El Cumplimiento de la Profecía
Gadiel con el sudor cayendo por su rostro y respiración agitada, abrió los ojos intentando reconocer dónde se encontraba. Era de noche y la luz de la luna entraba por su ventana, asustada se asomó, pero todo estaba bien en Babilonia. Cerró los ojos y una imagen se volvió a formar en su cabeza, despavorida retrocedió llevándose con su pie la vasija de agua. El ruido despertó a su madre, ella le indicó que estaba bien antes de que entrara y se diera cuenta de su tribulación.
Ese sueño era tan parecido al que había tenido tres años atrás y ¿Acaso ese sueño no se había cumplido? Rogaba a Marduk que este no fuera cierto.
Intentó dormir y olvidar, pero aquel rostro seguía en su cabeza ¿Él era Ciro? ¿Cómo soñar con alguien a quien no conocía? Y aun así ella lo vio derrotando al rey Creso de Lidia, tenía que ser él. El guerrero de sus sueños era Ciro rey de Persia, pero lo inquietante es que según su sueño, estaba cerca, y eso no era bueno.
***
Observó a su padre colocarse su elegante kaunae y salir. Quiso hablar con él, contarle de su sueño, pero las hijas no gozaban del privilegio de los hijos varones de tener largas conversaciones con sus padres.
Su padre era Vofsí hijo de Nabopolasar, hermano menor de Nabucodonosor. Ella era parte de la familia real y su padre tenía un don en la adivinación. Si algo malo sucedería con Babilonia, sería con su padre con quienes Marduk o Ishtar se comunicarían. No tenía nada que temer, ni nada que decir, era mejor para ella seguir el ritmo de vida habitual, era mejor para las mujeres no hablar.
***
Se colocó su velo blanco y salió hacia el santuario de Marduk en la cima del Zigurat. Necesitaba que Él quitara las inquietudes de su corazón. Marduk lograría darle la paz necesaria.
Como era habitual el templo de Marduk se encontraba concurrido. Caminó con sigilo entre las personas, abriéndose paso hacia la entrada del Zigurat. Aquella gran pirámide de ladrillo se levantaba entre todos con imponencia. Era común que los babilonios visitaran el santuario de Marduk, más cuando Nisannu se encontraba tan cerca y todos deseaban que sus buenos actos le dieran un buen destino para el año nuevo, pero no era tan común que subieran hasta la cima del Zigurat, era una subida que requería de un par de horas y de esfuerzo, pero ella necesitaba subir, sentía que ahí estaría más cerca de Marduk.
Una vez arriba pudo observar toda Babilonia. Los hermosos jardines colgantes, a los que pocos podían entrar, brillaban con todo el verde de vida que contrastaba con lo seco del desierto a su alrededor. Pero se detuvo a ver el gran palacio, por ser parte de la familia real se le permitía visitar el palacio con cierta regularidad, aunque no la que ella necesitaba. Quería verlo aunque fuera de lejos y con la fuerte brisa agitando su kandy de lino, lo vio.
Cada vez que lo veía su corazón saltaba. No era bueno que eso pasara, él era el hijo del rey, y su primo, no es que eso fuera un impedimento, pero él se casaría con alguna princesa y ella estaba destinada al hombre que su padre escogiera, era una mujer y debía cumplir con lo que dispusieran para ella, pero no podía evitar que su corazón se alegrara y que su mente siempre buscara excusas para ir al palacio o tal vez verlo en algún templo. Escondida entre las puertas de la entrada del santuario se quedó observándolo, apenas y podía distinguirlo, hablaba y sonreía con algún guerrero. Su largo cabello trenzado caía sobre sus hombros, tenía aquel gran turbante azul en su cabeza y vestía una túnica púrpura, el color de los reyes.
Se permitió sonreír y aprovechar un poco de eso que sentía cuando lo veía. Cerró los ojos y una imagen perturbadora vino a su mente, asustada cerró la puerta y una de las velas del santuario cayó a sus pies. Se llevó las manos a la boca y las lágrimas comenzaron a salir. Vio la estatua de Marduk frente a ella y con un efusivo llanto se arrodilló a sus pies con sus manos extendidas y su cara hacia el suelo. Rogó y suplicó que aquellos sueños no se cumplieran.
***
La noche llegó y decidió que no quería dormir. Si no lo hacía no habría más sueños perturbándola. Se recostó en la ventana para observar las desoladas calles de la parte occidental de Babilonia. Desde su ventana podía ver la cima del zigurat e intentó con su mente transportarse a la paz del santuario de Marduk.
‹¡Oye esto!›
Una voz varonil fuerte habló en su cabeza. Su corazón se paralizó por un tiempo y sus manos comenzaron a temblarle.
‹Tú, mujer dada a los placeres...›
Quería levantarse, tapar sus oídos o solo correr, pero no podía, la voz continuaba y ella no podía moverse.
‹La que se sienta en seguridad, la que dice "Hasta tiempo indefinido resultaré ser señora, por siempre". Sobre ti tiene que venir calamidad, y sobre ti caerá adversidad, no podrás evitarla...›
Ahora no solo era la voz, lo estaba viendo, esa misma calle ardiendo en llamas, gritos y muerte, guerreros con grandes lanzas persiguiéndolos ¡Fuego en el santuario!
‹Y sobre ti de repente vendrá una ruina que no estás acostumbrada a conocer›
Sus piernas flaquearon y cayó arrodillada con todas las lágrimas mojando su túnica.
‹Quédate quieta, ahora, con tus maleficios y con la abundancia de tus hechiceros, en los cuales te has afanado desde tu juventud; para que tal vez infundas miedo a la gente. Te has afanado con la multitud de tus consejeros, que se pongan de pie, ahora, y te salven. Los adoradores de los cielos, los contempladores de las estrellas, los que divulgan conocimiento en las lunas nuevas respecto a las cosas que vendrán sobre ti. Un fuego mismo los quemará por completo. No librarán su alma del poder de la llama. No habrá quien te salve›.
