07:La reina del drama

Los flashes no cesaban ni por un segundo, capturando cada movimiento de Tory mientras avanzaba con la elegancia de alguien que había crecido frente a las cámaras. Su vestido azul entallado brillaba bajo las luces, y el brazo de Robby —firme, relajado— era el soporte perfecto para mantener esa imagen de seguridad y perfección. Robby, por su parte, no parecía afectado por la atención. Su sonrisa era casual, pero había algo en su actitud que dejaba claro que estaba disfrutando del momento, tal vez incluso más que ella.

—¿Siempre es así? —preguntó en voz baja, inclinándose ligeramente hacia Tory mientras caminaban por la alfombra roja.

—¿Así cómo? —respondió ella, manteniendo su mirada al frente, sonriendo para las cámaras.

—Ya sabés. Los flashes, las miradas, los murmullos. —Robby hizo un gesto con la cabeza hacia un grupo de personas que los observaban con curiosidad.

Tory soltó una pequeña risa seca.
—Bienvenido al circo, Keene. A vos te toca ser el espectáculo de esta noche.

Robby levantó una ceja, divertido.
—¿Es una advertencia o una invitación?

Ella no respondió, limitándose a apretarse más a su brazo mientras cruzaban la entrada del evento. Al ingresar, el bullicio de voces elegantes y risas contenidas llenaba el aire. La sala estaba decorada con un lujo opulento: candelabros brillantes, mesas con manteles de seda y un escenario central donde un cuarteto de cuerdas tocaba suavemente.

Tory apenas cruzó el umbral y ya comenzaron a acercarse algunas caras conocidas, personas mayores que sonreían con familiaridad. Robby, aunque no reconocía a ninguno de ellos, mantuvo su expresión cortés mientras Tory fingía interés con una perfección ensayada.

—Victoria, querida, ¡qué hermosa estás esta noche! —exclamó una mujer rubia con un vestido rojo demasiado ajustado para su edad. Su sonrisa era amplia, aunque vacía.

—Gracias, Claire —respondió Tory con su voz más dulce, aunque Robby podía notar la tensión en su mandíbula.

Otro hombre, un tipo calvo con un traje gris y una copa de champán en la mano, intervino.
—¿Y este joven quién es? ¿Un nuevo amigo, Victoria?

Antes de que Tory pudiera responder, Robby dio un paso adelante, extendiendo la mano con una sonrisa que mezclaba cordialidad y picardía.
—Robby Keene. Un placer.

El hombre lo miró con curiosidad, pero estrechó su mano. Tory, mientras tanto, miró a Robby de reojo, evaluando su inesperada desenvoltura.

—Es mi acompañante esta noche —aclaró Tory, y luego, sin esperar más comentarios, tomó a Robby del brazo y lo guió hacia otro lado—. Vení, Keene. Tenemos cosas más importantes que hacer.

Robby dejó que lo arrastrara, pero no pudo evitar murmurarle al oído mientras se alejaban:
—¿Siempre tan cálida con tus "amigos"?

—No te confundas. No son mis amigos, son los de mi padre. Y, francamente, preferiría estar en otro lugar.

Antes de que Robby pudiera responder, Tory se detuvo en seco. Su expresión cambió por completo: sus ojos, hasta ese momento seguros y calculadores, se endurecieron. Robby siguió la dirección de su mirada y vio a un hombre joven que les devolvía la mirada desde el otro lado de la sala. Era alto, con el cabello castaño perfectamente peinado y una presencia que no pasaba desapercibida.

—¿Quién es ese? —preguntó Robby, notando cómo Tory apretaba su brazo con más fuerza.

—Nadie importante —respondió Tory rápidamente, aunque la tensión en su voz decía lo contrario.

—¿Ah, no? Porque parece que no puede dejar de mirarte. —Robby se giró hacia ella con una ceja levantada, disfrutando de su incomodidad.

—Es Axel Kovacevic. Hijo de uno de los mejores amigos de mi padre. Y si querés que esta noche sea soportable, no hagas preguntas, y seguí caminando.

Robby sonrió de lado, disfrutando de la vulnerabilidad momentánea de Tory.
—¿Algo me dice que hay más historia ahí de lo que querés admitir?

Tory lo fulminó con la mirada.
—No tenés ni idea.

Sin embargo, cuando Axel comenzó a caminar hacia ellos, Tory tomó una decisión. Se apretó aún más al brazo de Robby, casi como si estuviera buscando protección, y lo guió rápidamente hacia otro rincón de la sala.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Robby, divertido por su reacción.

—Evitando una escena innecesaria —respondió Tory con frialdad.

—¿Y por qué tengo la sensación de que esta escena sería mucho más divertida de lo que querés admitir? —Robby sonrió ampliamente, pero cuando vio la seriedad en los ojos de Tory, decidió no presionar más.

Aun así, no pudo resistirse a añadir:
—Si te sirve de algo, ese tipo no tiene nada que hacer contra mí.

Tory lo miró con incredulidad.
—¿Ahora te creés mi caballero andante?

—No me lo creo, Nichols. Lo soy. —Robby le guiñó un ojo, disfrutando de verla perder la compostura aunque fuera solo por un momento.

Tory suspiró, pero no pudo evitar que una pequeña sonrisa escapara de sus labios. A pesar de todo, tener a Robby allí, con su actitud segura y sus comentarios provocadores, hacía que la noche fuera un poco más soportable. Aunque nunca se lo admitiría, comenzaba a sentir que su presencia era algo más que un simple accesorio para lucir bien frente a las cámaras.

Mientras Tory y Robby seguían caminando por el salón, alejándose del intenso intercambio de miradas entre Tory y Axel, Robby no pudo resistir su curiosidad. La manera en que Tory había reaccionado al ver al joven no pasó desapercibida para él. No era la Tory segura y altanera a la que estaba acostumbrado. Había algo más, algo que Robby estaba decidido a descubrir.

Se detuvo de repente, obligando a Tory a frenar también. Ella lo miró con frustración.

—¿Qué hacés? —espetó, intentando tirar de su brazo para seguir caminando.

—No nos vamos a mover hasta que me digas qué pasó con Kovacevic. —Robby se cruzó de brazos, bloqueando su camino con una expresión que mezclaba terquedad y curiosidad.

Tory resopló, mirando alrededor para asegurarse de que nadie los estuviera escuchando. Finalmente, dejó escapar un suspiro y lo arrastró a un rincón más apartado de la sala, cerca de una ventana que daba a los jardines.

—¿Por qué te importa tanto? —preguntó en un susurro, cruzándose de brazos a la defensiva.

—Porque vos no sos de las que evita a la gente. Si ese tipo te pone nerviosa, quiero saber por qué. —Robby la miró fijamente, su tono serio pero sin dejar de lado su toque provocador.

Tory desvió la mirada hacia la ventana, mordiéndose el labio como si estuviera decidiendo cuánto debía decir. Finalmente, se rindió.

—Axel y yo tuvimos... algo.

Robby levantó una ceja.
—¿Algo? ¿Qué tan "algo"?

