02:La reina del castillo
09:02 a.m
Desperté con el sonido de pasos acercándose a mi habitación, y un ligero toque en la puerta me sacó de mi sueño. Antes de que pudiera responder, Maria entró con una bandeja llena de comida.
—Buenos días, señorita Victoria —dijo con su característico acento dulce mientras dejaba la bandeja sobre mi mesita de noche.
—Buenos días, Maria —respondí, tratando de no sonar como un ogro recién levantado.
No era fan de las mañanas, y menos de las mañanas después de una discusión con mis padres. Pero Maria siempre tenía esa energía que era imposible de ignorar.
—Su desayuno está listo. Espero que le guste. —Me dedicó una sonrisa antes de salir, cerrando la puerta con cuidado.
Suspiré y me incorporé, frotándome los ojos. Miré la bandeja: café, tostadas con aguacate, frutas frescas. Siempre lo mismo, pero al menos era comida decente. Me estiré, alcanzando el café primero, porque sin cafeína no funciono.
Mientras masticaba distraídamente una tostada, mi teléfono vibró en la mesita. Al desbloquearlo, vi un mensaje de mi hermano mayor. Su foto de perfil era él en la playa, mostrando su vida perfecta mientras yo sobrevivía en este manicomio de lujo.
—¿Qué tal todo? ¿Ya te mandaron a Suiza? —preguntó en su mensaje.
Bufé, rodando los ojos, pero no pude evitar que se me escapara una sonrisa. Erick siempre sabía cómo levantarme el ánimo, incluso cuando me estaba molestando. Le respondí rápido:
—No, todavía no, pero créeme, preferiría eso antes que tener un estúpido niñero.
El doble tilde azul apareció casi al instante. Segundos después, un audio suyo llegó. Lo reproduje, y su risa resonó en mi habitación, tan fuerte y exagerada que me hizo reír también.
—¡Un niñero! —exclamó entre risas en el audio—. Dios, Tory, no puedo creerlo. ¡A los 19 años! Eso es épico. Jamás pensé que nuestros padres llegarían a tanto.
Me quedé mirando el teléfono, sonriendo como una idiota mientras escuchaba. Erick siempre había tenido esa habilidad de burlarse de todo de una forma que no podía tomarse mal.
—Cállate, Erick —le escribí, aunque no terminé de enviar el mensaje antes de que otro audio llegara.
—Hey, no te ofendas, pero esto es demasiado bueno. —Más risas—. ¿Sabías que a mi edad me la pasaba metido en problemas? Pero ni así me pusieron un niñero. Claro, yo soy el favorito, obvio.
Rodé los ojos, pero mis labios traicioneros se curvaron en una sonrisa.
—Sigue riéndote y te juro que la próxima vez que te vea, te voy a patear —le escribí rápidamente, y esta vez envié el mensaje.
Mi teléfono vibró de nuevo.
—¡Ah, qué miedo! ¿Qué vas a hacer? ¿Lanzarme a la piscina con otro Lamborghini?
Me eché hacia atrás en la cama, riendo. A veces, Erick era insoportable, pero en momentos como ese, agradecía tenerlo. Su sentido del humor era mi ancla, incluso cuando estaba al borde de perder la paciencia con él.
—Sos un idiota. —Le mandé un mensaje, esta vez acompañado por una foto mía haciendo una mueca exagerada.
Otra vibración.
—Soy el idiota favorito de todos. Aceptalo, hermanita.
Sacudí la cabeza, dejando el teléfono sobre la cama. Sabía que si seguía respondiendo, terminaríamos en una guerra de mensajes y audios que no me permitiría terminar mi desayuno.
Miré la bandeja y tomé un poco más de café, pero mis pensamientos comenzaron a desviarse hacia lo que me esperaba ese día. ¿Un niñero? ¿De verdad? Era surrealista. Me pregunté si sería un señor de 50 años con gafas y un cuaderno de reglas, o algún estudiante universitario con una cara de fastidio constante.
¿Qué tan mal podía ir todo?
Me llevé un pedazo de fruta a la boca y, por un momento, me permití ignorar el desastre que me esperaba abajo. Tal vez Erick tenía razón. Tal vez debería reírme un poco de la situación. Después de todo, ni siquiera había llegado el niñero todavía. Podía aprovechar esas últimas horas de "libertad" antes de que todo empeorara.
Después de dejar mi bandeja en el carrito que María siempre dejaba fuera de mi habitación, me metí al baño y disfruté de una ducha larga, dejando que el agua caliente disipara el mal humor que traía encima. Mientras el vapor llenaba el baño, miré mi reflejo en el espejo. Mis ojos estaban ligeramente hinchados, probablemente por la falta de sueño o simplemente por la vida en general. Nada que una actitud despreocupada y algo de sarcasmo no pudieran arreglar.
