06:Evento
Jueves 15:17 p.m
La mansión de los Nichols estaba inquietantemente silenciosa. El calor de la tarde se colaba por los amplios ventanales a pesar de los sistemas de climatización, y en la enorme cocina, Robby se movía entre el acero brillante y el mármol impecable. Llevaba una camiseta negra sencilla y jeans, el delantal ajustado descuidadamente sobre su torso. A sus 26 años, Robby Keene no se imaginaba trabajando como cuidador para una chica rebelde de 19, pero allí estaba, cocinando algo sencillo mientras su mente repasaba los últimos días.
Desde aquella tensa conversación en el auto, Tory no había hecho otra cosa que desafiarlo. La joven lo ignoraba siempre que podía y, cuando no, sus respuestas eran lo suficientemente mordaces como para desgastar la paciencia de cualquiera. Pero Robby no era cualquiera, o al menos intentaba convencerse de eso mientras removía la sartén con movimientos calculados.
El sonido de pasos firmes lo sacó de sus pensamientos. Al girarse, vio a Erick Nichols apoyado en el marco de la puerta. Tenía esa sonrisa ladina que parecía perpetua en su rostro, el cabello ligeramente despeinado y la chaqueta de cuero que lo hacía parecer un rebelde sin causa, aunque, a sus 22 años, ya no viviera en la mansión.
—Mirá vos, el gran Robert Keene jugando a ser chef. —comentó Erick, cruzándose de brazos mientras su mirada evaluaba al cuidador.
Robby no se inmutó.
—Alguien tiene que cocinar. —respondió con tono neutro, girando hacia la sartén nuevamente.
—¿No están las criadas para eso? —insistió Erick, con un deje de burla.
—Día libre. —Robby apagó el fuego bajo la sartén y colocó los huevos revueltos en un plato. —Aunque no entiendo por qué te importa.
Erick sonrió y se acercó, sentándose en uno de los taburetes altos junto a la isla central de la cocina.
—No me importa, en realidad. —confesó, inclinándose hacia adelante. —Lo que me interesa saber es dónde está mi hermana.
Robby lo miró de reojo, secándose las manos con un repasador.
—Si te preocupa, podés llamarla. O tal vez pasar más tiempo acá, con ella. —replicó, manteniendo un tono frío pero controlado.
Erick rió entre dientes, como si lo que Robby decía fuera absurdo.
—Tory no es exactamente del tipo que acepta consejos o compañía. Ni siquiera la mía. —Se encogió de hombros, despreocupado. —Pero, siendo sincero, parece que últimamente está más insoportable que de costumbre. ¿Qué hiciste vos para cabrearla?
Robby dejó el repasador a un lado y lo miró directamente.
—Intenté que no terminara en una situación peligrosa. —respondió, sin rastros de humor.
Erick arqueó una ceja, curioso.
—¿Y cómo te fue con eso?
—Digamos que no fue fácil. —Robby cruzó los brazos, apoyándose contra la encimera. —Tu querida hermana no es de las que acepta que le digan qué hacer.
—Ahí está tu error. —Erick sonrió, señalándolo con un dedo. —Con Tory, no podés ser directo. Si empujás, ella va a empujar el doble. Si intentás controlarla, te va a hacer la vida imposible.
—¿Y vos qué hacés, entonces? —preguntó Robby con escepticismo.
—Yo juego el mismo juego. La dejo creer que tiene el control. —Erick levantó las manos en un gesto teatral. —Y cuando menos se lo espera, ya hice lo que quería sin que se dé cuenta.
Robby negó con la cabeza, suspirando.
—No tengo tiempo para juegos. —dijo con un tono más severo. —Si no la controlo, se va a meter en problemas más grandes de los que puede manejar.
Antes de que Erick pudiera responder, una voz familiar interrumpió la conversación.
—¿De qué hablan? —preguntó Tory al entrar en la cocina, su tono casual pero sus ojos brillando con sospecha. Llevaba shorts de jean y una camiseta ajustada, su cabello rubio suelto en ondas que caían sobre sus hombros.
Robby optó por no responder, concentrándose en los platos, pero Erick se giró hacia ella con una sonrisa relajada.
—De vos, obviamente. —dijo Erick, apoyando los codos en la isla. —¿Dónde estabas?
—Por ahí. —respondió Tory, sin darle demasiada importancia mientras se acercaba a la heladera para sacar una botella de agua. Actuó como si Robby no estuviera allí, lo cual no era raro en los últimos días.
—¿Por ahí? —repitió Erick, alzando las cejas. —Mirá que hoy a la noche tenemos una reunión importante. Mamá me pidió que te lo recordara.
Tory frunció el ceño mientras tomaba un trago de agua.
—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
—Todo. —respondió Erick con una sonrisa. —Tenemos que asistir como representantes de la familia.
Robby, que había estado callado hasta ahora, se giró hacia ellos.
—¿Y cuál es mi papel en todo esto? —preguntó con tono seco.
Erick lo miró divertido.