La voz cayó y sus ojos volvieron a ver a la tranquila babilonia dormir bajo la luz de la luna. Llorando abrazó sus piernas ¿Qué podía hacer? ¿Por qué los dioses le estaban revelando aquellos sueños?
Lloró un poco más y tuvo un nuevo sueño.
Había oro por doquier, copas de oro a sus pies, personas corriendo y gritando, pasaban a través de ella como si no existiera, continuó caminando en aquel salón dorado y púrpura, ríos de sangre embarraban sus pies y ahí cerca del gran trono, lo encontró. Sus ojos sin vida la miraban, su boca abierta exhalaba auxilio, la sangre a su alrededor gritaba muerte, miró pero no había más, alzó la vista y en el trono estaba su cuerpo, su cuerpo sin cabeza... y despertó.
Si había alguien que moriría en esa desolación sería él, Balsasar, ella ya lo había soñado dos veces el mismo día. No podía entender lo que sentía por él, pero no podía dejar que muriera, debía advertirle.
***
Gadiel se debatía entre ir al palacio y contarle ella misma todo a Balsasar, o dejar que su padre interviniera por ella. Balsasar la conocía como su pariente y de pequeños él era atento con ella, siempre cuidándola, juntos aprendieron a cabalgar y usar la espada, pero ahora que su padre estaba ausente y él lo suplantaba en el trono, todo cambió. Era difícil hablar con él, siempre estaba rodeado de consejeros, hechiceros, todos sus grandes y cuando se divertía era grande el grupo de concubinas que lo rodeaban.
No se sentía capaz de ir al palacio y solicitar hablar con él. Debía contarle a su padre, él era un adivinador, los dioses se comunicaban con él, reconocería que ella decía la verdad.
—Padre, necesito hablar con usted. —Logró alcanzarlo a las afueras de su casa. Él no se vio muy contento pero se detuvo. —He tenido algunos sueños. —Habló bajo, con mucho miedo y evitando mirarlo a los ojos.
—¿Sueños?
—Sí. Una voz me ha hablado, dice que Babilonia será destruida, lo vi padre, lo vi y...
—¡Calla! —La jaló del brazo apartándola de la concurrida vía. —No blasfemes, los dioses no se comunican con las mujeres. —Gadiel no entendió el motivo de su gran molestia, pocas veces le habló con tanta ira.
—Pero lo vi, será destruida, hay que advertirle al rey, el príncipe...
—¡Calla! —Una cachetada hizo que Gadiel cayera. —Vuelve a casa y no salgas. No quiero volver a ver tu cara.
Nunca su padre le había pegado. Su mejilla retumbaba y unas lágrimas se resbalaron por ella. Una señora de vestimenta hebrea la ayudó a levantarse.
—Babilonia caerá, es la profecía —dijo a su oído la anciana. Gadiel reviró a mirarla con atención. Era hebrea y era inusual que estuviera hablándole, ellos eran sus esclavos y podía pagarlo con la muerte.
—¿Qué profecía? —preguntó. Se acomodaba el vestido para que no notaran que hablaba con ella.
—Isaías lo dijo hace muchos años. Babilonia caerá y nosotros seremos libres.
La anciana se fue y ella volvió a su casa. No sabía quién era Isaías, pero sí sabía que los hebreos confiaban mucho en sus profetas, aquellos que descifraban sueños ¿Podía ser ella una profeta? ¡No! En su reino no había profetas, solo hechiceros, adivinadores, sortílegos, no profetas. Istar, Marduk, Adad, Anu, Tamuz y Sin solo se comunicaban por medio de sueños con los reyes, para con el resto hablaban a través de las estrellas, de los agüeros, se necesitaba magia.
No debía salir pero ella necesitaba el perdón de los dioses. Corrió hacia el templo de Istar, le daría un buen sacrificio, necesitaba su perdón, ella estaba viendo lo que otros dioses querían.
***
Las fiestas parecían haber comenzado antes, toda Babilonia gritaba de alegría, cantaba y bailaba. El templo de Istar estaba lleno de mujeres muy adornadas que sonreían y acariciaban a los hombres. Ella entró y le costó encontrar un lugar en dónde poder rogarle a Istar.
El ruido era excesivo y tuvo ganas de gritar. Sus oídos se ensordecieron y una voz le habló de nuevo.
‹Ve a tú alrededor y entenderás›.
Vio y todo lo que era Babilonia, ahora, era horrible a sus ojos. Un hombre tenía a una pequeña sentada en sus piernas y la tocaba, unas mujeres un poco lejos de ella reían con ropas que no llegaban a tapar sus partes. Vino caía y se dispersaba por todo el suelo del templo de Istar. Salió y afuera nada mejoraba. Así siempre fue Babilonia, ella nunca fue así, no le gustaba pintar sus ojos, no usaba demasiados adornos, pero ese era su hogar, merecían tener una oportunidad.
Corrió de un templo a otro pero no lo soportó. Todo lo que siempre fue su vida ahora era inmundo a sus ojos. Un padre sacrificando a su hijo, un hombre arrancándole el corazón a otro, todos gritando de algarabía porque la voluntad de los dioses se estaba cumpliendo ¿Podía esa ser la voluntad de los dioses? ¿Ellos demandaban sangre?
Asqueada huyó hacia el norte. No supo lo mucho que caminó hasta que se topó con la parte este de las murallas. Estaba justo de frente a una de las ocho grandes puertas de bronce. Era la puerta de Adad, el dios de las tormentas. Un toro se encontraba dibujado en cada bloque. Subió a la cima de la muralla, un lugar en el que no debía estar y miró el desierto que se extendía frente a ellos. El río Eufrátes seguía su cauce perdiéndose muchas leguas más allá.
Allí en esa muralla, lo vio. Sus cabellos no eran largos como el de los babilonios, eran cortos y de color negro, sus ojos eran de un verde olivo que resaltaban con el negro alrededor de sus ojos, vestía como un guerrero, con su espada en la cintura y una gran armadura, un caballo blanco lo llevaba, y junto a él un ejército que sus ojos no alcanzaron a ver por completo.
