en que dijo mi nombre, bajo y con esa entonación tan suya, me hizo estremecer. Maldición.
—No tengo tiempo para esto —respondí, dando media vuelta y recogiendo mis cosas—. Algunos de nosotros tenemos una carrera seria que cuidar, ¿sabes?
—Claro, porque tu vida es tan difícil, ¿no? —respondió con sarcasmo mientras se recostaba de nuevo en el sofá—. Todo te llega servido en bandeja de plata.
—¿Servido? —repetí, volviéndome hacia él con furia—. ¿De verdad piensas que no he trabajado para esto? ¿Que no me he ganado mi lugar?
—No he dicho eso —replicó él, su tono más bajo esta vez, como si estuviera eligiendo sus palabras—. Pero no puedes negar que tu apellido abre puertas que otros tienen que derribar a golpes.
—¿Y tú qué sabes de derribar puertas? —lo desafié, dando un paso hacia él, mis ojos clavados en los suyos—. Todo lo que haces es quejarte de lo fácil que crees que lo tengo. Tal vez deberías preocuparte más por ti mismo que por lo que hago yo.
Por un momento, pensé que iba a responder con otra de sus réplicas ingeniosas, pero en lugar de eso, simplemente me miró, con una intensidad que hizo que mi respiración se detuviera.
—Tienes razón —dijo finalmente, su voz más suave, casi un susurro—. No sé nada de lo que cargas. Pero eso no significa que tú entiendas lo que es vivir siendo invisible hasta que demuestras que no lo eres.
Su sinceridad me desarmó. No sabía qué responder, porque parte de mí entendía lo que decía, incluso aunque me negara a admitirlo.
—No estamos tan diferentes, Robby —dije finalmente, mi voz más tranquila—. Solo que tú nunca te quedas lo suficiente para darte cuenta.
Él soltó una risa suave, sin humor, y se puso de pie, cerrando la distancia entre nosotros en un solo movimiento.
—Tal vez tienes razón —dijo, su tono cargado de algo que no podía identificar. Luego, con un gesto rápido, se inclinó hacia mí, sus labios apenas rozando mi oído—. Pero no te preocupes, princesa. Me quedaré el tiempo suficiente para averiguarlo.
Y antes de que pudiera reaccionar, se alejó, saliendo del camarín sin mirar atrás.
Me quedé ahí, en silencio, mi mente dando vueltas y mi corazón latiendo con fuerza. No sabía qué juego estaba jugando Robby, pero una cosa era segura: lo que sea que estuviera pasando entre nosotros estaba lejos de terminar.
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