—Acompañarla, por supuesto. Mamá insistió en que alguien tenía que estar con ella, y quién mejor que vos.
Tory giró bruscamente hacia Erick, indignada.
—¿Qué? ¿Por qué él?
—Porque mamá no confía en vos sola. —dijo Erick con naturalidad. —Y, para ser honesto, yo tampoco.
Robby se limitó a cruzar los brazos, observando la reacción de Tory.
—No voy a ir con él. —declaró ella, cruzando los brazos.
—No tenés opción. —respondió Erick con firmeza. —Además, Robert es el único que puede asegurarse de que no hagas un desastre.
Robby sonrió ligeramente, aunque sus ojos permanecieron serios.
—Me encantaría acompañarte, Victoria. —dijo con sarcasmo. —No me perdería por nada del mundo ver cómo intentás comportarte como una adulta.
Tory lo fulminó con la mirada, pero no dijo nada. En cambio, se giró hacia Erick.
—Si esto sale mal, va a ser culpa tuya. —espetó antes de salir de la cocina, dejando a Robby y Erick solos.
Erick soltó una carcajada.
—Buena suerte con eso. —comentó, dándole una palmada en el hombro a Robby antes de salir también.
La cocina estaba impregnada del aroma cálido de la comida recién hecha. Robby terminaba de colocar los últimos detalles en los platos mientras Erick seguía sentado en la isla central, observándolo con una expresión burlona que no se molestaba en disimular. Tory, por su parte, estaba apoyada contra el marco de la puerta con los brazos cruzados, mirando todo con un aire de fastidio fingido que no lograba ocultar del todo su curiosidad.
Erick, con esa sonrisa pícara característica que siempre lo metía en problemas, canturreó:
—Bueno, bueno, Robby. Si vas a cocinar para Tory, ¿qué te cuesta preparar algo para mí también? Después de todo, yo soy más agradable que ella.
Robby, sin levantar la vista del plato que estaba sirviendo, respondió con tono calmado:
—Claro, Erick. Porque después de cuidar a tu hermana todo el día, lo que más quiero es ser tu chef personal.
Erick soltó una carcajada, chocando sus palmas contra la mesa con exageración.
—Vamos, viejo, no te hagas el duro. Ya sé que en el fondo me querés. Admitilo.
Robby finalmente lo miró, dejando el plato frente a Erick con un gesto sarcástico.
—Claro que sí. Si no fuera por vos, mi vida sería mucho más tranquila y aburrida.
Tory rodó los ojos desde la puerta.
—¿Podrías dejar de inflarle el ego? Ya lo tiene lo suficientemente grande.
Erick le lanzó una mirada divertida a su hermana antes de volver su atención a la comida.
—¿Qué puedo decir? Soy irresistible.
Tory, ignorándolo, avanzó hasta la heladera y sacó una botella de agua. Su voz cortó el aire como un látigo cuando dijo:
—No sé para qué me molesté en bajar. Seguro que la comida de Robby es una basura.
Robby arqueó una ceja mientras colocaba otro plato en la mesa.
—Gracias por tu confianza, princesa. Ahora entiendo por qué tu madre me dice que sos tan encantadora.
Tory lo fulminó con la mirada, pero Erick intervino antes de que pudiera responder.
—Tory, mejor comé y después hablás. Aunque, sinceramente, a esta altura Robby cocina mejor que vos.
—¡Ja! —Tory resopló, abriendo la botella de agua y tomando un largo trago antes de añadir con desdén—: Seguro que sus habilidades culinarias no son para tanto.
Robby la observó con una sonrisa tranquila mientras se limpiaba las manos con un repasador.
—Podés probar y averiguarlo. O podés quedarte con hambre, tu decisión.
Tory se sentó con un bufido, tomando un tenedor con desgana. Pinchó un poco de la comida y, al primer bocado, sus ojos se abrieron ligeramente, aunque trató de disimularlo. No iba a darle a Robby el placer de saber que la había impresionado.
Erick, por su parte, ya devoraba su plato con entusiasmo.
—Esto está espectacular. ¿Siempre cocinaste así? Porque, si es así, podés mudarte conmigo cuando quieras.
—Paso. —Robby respondió sin perder el ritmo.
Tory, finalmente rindiéndose, dejó el tenedor en el plato y se inclinó hacia Erick.
—Esto no cambia nada. Necesito algo que ponerme para esta reunión, y no tengo nada decente.
Erick la miró con incredulidad, tragándose un bocado antes de responder:
—¿Estás hablando en serio? Tu ropero es básicamente un portal a otra dimensión. Estoy seguro de que si buscás bien, vas a encontrar ropa de épocas en las que ni siquiera habías nacido.
Robby, que había estado sirviéndose un vaso de agua, agregó con una sonrisa burlona:
—Si no tenés nada, siempre podés pedirle algo prestado a tu mamá. Seguro que tiene vestidos que no ha usado desde los 90.
Tory lo fulminó con la mirada.