‹¡Mira! Un pueblo viene desde el norte. Arco y jabalina manejan. Son crueles, y no mostrarán misericordia. El sonido de ellos es como el mar que está bullicioso, y montarán sobre caballos; dispuestos en orden como un solo hombre para guerra contra ti, oh Babilonia›.
—¡¿Por qué?! ¿Por qué piensas destruirnos? —gritó mirando al cielo—. ¿Por qué me dices todo esto? ¿Qué debo hacer? No puedo ir en contra de mis dioses ¿Eres el dios de los hebreos? ¿Les darás su liberación? ¿Piensas castigarnos por el dolor que hemos infringido a tu pueblo?
Cayó y pensó. Todo se le estaba siendo revelado a ella, una caldea, tal vez el dios de los hijos de Judá le estaba dando la oportunidad de encontrar la expiación de su pueblo. Si ellos se arrepentían entonces el Dios de los hijos de Israel los protegería del Rey Persa.
***
Tenía la esperanza de que Balsasar la escucharía, él era razonable y amable, o al menos así lo conocía. Llegó hasta el palacio del Rey y vio salir a Balsasar, se dirigía acompañado de una gran comitiva hacia el templo de Marduk, el cual se encontraba frente a su palacio. Su padre se encontraba entre sus grandes. Con su velo cubrió su rostro y se adentró en el templo, debía dejar el miedo atrás y advertirle.
—¡Señor! —llamó saliendo detrás de una de las columnas.
Balsasar reviró y toda su comitiva la observaba. Los guardias del rey la vigilaban atentos, su padre no la reconoció hasta que quitó el velo de su rostro.
—¡Gadiel! —exhaló con ternura. Ella no podía creer que se acordara de su nombre, hace casi un año que no hablaban. —Es bueno verte vieja amiga.
—Mi señor necesito hablar con usted —dijo con timidez escondiendo su rostro de los acompañantes del príncipe.
—Gadiel, vuelve a casa —intervino su padre interponiéndose entre ella y el príncipe.
—Lo siento padre el príncipe debe saber que...
—Vuelve a casa. —Presionando su brazo insistió.
—¿Qué debo saber? —preguntó Balsasar muy interesado.
—Lo siento mi señor, pero temo que mi hija no se encuentra bien. Debe volver a casa. —La empujó pero ella debía advertirle.
—¡No! —gritó, todos murmuraron y Balsasar no podía creer que osó a gritarle a su padre. Vofsí la soltó cuando sintió que su mano comenzó a quemarse. Abismado observó a su hija pero ella no parecía darse cuenta de lo que había hecho y él decidió esconder la quemadura de su mano para no delatar a su hija. —Necesita saber que Babilonia será destruida. —Pudo decirlo y sintió que logró su trabajo.
Las murmuraciones se hicieron mayores y Balsasar no sabía cómo reaccionar. La Gadiel que estaba frente a él era diferente, no era la pequeña temerosa que recordaba. ¡Babilonia destruida! ¿Cómo era eso posible?
—Tiene que creerme, señor. —Notó la incredulidad en la mirada de Balsasar, ella debía insistir. —Babilonia será destruida, lo dice la profecía, lo he visto, vendrá un rey del norte y será nuestro fin.
—¿A qué Dios adjudicas tal blasfemia? —Con determinación se acercó a ella y la garganta de Gadiel se secó. No podía aceptar que las palabras de ella fueran ciertas, no frente a tantos consejeros que disfrutarían de quitarle el trono —¿Acaso estás en contra de Marduk? ¿Vienes a su templo a decir que no nos protege? ¿Te atreves a insultarlo en su propio templo?
—No señor. Marduk se lo dirá, sus hechiceros y adivinadores verán la verdad. El fin se acerca y Marduk se los dirá.
Los guardias del rey la sujetaron. Balsasar la observó un poco más y finalmente reviró.
—Me temo que un mal espíritu se ha adueñado del alma de tu hija, querido tío.
—No, no es así. —Las lágrimas caían de sus ojos e intentó que los hombres la soltaran. No soportaba la mirada de decepción de Balsasar, nunca pensó ganarse una mirada igual.
—Veo buenas intenciones en ti Gadiel —exclamó bajo solo para que ella escuchara. Le daba dolor acusarla, pero si era el caso debía hacerlo. —Hechiceros, sortílegos, adivinadores. —Giró llamándolos. —Pregúntenle a Marduk cuál será nuestro futuro, de nuestro futuro dependerá el tuyo.
Miró a Gadiel y ella con lágrimas en los ojos sonrió. Estaba segura de que Marduk les revelaría la verdad, su padre vería la destrucción de Babilonia y entonces podrían arrepentirse.
Los hechiceros haciendo uso del incienso, mirra y ciertos conjuros comenzaron a hablar en el lenguaje prohibido a Marduk. Su padre junto con otros adivinadores, buscó agüeros en los hígados de cerdo que poseían. Ella cerró los ojos esperando que la verdad del futuro fuera develada.
—Marduk augura un gran y próspero futuro para usted alteza.
Eso no podía estar pasando. Agitada escuchó como uno por uno aseguró que Babilonia no corría peligro alguno. Marduk no estaba diciendo la verdad, o ellos no se estaban comunicando bien. Observó la estatua de Marduk y todo perdió significado para ella.
Balsasar la miró con dolor, pero nada podía hacer, debía castigar a la agitadora. Escucho despacio la orden del príncipe de que fuera llevada al calabozo, y todo en su cuerpo cambió, la voz en su cabeza se hizo fuerte, aquella voz iba dirigida no a ella sino al príncipe y ella solo sería el medio para que él lo escuchara.