Tory lo fulminó con la mirada.
—No seas idiota, Keene. Fue solo... un par de noches. Sexo, nada más.

Robby sonrió, pero no dijo nada, esperando a que continuara. Tory suspiró, claramente irritada por su insistencia.

—Es el hijo de uno de los mejores amigos de mi papá. Lo conocí en una de esas aburridas cenas familiares. Todo fue muy casual, ¿ok? Yo le dejé claro que no buscaba nada serio, pero el tipo no lo entendió.

—¿Y qué pasó? —Robby la miraba con una mezcla de interés genuino y diversión.

—Se obsesionó. —Tory se cruzó de brazos, su tono más serio ahora—. Empezó a aparecer en todos lados. Me mandaba flores, mensajes... incluso llegó a decirle a mi papá que éramos "una pareja en ascenso".

Robby soltó una risa incrédula.
—¿En serio? ¿Y qué hiciste?

Tory lo miró con los ojos entrecerrados.
—¿Qué creés que hice? Lo dejé en claro. Le dije que no quería nada con él, que no era su novia ni iba a serlo jamás.

—Y claramente el mensaje no llegó. —Robby señaló con la cabeza hacia el otro lado de la sala, donde Axel seguía observándolos.

Tory se encogió de hombros, intentando restarle importancia, pero Robby no estaba convencido.

—¿Por qué te afecta tanto entonces? —preguntó, inclinándose hacia ella—. Si fue tan casual como decís, ¿por qué lo estás evitando?

—Porque... —Tory se detuvo, bajando la mirada por un segundo antes de volver a enfrentarlo—. Porque me hace sentir que me equivoqué.

Robby se quedó en silencio, sorprendido por la honestidad en su voz.

—Siempre creí que podía manejar esas cosas, que podía mantenerlo todo bajo control. Pero con Axel... no sé, tal vez lo subestimé. Tal vez me subestimé a mí misma.

Robby la miró por un momento, evaluando sus palabras. Finalmente, sonrió, aunque esta vez su expresión era más suave.

—¿Querés que lo saque de acá? —preguntó, medio en broma, medio en serio.

Tory no pudo evitar soltar una pequeña risa.
—¿En serio? ¿Vos, contra él? No sé si eso acabaría bien.

—Ah, no lo subestimes, Nichols. Puedo ser muy persuasivo. —Le guiñó un ojo, logrando arrancarle otra sonrisa.

—Gracias, Keene, pero creo que puedo manejarlo.

Robby asintió, pero antes de que se movieran, agregó:
—Si ese tipo se acerca o te molesta, decime. No me gusta la forma en que te mira.

Tory lo miró por un segundo, sorprendida por su seriedad. Finalmente, asintió.
—Gracias. Pero en serio, estoy bien.

Mientras regresaban al centro de la sala, Tory no pudo evitar pensar en lo extraño que era que Robby, con su actitud despreocupada y burlona, estuviera ahí, listo para apoyarla sin dudar. Y aunque nunca lo admitiría en voz alta, había algo en esa seguridad que hacía que, por primera vez en mucho tiempo, se sintiera menos sola.

Tory Nichols

Nos acercamos a la barra con calma, aunque sentía como si cada paso que daba me quemara los pies. Intentaba mantenerme relajada, con esa actitud de superioridad que siempre había sido mi escudo en cualquier situación, pero era imposible ignorarlo. Robby estaba ahí, caminando a mi lado con esa confianza aplastante que hacía que todos en la sala lo miraran.

No sabía qué era peor, si el hecho de que los flashes aún se sentían en mi piel como si los fotógrafos nos siguieran, o la manera en que él se movía, como si llevar un traje perfectamente ajustado y una sonrisa pícara fuera algo natural para él. Para colmo, se había sacado el saco del traje, quedándose solo con una camisa blanca perfectamente remangada hasta los codos, dejando al descubierto sus antebrazos. Esos antebrazos. ¿Qué había en ellos que me parecían tan... atractivos?

Cuando llegamos a la barra, el barman nos recibió con una sonrisa cortés. Ya sabía lo que quería. Siempre pedía lo mismo: una copa de vino blanco afrutado, ligero, elegante, como yo. Sin embargo, antes de que pudiera abrir la boca, Robby habló primero.

—Un Old Fashioned para mí —pidió con naturalidad, mirando al barman como si fuera un viejo amigo. Luego, giró la cabeza hacia mí—. ¿Y vos? ¿Lo de siempre?

Su tono era provocador, como si ya supiera la respuesta pero quisiera escucharla de mi boca. Lo miré, intentando no mostrar que su confianza me afectaba.

—Sí, un vino blanco afrutado, por favor —dije con mi tono más indiferente.

El barman asintió y se puso a trabajar en nuestras órdenes. Mientras tanto, me quedé de pie junto a Robby, cruzando los brazos como si intentara protegerme de la intensidad de su presencia.

—Un Old Fashioned, ¿eh? —comenté, arqueando una ceja, aunque mi voz salió más suave de lo que esperaba—. Como se nota que sos más grande que yo.

Robby soltó una risa baja, esa risa que parecía burlarse y encantarte al mismo tiempo.

—¿Te sorprende? —preguntó, inclinándose ligeramente hacia mí. Su proximidad hizo que mi corazón se acelerara.

—No, solo lo noto. —Intenté sonar casual, pero me odié por el ligero temblor en mi voz.

—Bueno, los años tienen sus ventajas. —Me guiñó un ojo mientras apoyaba un codo en la barra, adoptando una postura relajada.

Podía sentir el calor subiendo a mis mejillas, pero traté de ignorarlo. ¿Qué me pasaba? Nunca había sido el tipo de chica que se sonrojaba, y mucho menos por un tipo. Pero Robby no era un tipo cualquiera. Él tenía esa forma de mirarte como si pudiera ver a través de vos, como si supiera exactamente lo que estabas pensando.

El barman nos entregó las bebidas, y Robby tomó la suya con una sonrisa agradecida antes de dar un sorbo. Lo observé mientras lo hacía, notando cómo sus dedos envolvían el vaso, cómo sus labios tocaban el borde con confianza. Cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo, rápidamente aparté la mirada y me concentré en mi copa de vino.

—¿Y qué tal está tu vino? —preguntó de repente, rompiendo el silencio.

—Como siempre, perfecto —respondí, intentando recuperar mi compostura.

Robby sonrió, esa sonrisa que parecía decir "Sé lo que estás pensando".
—Mejor que el mío, seguro.

Lo miré, sorprendida por su comentario.
—¿Y eso? Vos fuiste el que pidió algo más... maduro.

—Tal vez, pero el vino tiene su encanto. —Alzó una ceja, observándome por encima de su vaso—. Es más... sutil. Más elegante.

Sentí un nudo en el estómago. Estaba jugando conmigo, y lo peor era que lo estaba logrando. Me odiaba por ser tan evidente, por no poder ocultar lo que sentía cuando estaba cerca de él.

—¿Me estás comparando con un vino ahora? —pregunté, intentando sonar divertida para ocultar mi nerviosismo.