—Ja, ja, muy gracioso. ¿Por qué no volvés a hacer lo que mejor hacés y te mantenés fuera de esto?
—Es mi trabajo estar en esto. —Robby respondió sin inmutarse, volviendo a sentarse—. Literalmente estoy aquí para asegurarme de que no arruines todo.
Erick alzó las manos en señal de paz.
—Basta, basta, no empecemos con otra guerra. La reunión es esta noche, ¿no? Y supongo que Barbara y Joel quieren que todos estemos... presentables.
—Sí, pero presentables para ellos significa perfectos. —Tory suspiró, recostándose en el respaldo de su silla con frustración.
Robby la observó con seriedad.
—Es parte de tu trabajo. Lo sabías desde el principio. Estas reuniones no son solo para posar; son para mantener tu imagen. Si no querías lidiar con eso, podrías haber dicho que no.
—¿Decir que no? —Tory soltó una risa incrédula, lanzándole una mirada desafiante. —¿A mis padres? Sí, claro. Seguro que eso habría salido genial.
—Quizás no te atrevas a decirles que no porque sabés que tienen razón. —Robby replicó, su tono calmado pero directo.
Tory lo miró con los labios apretados, sin encontrar una respuesta inmediata. Erick, claramente incómodo con la tensión, decidió intervenir.
—Bueno, al menos esta vez no tenemos que aguantar a Barbara y Joel toda la noche. Nos dejaron a nosotros el trabajo sucio.
Tory cruzó los brazos.
—¿Y qué hacemos si alguien nos pregunta algo sobre la película? Todavía ni siquiera tenemos los detalles completos.
—Improvisás. —Robby dijo sin titubear—. No es tan difícil.
—¿Para vos, tal vez? —Tory replicó con sarcasmo—. Vos no sos el que tiene que soportar preguntas invasivas de periodistas.
—No, pero soy el que tiene que soportarte a vos, lo cual es mucho peor. —Robby sonrió de lado, divertido por la expresión de indignación en su rostro.
Erick estalló en carcajadas.
—No sé qué sería más entretenido: verlos en una película juntos o simplemente grabar sus discusiones y venderlas como una comedia.
—Preferiría la comedia. —Tory murmuró, empujando su plato a un lado.
Robby no respondió, pero su sonrisa se amplió mientras terminaba su comida. Podía sentir que la noche iba a ser larga, pero, a pesar de todo, una pequeña parte de él disfrutaba del desafío de mantener a Tory bajo control.
Erick dejó su plato a un lado y se levantó con energía desbordante, como siempre. Se apoyó en la encimera y miró a Robby con una sonrisa traviesa.
—Yo lavo los platos. —Anunció, señalando hacia el montón en el fregadero.
Robby alzó una ceja, claramente desconfiado.
—¿De verdad? ¿Desde cuándo hacés algo útil?
—¡Eh! Soy más útil de lo que creés. —Erick respondió, fingiendo indignación—. Además, lo hago por una buena causa. Vos acompañá a Tory a ver qué se va a poner.
Robby cruzó los brazos, echándole un vistazo a Tory, quien ya había adoptado una postura defensiva al escuchar la idea.
—No me interesa en lo más mínimo lo que se vaya a poner.
Erick alzó un dedo, como si estuviera dando una lección magistral.
—Pero a ella sí. Y vos sos el único que puede soportar su mal humor por más de cinco minutos.
—¡No necesito que me acompañe! —Tory protestó, poniéndose de pie de golpe—. Ya sé perfectamente qué voy a usar.
Erick la miró con una sonrisa ladeada, claramente disfrutando de la situación.
—Sí, claro. Por eso dijiste que no tenías nada. Ahora, Robby, haceme el favor de escoltar a nuestra querida estrella dramática y asegurate de que no se quede encerrada frente al espejo durante tres horas.
Tory le lanzó una mirada asesina.
—¿Querés que te recuerde como te rompiste el brazo accidentalmente cuando éramos niños?
Robby se encogió de hombros y sonrió con cierta malicia.
—Está bien, la acompaño.
—¿Qué? —Tory giró hacia él, incrédula—. No, gracias. Prefiero ir sola.
—Es que no es una invitación. —Robby respondió con tono despreocupado mientras se acercaba a ella—. Vamos, princesa. Quiero ver con mis propios ojos ese 'universo' que tenés en el ropero.
Erick, detrás de ellos, no podía contener la risa.
—Que se diviertan. Y no maten a nadie... especialmente a mí.
Tory lo fulminó con la mirada antes de girarse hacia Robby, quien ya estaba caminando hacia las escaleras como si esto fuera lo más normal del mundo. Suspirando con frustración, lo siguió de mala gana.
Al llegar a la habitación de Tory, Robby se apoyó contra el marco de la puerta con los brazos cruzados, observando el caos que había dentro. El espacio estaba lleno de ropa, zapatos, y accesorios dispersos por todas partes.
—Esto parece más un campo de batalla que un ropero. —Comentó Robby con una sonrisa burlona.