—¡Insensato! ¿No viste a tu padre comer con las bestias y convertirse en una de ellas, cuando se dejó cegar por su soberbia? ¿No escuchaste cómo me glorificó, reconociéndome por encima de todos tus dioses? —Algo se había apoderado de ella y solo podía obedecerlo. Balsasar se quedó mudo, solo él y su madre sabían de la situación de su padre. Nabucodonosor no salía de su habitación porque había perdido la cordura, por eso él lo estaba reemplazando ¿Cómo podía ella saber eso? —Hay una espada contra los caldeos, y contra los habitantes de babilonia y contra sus príncipes y contra sus sabios. Hay una espada contra sus caballos y contra sus carros de guerra y contra toda la compañía mixta que se halla en medio de ella, y ciertamente se volverán mujeres. Porque es una tierra de imágenes esculpidas, y a causa de sus visiones aterradoras siguen obrando locamente, y nunca más se morará en ella, ni residirá en ella por generación tras generación. Tú por actuar tontamente verás su destrucción.
Volvió en sí cuando la voz salió de su cabeza. Balsasar la miró con odio, al igual que el resto de los presentes. Sudaba y de pronto no podía mantenerse en pie, todo comenzó a moverse y escuchó la orden de él muy lejos de ella.
—¡Azótenla en la plaza principal! con cincuenta latigazos le dará honor a su Dios, y mañana su cabeza será el platillo final para Marduk.
No tuvo tiempo de luchar o decir algo, fue jalada hacia la plaza. Las personas que por ahí se encontraban se aglomeraron para enterarse de qué ocurría, torpemente subió las escaleras y mientras la amarraban al bastión pudo ver a su padre ser uno de los tantos que promulgaban maldiciones para ella, escupían el suelo y la llamaban bruja. Más allá pudo verlo a él, escupía y la maldecía ¿Cómo podía él tratarla así? Fueron amigos desde niños y ahora dudaba de ella. Su corazón estaba roto y simplemente no le importaba nada.
Rompieron su vestido casi dejándola en la desnudes y el primer latigazo rompió la piel de su espalda, pero ella no lo sintió. Un golpe tras otro vino, pero ella no los sentía, lo veía a él, veía a ese rey del norte y él la veía a ella.
—No hay forma de cruzar las murallas de Babilonia —dijo él.
Estaban sentados sobre una gran roca desde la cual podían ver toda Babilonia. Ella tenía un vestido rojo, intentaba no perder de vista ni una sola esquina de Babilonia.
—Llegar a ti no será tan fácil. —Él sonrió y una extraña sensación recorrió los dedos de Gadiel.
—Si el río Eufrates se secara Babilonia sería tuya.
El sueño terminó y los soldados seguían azotando su cuerpo. Debía advertirles. Algo dentro de ella luchaba, pero ella debía hablar, todos tenían que enterarse de su horrible destino
—Huyan de en medio de Babilonia, y provea escape cada uno para su propia alma —gritó todo lo que el dolor le permitió y lo presentes comenzaron a murmurar horrorizados—. No vaya a dejarlos inanimados el error de ella, porque es el tiempo de la venganza. Él traerá la destrucción. Está contra ti, arruinadora de toda la tierra y te hará rodar de los peñascos y hará de ti una montaña acabada por quema. Y la gente no tomará de ti una piedra para fundamentos, porque yermos desolados hasta tiempo indefinido es lo que llegarás a ser. ¡Huyan! ¡Huyan!
Los guardias aguzaron sus golpes para intentar callarla, pero ella no sentía dolor.
El pueblo pedía su cabeza como pago por su desfachatez. Indignados se aglomeraron buscando acabar ellos con la vida de aquella profana. Otros tantos sintieron temor, y los hebreos se reunieron para celebrar que la profecía se cumpliría, por fin se cumpliría.
***
Su cuerpo no tenía fuerzas para moverse pero ella seguía sin sentir dolor. Se quedó acostada boca abajo en el piso de arcilla de aquel calabozo, escuchaba gritos de terror, lluvia de fuego caía del cielo, ríos de sangre mojaban sus pies, vasos de oro chocaban contra la estatua de Marduk. No tenía fuerzas para asustarse o llorar, solo dejó que los sueños vinieran a ella, ya que sería el sacrificio de Marduk al menos en sueños vería lo que sería de Babilonia.
De corazón deseaba que sus sueños no fueran ciertos. Ella moriría de eso no había duda, pero no quería ver a su pueblo destruido. Un sonido de panderetas vino a ella, una imagen de celebración y la voz.
‹Estarán bebiendo y comiendo, las mujeres siendo dadas en matrimonio, sus corazones se alborozaran por el exceso de vino y dirán "No hay nadie mayor que nosotros", entonces, destrucción repentina caerá sobre ellos›.
—¡Será mañana!
Podía ser el primer día de Nisannu o los diez días de celebración que le sobrepondrían. No había nada que pudiera hacer. Babilonia no buscaba arrepentimiento. Sentía una gran opresión en el pecho ¿Era amor lo que sentía por Balsasar? Ahora importaba menos que nunca, él la había sentenciado a muerte ¿Por qué los dioses le hicieron eso a ella? ¿Por qué no se comunicaron con el propio príncipe? Angustiada y cansada durmió, tal vez en sueños encontraría la salvación.
***
Caminaba con el mismo vestido rojo fuera de las murallas, él estaba a su lado, no llevaba su gran armadura, solo una túnica marrón y el estandarte de su reino en una pulsera en su mano.
—¿Por qué Babilonia? —preguntó.
—Es majestuosa. Mira sus murallas, sus palacios, mira su jardín. Es todo lo que un reino debe ser. —Pateó una roca que rebotó y se perdió en la inmensidad del desierto.
—¿Eso es todo? ¿Por eso la quieres? ¿Por gloria traerás dolor?
—Tal vez solo eso quiera, pero los dioses quieren algo más ¿No es nuestro destino? ¿Acaso no es el deber del imperio Medo-Persa derrotar a la gran ramera Babilonia? Tú lo has visto, tú lo sabes.
Gadiel no podía negar eso. Quería creer que las intenciones del dios de los hijos de Judá eran más nobles, que él buscaba venganza por lo que le habían hecho a su pueblo, pero que los dejara en manos de los persas era tan poco bondadoso.