Salí de la ducha, me vestí con lo primero que encontré: un pantalón gris cómodo, una remera negra holgada, y dejé mi cabello suelto. No tenía intención de impresionar a nadie hoy, así que no me compliqué. Bajé las escaleras, disfrutando por un momento del silencio en la casa. Mi madre y mi padre seguramente estaban atrapados en sus respectivas oficinas. Bárbara, probablemente escribiendo correos cargados de amabilidad diplomática; Joel, lidiando con su legión de empleados y abogados, probablemente con cara de fastidio eterno.
El sofá me llamó como un canto de sirena. Me tiré en él, agarrando el control remoto y haciendo zapping sin ningún interés real. A veces me preguntaba cómo sería vivir en una casa donde los padres interactuaran como una familia normal, pero la idea siempre terminaba pareciéndome extraña y algo aterradora.
"¿Podés venir? Necesito a alguien con quien reírme del estúpido niñero." Le escribí a Erick, sabiendo que mi hermano era la única persona que podía sacarme del tedio.
"Obvio, ya salgo. Agarrá algo para comer, que seguro llego con hambre."
Sonreí. Siempre era así. Erick podía ser un desastre en muchas cosas, pero nunca en hacerme reír. Dejé el teléfono en la mesa y seguí viendo televisión, esperando a que llegara.
No pasó mucho tiempo hasta que escuché el sonido de la puerta principal abriéndose y el característico grito de Erick.
—¡Tory, tu hermano favorito ha llegado! —su voz resonó en toda la casa.
Me levanté del sofá como un resorte y corrí hacia él, lanzándome encima como si no lo hubiera visto en años.
—¡Por fin alguien interesante! —grité, riéndome mientras Erick me atrapaba en el aire sin esfuerzo.
—¡Hey, tranquila, me vas a romper la espalda! —bromeó, sosteniéndome con facilidad antes de bajarme al suelo.
—¿Qué hacés tan fuerte? —le pregunté, arqueando una ceja mientras le daba un pequeño empujón.
—Tal vez porque no paso todo el día tirada viendo televisión, hermanita.
Le saqué la lengua y me crucé de brazos.
—¿Y los viejos? —preguntó, mirando alrededor como si evaluara si había alguien más en la casa.
—Mamá debe estar encerrada en su oficina escribiendo mails cargados de flores y arcoiris. Papá... bueno, seguro está planeando cómo dominar el mundo o demandar a alguien.
Erick soltó una carcajada, pero su risa se interrumpió cuando escuchamos pasos en la escalera.
Primero apareció Bárbara, con su elegancia impecable. Su cabello recogido en un moño perfecto, su traje beige sin una sola arruga, y una sonrisa dulce que siempre parecía sincera, incluso cuando no lo era. Detrás de ella venía Joel, en completo contraste: despeinado, con una taza de café en una mano y un montón de papeles en la otra.
—¿Qué es este escándalo? —preguntó Bárbara con una sonrisa mientras nos miraba con ojos llenos de cariño.
—Nada, mamá. Sólo el inepto haciendo su entrada triunfal. —Respondí con un tono casual.
Joel soltó un bufido, bajando los últimos escalones como si le costara un esfuerzo monumental estar presente.
—Ah, el hijo pródigo. ¿Qué milagro te trae por aquí? ¿Te cortaron el gas? —preguntó Joel, mirando a Erick con un sarcasmo que no podía esconder ni queriendo.
—Hola, papá, es un placer verte también. —Erick sonrió, claramente acostumbrado a la frialdad de Joel.
Bárbara, ignorando por completo a su marido, se acercó a Erick y lo abrazó con fuerza.
—Cariño ,¿Cómo estás? ¿Comiste bien? ¿Te estás cuidando? —Le revisó el rostro con la mirada, como si buscara alguna señal de que necesitaba ayuda.
—Estoy perfecto, mamá. Aunque no diría que no a algo de comida casera. —Erick le guiñó un ojo, logrando que Bárbara soltara una risita.
—Por supuesto, te prepararé algo. —Ella le acarició la mejilla antes de girarse hacia Joel, quien la observaba con los brazos cruzados.
—¿Qué pasa ahora? —preguntó Joel, viendo cómo Bárbara ya caminaba hacia la cocina.
—¿No te podés alegrar de vernos juntos, papá? —pregunté con tono burlón, recibiendo una mirada afilada como respuesta.
—Victoria, si vieras el potencial que tenés, no tendrías tiempo para gastar en tonterías. —Joel dejó su taza en la mesa y señaló a Erick—. Y vos, ¿alguna vez pensaste en hacer algo útil con tu vida?
—¿Como convertirme en una copia de vos? Paso. —Erick respondió con una sonrisa, sabiendo perfectamente cómo tocarle los nervios a Joel.
—¡Perfecto! —Joel extendió las manos con sarcasmo—. Un hijo que arruina autos y otro que vive del aire. ¡Es un legado digno!
—Papá, no tenés remedio. —Respondí entre risas, mientras Erick rodaba los ojos.
—Y ustedes no tienen arreglo. —Joel tomó sus papeles y regresó a su oficina, murmurando algo sobre que "los jóvenes de hoy no tienen ambición".
Cuando se fue, Erick y yo intercambiamos una mirada.