—Cállate. —Tory replicó, empujándolo para que entrara y cerrando la puerta detrás de él—. ¿Qué sabés vos sobre tener estilo?
—Probablemente más de lo que vos pensás. —Respondió, inspeccionando una chaqueta de cuero que estaba colgada en una silla—. Esto, por ejemplo, está bien. Pero seguro que lo ignorás porque no es lo suficientemente dramático.
Tory le arrancó la chaqueta de las manos y la tiró sobre la cama.
—¿Podés quedarte quieto y no tocar nada?
Robby levantó las manos en un gesto de rendición.
—Solo intento ayudar. No es mi culpa que tengas gusto por lo complicado.
Tory bufó y abrió la puerta del armario.
—Esto no tiene nada de complicado. Simplemente necesito algo que impresione, pero sin parecer que me esforcé demasiado.
Robby arqueó una ceja.
—Entonces, básicamente, querés que parezca que te despertaste luciendo impecable.
—Exacto. —Tory respondió como si fuera obvio.
Él soltó una risa corta, apoyándose contra la pared.
—Te das cuenta de que eso es una contradicción, ¿no?
Tory ignoró su comentario y empezó a sacar opciones, lanzándolas sobre la cama una tras otra. Finalmente, se giró hacia él con un vestido en la mano.
—¿Qué te parece este?
Robby le echó un vistazo al vestido, un diseño elegante y minimalista en un tono rojo oscuro.
—No está mal. Pero no sé si el rojo es tu color.
—¿Y cuál sería mi color, oh experto en moda? —Tory preguntó con sarcasmo, colocándose una mano en la cadera.
Robby la observó detenidamente durante un segundo antes de responder con una sonrisa.
—Negro. Combina con tu personalidad encantadora.
Tory entrecerró los ojos, aunque una pequeña sonrisa amenazaba con aparecer en sus labios.
—Sos insoportable.
—Gracias. Es un talento. —Robby replicó, inclinándose para recoger uno de los vestidos que había caído al suelo—. ¿Y este?
—Demasiado formal. —Respondió Tory automáticamente.
—¿Y este otro? —Robby levantó otro vestido, esta vez uno azul marino con detalles plateados.
Ella vaciló, mordiéndose el labio mientras lo examinaba.
—Tal vez...
Robby sonrió, satisfecho.
—¿Ves? No es tan difícil. Solo necesitás un poco de perspectiva objetiva.
Tory negó con la cabeza mientras tomaba el vestido de sus manos.
—Si te vas a quedar ahí criticando todo, mejor salí.
—Ni loco. Estoy disfrutando esto demasiado.
Ella lo miró con exasperación, pero no pudo evitar soltar una risa breve. Contra todo pronóstico, su compañía no era tan terrible como había pensado al principio.
—Bien. —Dijo finalmente, colocando el vestido sobre la cama—. Pero si me volvés a decir que el negro combina con mi personalidad, te juro que vas a lamentarlo.
Robby levantó las manos con una sonrisa inocente.
—Trato hecho.
Mientras Tory seguía revisando su ropero, él no pudo evitar pensar que, aunque disfrutaba fastidiarla, había algo extrañamente entretenido en pasar tiempo con ella. Quizás, solo quizás, no sería tan malo sobrevivir a la reunión juntos.
16:58 p.m
Tory se miró al espejo, ajustándose el vestido azul marino que finalmente había elegido después de una prolongada sesión de dudas.
—Es definitivo. —Declaró, girándose para observar cómo caía la tela sobre su figura—. Este es el indicado.
Robby, quien seguía apoyado contra la pared como si estuviera en su casa, alzó las cejas con una sonrisa de satisfacción.
—¿Sabés? Podrías habértelo ahorrado y confiar en mí desde el principio.
Tory rodó los ojos mientras ajustaba el tirante del vestido.
—¿Por qué confiaría en alguien que todavía usa zapatillas de skate con trajes?
Robby se llevó una mano al pecho como si hubiera recibido un golpe.
—Eso fue cruel. Y falso, además. Yo tengo un gran estilo.
—¿Ah, sí? ¿Y qué vas a usar para la reunión? —Preguntó Tory, girándose hacia él con los brazos cruzados.
Él sonrió con picardía.
—Un traje azul a juego, por supuesto. No quiero que te sientas eclipsada.
Tory soltó una risa breve, aunque intentó ocultarla detrás de una mirada incrédula.
—No me hagas reír. Ni siquiera tenés un traje decente, ¿o me vas a sorprender?
—Tengo más que eso. —Robby replicó, enderezándose para adoptar una postura de falsa importancia—. Soy la definición de elegancia cuando me lo propongo.
Tory lo miró de arriba abajo, evaluándolo como si fuera un objeto en una subasta.
—Ajá. Claro. ¿Qué vas a hacer, alquilar un traje?
—¿Quién necesita alquilar cuando tenés uno perfectamente colgado en tu ropero? —Robby bromeó, señalando hacia el caos que todavía reinaba en la habitación de Tory.