—De todas formas sitiar Babilonia parece imposible. —El rey persa detuvo su paso y se sentó recostando su espalda en la muralla.
—El vino ciega la sensatez de los guerreros, en una noche de euforia hasta un niño podría acabar con el reino.
El Rey persa sonrió y ella despertó.
¿Por qué le mostraba al rey en sus sueños la forma de acabar con su pueblo? ¿De dónde salían esos pensamientos?
Perturbada esperó que el día llegara y que el Rey Persa se encontrara muy lejos de ahí.
***
Balsasar no podía dejar que Gadiel terminara agitando al pueblo. En la mañana era la gran celebración para Marduk, ahora él era el soberano de Babilonia y le debía demostrar a todos que nadie, podía injuriar a los dioses y seguir con vida. Turbado miró a su alrededor, todo el esplendor de su pueblo, recordó las palabras de Gadiel y un escalofrío recorrió su cuerpo, no podía dejar que esas dudas lo invadieran. Con rabia miró al cielo desafiando al dios de los hebreos.
—Tú verás la agonía de tu pueblo —expresó con desprecio.
Llamó a su consejero principal para darle la orden de que mataran a cualquier hebreo que se reusara a arrodillarse ante los pies de la estatua de Nabucodonosor.
—Mañana es la celebración del Año Nuevo mi señor. Es la gran celebración para Ishtar y Marduk. A Marduk no le gustará que se le moleste en vísperas a su celebración, deje que estos once días pasen y entonces demuéstrele a los hijos de Judá que son esclavos de Babilonia y seguirán siéndolo por mucho tiempo. Marduk ya aseguró que nuestra soberanía es eterna, ir contra ellos hoy sería desconfiar de su palabra.
Balsasar no tuvo nada que refutar. Aceptó el consejo y aun molesto fue a la habitación de su padre. Nabucodonosor estaba dormido parecía normal, pero siempre volvían aquellos momentos en los que hablaba sin sentido, en los que buscaba estar de nuevo con las bestias y renegaba de todos los dioses.
Esa noche Balsasar tuvo mucho miedo, pero no podía demostrarlo. Sus guardias trabajarían toda la noche y solo esperaba que nada ocurriera.
***
La mañana llegó y todos esperaban con ansías la celebración. Era el comienzo del nuevo destino dispuesto por Marduk. Todas las familias portaban sus mejores trajes y sus más costosas joyas. Sentían mucho temor debido a las declaraciones de aquella joven, pero ahora más que nunca debían cifrar su confianza en Marduk, debían darle honra con gran algarabía, así él impediría que las palabras de aquella bruja se hicieran realidad. Además la maldita ya estaba en manos del rey, pudriéndose en sus calabozos. Ishtar le daría su buen castigo.
Balsasar despertó tomando una buena porción de vino que calmara sus miedos internos, sus guardias en toda la noche no pudieron cumplir su comisión, así que todavía no estaba a salvo. Babilonia era grande y poderosa, nada ocurriría.
Fue vestido con la mejor túnica púrpura, y un cinto de rubíes ceñido a su cintura. Su turbante adornado de esmeraldas le daba más majestuosidad a su posición. Sus largos cabellos fueron perfectamente trenzados al igual que su barba la cual no era muy larga.
Sus consejeros lo esperaban en las puertas del palacio. Con una gran sonrisa saludó a todos con un gesto de su mano. Era la primera vez que él encabezaría la procesión del año nuevo.
La estatuta de Marduk fue dada a él y con orgullo la portó, la elevó por sobre su cabeza y miró al cielo, todos los babilonios exhalaron gritos de alegría y su marcha por la avenida procesional comenzó.
En medio de canciones y panderetas el pueblo lo acompañó por la imponente avenida. Estaba rodeada de grandes muros de ladrillos azules como el vidrio y de ciento veinte leones que los protegían hacia la puerta de Ishtar. La gran e imponente puerta estaba abierta esperando llevarlos hacia el santuario de Marduk a las afueras de Babilonia.
Balsasar no podía regocijar más su corazón, él era el nuevo soberano de la gran Babilonia, la "Señora de Reinos". Debía pensar que era invencible, pero para hacerlo más y más copas de vino entraron a su cuerpo.
El santuario de Marduk estaba adornado con columnas de oro, velas y flores de loto. A los pies de la gran estatua de Marduk una gran piedra ardiendo recibiría con agrado los sacrificios.
Con éxtasis cada babilonio entonaba sus cantos mientras el principal elevaba una oración a Marduk, el incienso cegó sus corazones y los sacrificios comenzaron. Cincuenta niños esperaron su destino.
***
Gadiel sentía el ardor en su espalda. La sangre ya se había secado, pero ahora sí podía sentir el fuerte dolor. Tenía mucho frío pero estaba caliente al mismo tiempo, sudaba y se aferraba a las paredes de arcilla intentando hundir sus dedos en ellas para suprimir su dolor.
Por una pequeña ventana muy arriba de ella entraban los rayos del sol, podía sentir el agite de la ciudad por la celebración que avecinaba.
El toque de los cuernos le indicó que el Rey o tal vez el príncipe ya había tomado la estatua de Marduk y la celebración comenzaba. A sus oídos llegaron todos los cantos, aunque se encontraba muy lejos del santuario, las risas y gritos frenéticos retumbaron en las paredes de su calabozo.
Escuchó otros gritos, unos más atroces, unos que imploraban piedad, unos gritos de voces pequeñas que no querían su destino. Tuvo que tapar sus oídos para olvidar aquellos gritos ¿Cómo no había notado antes la barbarie en la cual vivía?
Los niños rogaban vida, pero la multitud demandaba muerte. Y así a lo largo del día ciento veinte corazones fueron extraídos de aquellos pequeños cuerpos. Marduk estaría complacido de las nuevas vidas que se les ofreció, habría larga vida para Marduk y el reino que protegía.