—Si lo estuviera haciendo, sería un halago. —Robby tomó otro sorbo de su trago, sin apartar la mirada de mí.

Decidí cambiar de tema antes de que la conversación se volviera aún más incómoda para mí.
—¿Siempre disfrutás de tanta atención? —pregunté, señalando con la cabeza hacia el resto de la sala, donde varias personas aún lanzaban miradas curiosas hacia nosotros.

Robby se encogió de hombros, como si no le importara en lo más mínimo.
—No es algo que busque, pero... no voy a mentir, no está mal. —Me miró de reojo, esa sonrisa pícara todavía en su rostro—. Aunque creo que la atención está más en vos que en mí.

—Claro que sí. Soy yo la que vive en el centro de todo esto, ¿te olvidaste? —respondí, recuperando un poco de mi confianza habitual.

—¿Entonces no te molesta que te miren tanto? —preguntó, inclinándose ligeramente hacia mí de nuevo.

—Para nada. Estoy acostumbrada.

—¿Y si te dijera que yo también te estoy mirando? —Su tono fue bajo, casi un susurro, y sus ojos se clavaron en los míos.

Sentí que el aire se atascaba en mis pulmones. No sabía si responder con un comentario mordaz o simplemente salir corriendo, pero antes de que pudiera decidir, Robby sonrió y dio un paso hacia atrás.

—Relajate, Victoria. Solo era un comentario. —Me guiñó un ojo antes de volver a tomar un sorbo de su trago.

Intenté reírme, aunque sonó un poco forzado. Sabía que estaba jugando conmigo, pero lo peor era que lo estaba disfrutando más de lo que debería. Y mientras él se mantenía relajado, con esa seguridad aplastante que parecía envolverlo, yo me sentía como una principiante, una niña intentando estar a la altura de un hombre que claramente sabía lo que hacía.

Lo odiaba. Lo odiaba porque me hacía sentir cosas que no podía controlar. Robby tenía esa presencia que era imposible de ignorar, como si supiera exactamente el efecto que tenía en los demás y lo usara a su favor. Lo odiaba porque no se esforzaba, no buscaba atención, y aun así parecía tener toda la mía.

Me hacía sentir cosas. Cosas que no quería.

Había decenas de caras importantes a nuestro alrededor, empresarios, productores, actores de renombre, incluso algunas leyendas que mi padre habría matado por conocer en persona. Pero Robby no les prestaba atención. Mientras todos a nuestro alrededor intentaban impresionar, él estaba completamente relajado, como si estuviera en su sala de estar, con esa sonrisa arrogante que me sacaba de quicio.

Y lo peor de todo era que sabía que me afectaba.

No era como Kwon, con sus chistes malos y su obsesión por las redes sociales. Ni como Axel, siempre intentando ser el centro de atención, como si necesitara la validación constante de todos los que lo rodeaban. No, Robby era otra cosa. Más seguro de sí mismo. Más auténtico. Más hombre.

Estaba terminando mi copa de vino, intentando ignorarlo, cuando sentí su mirada sobre mí. Él no estaba siquiera tratando de ocultarlo. Levanté la vista y me encontré con esos ojos que parecían escanear cada detalle de mi rostro, como si estuviera intentando leerme. Había algo en su mirada, una mezcla de diversión y desafío, que me ponía al borde.

—¿En qué pensás, Nichols? —preguntó, inclinándose ligeramente hacia mí. Su voz tenía ese tono bajo y provocador que parecía diseñado para desarmarme.

Levanté una ceja, intentando parecer indiferente, aunque sabía que él veía a través de mí.
—¿Por qué asumís que estoy pensando en algo importante?

Robby sonrió, esa sonrisa pícara que me hacía querer golpearlo y besarlo al mismo tiempo.
—Porque tenés esa mirada. Como si estuvieras tramando algo.

Me incliné un poco hacia él, apoyando mi codo en la barra mientras jugaba con la copa en mis manos.
—Siempre estoy tramando algo, Keene. Pero no tiene nada que ver con vos.

—¿Estás segura? —preguntó, dando un sorbo lento a su trago exótico. Me sorprendía lo cómodo que se veía, como si nada en esta situación pudiera desconcertarlo.

Rodé los ojos, intentando cambiar de tema.
—¿Sabés quién estaba aquí hace un rato? Axel. ¿Lo viste? Se veía increíble con ese traje.

Noté cómo sus labios se curvaban en una sonrisa irónica, pero sus ojos se oscurecieron apenas.
—¿Kovacevic? ¿El mismo Axel que te estuvo acosando toda la noche?

Me reí suavemente, inclinándome hacia él con un aire deliberadamente provocador.
—No seas dramático. Axel no me está acosando. Es solo... insistente. Además, no me digas que no se veía bien. Tiene estilo.

Robby dejó su trago sobre la barra con un golpe suave, como si estuviera intentando controlar su reacción.
—Claro. Tiene estilo. Pero el tipo no sabe lo que significa la palabra 'no'. ¿Eso te parece atractivo?

—No dije que me pareciera atractivo —respondí, jugando con el borde de mi copa—. Solo dije que se veía bien. Aunque admito que no todos pueden llevar un traje como él.

—O como yo, querés decir. —Robby sonrió, inclinándose un poco más hacia mí.

Mi corazón dio un vuelco, pero mantuve mi expresión relajada.
—No te subas el ego, Keene. No todo gira en torno a vos.

—Ah, pero conmigo parece que sí. —Su voz era baja, casi un susurro, y sentí un escalofrío recorrerme.

Intenté recuperar el control, enderezándome en mi lugar.
—Estás delirando. No sé de dónde sacás esas ideas.

—De vos —respondió directamente, sosteniéndome la mirada con una intensidad que me dejó sin aire por un momento—. Cada vez que me mirás, cada vez que buscás una excusa para hablarme. Es obvio, Nichols.

Sentí cómo mis mejillas comenzaban a calentarse, pero no iba a dejar que lo supiera.
—¿Obvio? Tenés una imaginación muy activa, Keene.

Él se rió, inclinándose un poco más cerca hasta que nuestras caras estaban a solo centímetros de distancia.
—Entonces, decime. ¿Por qué me trajiste a este evento en lugar de a Axel? Si es tan increíble como decís, ¿por qué no estás con él ahora?

Lo miré, sabiendo que estaba jugando sucio.
—Porque Axel es un idiota, y vos sos... útil.

Su sonrisa se amplió, y pude ver el brillo de victoria en sus ojos.
—¿Útil? Me parece que te estás quedando sin argumentos, Nichols.

—¿Ah, sí? —pregunté, levantando una ceja—. Entonces, ¿por qué seguís mirándome como si quisieras besarme?

Eso lo detuvo por un segundo, y vi algo en su mirada que no había esperado: sorpresa. Pero se recuperó rápido, inclinándose aún más cerca.
—Tal vez porque quiero ver si tenés el coraje de hacer algo al respecto.

Mis labios se entreabrieron, pero no dije nada. La tensión entre nosotros era tan espesa que casi podía cortarse, y por un momento, pensé en cruzar esa línea. Pero en lugar de eso, sonreí lentamente, inclinándome lo justo para susurrarle al oído:
—Soñá, Keene.