—¿Siempre es así? —preguntó, señalando hacia donde Joel había desaparecido.
—No. A veces es peor. —Ambos reímos mientras Bárbara regresaba con una bandeja llena de comida para Erick.
—Tu padre es complicado, pero los quiere, a su manera. —Dijo Bárbara con una sonrisa suave, colocando la bandeja sobre la mesa.
—¿De verdad? Porque a veces parece que le molestamos. —Erick se dejó caer en el sofá y empezó a comer.
—Es su forma de empujar a que sean mejores. —Respondió Bárbara, aunque su mirada decía que ni ella estaba completamente convencida de eso.
Me senté junto a Erick mientras comía, y por un momento, la casa se sintió un poco más cálida. Incluso con Joel siendo Joel.
Desde que tengo memoria, mi familia siempre ha funcionado como un tablero de ajedrez mal jugado. Cada uno de nosotros representaba una pieza que intentaba encontrar su lugar, pero ninguna seguía las reglas que mi padre, Joel, había establecido. Él veía la vida como un plan meticuloso, una serie de movimientos calculados donde cada acción debía tener un propósito. Y en su tablero, yo era la pieza que podía ganar la partida, mientras que mi hermano, Erick, no era más que un peón desviado, sin utilidad ni estrategia.
Erick nunca encajó en el molde que mi padre intentó imponerle. Desde pequeño, mientras Joel lo sentaba en su oficina y trataba de enseñarle a leer balances y hacer cálculos interminables, Erick prefería estar con mamá en la cocina, riéndose a carcajadas de los chistes tontos que ella hacía mientras horneaban pasteles. No era que Erick no pudiera aprender lo que mi padre quería enseñarle. Es que simplemente no le interesaba. Él vivía en un mundo diferente, uno donde la diversión y la espontaneidad importaban más que los planes a largo plazo.
Mamá, por supuesto, lo adoraba tal como era. Decía que había heredado su energía y carisma, su amor por la vida. Y tenía razón. Erick era magnético. Las personas lo seguían sin que él tuviera que hacer ningún esfuerzo. Era auténtico, natural y siempre sabía cómo ganarse el corazón de todos... menos el de papá. Para Joel, el carisma sin dirección no tenía valor. Erick era todo energía, sí, pero sin estrategia. Y en los ojos de mi padre, eso era inaceptable.
Yo crecí viendo esa dinámica, sintiéndome atrapada en medio de ellos. Por un lado, sabía que papá me veía como su reflejo, alguien con la disciplina y el carácter necesario para seguir sus pasos. Pero, por otro lado, también veía cómo mamá se inclinaba siempre hacia Erick, protegiéndolo de los comentarios mordaces de papá y cubriéndolo de un amor incondicional que a mí, en ocasiones, me hacía falta. No es que mamá no me quisiera, pero parecía que en la batalla constante entre Joel y Erick, yo quedaba relegada, como si estuviera en una categoría diferente.
Papá siempre me decía que yo tenía potencial, que veía en mí lo que Erick nunca quiso ser. Lo decía en cada mirada, en cada conversación que terminaba con una crítica hacia él. "Si tu hermano tuviera tu determinación, sería otra cosa", me decía con frecuencia, como si yo pudiera arreglar lo que él consideraba roto en Erick. Pero lo que papá no entendía era que no todos querían vivir bajo sus estándares. Erick, en su caos, era feliz. Y aunque él me irritara con su despreocupación y sus bromas constantes, en el fondo admiraba su valentía para ser quien era sin importar lo que dijeran los demás.
Erick, por su parte, siempre me miraba con algo que oscilaba entre el orgullo y la preocupación. Sabía que papá depositaba en mí todas las expectativas que él había rechazado. Y aunque se burlaba de mí por ser la "niña dorada" de Joel, también era el primero en asegurarse de que yo estuviera lista para enfrentar lo que fuera. Desde que éramos chicos, él fue quien me enseñó a defenderme, a ser rápida y astuta, incluso cuando me hacía rabiar con su actitud relajada. Erick podía parecer un vago que no se tomaba nada en serio, pero yo sabía que me veía como alguien capaz de lograr todo lo que papá esperaba de nosotros. Quizás incluso más.
A pesar de eso, mi relación con papá nunca fue fácil. Compartíamos el mismo carácter fuerte, los mismos ojos verdes y esa tendencia a querer tener la razón siempre. Eso nos hacía chocar constantemente. Papá veía en mí el reflejo de sí mismo, pero también temía que mi lado rebelde —ese que yo no podía ocultar, aunque intentara— me llevara por un camino que él no pudiera controlar. Y no le faltaba razón. Aunque yo era más calculadora que Erick, no podía evitar hacer cosas que papá consideraba estúpidas. Algunas veces por impulso, otras simplemente porque me negaba a seguir sus reglas sin cuestionarlas.