***
Balsasar con el vino escurriendo de su barba agitaba a las masas para que continuaran alborozándose de los sacrificios que se llevaban a cabo. Todos con los ojos al cielo poseídos por un espíritu más allá de lo normal, cantaban y gritaban demandando más sangre.
Un corazón, tras otro ardía en la piedra angular y su sangre se evaporaba hacia Marduk como una clase de magia. Doscientas ovejas también fueron dadas en sacrificio, de las cuales extrajeron sus hígados para que los adivinadores pudieran leer los destinos.
Fueron incontables los barriles de vino que el pueblo consumió. Comieron, rieron y bailaron, y toda babilonia se sumió en el humo del incienso que enloqueció más sus mentes.
Era el día con más trabajo para los adivinadores, y en sus puestos dentro del palacio buscaban agüeros en los hígados sin descanso. Hay quienes tendrían vidas prosperas, para otros lo que veían no era alentador, aquellos poco afortunados preferían mejor acabar de una vez con sus vidas y se lanzaban desde lo alto de las murallas pidiendo su expiación.
Balsasar reservó la lectura de su destino para la noche, no tenía prisa en conocerlo. El licor apaciguó sus miedos, y él junto con toda su corte se olvidaron de un asunto esencial.
***
Ningún sueño volvió a ella, pero sus propias pesadillas no la dejaban tranquila. Los gritos de los niños se repetían en su mente. Y no solo lo de esos niños, sino los de todos a los que a lo largo de su vida vio morir, una de sus hermanas acabó de esa forma, pudo verse a ella misma gritar de emoción esperando que le sacaran el corazón, se detuvo a ver el miedo en los ojos de su pequeña hermana, los gritos de ayuda y finalmente su vista sin vida.
Se odió y maldijo a los dioses por obligarla a hacer eso.
Imágenes extrañas vinieron a su mente cuando abrió sus ojos y notó que era de noche. Sus pies y su vestido estaban mojados, sus sandalias tenían pantano, sentía que su cuerpo quemaba y no lograba entender nada.
Recordó que ya pronto su muerte estaba cerca, ella era el sacrificio especial para Marduk según las palabras de Balsasar, pero por primera vez en su vida no tuvo miedo de morir, incluso quería hacerlo. Solía pensar al igual que su pueblo, que al morir iría a un lugar de tormento, solo los guerreros iban a otro lado a seguir con sus victorias, pero ahora que su fe estaba pérdida, la muerte solo era una salvación, tal vez una entrada a una nueva vida, o un pase al olvido, solo quería que su mente fuera limpia, quería olvidar.
***
La fiesta en el palacio comenzó y Balsasar reía sin parar. Sus concubinas lo rodeaban y sus generales disfrutaban de la compañía de esas hermosas damas desnudas que les brindaban diversión.
Era su primera celebración para Marduk y Él merecía lo mejor.
—Ustedes —gritó a uno de sus sirvientes—. Traigan los vasos de oro que Nabucodonosor, mi padre, trajo del templo de Jerusalén. Tráiganlos y bebamos de los vasos sagrados que pertenecían al "Dios Todopoderoso" que vea cómo bebemos y profanamos aquello que era santo.
Sus grandes y sus concubinas rieron burlones y las copas fueron traídas y bebieron e hicieron actos obscenos con ellos, repitiendo que estaban profanando lo santo.
De pronto Balsasar recordó que se estaba olvidando del platillo principal para Marduk.
***
Los hombres llegaron y con burlas jalaron a Gadiel. Ella no opuso resistencia el miedo se había ido de ella. Pudo ver la amplia noche y las estrellas sobre ella, pasó por encima del puente sobre el río Éufrates y estiró su cabeza para verlo, su corazón se agitó al notar el poco caudal de agua que había.
‹Su río se secará›
‹ Si el río Eufrates se secara Babilonia sería tuya›
Las palabras de Él y las de ella vinieron a su mente y turbada entró al salón del palacio. Todos estaban fuera de sí, la comida, copas y vino se encontraban derramados por el suelo. Algunas mujeres desnudas se quedaron mirándola y haciéndole extrañas proposiciones con sus miradas.
—Aquí está la profeta —Mofándose la señaló y ordenó que la llevaran hacia él.
El vestido de Gadiel estaba hecho girones y sus senos a duras penas eran cubiertos. Balsasar la miró con deseo y Gadiel no podía asimilar en la clase de hombre que él se había convertido, estaba destruyendo todo lo que él significó para ella.
—Marduk no puedes negar que te estoy dando un excelente sacrificio, una buena virgen para ti ¿Qué me darás a cambio? ¡Tío! —llamó.
Vofsí, su padre salió detrás de una columna. Ella nerviosa observó su mirada de odio.
—¿Cuál es el destino que Marduk tiene para mí? Tu propio padre te mostrará tú error. ¡Vamos! Tío, dime mi destino.
A Vofsí le fue entregado el hígado del sacrificio del príncipe y comenzó a inspeccionarlo. Balsasar tomó por la mano a Gadiel y a fuerzas la sentó sobre él. Con sus manos comenzó a tocar sus senos y ella se retorció buscando liberarse, pero él la sujetó con fuerza. Sentía sus manos tocarla pero no le era grato, sentía asco, comenzó a odiarlo, a él y a su padre, a todos los que la miraban con lujuria y se burlaban de ella.
—¡Quieta! Si tu Dios no quiere que te toque, entonces, te salvará ¿No es cierto?
Ella lloraba mientras sentía la boca de Balsasar morder sus senos. Intentaba liberarse pero un golpe y otro la mantenían ahí a su disposición. Su padre no parecía inmutarse ante lo que estaba pasando y seguía con su labor.
—Tu reinado trascenderá las murallas de la muerte y tu linaje no tendrá fin. Conquistarás y serás el gran soberano de todos los reinos, no existirá guerrero como tú, oh gran Balsasar.
Esas fueron las palabras de su padre y todos aplaudieron con alegría.