Ella entrecerró los ojos y le lanzó una almohada que él esquivó fácilmente.
—¡Ni lo sueñes! No pienso compartir mi espacio personal con vos, mucho menos mi ropa.
—Que lástima. —Robby suspiró dramáticamente—. Entonces, ¿qué tal si simplemente aparezco en jeans y una remera de banda? Seguro que eso refleja mi personalidad encantadora.
Tory sacudió la cabeza, ajustándose un mechón de cabello detrás de la oreja mientras volvía a mirarse en el espejo.
—A vos te encantaría hacer eso solo para fastidiar a todos. Pero te advierto: si hacés el ridículo, voy a negarte como compañero.
Robby sonrió, cruzándose de brazos mientras la miraba con atención.
—¿Entonces admitís que soy tu compañero?
Tory lo fulminó con la mirada, aunque su expresión traicionaba una pequeña sonrisa.
—No pongas palabras en mi boca, Keene.
—Solo estoy diciendo que hacemos un gran equipo. —Respondió, adoptando un tono juguetón mientras se acercaba al espejo junto a ella—. Mirá, ya hasta estamos combinando. Si llegamos juntos con trajes a juego, vamos a ser la sensación de la reunión.
—La sensación por razones equivocadas. —Tory replicó, aunque el comentario había logrado dibujar una sonrisa en su rostro. Ella lo empujó suavemente hacia un lado—. Andá, tenés que prepararte. No pienso cargar con vos si llegás tarde y desprolijo.
Robby hizo un gesto de falsa indignación.
—Desprolijo nunca. Soy todo un caballero cuando quiero.
—¿Y cuándo querés? —Tory arqueó una ceja, cruzándose de brazos mientras lo retaba con la mirada.
Robby se rió entre dientes, retrocediendo hacia la puerta con las manos en alto.
—Tal vez hoy, solo para no dejarte mal parada.
Antes de salir, giró la cabeza para añadir con una sonrisa:
—Ah, y no te olvides de agradecerme por elegir ese vestido. Después de todo, yo fui el que te salvó del desastre.
Tory le lanzó una mirada cargada de sarcasmo.
—Gracias, Robby. Sos todo un salvador de moda.
—De nada, princesa. —Respondió, desapareciendo por el pasillo con una carcajada ligera.
Cuando la puerta se cerró, Tory dejó escapar un suspiro y se miró al espejo una vez más. Aunque no pensaba admitirlo en voz alta, Robby había tenido razón. El vestido era perfecto, y algo en la idea de que él también se vistiera a juego le sacó una sonrisa.
—Idiota. —Murmuró para sí misma, sacudiendo la cabeza antes de volver a concentrarse en los detalles finales de su look.
21:14 p.m
La casa estaba en completo silencio excepto por el leve sonido de la voz de Erick resonando desde el recibidor.
Tory, con su vestido azul ajustándose perfectamente a su figura, bajó por las escaleras con paso firme, sus tacones resonando en los escalones de madera. Al llegar al último peldaño, se detuvo un momento, observando a su hermano, quien parecía completamente inmerso en una conversación telefónica.
Erick llevaba un traje negro perfectamente ajustado, algo poco común en él, ya que generalmente optaba por un estilo más relajado. Pero lo que realmente captó la atención de Tory no fue su atuendo, sino su expresión. Erick, el eterno confiado y descarado, el que siempre tenía un comentario ingenioso y una sonrisa de medio lado, estaba nervioso.
Tory arqueó una ceja, cruzando los brazos mientras lo observaba hablar. Reconoció el nombre que escapó de los labios de su hermano: Moon.
—Sí, entiendo lo que decís, pero... no sé si sea lo que estás buscando, Moon. Yo podría... ya sabés, ayudarte con eso.
Moon. La siempre calmada, casi etérea Moon, con su aire despreocupado y su inusual habilidad para desarmar a cualquiera con una sonrisa. Tory sabía que Moon era diferente a las chicas con las que Erick solía salir. No era alguien a quien se pudiera impresionar con frases elaboradas o poses ensayadas. Y lo más interesante de todo: Moon tenía 25 años. Erick tenía solo 22.
Tory se recargó en el marco de la pared, disfrutando de ver a su hermano transformado en un manojo de nervios. Era como ver a un caniche intentando impresionar a un pitbull.
—Claro que sí, puedo pasar a buscarte mañana... digo, si estás libre. —Erick hizo una pausa, escuchando la respuesta del otro lado de la línea, y su rostro enrojeció visiblemente.
Tory carraspeó, interrumpiendo la conversación con un sonido intencionadamente molesto. Erick dio un respingo y se giró hacia ella, llevándose un dedo al oído como si eso pudiera apagarla.
—Moon, ¿podemos seguir hablando luego? Mi hermana está... siendo ella misma.
Tory sonrió burlonamente mientras él colgaba la llamada.
—¿Moon, eh? Pensé que tu atención estaba en Samantha. ¿O ella ya no es suficiente para vos?
Erick la fulminó con la mirada, pero el rubor en sus mejillas lo delató.