Por supuesto, Erick aprovechaba cada oportunidad para burlarse de mí cuando papá me sermoneaba. Aunque a veces quería matarlo por eso, sabía que en el fondo él me apoyaba. Erick entendía lo difícil que era estar en el centro de las expectativas de papá. Tal vez por eso siempre intentó empujarme hacia adelante, incluso cuando yo no se lo pedía. Si bien él había renunciado a todo lo que podría heredar, jamás me dejó olvidarme de que yo tenía lo que hacía falta para triunfar. Pero Erick también era realista, algo que papá nunca entendió. "Tenés potencial", me decía, "pero no podés dejar que papá te coma viva". Sus palabras siempre resonaban en mí, porque aunque no lo dijera abiertamente, Erick confiaba en mí más de lo que yo misma lo hacía.
Mi relación con mamá era otra historia. Ella era mi refugio, pero no de la manera en que lo era para Erick. Mientras que a él lo consentía, a mí me trataba con una mezcla de orgullo y expectativa silenciosa. Mamá veía en mí una versión joven de papá, pero con la capacidad de ser algo más. Aunque a veces me molestaba su forma de proteger a Erick de todo, sabía que su amor por nosotros era incondicional. Y en los momentos en que papá parecía demasiado duro conmigo, ella siempre encontraba la manera de recordarme que estaba orgullosa de lo que era, incluso cuando no lo decía abiertamente.
En el fondo, sabía que nuestra familia era un rompecabezas extraño. Papá veía en mí lo que siempre quiso en Erick, pero temía que mi carácter lo alejara de su control. Erick me veía como una versión mejorada de él mismo, alguien capaz de aprovechar lo que él había dejado atrás. Y mamá, aunque a veces parecía estar en su propio mundo, era la que mantenía todo unido, asegurándose de que ninguno de nosotros se rompiera por completo.
Quizás nunca seríamos una familia perfecta. Pero en nuestro caos, encontrábamos la forma de seguir adelante. Papá con sus planes, mamá con su amor, Erick con su energía inagotable y yo... bueno, yo con la esperanza de que, al final, pudiera encontrar mi propio camino entre todo eso.
Después de que mamá se despidiera, la casa pareció vaciarse de inmediato, como si su mera presencia llenara todos los rincones de vida, aunque fuera de manera superficial. Ese calor que siempre parecía rodearla no era para mí; era un lujo reservado exclusivamente para Erick. Lo había visto una vez más en la puerta de entrada: mamá inclinándose hacia él, dándole un beso en la frente como si fuera un tesoro invaluable, mientras él reía, a gusto, disfrutando de la atención.
Conmigo, en cambio, era distinto.
—Nos vemos luego, Victoria —dijo con una sonrisa educada, ni muy cálida ni muy fría, el tipo de sonrisa que alguien le daría a una compañera de trabajo, no a su hija.
Victoria. Nunca "Tory". Esa era otra de sus maneras de marcar la distancia conmigo, como si quisiera mantenerme en un lugar ajeno, incluso en nuestra relación. Nadie me llamaba así, excepto ella, y cada vez que lo hacía sentía que me reducía a una versión más pequeña, más insignificante de mí misma.
—Chau, mamá —respondí sin entusiasmo, cruzándome de brazos mientras la veía salir.
Cuando cerró la puerta, me quedé mirando el espacio vacío por unos segundos, como si esperara algún tipo de milagro, algún signo de que volvería y me daría el mismo trato amoroso que le daba a Erick. Pero no pasó. Nunca pasaba.
Suspiré y giré sobre mis talones, dejando que el sonido de sus tacos desapareciera junto con ella.Erick estaba tirado en el sofá, una pierna sobre el apoyabrazos y el control remoto en la mano, cambiando canales con la típica indiferencia de alguien que siempre se había sentido el centro del universo.
—¿Qué te pasa ahora? —preguntó sin apartar la vista de la pantalla, su tono lleno de esa burla habitual que me sacaba de quicio.
—Nada —respondí automáticamente, aunque sabía que mi tono decía lo contrario. Me dejé caer a su lado, con los brazos cruzados, mirando el televisor sin realmente prestarle atención.
—Claro, nada —dijo Erick, riéndose por lo bajo—.Entonces deja de suspirar como una foca con asma.
Lo fulminé con la mirada, pero él ni se inmutó. Erick siempre encontraba una manera de tomar todo como un chiste, incluso las cosas que para mí no lo eran. Sabía perfectamente cómo me sentía respecto a mamá y su trato hacia mí, pero eso nunca lo detenía. Para él, yo era un blanco fácil.
—Dejá de mirarme así —dijo finalmente, levantando una ceja mientras se acomodaba en el sofá—. Si tenés algún drama con mamá, decíselo a ella, no a mí.
—Claro, porque vos entendés un montón sobre lo que es tener problemas con mamá —espeté, mi voz llena de veneno.
Erick se encogió de hombros, una sonrisa burlona en su rostro.
—¿Qué querés que haga, Tory? ¿Pedirle que te mime más?
Quería gritarle, pero sabía que no valía la pena. Erick siempre había sido el favorito, el "chico dorado" de mamá. Mientras yo tenía que esforzarme para recibir una mínima muestra de afecto, a él le sobraban las caricias y las palabras amables. Lo peor era que él lo sabía, y lo usaba en mi contra.