—Lo ves, tú Dios se ha equivocado.
Jaló de los cabellos a Gadiel bajándola de sus pies y haciendo que se arrodillara a su lado.
—Un gran sacrificio te doy Marduk. Solo deja que la arregle para ti. Corten sus pies para que no escape de tu santuario, corten su lengua para que no pueda seguir blasfemando, arranquen sus ojos para que no vea mentiras y por último arranquen su corazón contaminado con las enseñanzas de un Dios que no existe.
Él tomó el rostro de Gadiel y sacó su daga con la que amenazaba que abriera su boca. Ella se retorcía y con sus manos intentó liberarse. De inmediato unos hombres la sujetaron a la vez que otros llegaron con sus espadas para arrancarle los pies.
Balsasar presionó su mandíbula hasta que por causa del dolor abrió su boca y sujetó su lengua. Gadiel lloraba y desesperada rogaba que todo acabara. Los hombres comenzaron a besar sus pies antes de cortárselos y el príncipe se divertía con sujetar su lengua, sintió la fría hoja de la daga y entonces un puño sin mano golpeó la cara del príncipe devolviéndolo a su trono.
Las canciones de detuvieron y los gritos antecedieron a la mano brillante que escribía algo en la pared al lado del trono.
Era una mano humana con un gran resplandor alrededor. Era una mano sin brazo, solo una mano escribiendo con un cincel de fuego, y las palabras quedaron flameantes y la mano desapareció junto con un estruendo en el cielo.
El temor se apoderó de todos y asustados observaban la inscripción y a su príncipe. La expresión de Balsasar se cambió y sus pensamientos comenzaron a asustarlo. Las coyunturas de sus caderas se aflojaron y sus rodillas daban una contra otra.
—¡Traigan a los sortílegos, los caldeos y los astrólogos! —gritó— A cualquier hombre que lea esta escritura y me muestre su interpretación misma, con púrpura será vestido, con un collar alrededor de su cuello, y como tercero en el reino gobernará.
Sus sabios corrieron a buscar a sus adivinadores y todos observaban la escritura. Gadiel se incorporó un poco para leerla y el corazón se subió a su garganta. Balsasar notó el cambio en su expresión, pero esperaría que sus sabios leyeran la escritura.
Pero nadie pudo hacerlo.
Aquella voz entró de nuevo en el cuerpo de Gadiel y habló.
—¡Balsasar! Contra el señor de los cielos te ensalzaste, y trajeron ante ti hasta los vasos de su casa, y tú mismo, tus grandes y tus concubinas han estado bebiendo vino de ellos, y has alabado a meros dioses de plata y oro, que nada contemplan y nada oyen y nada saben, pero en cuanto al Dios en cuya mano tu aliento está, no has glorificado. Y esta es la escritura que se inscribió "MENÉ, MENÉ, TEQUEL y PARSÍN". MENÉ, Dios ha numerado los días de tu reino y lo ha terminado; TEQUEL, has sido pesado en la balanza y has sido hallado deficiente; PARSÍN, tu reino ha sido dividido y dado a los medos y los persas.
Todos exhalaron gritos de angustia y la ira en los ojos de Balsasar aumentó.
—¡Mátenla!
Gritó, pero más poderoso que su grito fue el estruendo que estremeció los cimientos del palacio. Fuego es lo que pudieron ver y las puertas del salón fueron derribadas dando paso a los fieros guerreros persas.
Todos corrían buscando vida, pero aquellos guerreros con sus espadas se las arrancaban sin piedad.
La mano flameante volvió a aparecer, primero tomó al padre de Gadiel del cuello, un poderoso rayo atravesó el palacio creando una gran llama en el medio del salón, ahí la mano arrojó a Vofsí. Gadiel horrorizada observó como su padre ardía en llamas, sus amargos gritos retumbaron en sus oídos, pero ella no podía hacer nada.
Espadas se penetraban en cada cuerpo babilonio, las concubinas corrían con terror, pero los persas no tenían compasión, cabezas y más cabezas comenzaron a ocupar el lustroso piso del palacio.
Los guerreros Persas salían del Éufrates y arremetían con todos cuanto podían. Ni un solo guerrero Babilonio les mostró resistencia, a duras penas y podían mantenerse en pie y como en un sueño sus vidas fueron arrancadas.
Reviró y Balsasar intentaba huir del salón por una puerta secreta detrás de su trono. La mano volvió aparecer y no dejaría ir al príncipe, de un golpe alejó el gran trono de oro, dejando al descubierto a un angustiado Balsasar. Lo tomó de sus cabellos y él gritó. La mano lo hizo girar para que observara lo que había creado. Balsasar llorando observó que todo era muerte y afuera unas grandes bolas de fuego caían del cielo.
‹Así sabrás que a causa de mí hoy morirás›
Dijo una voz proveniente de la mano y Gadiel gritó. Pese a todo no deseaba que muriera, debía hacer algo, pero sentía que había una gran pared deteniéndola.
—¡No! ¡No! —gritó el príncipe con amargura— ¡No lo hagas! ¡Gadiel, no!
La mano clavó una espada en su estómago, ahogando el grito de súplica del príncipe. Gadiel cayó al suelo arrodillada, las lágrimas se resbalaban de sus ojos, todo tenía que ser una pesadilla.
Balsasar buscaba respirar, su boca exigía aire y quería gritar. La espada en su estómago le estaba robando la vida, pero aún podía ver, oír, aunque lentamente todo se estaba yendo.
En medio de todos los gritos uno pasos llamaron la atención de Gadiel, consternada reviró y vio al rey de sus sueños. Era él, con su piel morena, sus ojos verdes su gran imponencia. Riendo caminó lentamente, abriéndose paso entre los cuerpos muertos y llegando a pararse en frente del príncipe.
***
Balsasar con lo poco que le quedaba de vida divisó al rey. Ciro era más joven de lo que pensaba, su arco guindaba de su mano y con prepotencia se paró frente a él y arrancó la espada que lo atravesaba. Balsasar reprimió un grito y lo miró.