Me aparté, disfrutando del destello de frustración en su rostro. Robby era un experto en mantener el control, pero por una vez, sentí que lo había puesto en jaque. Y aunque no lo admitiría en voz alta, la idea de que él jugara este juego conmigo hacía que la noche fuera mucho más interesante.

Mi hermano Erick apareció justo a tiempo, como si mi padre lo hubiera enviado a propósito para sacarme del extraño tira y afloja que se había formado entre Robby y yo. Sin embargo, al escuchar lo que tenía que decir, entendí que no venía a salvarme de nada, sino a complicar más las cosas.

—Papá quiere que bailes con Axel —dijo Erick, cruzándose de brazos como si estuviera transmitiendo una orden divina.

No me sorprendió en lo más mínimo. Joel siempre había sido así: meticuloso, controlador, obsesionado con la imagen. Para él, no éramos personas, éramos piezas en un tablero que debía acomodar según sus necesidades.

Robby alzó una ceja, intrigado. Su expresión era la de alguien que sabía que algo interesante estaba por pasar, aunque todavía no podía decidir si le importaba o no.

Yo, en cambio, no pude evitar reírme.
—¿Axel? ¿De verdad? —dije, dejando caer la cabeza hacia un lado con burla.

—Sí, Axel —insistió Erick, perdiendo la paciencia como siempre lo hacía conmigo.
—Papá quiere unas fotos para las revistas. Ya sabés cómo funciona esto.

Suspiré teatralmente, fingiendo estar más molesta de lo que realmente estaba. No es que me entusiasmara la idea de bailar con Axel, pero tampoco me disgustaba. Después de todo, si eso me daba la oportunidad de fastidiar a Robby, ¿por qué no aprovecharla?

—Está bien, decile a papá que haga su show.

Me levanté del asiento con mi habitual aire de superioridad, el que sabía que irritaba a cualquiera que me conociera lo suficiente. Antes de irme, no pude resistirme a echarle una última mirada a Robby.

—Me disculpo —dije, ladeando una sonrisa que sabía que era más provocadora que amable—. No me esperes mucho, Keene. Axel puede ser aburrido, pero sabe cómo llenar una pista de baile.

Él curvó los labios en una media sonrisa, ese gesto suyo que siempre parecía un desafío.
—Divertite, Nichols. Pero no demasiado.

Me giré antes de que pudiera decir algo más, dejando que esas palabras flotaran en el aire entre nosotros.

Axel me estaba esperando junto a la pista de baile, con esa sonrisa suya, la que parecía permanente en su cara, como si pensara que era irresistible. Y, para ser justa, Axel era hermoso. Alto, atlético, ojos azules profundos que parecían sacados de un comercial, y un traje que le quedaba como un guante. Pero todo eso era solo apariencia. Axel siempre había sido aburrido, superficial, una figura vacía envuelta en un empaque perfecto.

—Te ves increíble esta noche, Victoria —dijo, ofreciéndome su mano con una confianza que casi daba risa.

—Gracias, vos tampoco estás mal —respondí con una sonrisa cortés, dejando que me guiara hacia el centro de la pista.

La música que sonaba era lenta, melódica, perfecta para las fotos que mi padre quería. Axel colocó una mano en mi cintura, firme pero cuidadoso, mientras yo apoyaba la mía en su hombro. Sabía que para alguien que no nos conocía, podríamos parecer la pareja ideal. Qué irónico.

—¿Lista para impresionar? —preguntó, inclinándose ligeramente hacia mí.

—¿No siempre lo hago? —respondí con una sonrisa afilada, guiándolo para que giráramos lentamente en la pista.

Axel se rió, claramente encantado por mi respuesta.
—Eso es cierto. Pero admitilo, me necesitás para completar el cuadro.

Rodé los ojos de manera exagerada, solo para que lo notara.
—Claro, Axel. Porque mi vida sería incompleta sin vos.

Él rió otra vez, confiado, como si pensara que estaba siendo honesta.
—¿Sabés? Creo que es por eso que hacemos tan buen equipo. Tenemos química, Tory. Se siente natural, ¿no?

—Natural, claro —dije con un tono seco, sin poder ocultar la ironía en mi voz.

Mientras Axel seguía hablando de "nuestra química" y lo bien que nos veíamos juntos, mi mente estaba en otro lugar. Mis ojos buscaron automáticamente a Robby. Estaba donde lo había dejado, con su trago en la mano, observándonos con una mezcla de indiferencia y algo que no podía descifrar del todo.

—¿Tory? —dijo Axel, interrumpiendo mis pensamientos.

—¿Qué? —respondí, volviendo a mirarlo.

—Dije que deberíamos hacer esto más seguido. Bailar juntos, mostrarle al mundo que somos una pareja perfecta. Ya sabés, para darle algo de qué hablar.

Solté una risa suave, aunque estaba claro que no me lo tomaba en serio.
—¿Y eso qué me daría a mí?

Axel se inclinó un poco más, sus ojos brillando como si estuviera a punto de soltar una gran revelación.
—Aparte de mi encantadora compañía, podrías aprovechar mi nombre para mantener tu estatus de chica más codiciada de Los Ángeles.

—Ah, entonces lo hacés por mí. Qué generoso. —Sonreí con sarcasmo, dejándome llevar por la dinámica de siempre.

Axel se limitó a sonreír, completamente convencido de que tenía razón. Mientras tanto, mis ojos volvieron a buscar a Robby. Para mi sorpresa, su mandíbula estaba tensa, y había una nueva intensidad en su mirada. Ya no parecía tan relajado como antes.

—¿Qué es tan gracioso? —preguntó Axel, notando mi expresión.

—Nada, solo pensaba en lo fácil que es hacerte hablar de vos mismo —dije, sosteniéndole la mirada con una sonrisa desafiante.

Axel se rió, tomándoselo como un cumplido, y dio un pequeño giro, asegurándose de que los fotógrafos captaran cada movimiento. Yo, por mi parte, disfrutaba de la oportunidad de jugar con Robby, incluso desde lejos.

Cuando la canción terminó, me aparté ligeramente de Axel, aplaudiendo con suavidad.
—Gracias por el baile, Axel. Fuiste un caballero.

—Siempre lo soy —respondió, inclinándose teatralmente para besar mi mano.

—Sí, claro —murmuré, antes de girarme para buscar a Robby.

Lo encontré apoyado contra una pared, con un nuevo trago en la mano, observándome desde lejos con una expresión que era imposible de leer. Pero sus ojos estaban fijos en mí, y esa mirada, tan cargada de algo que no podía definir, hizo que mi corazón latiera un poco más rápido.

Decidí acercarme, porque dejarlo con la última palabra nunca había sido mi estilo.

Cuando me acerqué a Robby, todavía podía sentir los ojos de Axel siguiéndome desde la pista. Sabía que él no entendía por qué me importaba tanto hablar con alguien como Robby Keene, pero Axel nunca había sido particularmente observador. Para él, todo era simple: apariencia, estatus, diversión superficial. Pero con Robby, nada era simple, y creo que eso era lo que más me irritaba y, al mismo tiempo, me atraía.