—No necesitás preocuparte. Estoy acostumbrada —murmuré, mirando al techo como si ahí estuvieran todas las respuestas.
El silencio entre nosotros fue interrumpido por el sonido del timbre.
—¿Qué? ¿No pensás abrir? —preguntó Erick sin apartar la vista del televisor.
—¿Y por qué no vas vos? —respondí, irritada.
—Porque no soy yo quien necesita un niñero.
Me giré hacia él, incrédula.
—¡No necesito un niñero!
—Decíselo a mamá, no a mí. Yo estoy bárbaro con esto —dijo, señalándose a sí mismo con ambas manos—.
Fruncí el ceño, sintiendo cómo la sangre me hervía. Mamá había contratado a alguien para "cuidarme", como si no tuviera 19 años, como si no hubiera demostrado mil veces que podía manejarme sola. Pero claro, para mamá, yo siempre era la que necesitaba ser controlada, mientras Erick podía hacer lo que quisiera.
El timbre volvió a sonar.
—¿Qué? ¿No pensás abrir? —repitió Erick, una sonrisa maliciosa en su rostro.
—Cerrá el pico —bufé, levantándome del sofá y dirigiéndome a la puerta.
Cuando la abrí, esperaba encontrarme con algún adulto aburrido o, quizás, una niñera cansada de tratar con adolescentes. Lo que no esperaba era al hombre que estaba parado frente a mí.
Tenía el cabello castaño, corto y perfectamente desordenado, como si hubiera pasado justo el tiempo suficiente frente al espejo para que se viera casual. Sus ojos verdes me miraron con una mezcla de seriedad y curiosidad, y su postura relajada no encajaba con lo que yo imaginaba para alguien que venía a cuidar a otra persona.
—¿Victoria Nichols? —preguntó, su voz grave y directa, como si cada palabra estuviera calculada.
—Sí —respondí, más por reflejo que por otra cosa. Mi tono sonó inseguro, y eso me molestó más de lo que esperaba.
—Soy Robert Keene —dijo, inclinando la cabeza ligeramente—. Tu cuidador.
Me quedé en blanco por un segundo, tratando de procesar lo que acababa de escuchar. ¿Niñero? ¿Ese hombre de al menos veinticinco años era mi niñero?
—¿Perdón? —logré decir, sintiendo cómo el calor subía a mis mejillas.
—Tu mamá me contrató. Tengo 26, estudio a distancia, y trabajo medio tiempo. Supongo que eso es todo lo que necesitás saber por ahora. ¿Puedo pasar?
Lo dejé entrar, aún demasiado confundida para decir algo más.
Erick finalmente levantó la vista del televisor, su expresión iluminándose al ver a Robert.
—¿Quién es este? ¿Otro amigo tuyo, Tory? —preguntó con una sonrisa burlona.
—Cállate, inepto. —le respondí de inmediato.
—Soy el niñero —dijo Robert antes de que yo pudiera añadir algo más.
Mi hermano soltó una carcajada.
—¿El niñero? —repitió, divertido—. Mamá te contrató a un modelo ,felicitaciones.
—No soy modelo —respondió Robert, con la misma seriedad de antes—. Soy estudiante.
—Ah, estudiante. Bueno, espero que tengas experiencia con adolescentes insoportables, porque mi hermana te va a volver loco. —Erick me lanzó una mirada burlona, ganándose un codazo que lo hizo reír aún más.
—¿En serio? —preguntó Robert, mirándome con un brillo de diversión en los ojos—. No parece tan mala.
—Lo digo en serio. Mucha suerte, amigo. —Erick volvió a enfocarse en la televisión como si todo el intercambio no fuera más que otro capítulo en su comedia personal.
Suspiré profundamente, cruzándome de brazos mientras trataba de ignorarlo. Sin embargo, la manera en que Robert me miró, con ese brillo calculado en los ojos, me hizo sentir una incomodidad extraña. Era como si estuviera evaluándome, intentando descifrar algo que ni siquiera yo entendía de mí misma.
—¿Podrías buscar a tu madre, por favor? —dijo Robert de repente, su tono tranquilo pero firme.
Erick se giró hacia él, sorprendido, y luego me lanzó una mirada divertida antes de ponerse de pie.
—¿Buscar a mamá? ¡Por supuesto! —respondió con exagerado entusiasmo, claramente disfrutando de la idea de ver cómo se desarrollaba todo esto—. No me tardo, modelo.
—No soy modelo —respondió Robert, con esa misma seriedad que al parecer ,lo caracterizaba, pero Erick ya estaba fuera de la habitación, riendo por lo bajo mientras caminaba hacia la cocina.
Y ahí quedamos, Robert y yo, en un silencio incómodo que parecía llenar cada rincón de la sala.
Él se movió entonces, con pasos pausados y medidos, observando los cuadros que decoraban las paredes. Yo seguía sentada en el sofá, mirando mis pies enfundados en medias gruesas, tratando de ignorar el leve cosquilleo de incomodidad que su presencia me provocaba.