—No metas a Sam en esto.
Tory se acercó, jugando con el borde de su vestido mientras lo observaba con una mezcla de diversión y curiosidad.
—Vamos, Erick. Admitilo. ¿Qué pasa con Moon? Porque desde aquí parece que estás enamorado como un idiota.
Él bufó, pasándose una mano por el cabello.
—No es eso, ¿ok? Moon es... diferente.
—Claro que es diferente. Es mayor que vos, probablemente más lista, y seguramente no cae con tus líneas baratas. —Tory arqueó una ceja—. Pero eso no explica por qué estás tan nervioso.
Erick se cruzó de brazos, como si quisiera cerrarse al interrogatorio.
—Ella es simplemente... no sé cómo explicarlo. Es como si...
—Como si finalmente te encontraste con alguien que no podés manejar. —Tory completó la frase, disfrutando de su incomodidad.
—¿Y qué si es así? —Erick admitió finalmente, lanzándole una mirada desafiante—. Moon es increíble. Es fuerte, independiente, divertida... y no tiene miedo de decirme las cosas como son. No es como...
Tory lo interrumpió, sus ojos brillando con interés.
—¿No es como Samantha?
Erick se quedó en silencio, su expresión endureciéndose.
—No traigas a Sam a esto, Tory.
—¿Por qué no? —Ella ladeó la cabeza, evaluándolo con una sonrisa astuta—. Todo el mundo sabe que Sam está loca por vos. La pobre chica de dieciocho años, completamente embobada con el chico mayor que la hace sentir especial.
—Eso no es justo. —Erick replicó, su voz más firme—. Sam es... una buena amiga.
—¿Solo una amiga? —Tory se inclinó hacia él, disfrutando de ver cómo su hermano intentaba controlar sus emociones.
—¡Sí! —Erick casi gritó, pero luego bajó la voz, como si no quisiera que alguien más escuchara—. Sam es... bueno, ella es increíble, pero...
—Pero no es Moon. —Tory completó de nuevo, dándole un codazo juguetón—. Ah, hermano, te metiste en un lío, ¿no?
—No es un lío. —Erick replicó con un tono defensivo—. Solo... no quiero lastimar a Sam. Ella es joven, y tiene toda una vida por delante. Y Moon...
—Y Moon te hace sentir como si estuvieras jugando en una liga diferente. —Tory se cruzó de brazos, asintiendo lentamente—. Bueno, espero que tengas un buen plan, porque no podés quedarte con las dos.
—Nunca pensé en quedarme con las dos. —Erick la miró con seriedad, como si las palabras de su hermana lo hubieran golpeado más fuerte de lo esperado—. Sam merece a alguien que pueda darle lo que necesita. Y Moon... bueno, no estoy seguro de que siquiera me vea de esa manera.
—Eso, querido hermano, es un problema que vos solo vas a tener que resolver. —Tory le dio una palmada en el hombro antes de girarse hacia el espejo del recibidor—. Mientras tanto, más vale que no me arrastres a este drama. Tengo suficiente con mi propio caos.
Erick dejó escapar un suspiro y la observó mientras ajustaba un mechón de cabello. A pesar de todo, no pudo evitar sonreír ligeramente.
—Sos insoportable, Tory.
—Y vos un desastre. —Ella respondió sin mirarlo, aunque una sonrisa juguetona asomó en sus labios—. Ahora apurate, o llegaremos tarde a la reunión.
Mientras salían por la puerta, Erick no podía dejar de pensar en las palabras de Tory. ¿Era Moon realmente la persona que quería, o estaba evitando lo que sentía por Sam?.
La brisa de la noche acariciaba suavemente el rostro de Tory mientras se mantenía junto a Erick frente a la puerta principal, cruzada de brazos y claramente impaciente.
—¿Dónde está? —murmuró, sus tacones golpeando el suelo de mármol en un ritmo irregular.
Erick, quien estaba revisando su teléfono, alzó la vista con una sonrisa burlona.
—Calmate, hermana. A lo mejor se asustó de lo que le espera esta noche.
Tory le lanzó una mirada fulminante justo cuando la puerta principal se abrió lentamente, revelando a Robby. Su traje azul oscuro, perfectamente ajustado, era el complemento perfecto para el vestido largo y entallado de Tory.
Ella abrió ligeramente la boca, sin poder evitarlo. Robby estaba hermoso. No, más que eso. Imponente, atractivo... irritantemente perfecto.
Robby, por su parte, parecía saber exactamente el impacto que estaba causando. Bajó los escalones con calma, ajustándose el puño de la camisa con un leve gesto que parecía salido de una película. Su cabello cuidadosamente peinado brillaba bajo la tenue luz del pórtico, y su sonrisa... esa sonrisa de medio lado que tanto la sacaba de quicio.
—¿Qué pasa, Nichols? —preguntó con un tono juguetón, deteniéndose frente a ella y arqueando una ceja—. ¿Algo anda mal?