—¿Te divertiste? —preguntó Robby en cuanto estuve lo suficientemente cerca como para escucharle. Su tono era casual, pero había algo en la forma en que sus ojos me escudriñaban que me puso a la defensiva de inmediato.

—¿Celoso? —repliqué, cruzando los brazos y alzando una ceja.

Robby dejó escapar una risa seca, inclinándose ligeramente hacia mí mientras apoyaba el codo en la mesa detrás de él.
—¿De Axel? Por favor. Más bien me da lástima.

Rodé los ojos, aunque la provocación logró hacerme sonreír.
—¿Lástima? Claro.

Su mandíbula se tensó ligeramente, pero su expresión no cambió.
—¿Eso es lo mejor que tenés, Nichols? Axel parece un accesorio de lujo más que un hombre. Aunque debo admitir que sabe posar bien para las fotos. ¿Le enseñaste vos?

Su comentario me sacó una pequeña risa, aunque intenté disimularla.
—Axel no necesita lecciones. Es naturalmente fotogénico, algo que vos no podrías entender.

Robby se enderezó un poco, acercándose apenas lo suficiente para invadir mi espacio personal.
—No necesito ser fotogénico.

Me crucé de brazos, levantando la barbilla para sostenerle la mirada.
—Tenés razón, no sos un adorno. Sos... ¿cómo era que decían en la última revista que vi? "Un talento desperdiciado que no aprovecha sus oportunidades".

Su sonrisa se desvaneció, pero no del todo. Lo suficiente para saber que había tocado un nervio.
—Y vos sos la actriz perfecta, ¿no? Siempre haciendo lo que te dicen, sonriendo para las cámaras, siendo la princesita de Los Ángeles. Me imagino que bailar con Axel fue como otro día en la oficina para vos.

Di un paso más cerca, desafiándolo a retroceder. No lo hizo.
—Al menos yo sé cómo jugar el juego, Robby. Vos solo te sentás en la esquina con tu trago, observando a los demás hacer el trabajo. Tal vez deberías intentarlo alguna vez. Podría sorprenderte lo fácil que es cuando tenés talento.

Robby inclinó la cabeza hacia un lado, estudiándome como si intentara descifrar algo.
—¿Y eso te hace feliz, Tory? ¿Ser la muñeca de porcelana que tu papá mueve a su antojo? Porque desde aquí parece que vos tampoco estás tan conforme con tu papel.

Sus palabras golpearon más fuerte de lo que quería admitir. Pero no iba a darle la satisfacción de saberlo.
—No sabés nada de mí, Keene. Así que dejá de hacerte el psicólogo amateur.

Robby sonrió, una sonrisa lenta y peligrosa que hizo que mi piel se erizara.
—Sé más de lo que creés, Nichols. Por ejemplo, sé que no bailaste con Axel porque querías. Lo hiciste porque querías ver que hacía yo.

Me quedé en silencio por un segundo, lo suficiente como para que su sonrisa se ensanchara.
—¿Te creés tan importante? —respondí finalmente, mi voz cargada de sarcasmo.

—No me lo creo. Lo sé —dijo, dando un paso más cerca. Ahora estaba lo suficientemente cerca como para que pudiera sentir el calor que emanaba de él.

Intenté no retroceder, pero mi cuerpo reaccionó antes de que pudiera detenerlo, inclinándome ligeramente hacia atrás. Él lo notó, por supuesto, y su sonrisa se volvió aún más arrogante.

—Te encanta jugar este juego, ¿no? —murmuró, su voz lo suficientemente baja como para que solo yo pudiera escucharla—. Pero nunca podés ganar.

Eso fue suficiente para hacerme estallar.
—¿Ah, sí? ¿Y quién dice que no estoy ganando ya?

Él dejó escapar una risa corta, casi sin humor, mientras negaba con la cabeza.
—Porque estás acá, conmigo, en lugar de estar allá con tu "perfecto" Axel. Eso no parece una victoria, Tory. Parece que no podés decidir que querés.

Sentí el calor subiendo por mi cuello, pero no era vergüenza. Era ira.
—Yo sé exactamente lo que quiero, Robby. Y te aseguro que no tiene nada que ver con vos.

—¿Seguro? —preguntó, inclinándose un poco más, lo suficiente para que nuestras caras estuvieran a centímetros de distancia. Sus ojos estaban fijos en los míos, desafiándome, retándome a contradecirlo.

Mi respiración se aceleró sin que pudiera evitarlo, pero me negué a apartar la mirada.
—Muy seguro —dije, aunque mi voz sonó menos firme de lo que quería.

Robby me miró por un momento más, luego dio un paso atrás con una sonrisa triunfante.
—Si eso te ayuda a dormir por la noche, Nichols.

Lo vi alejarse, su espalda recta, su actitud relajada, como si acabara de ganar alguna especie de guerra invisible. Y, para mi irritación, no podía estar completamente segura de que no fuera cierto.

02:37 a.m

La aburrida monotonía de la noche comenzaba a pesarme, y ya ni siquiera los coqueteos insulsos de Axel lograban distraerme. Entonces la vi. Una chica alta, de cabello rojo brillante que caía en cascada sobre sus hombros, estaba parada cerca de Robby. Él parecía entretenido, su atención completamente enfocada en lo que ella decía. Ella reía, gesticulaba con las manos, claramente fascinada con su propia conversación.

"¿Y esta zorra qué quiere?" pensé, sintiendo un pequeño atisbo de molestia.

Por alguna razón, la imagen de ellos dos riendo juntos me resultaba irritante. Quizás era el hecho de que Robby parecía tan cómodo, tan relajado, como si fuera perfectamente normal que una chica como ella monopolizara su atención. O tal vez era porque, en este momento, estaba tan aburrida que cualquier distracción me parecía válida, incluso una pequeña escena dramática.

Decidida, me puse de pie y alisé el vestido que llevaba. Si Robby pensaba que podía pasar desapercibido hablando con una cualquiera en mi presencia, estaba muy equivocado. Con una sonrisa burlona en el rostro, caminé hacia ellos.

—Robert...—dije en un tono meloso mientras me colgaba de su brazo sin previo aviso.

Él me miró, sorprendido, y la pelirroja parpadeó varias veces, claramente desconcertada por mi repentina aparición. Fingí un puchero, girándome hacia él con una expresión de niña mimada.

—¿Por qué estás acá hablando con... —hice una pausa deliberada, mirando a la chica de arriba abajo antes de añadir con desdén— ...ella, mientras yo estoy sola?

Robby levantó una ceja, claramente entendiendo lo que estaba haciendo, pero no dijo nada al principio. La pelirroja, por su parte, parecía no saber si debía ofenderse o reírse.

—¿Y qué querés, Nichols? —preguntó finalmente Robby, cruzando los brazos aunque no hizo el menor intento de apartarme de su lado.