—¿Es tu familia? —preguntó, rompiendo el silencio mientras examinaba un cuadro grande que mostraba una foto de nosotros cuatro: mamá, papá, Erick y yo, de cuando yo tenía unos seis años. En la imagen, mi sonrisa era amplia y genuina, con papá sujetándome en brazos y mamá de pie a su lado, perfecta como siempre.
—Sí —respondí, sin mirarlo, mientras seguía observando mis pies—. Era una Navidad.
Él asintió en silencio y continuó observando los cuadros. Había uno de mí sola, probablemente de mi cumpleaños número diez, con un vestido rosa que odié desde el momento en que me lo hicieron poner. Había otro en el que Erick y yo posábamos en el parque, sonriendo como si siempre nos lleváramos bien.
—Eras bastante expresiva de pequeña —comentó, sin rastro de burla en su voz.
—Supongo —murmuré, sin saber qué decir. ¿Qué se suponía que debía responderle?
Él no dijo nada más y continuó observando la sala. Su manera de moverse era diferente a la de cualquier otra persona que conociera: tranquila, contenida, como si cada gesto estuviera calculado. Finalmente, se detuvo frente a otro cuadro, uno donde mamá y yo estábamos juntas. Ella lucía impecable, como siempre, mientras yo tenía una expresión tensa, como si el fotógrafo nos hubiera forzado a posar juntas.
No tuve que mirar para saber que Robert estaba observando ese cuadro en particular. Pude sentirlo.
El silencio se prolongó hasta que los pasos inconfundibles de mamá resonaron por el pasillo.
—¡Victoria! —exclamó mamá al entrar al living, con esa sonrisa perfecta y encantadora que siempre parecía guardar para todo el mundo excepto para mí—. ¿Ya conociste a Robert?
—Sí —respondí, levantándome del sofá justo cuando ella entraba al cuarto, con Erick siguiéndola de cerca.
Mamá caminó directamente hacia Robert, sus tacones resonando en el suelo con precisión casi militar.
—Robert, querido, un gusto conocerte en persona —dijo, extendiendo una mano con la elegancia que la caracterizaba.
—El gusto es mío, señora Nichols —respondió Robert, estrechando su mano con una leve inclinación de la cabeza.
—Oh, por favor, llamame Barbara. —insistió ella, dejando escapar una pequeña risa como si se sintiera halagada por su formalidad.
Yo me quedé de pie, observando todo desde el sofá. Mamá siempre sabía cómo ser encantadora cuando le convenía, y verlo en acción siempre me daba la misma sensación: una mezcla de irritación y resignación.
—Espero que la casa sea de tu agrado. Estoy segura de que te sentirás muy cómodo aquí. —Mamá hablaba con ese tono amable y afectuoso que nunca usaba conmigo.
—Estoy seguro de que así será. Gracias por recibirme —dijo Robert, con esa seriedad que parecía ser parte de su personalidad.
Mamá sonrió ampliamente, como si él hubiera dicho exactamente lo que esperaba escuchar. Luego, chasqueó los dedos, y una de las empleadas apareció casi al instante.
—Amelia, por favor, llevá a Robert a la habitación de invitados. Asegurate de que tenga todo lo que necesite —ordenó mamá, su tono firme pero educado.
—Por supuesto, señora —respondió Amelia, haciendo un gesto a Robert para que la siguiera.
Robert asintió y, antes de salir del living, me dirigió una última mirada.
—Victoria, espero que podamos trabajar bien juntos —dijo, con una inclinación ligera de cabeza antes de girarse y seguir a Amelia.
Una vez que él desapareció, mamá giró hacia mí, todavía con esa sonrisa que me hacía sentir como si estuviera observando a una extraña.
—Espero que te comportes, Victoria. No quiero que le causes problemas a Robert.
—Claro, mamá —respondí con un tono lo más neutral que pude, mientras Erick me lanzaba una mirada que decía claramente "Esto va a ser divertido".
Mamá me miró un segundo más antes de asentir y salir de la habitación, dejándonos a Erick y a mí en un silencio cargado de significado.
—Bueno, bueno, parece que tu "niñero" no está tan mal, ¿eh? —comentó Erick, dejando caer su peso en el sofá con una sonrisa maliciosa.
—Cállate, inútil.—murmuré, sabiendo que esto era solo el principio de un tormento que iba a durar mucho más de lo que yo quería.
Después de que mamá y Robert salieron de la sala, el aire se sintió más liviano, aunque no por mucho tiempo. Erick me miraba desde su lugar en el sofá, claramente entretenido con toda la situación.
—¿Qué? —le pregunté, cruzándome de brazos, anticipando su inevitable burla.
—Nada —dijo con una sonrisa que no podía ocultar—. Pero te digo una cosa, ese tipo va a necesitar más que paciencia para aguantarte.
—Por favor. —Rodé los ojos, caminando hacia la ventana para mirar hacia afuera. El auto de mamá aún estaba estacionado, aunque sabía que no tardaría en irse.