Tory parpadeó rápidamente, cerrando la boca cuando sintió el pellizco de Erick en su brazo.
—¡Ay! ¿Qué te pasa?
—Nada, solo estaba intentando que volvieras a la realidad, hermanita. —Erick sonrió con suficiencia, inclinándose ligeramente hacia ella para susurrarle—. Aunque no puedo culparte. El chico sabe cómo arreglarse.
Tory le dio un codazo disimulado, pero el calor en sus mejillas la delató.
—Estás insuportablemente creído, Keene. —Dijo finalmente, cruzándose de brazos como si eso pudiera ocultar lo mucho que lo había estado observando.
Robby se encogió de hombros, sin dejar de mirarla con esa expresión que la volvía loca.
—¿Qué puedo decir? Solo quería asegurarme de estar a la altura de tu legendaria perfección. —Sus ojos recorrieron su vestido con deliberada lentitud, lo que hizo que Tory sintiera un leve escalofrío en la espalda—. Y parece que lo logré.
Ella giró los ojos, aunque su corazón latía con fuerza.
—No te des tanto crédito. Apenas te ves decente.
—Claro. Por eso te olvidaste de cerrar la boca cuando me viste. —Robby le guiñó un ojo, y Tory estuvo a punto de replicar cuando Erick se interpuso entre ambos.
—Bueno, creo que este es mi momento para dejarlos solos. —Erick miró su reloj y luego a Tory—. Nos vemos en el evento. No hagan nada que yo no haría.
—Eso nos deja con bastante libertad, ¿no creés? —respondió Robby, ganándose una carcajada de Erick y un empujón de Tory.
Erick se alejó, dejando a ambos en un incómodo pero electrizante silencio.
El chofer de Tory, un hombre mayor de cabello gris y una postura impecable, apareció desde el otro lado del auto y abrió la puerta de la limusina con una ligera inclinación.
—Señorita Nichols, señor Keene.
—Gracias, Henry. —Tory le dedicó una sonrisa antes de entrar al vehículo, consciente de que Robby estaba justo detrás de ella.
Dentro de la limusina, el aire parecía más pesado. Tory se acomodó en el asiento, cruzando las piernas con elegancia y tratando de aparentar tranquilidad. Pero cada vez que miraba de reojo a Robby, sentado frente a ella, sentía como si el oxígeno se escapara del ambiente.
Robby, por supuesto, estaba completamente cómodo, recostado con un brazo sobre el respaldo y una pierna cruzada. Cada tanto, sus ojos se desviaban hacia Tory, y cuando ella lo notaba, él sonreía.
—¿Algo que quieras decirme? —preguntó él finalmente, rompiendo el silencio.
Tory lo fulminó con la mirada, pero sus mejillas traicionaban su actitud indiferente.
—¿Por qué lo decís?
—Porque llevás toda la noche mirándome como si quisieras decir algo pero no te animás. —Robby inclinó la cabeza, su voz teñida de diversión—. ¿Es el traje? ¿Demasiado para vos?
—Por favor. —Tory dejó escapar una carcajada forzada, acomodándose un mechón de cabello detrás de la oreja—. No te doy tanta importancia.
—Claro, porque no te quedaste sin palabras hace diez minutos. —Robby sonrió, disfrutando del leve rubor que apareció en las mejillas de Tory.
Ella decidió cambiar de tema, intentando recuperar el control de la conversación.
—Espero que sepas comportarte esta noche. Esto no es como tus reuniones de barrio.
Robby arqueó una ceja, claramente divertido.
—¿Mis reuniones de barrio? ¿Eso es lo mejor que se te ocurrió?
—Bueno, no esperaba mucho más de vos. —Tory respondió con una sonrisa sarcástica, aunque estaba claramente perdiendo terreno.
Él se inclinó ligeramente hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas. Sus ojos la observaron con una intensidad que hizo que Tory se sintiera vulnerable, algo completamente fuera de lo común para ella.
—No te preocupes, Nichols. Puedo ser bastante encantador cuando quiero.
Tory sostuvo su mirada, negándose a ceder. Pero por dentro, su corazón latía descontroladamente.
—Eso está por verse, Keene.
La limusina avanzaba por las calles iluminadas, pero dentro del vehículo, el mundo parecía reducirse a ellos dos. Cada mirada, cada palabra cargada de dobles intenciones, aumentaba la tensión en el aire. Tory podía fingir todo lo que quisiera, pero no podía negar lo que sentía en ese momento.
Robby, por su parte, estaba disfrutando de verla así: nerviosa, vulnerable, y, aunque nunca lo admitiría, fascinada por él.
El ambiente parecía mucho más tenso e íntimo de lo que Tory hubiera esperado. Ella mantenía una postura impecable, con las piernas cruzadas y las manos descansando sobre su regazo, pero por dentro, no podía ignorar la presencia de Robby. Era imponente, seguro de sí mismo y, para su absoluto fastidio, extremadamente consciente de ello.