Sonreí dulcemente, ignorando su tono seco.
—¿No te acordás? Legalmente, sos mi niñero. Así que, técnicamente, no podés dejarme sola.

La pelirroja frunció el ceño, mirando a Robby como si esperara una explicación.
—¿Niñero? —preguntó con incredulidad.

—Es una larga historia —respondió Robby con un suspiro, mirándome con irritación—. Y muy exagerada.

—No es exagerada, Keene —insistí, agarrando su brazo con más fuerza y apoyando mi cabeza en su hombro para dramatizar aún más la situación—. Mis padres te contrataron para asegurarte de que no me meta en problemas. Así que, técnicamente, esto es tu responsabilidad.

—¿Problemas como qué? —preguntó la pelirroja, claramente confundida pero también interesada.

Le dirigí una mirada breve antes de sonreír de manera angelical.
—Oh, no te preocupes por eso colorada. Son cosas de celebridades. Estoy segura de que no lo entenderías.

Robby dejó escapar una risa seca, apartando mi cabeza de su hombro suavemente pero sin mucho éxito en librarse de mí.
—Dejá de actuar, Victoria. Esto no es necesario.

—¿No es necesario? —repetí, fingiendo estar ofendida—. ¿Y qué querés que haga? ¿Quedarme sola mientras vos hablás con... —hice un gesto hacia la pelirroja— ...tu nueva mejor amiga?

La chica bufó, cruzándose de brazos.
—¿Esto siempre es así?

Robby asintió sin dudar.

Levanté la cabeza, fingiendo indignación.
—¡No siempre! A veces soy adorable. ¿Verdad, Robby?

—Si.

Su respuesta fue tan rápida que no pude evitar soltar una carcajada genuina. Pero en cuanto me calmé, volví a mi actitud de niña caprichosa, mirando a la pelirroja con una sonrisa despectiva.
—Bueno, ha sido encantador conocerte... ¿cómo dijiste que te llamabas?

—No lo dije.

—Ah, claro...tampoco me interesa. —respondí, como si no me importara en absoluto. Luego me giré hacia Robby, ignorándola por completo—. Vamos, Keene. Prometiste que no me ibas a abandonar esta noche.

—Nunca prometí eso.

—Claro que sí —insistí con una sonrisa burlona—. Pero está bien. Supongo que puedo sobrevivir unos minutos más sola. Aunque si me meto en problemas, no digas que no te lo advertí.

Robby rodó los ojos, finalmente logrando apartarme de su brazo, aunque parecía más divertido que molesto.
—Andá, Nichols. Estoy seguro de que Axel está esperándote para salvarle la noche.

Lo miré por un segundo, notando la ligera tensión en su mandíbula, y sonreí con satisfacción.
—Tal vez lo esté. Pero no te preocupes, Keene. No me voy a olvidar de que vos sos mi niñero. Nos vemos luego.

Con eso, me di la vuelta y caminé de regreso a mi mesa, dejando a Robby y a la pelirroja mirando tras de mí. Sabía que había logrado lo que quería: desviar su atención, aunque fuera por unos minutos, y recordarle que siempre podía meterme en su camino cuando me diera la gana.

03:17 a.m

El aburrimiento se mezclaba con una molestia que no lograba sacudirme. La noche, que debería ser una exhibición de glamour y diversión, se había convertido en un desfile interminable de caras conocidas y conversaciones vacías. Robby seguía hablando con la pelirroja, gesticulando como si todo lo que tuviera que decir fuera increíblemente importante. La manera en que ella se inclinaba hacia él, colgándose de cada palabra, me resultaba insoportable.

Sentí cómo la irritación crecía en mi pecho y algo más... una punzada de desafío. Si él podía disfrutar de la noche a su manera, yo también. Mi mirada recorrió la sala, buscando una distracción. Fue entonces cuando lo vi: Axel, de pie junto a la barra, sosteniendo una copa de champagne con su sonrisa relajada y despreocupada que parecía hecha para situaciones como esta.

La idea surgió como un impulso, claro e inevitable. Si Robby creía que podía ignorarme tan fácilmente, estaba a punto de aprender lo contrario.

Con una sonrisa coqueta que sabía manejar a la perfección, me dirigí hacia Axel, moviéndome con la confianza de alguien que sabe que todos los ojos están sobre ella. Él me vio venir, y su sonrisa se ensanchó de inmediato. Era el tipo de chico que siempre estaba dispuesto a jugar, lo cual lo convertía en el cómplice perfecto.

—Victoria Nichols —dijo, levantando la copa en un saludo despreocupado—. Que honor verte otra vez.

—Axel —respondí, apoyándome ligeramente en la barra junto a él, dejando que mi cabello cayera sobre un hombro—. Estaba empezando a pensar que esta fiesta no tenía salvación.

Él arqueó una ceja, claramente intrigado.
—¿Tan mala?

—Tan aburrida —respondí con un suspiro exagerado. Luego dejé que una sonrisa juguetona curvara mis labios—. Aunque tal vez vos puedas arreglar eso.

—¿Yo? —dijo, llevándose la mano al pecho como si estuviera sorprendido. Su tono era ligero, pero sus ojos brillaban con diversión—. ¿Y qué tendría que hacer para salvar tu noche?

Me acerqué un poco más a él, dejando que nuestras miradas se encontraran.
—Nada complicado. Solo sé vos mismo. Eso debería ser suficiente.

Axel soltó una risa suave, claramente encantado con la respuesta.
—Sos única.

Pasé mis brazos por sus hombros, inclinándome hacia él como si el resto de la sala no existiera. Tuve que ponerme de puntillas porque él era increíblemente alto, pero eso solo hacía el momento más dramático.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó en un susurro, aunque no parecía querer detenerme.

—Divirtiéndome —respondí con una sonrisa.

Él no dijo nada más, pero no se apartó. Sus manos se posaron en mi cintura, firmes pero cautelosas, como si estuviera evaluando hasta dónde estaba dispuesta a llegar. Lo miré por un momento, asegurándome de que su atención estuviera completamente en mí, antes de inclinarme hacia él y besarlo.

El beso fue seguro, directo, y sobre todo, deliberado. Sentí cómo sus labios se movían con los míos, y aunque parecía totalmente entregado al momento, yo estaba más consciente de las miradas que se clavaban en nosotros desde todas las direcciones. La sala, que hasta hacía unos segundos había estado llena de murmullos y risas, parecía haberse quedado en silencio.

Cuando finalmente me separé de Axel, lo hice con lentitud, bajando de puntillas pero manteniendo mis brazos alrededor de sus hombros.

—Eso estuvo... inesperado —dijo él, mirándome con una mezcla de fascinación y diversión.

—Supongo que necesitaba un poco de emoción —respondí, alejándome de él con una sonrisa juguetona.

Mientras me giraba, mi mirada buscó instintivamente a Robby. Lo encontré fácilmente; estaba exactamente donde lo había dejado, pero ahora su postura había cambiado. La pelirroja seguía hablando, pero él ya no parecía prestarle atención. Sus ojos estaban clavados en mí, oscuros y tensos, y su mandíbula apretada.