—Hablando en serio, ¿qué le hizo cambiar de idea a mamá? O sea, ni cuando tenías 15 pensó en contratar un niñero, y ahora, con 19... ¿Qué onda?
Me encogí de hombros, aunque sabía muy bien la respuesta.
—Le encanta el control, Erick. Si no está aquí para vigilarme, tiene que asegurarse de que alguien más lo haga por ella. Es típico de mamá.
—Sí, pero admitilo, este tipo está... distinto. No es como los profesores aburridos que suele elegir.
—¿Distinto? —repetí, girándome hacia él con una ceja levantada—. ¿Qué querés decir con "distinto"?
Erick se limitó a sonreír y encogerse de hombros.
—Nada, solo digo que, con su cara de triste y ese porte, parece que ni siquiera respira. Pero bueno, no es mi problema. El que tiene que lidiar con él sos vos.
—Ya veremos quién lidia con quién —murmuré, más para mí misma que para Erick, mientras me dejaba caer en el sofá otra vez.
Fue entonces cuando oí los pasos de Robert acercándose nuevamente, su andar firme y seguro llenando el espacio antes de que siquiera apareciera en la sala. Cuando lo hizo, su expresión era tan seria como antes, aunque ahora había una ligera curva en la esquina de sus labios, casi como si estuviera disfrutando de todo esto.
—Parece que mamá te dejó muy claro lo que espera de vos —dije antes de que pudiera abrir la boca, cruzando las piernas y adoptando mi mejor postura de indiferencia.
El me miró durante unos segundos, su rostro impasible, antes de responder:
—Tu madre fue bastante específica, sí.
—Bueno, lamento decirte que te equivocaste de casa si creés que voy a seguir tus reglas o las de ella —repliqué, desafiándolo con la mirada—. Deberías haberte buscado otro trabajo, porque te vas a arrepentir de haber aceptado este.
Robert no reaccionó de inmediato. Se limitó a mirarme con esa intensidad que me ponía los nervios de punta, y luego, para mi sorpresa, sonrió. No fue una sonrisa amable ni reconfortante, sino algo más... arrogante.
—¿Arrepentirme? —preguntó, inclinando ligeramente la cabeza hacia un lado, como si estuviera analizando cada palabra que decía—. Lo dudo mucho. Las niñas "malas" son mi especialidad.
Mis ojos se entrecerraron al escucharlo, y sentí cómo una mezcla de indignación y desconcierto me recorría.
—¿Niñas "malas"? —repetí, incrédula.
—Eso dije. —Robert mantuvo su mirada fija en mí, su tono tan tranquilo como siempre, pero con una clara intención detrás.
Erick soltó una carcajada desde el sofá, claramente disfrutando de la interacción.
—Esto se va a poner bueno. —Comentó, acomodándose mejor como si estuviera a punto de ver un espectáculo.
Lo ignoré por completo, concentrándome en Robert, que parecía perfectamente cómodo bajo mi mirada.
—Mirá, Roberto, o como te llames —empecé, poniéndome de pie para enfrentarlo directamente—, no necesito niñero, ni supervisión, ni mucho menos tus opiniones. Así que, si pensás que podés venir acá a jugar a ser la autoridad, te aviso que no va a funcionar.
—Victoria, ¿siempre hablás tanto? —interrumpió él, cruzándose de brazos mientras me observaba con una expresión que casi parecía divertirse.
El uso de mi nombre completo me irritó más de lo que quería admitir, pero me obligué a no reaccionar.
—¿Siempre sos tan insoportable? —repliqué, alzando una ceja.
—Solo cuando es necesario. —Robert dio un paso hacia mí, cerrando ligeramente la distancia entre nosotros. No era amenazante, pero su presencia era lo suficientemente imponente como para que mi corazón diera un pequeño salto.
—Bueno, te aviso que no voy a hacerte las cosas fáciles.
—No esperaba que lo hicieras —respondió con calma, sin apartar su mirada de la mía.
Por un momento, el silencio entre nosotros fue tan intenso que casi olvidé que Erick seguía en la habitación.
—¿Van a besarse o qué? —dijo de repente, rompiendo la tensión con su tono burlón.
—¡Erick! —le grité, volviéndome hacia él con las mejillas ardiendo, mientras Robert simplemente se encogía de hombros y se daba media vuelta.
—Me voy a instalar. Parece que vamos a pasar mucho tiempo juntos, Victoria. —Dijo antes de desaparecer por el pasillo, dejándome ahí, furiosa y, por alguna razón, algo nerviosa.
Erick me miró, claramente encantado con mi reacción.
—Te lo dije, esto va a ser entretenido.
—Cállate, Erick.
El silencio volvió a llenar la casa después de que Robert desapareció por el pasillo. Erick seguía mirándome con esa sonrisa burlona que solo él sabía lograr, como si disfrutara del caos interno que hervía bajo mi piel. Me crucé de brazos y lo miré fijo, con una mezcla de advertencia y frustración. Sabía que iba a soltar alguna tontería. Siempre lo hacía.
—¿Qué? —pregunté al fin, cortante.