Robby, sentado frente a ella, estaba tan relajado como si estuviera en la sala de su casa. Su traje azul oscuro se ajustaba perfectamente a su figura, y cada movimiento que hacía parecía deliberado, como si supiera exactamente cómo llamar su atención.
—Entonces, Nichols —comenzó él, rompiendo el silencio con un tono que parecía desafiarla—. ¿Vas a pasarte toda la noche haciendo de estatua o tenés algo interesante que decir?
Tory arqueó una ceja, recuperando su postura altiva al instante.
—¿Algo interesante como qué? ¿Como escucharte hablar de lo "genial" que sos? Pasó.
Robby sonrió, apoyando un brazo sobre el respaldo del asiento y ladeando la cabeza para observarla con descaro.
—Mirá que me tenés tan presente que incluso imaginás mis temas de conversación. ¿Siempre pensás tanto en mí o es algo de esta noche?
Tory entrecerró los ojos, pero no pudo evitar sonrojarse ligeramente. Lo odiaba por hacerla sentir así, tan... fuera de control.
—No te des tanta importancia. Vos apenas figurás en mi radar, Keene.
—Claro, porque tu cara de asombro hace un rato decía otra cosa. —Robby se inclinó hacia adelante, apoyando los codos sobre las rodillas y bajando la voz como si estuviera compartiendo un secreto—. No me mires tanto, Tory. Voy a empezar a pensar que te gusto.
—¡Por favor! —Tory soltó una risa sarcástica, aunque el calor en sus mejillas delataba que estaba perdiendo terreno. Giró la cabeza hacia la ventana, fingiendo interés en las luces de la ciudad—. No confundas mi análisis crítico con interés. Es un gran error, Keene.
—¿Análisis crítico? —Robby dejó escapar una carcajada baja, esa risa grave que hacía que su estómago se revolviera de una forma que no quería admitir—. Dale, Nichols, ni vos te creés eso.
Ella volvió a mirarlo, esta vez con los ojos entrecerrados como si quisiera fulminarlo. Pero su expresión irritada solo provocó que Robby sonriera más.
—¿Sabés qué? —dijo Tory, cruzándose de brazos—. Tenés esta increíble capacidad de arruinar cualquier momento.
—¿Momento? —Robby arqueó una ceja, inclinándose un poco más hacia ella. Su tono se volvió más bajo, casi seductor—. ¿Qué momento, exactamente, estaba arruinando?
Tory sintió que el corazón se le aceleraba, pero se negó a ceder. Levantó la barbilla, adoptando su actitud más altiva.
—El momento en el que disfruto de mi propia compañía sin que me provoques dolor de cabeza.
Robby se rió entre dientes, retrocediendo ligeramente, pero no apartó los ojos de ella.
—No puedo evitarlo, Nichols. Es demasiado fácil sacarte de tus casillas.
—Y eso dice mucho de tu nivel de madurez. —Tory lo miró con suficiencia, pero por dentro estaba luchando para mantener la compostura.
Él no respondió de inmediato. En cambio, la observó en silencio durante unos segundos que se sintieron eternos. Había algo en su mirada, algo diferente a la usual burla. Era intenso, casi desafiante, como si estuviera viendo algo que ella no quería que viera.
—¿Sabés qué? —dijo Robby finalmente, su voz más seria de lo habitual—. Me gusta esta versión de vos. La que se pone nerviosa y trata de esconderlo con comentarios sarcásticos.
Tory abrió la boca para responder, pero no supo qué decir. Esa intensidad en su mirada, combinada con el tono grave de su voz, la dejó sin palabras por un segundo demasiado largo.
—No estoy nerviosa, Keene —respondió al fin, aunque su voz sonó menos segura de lo que esperaba.
Robby sonrió de medio lado, como si supiera exactamente lo que estaba pensando.
—Claro que no. Entonces, ¿por qué estás jugando con el borde de tu vestido?
Tory bajó la mirada automáticamente y se dio cuenta de que, efectivamente, estaba enrollando un pequeño pliegue de la tela entre sus dedos. Lo soltó de inmediato, fulminándolo con la mirada.
—Sos insoportable.
—Y vos sos un caso perdido. —Robby se recostó nuevamente, cruzando los brazos y mirándola con esa maldita sonrisa que parecía diseñada para provocarla—. Pero admitilo, Nichols. Te encanta que sea así.
Tory quiso responder con algo mordaz, algo que pusiera fin a su estúpida superioridad. Pero antes de que pudiera encontrar las palabras, el auto se detuvo frente al lugar del evento. El chofer abrió la puerta, rompiendo la atmósfera tensa que se había creado en el interior de la limusina.
Robby bajó primero, alargando una mano hacia ella con un gesto galante que, por supuesto, estaba cargado de sarcasmo.
—¿Lista, princesa?
Tory lo miró con desafío, ignorando su mano y bajando del auto por su cuenta. Pero mientras caminaban juntos hacia la entrada, no pudo evitar sentir que, de alguna manera, Robby siempre llevaba la delantera. Y lo peor de todo es que parte de ella empezaba a disfrutarlo.
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