Me quedé quieta por un momento, sosteniéndole la mirada. Pude ver cómo su incomodidad se transformaba en algo más cercano al enfado. Finalmente, murmuró algo a la pelirroja, quien frunció el ceño antes de alejarse, visiblemente molesta.

Robby comenzó a caminar hacia mí, su paso decidido y sus ojos aún fijos en los míos. Axel, ajeno a todo, seguía de pie junto a mí, sonriendo como si fuera el dueño del mundo.

—Tory —dijo Robby cuando llegó a donde estábamos, su voz baja pero cargada de tensión—. ¿Podemos hablar?

Le devolví la mirada con calma, tomando un sorbo de champagne antes de responder.
—¿Ahora? Estoy un poco ocupada.

Él lanzó una mirada rápida a Axel, cuya sonrisa se desvaneció ligeramente.
—No va a tomar mucho tiempo.

Axel intervino antes de que pudiera responder.
—¿Todo bien?

Robby le lanzó una mirada fría.
—Es un asunto privado.

Sonreí, disfrutando de la tensión entre ellos.
—Tranquilo, Axel. Creo que puedo manejarlo.

Axel me miró como si quisiera decir algo más, pero finalmente dio un paso atrás.
—Como quieras, Tory. Si necesitas algo, ya sabés dónde encontrarme.

Cuando se alejó, Robby dio un paso más cerca de mí, bajando la voz para que solo yo pudiera escucharlo.
—¿Qué estás haciendo?

—Nada complicado. Solo divirtiéndome —respondí, devolviéndole su propia pregunta.

—¿Besando a Axel en medio de todo el mundo? —su tono era más áspero ahora, y sus ojos brillaban con algo que no lograba identificar.

Le sostuve la mirada, manteniendo mi expresión tranquila.
—¿Y qué tiene de malo eso? Pensé que no te importaba lo que hiciera.

Él apretó los dientes, claramente frustrado.
—No se trata de eso. Sabés perfectamente lo que estás haciendo, y no es justo para nadie.

Me incliné hacia él, dejando que mi sonrisa se tornara burlona.
—¿Te molesta, Keene? Porque si es así, tal vez deberías pensarlo dos veces antes de ignorarme.

Su mirada se endureció, pero no respondió. Sabía que lo había alcanzado, y eso era suficiente para hacerme sentir victoriosa.

Robby no dijo nada más. En lugar de discutir, tomó mi mano con firmeza y me arrastró fuera de la sala, ignorando las miradas curiosas que nos seguían. Su agarre era firme, casi molesto, pero no protesté. Sabía exactamente lo que estaba haciendo y quería ver hasta dónde podía llegar.

Me llevó al jardín, una zona más tranquila de la mansión, iluminada tenuemente por luces colgantes que daban al lugar un aire romántico que no encajaba para nada con la tensión que había entre nosotros. Apenas llegamos, soltó mi mano y se dio la vuelta para mirarme con el ceño fruncido.

—¿Se puede saber qué carajo fue eso? —preguntó, cruzándose de brazos.

Me encogí de hombros, fingiendo desinterés.
—Un beso. No es tan complicado, Robby.

—No me tomés por idiota, Tory. Sabés perfectamente que eso no fue "solo un beso".

—¿Ah, no? —respondí, alzando una ceja—. ¿Y qué fue, entonces? Iluminame, por favor.

Él soltó una risa amarga, pasando una mano por su cabello con frustración.
—¿Querés atención? ¿Eso es? ¿Te aburriste y decidiste usar a Axel como un juguete frente a todos?

—¿Y qué si lo hice? —dije, dando un paso hacia él, desafiándolo con la mirada—. No veo cuál es tu problema.

—¿Mi problema? —repitió, su tono subiendo ligeramente—. Mi problema es que estás jugando con las personas como si no importaran.

Reí suavemente, pero no había humor en mi risa.
—No me vengas con ese discurso moralista, Keene. No sos mejor que yo.

—Esto no se trata de mí, Tory. Se trata de vos, de cómo siempre tenés que llamar la atención, sin importar a quién arrastrés en el proceso.

Lo observé por un momento, evaluándolo. Su mandíbula estaba apretada, y sus ojos seguían fijos en los míos, llenos de una mezcla de frustración y algo más que no lograba identificar del todo. Era tan hermoso cuando estaba molesto, con esa energía contenida que lo hacía parecer a punto de explotar.

—Sos tan dramático, Robert —dije finalmente, cruzándome de brazos—. Es solo una fiesta, y es solo Axel. ¿Por qué te importa tanto?

Él dio un paso más cerca, acortando la distancia entre nosotros. Su proximidad era casi abrumadora, pero me mantuve firme, alzando la barbilla para no ceder terreno.

—No me importa Axel —dijo, su voz más baja pero no menos intensa—. Me importa que hagás estas cosas para provocar.

—¿Y qué tiene de malo provocar un poco? —pregunté, ladeando la cabeza y sonriendo con descaro—. Es divertido ver cómo reaccionan las personas.

—¿Es divertido? —repitió, su tono ahora cargado de incredulidad—. ¿Eso pensás? ¿Que podés jugar con todo el mundo como si fueran piezas en tu tablero?

—Quizás sí. ¿Y qué? —dije, devolviéndole la mirada con desafío.

—¿Y qué? —Robby rió, una risa amarga y seca—. Sos imposible, Tory.

—Y vos sos aburrido —respondí, dando un paso atrás para crear algo de espacio entre nosotros—. No entiendo por qué te importa tanto. Si yo quiero besar a Axel o a cualquier otro, es mi problema, no el tuyo.

—¿Sabés por qué me importa? —preguntó, avanzando hacia mí de nuevo, acercándose lo suficiente como para que pudiera sentir el calor de su cuerpo. Su mirada era intensa, como si intentara atravesarme con ella—. Porque no me gusta que te destruyas a vos misma por capricho.

Sus palabras me tomaron por sorpresa, pero me negué a mostrarlo. En lugar de eso, reí suavemente, aunque mi risa sonó más vacilante de lo que quería.
—¿Destruirme? Estás exagerando, Keene.

—¿De verdad pensás eso? —dijo, bajando la voz pero manteniendo su intensidad—. Estás rodeada de gente que te adora, que haría lo que fuera por vos, pero te empeñás en alejar a todos.

—¿Y qué? —pregunté, mi voz más baja ahora, pero con un borde afilado—. ¿No te gusta cómo manejo mi vida? Que lástima, porque no te pedí tu opinión.

Él negó con la cabeza, claramente frustrado.
—No se trata de mi opinión, Tory. Se trata de vos. No sé por qué sentís que tenés que hacer estas cosas, pero no te hacen bien.

—¿Y vos qué sabés de lo que me hace bien? —respondí, dando un paso hacia él y empujándolo ligeramente en el pecho con una mano—. Vos no me conocés.No de verdad.

Por un momento, pensé que iba a responder, que iba a soltar alguna frase cargada de emociones, pero en lugar de eso, simplemente me miró. Su mirada era intensa, casi dolorosa, y por un segundo sentí que podía ver más de lo que estaba preparada para mostrar.