—Nada, nada... Solo estoy esperando para ver cómo lidiás con tu nuevo mejor amigo. —Se encogió de hombros y me lanzó esa mirada cómplice que tanto me irritaba—. Es como un reality show, pero en vivo.
—¿Te das cuenta de que sos insoportable? —dije, señalándolo con un dedo.
—No es mi culpa que se me dé tan bien. —Sonrió mientras se giraba para recoger su mochila del sillón—. Bueno, yo me voy.
Fruncí el ceño, confundida.
—¿A dónde vas?
—Con mamá y Joel. Vamos a cenar afuera. ¿No te dijeron?
Claro que no me habían dicho. Mamá tenía la maravillosa habilidad de excluirme de los planes familiares, como si no fuera parte de ellos. Y Joel... Bueno, él y yo teníamos una relación extraña. Era un buen padre conmigo, mucho mejor de lo que había sido con Erick, pero no por eso dejaba de ser distante y autoritario. Sobre todo desde que me había castigado.
—Ah, genial. Supongo que yo no estaba en la lista de invitados —respondí con sarcasmo, apoyando las manos en las caderas.
—Por favor, Tor. Sabés que vos tampoco querés estar ahí. —Erick soltó una carcajada breve mientras ajustaba la correa de su mochila—. Mamá se va a pasar toda la cena sonriendo como si estuviera en un comercial de pasta de dientes, y Joel va a dar uno de sus discursos sobre "la importancia del esfuerzo".
No podía discutir eso. Joel era el rey de las lecciones de vida, y mamá... Bueno, mamá vivía en su propio mundo perfecto, donde yo solo existía como un personaje secundario.
—De todas formas, no me lo perdería. Esto promete ser divertido. —Erick me lanzó un guiño antes de dirigirse hacia la puerta.
—Sos un traidor.
—Sos una drama queen —respondió con una risa burlona.
Antes de que pudiera decir algo más, escuché los pasos de mamá bajando por las escaleras. Su andar siempre era impecable, como si cada movimiento estuviera ensayado. Joel la seguía, llevando su abrigo con esa seriedad que lo caracterizaba. Era un hombre imponente, alguien que no necesitaba alzar la voz para hacerse escuchar.
—Victoria, cariño, ¿todo bien? —preguntó mamá, aunque su tono era tan vacío como siempre.
—Perfecto —respondí seca, sin esforzarme en disimular mi molestia.
Ella apenas pareció notarlo, asintiendo con una sonrisa tenue antes de girarse hacia Erick.
—¿Listo, querido?
—Más que listo. —Erick evitó mirar a Joel mientras hablaba, pero el aire entre ellos ya estaba tenso. Siempre lo estaba.
Joel no dijo nada, aunque su mirada se mantuvo fija en Erick por unos segundos. Finalmente, rompió el silencio con un tono tranquilo, casi severo.
—No llegues tarde, Erick.
—Sí, claro —respondió Erick sin molestarse en ocultar su indiferencia.
Mientras salían por la puerta, me lancé al sofá, dejando que el silencio me envolviera. Mis ojos se quedaron fijos en el suelo, y por un momento, sentí un nudo en el pecho. No era solo enojo. Era esa sensación familiar de estar sola, incluso cuando la casa estaba llena. Pero no iba a dejar que eso me definiera. Nunca lo hacía.
No pasaron ni cinco minutos antes de que escuchara los pasos de Robert regresando. Esta vez su andar era más relajado, pero igual de firme. Levanté la mirada al verlo entrar en la sala.
—¿Ya se fueron? —preguntó con un tono neutral, como si le diera igual la respuesta.
—Sí.
Robert asintió, cruzando los brazos mientras miraba alrededor.
—Bien. —Se quedó parado un momento, como si estuviera evaluando qué decir. Luego señaló hacia la cocina—. ¿Hay café?
—¿Qué sos, un inspector ahora? —espeté, sintiendo que mi paciencia se estaba agotando.
—No, pero un café no me vendría mal —respondió, ignorando por completo mi actitud.
—Hacelo vos mismo. La cocina está allá. —Señalé con la mano, levantándome del sofá con brusquedad.
—Victoria.
Me detuve en seco, sintiendo cómo su voz firme me atravesaba. Me giré lentamente para mirarlo.
—¿Qué?
—No tenés que ser tan complicada —dijo, mirándome directamente a los ojos—. No vine acá para ser tu enemigo.
—Tranquilo, no hace falta que lo seas. Ya es suficiente con que seas un intruso.
Él alzó una ceja, claramente no impresionado.
—¿Intruso? Supongo que eso te hace la reina del castillo.
Lo miré con irritación, pero no respondí. Simplemente me giré y subí las escaleras, dejando que el eco de mis pasos hablara por mí. Desde mi habitación, escuché el ruido de la cafetera en la cocina. Así que al final, hizo el café él mismo.
Me dejé caer en la cama, mirando el techo mientras intentaba calmar la mezcla de emociones que me recorrían. Apenas habíamos empezado, y ya estaba segura de que este tipo iba a ser un problema.
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