Finalmente, rompí el contacto visual, girándome hacia un lado.
—No tengo tiempo para sermones, Keene. Si querés jugar al héroe, buscate a otra.

Cuando comencé a caminar hacia la puerta, escuché su voz detrás de mí, baja pero clara.
—No sos tan invencible como creés.

Las palabras me hicieron detenerme por un segundo, pero no me giré. En lugar de eso, seguí caminando, con el corazón latiendo un poco más rápido de lo que quería admitir.

04:56 a.m

La noche había sido un caos controlado. O al menos, me gustaba pensar que lo tenía bajo control. Entre mi innecesaria demostración con Axel y la conversación en el jardín con Robby, el aire seguía cargado, como si algo estuviera a punto de romperse. No sabía si sentirme satisfecha por mi actuación o molesta por el eco de las palabras de Robby que seguían rondando mi cabeza. Tal vez ambas cosas.

Estaba junto a Erick, que no había perdido la oportunidad de burlarse de mí por la escena anterior. La verdad es que su compañía no era mi primera elección, pero al menos sabía cómo distraerme.

—Entonces, ¿qué sigue, hermanita? ¿Vas a prenderle fuego a la casa? —preguntó con su tono habitual, una mezcla de sarcasmo y diversión que siempre lograba ponerme de mal humor.

—No te preocupes por lo que hago, Erick. Vos preocupate por no meterte en problemas como siempre —respondí, lanzándole una mirada antes de tomar un sorbo de mi trago.

—¿Problemas? Por favor, yo soy el sueño de mamá hecho realidad. A diferencia de vos —replicó, inclinándose hacia mí con una sonrisa burlona.

—Claro, porque seguro que mamá estaría orgullosa de tu carrera de... ¿qué era? ¿Repartidor de sarcasmos? —respondí con una sonrisa dulce, aunque mi tono estaba cargado de veneno.

Él soltó una carcajada, como si mis palabras no lo afectaran en absoluto.
—Que linda sos cuando intentás insultar, Tory. Pero tenés que esforzarte más.

Rodé los ojos y me crucé de brazos, fingiendo desinterés, aunque mi atención seguía desviándose hacia un punto en particular de la sala. O, más específicamente, hacia Robby.

Él estaba ahí, como siempre, con esa maldita habilidad para llamar la atención sin siquiera intentarlo. Pero lo que realmente me irritaba era la pelirroja que tenía al lado.

Ella se inclinó hacia él, susurrándole algo al oído con una sonrisa que me pareció exagerada. Él respondió con una de esas sonrisas suyas, la clase que podía desarmar a cualquiera. Me costó no rodar los ojos nuevamente.

Erick, por supuesto, lo notó.
—Ah, ahí está el famoso Keene. Siempre en el centro de tus dramas, ¿no?

—No sé de qué hablás —mentí, aunque mi voz sonó más defensiva de lo que pretendía.

—Claro que no. —Erick sonrió, divertido—. Pero no quiero estar acá cuando esto explote, así que me voy antes de que lo conviertas en una escena de novela.

—Nadie te pidió que te quedaras, Erick. De hecho, agradezco que te vayas. Menos ruido.

—Cuánto amor. —Me lanzó una última mirada burlona antes de empezar a alejarse—. Que te diviertas, hermanita. Y no destruyas la casa, que técnicamente no es tuya.

Lo vi desaparecer entre la multitud justo cuando Robby se acercaba. Su expresión era neutral, pero había algo en su mirada que me hizo tensarme. No sabía si estaba molesto, cansado o simplemente tratando de mantener la calma.

—¿Lista para irnos? —preguntó, su tono seco, como si estuviera aguantando una conversación que no quería tener.

—Supongo —respondí, cruzándome de brazos—. Aunque no sé si querés dejar a tu nueva mejor amiga sola. Parecían bastante... cómodos.

Robby levantó una ceja, y su boca se curvó en una sonrisa tan ligera como irritante.
—¿Estás celosa?

Me reí, aunque el sonido fue tan sarcástico como falso.
—¿De ella? Por favor. Solo me pareció interesante cómo te pasaste toda la noche con alguien que no soy yo. ¿Te pagan por hacer eso también, o fue un favor de cortesía?

Su expresión cambió apenas, como si estuviera decidiendo si valía la pena responderme. Finalmente, suspiró, pasando una mano por su cabello.
—No voy a hacer esto acá, Tory.

—Claro, porque el señor Keene decide cuándo y dónde hablar —repliqué, mirándolo desafiante—. Qué conveniente.

—¿Vas a seguir discutiendo o querés que te lleve a casa? —preguntó, su tono más cansado que enojado.

Lo observé un momento antes de alzar las manos.
—Está bien, vos mandás.

Él no respondió, simplemente comenzó a caminar hacia la salida, y yo lo seguí, tratando de ignorar la sensación de que todos nos estaban mirando.

El aire fresco de la noche me golpeó el rostro al cruzar la puerta, pero no hizo mucho para aliviar la tensión que sentía. Robby abrió la puerta del auto sin decir una palabra, y yo me apoyé contra el lado del pasajero.

—¿Seguro que querés manejar? —pregunté, alzando una ceja.

—Sí, Tory. Estoy seguro —respondió, sin molestarse en mirarme—. ¿Vas a entrar o vas a seguir con tus preguntas?

—Qué carácter —murmuré, pero finalmente subí al auto.

El silencio se instaló entre nosotros mientras él arrancaba. Las luces de la ciudad pasaban rápidamente, pero la tensión dentro del auto era tan densa que parecía llenar cada espacio.

Finalmente, no pude soportarlo más.
—¿Qué te dijo la pelirroja?

Robby soltó una risa seca, aunque no apartó los ojos de la carretera.
—¿En serio?

—Es una pregunta válida —insistí, encogiéndome de hombros.

—Quería saber si era cierto que estabas con Axel.

Eso me tomó por sorpresa.
—¿Y qué le dijiste?

—Que no tengo idea de lo que hacés —respondió, su tono tan frío que me hizo tensarme.

Fruncí el ceño, sintiendo cómo la irritación crecía en mi pecho.
—Eso no es cierto.

—¿No? —preguntó, finalmente girando la cabeza para mirarme brevemente—. Porque, sinceramente, Tory, no entiendo por qué hacés las cosas que hacés.

Abrí la boca para responder, pero no encontré las palabras. Algo en su tono, en la forma en que me miró, me dejó sin argumentos.

El resto del viaje transcurrió en silencio. Cuando finalmente llegamos a casa, él apagó el motor y se giró ligeramente hacia mí.

—Gracias por manejar —dije, mi tono más suave de lo que pretendía.

Robby me observó por un momento, como si estuviera debatiéndose entre decir algo o guardar silencio. Finalmente, negó con la cabeza.
—Nada. Buenas noches, Tory.

Me bajé del auto sin decir nada más, y lo vi alejarse mientras una sensación extraña se asentaba en mi pecho. Entre frustración, confusión y algo que no quería nombrar, una cosa era segura: esa noche no era el final de nada.

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