—Pobre Balsasar, su nombre aún no ha tenido la dicha de ser escrito en una roca, no hay edificación o victoria para el príncipe Balsasar, solo el hijo mayor de un gran rey que ha perdido la cordura. Gracias por servirme a Babilonia en bandeja de plata.
—Te maldigo asqueroso Rey Persa. Nunca tu reino tendrá la majestuosidad de Babilonia —escupió. Su boca derramaba la sangre de sus entrañas.
—No la necesito, ya te la robé.
Ciro era un hombre preciso, no le gustaba estar con rodeos. Tomó su espada y sin que Balsasar lo previera cortó su cabeza. La cabeza de Balsasar rodó por las escaleras, hasta detenerse en las copas de vino que usó un tiempo antes.
Gadiel recordó el sueño. Ya había visto eso, las copas, la sangre, la cabeza sin vida de Balsasar. Todo se estaba cumpliendo.
—¡Babilonia es nuestra, señores!
Gritó Ciro y sus soldados lo apoyaron. Gadiel con gran odio alzó a mirar la satisfacción en los ojos de Ciro ¿Cómo podían celebrar tal masacre?
Ciro desvió ahora su atención a la mano flameante a su lado. La estrechó con gran alegría y agradecimiento. Gadiel se extrañó que la mano no lo quemara, siguió observando y la mano comenzó a tener brazo, luego torso y continuó formándose un cuerpo. Ciro le agradecía a... ¡Ella! ¿Era ella?
‹No tengo como agradecerte, sin ti nunca habría ganado›
Escuchó la voz de Ciro en su oído, él le estaba hablando a la mujer de la mano, la que estaba a distancia de ella, pero ella escuchó su voz ahí en su oído. Comenzó a asustarse, no entendía nada y la otra voz le habló.
‹Huye›
Corrió y ella que no era muy conocedora del palacio, de pronto sabía los lugares por los cuales debía ir. Salió y una gran bola de fuego cayó sobre el Zigurat. La gran pirámide ardió en llamas, aquella que los hebreos conocían como la torre de Babel por fin estaba destruida.
Se quedó un momento de pie observando y sus ojos ardían en llamas.
‹Por los jardines podrás huir›
Los grandes jardines colgantes se encontraban frente a ella. Corrió esperando encontrar otra salida de la parte oriental.
***
El Rey Nabucodonosor despertó para ver la ruina en la que se había convertido su reino. Extendió sus manos al cielo y exclamó una plegaria antes de clavar su espada en su estómago. No volvería a haber un rey babilonio en Babilonia.
La reina y doncellas intentaron escapar por los pasadizos secretos pero fueron detenidas. Otros tantos quisieron escapar por el río Éufrates pero este estaba seco.
Cada uno de los grandes fieles de Nabucodonosor fueron asesinados y sus cabezas clavadas en lanzas que demostraban la dominación del imperio. Solo un lugar los persas no tocaron, no tenían órdenes de hacerlo.
***
¿Qué podía hacer Gadiel? Recordó la profecía, la razón por la cual Babilonia cayó ante los medos y los persas. Él estaba liberando a su pueblo, debía llegar hasta la aldea de los hebreos, tal vez ellos la acogieran y entonces viviría, ella podía tomar su religión ¿Acaso su Dios no hablaba ahora con ella?
Subió varios escalones de los jardines colgantes, una vez que estuvo arriba reviró para ver lo que dejaba atrás.
Toda Babilonia estaba sumida en llamas, sus gritos ahora no eran de alegría y desenfreno, sino de horror. Los persas no dejaban nada a su paso, hombres, mujeres y niños era atravesados por las fieras espadas persas. Las ocho puertas de Babilonia se abrieron, dando paso por completo al ejército Medo – Persa.
De pronto rayos provenientes del cielo chocaron con los cincuenta templos. El ruido era ensordecedor y como si de arena estuvieran construidos, los templos se volvieron polvo. No había duda, era una venganza divina.
Con lágrimas en los ojos vio las grandes estatuas de Ishtar y Marduk caer, toda su vida dependió de ellos y ahora veía como no eran capaces de mantenerse con vida ellos mismos.
La voz la siguió guiando hacia su escape, pero solo llegó a un gran precipicio, era la parte final más alta de los jardines colgantes. Solo vacío había frente a ella. Reviró hacia todas direcciones esperando que algún dios se le apareciera brindándole la salida, o que la voz volviera a hablarle. Escuchó unos pasos que se acercaban y aunque no podía verlo, sabía que era Ciro el que la venía persiguiendo.
De pronto a su mente volvió la imagen de Ciro estrechando su mano flameante y un grito hizo eco en las paredes de su mente.
—¡Gadiel! ¡No!
¿Por qué Balsasar le había rogado? Era aquella mano sin cuerpo la que lo estaba matando ¿Por qué gritó su nombre? De pronto más recuerdos vinieron a ella.
—¡Yo desvié el cauce del río Éufrates! —exhaló.
Asustada cayó al suelo.
Era ella esa noche saliendo de Babilonia por la puerta de Ishtar. Unos guardias fueron a detenerla pero ella con un movimiento de sus manos los hizo volar hasta chocar con la muralla. Caminó por el desierto hasta que dejó de ver Babilonia y ahí con las manos al cielo, la luz de la luna rompió el cauce del río Eufrates en tres caudales. Aquella voz le decía lo que debía hacer y decir, y ella lo hizo.
Recordó mucho más atrás, cuando entró a la habitación de Nabucodonosor y le dijo que comería con las bestias debido a su soberbia. El rey que la conocía desde niña intentó calmarla y la trato con cariño, pero ella puso sus manos en la cabeza del rey y robó toda lucidez en él. Salió de ahí y todos sus recuerdos se borraron, convirtiendo sus acciones en sueños, pesadillas que atormentaban sus noches.
¿Quién era ese Dios que la había obligado a hacer todas esas cosas?
Ahora a su mente vio con claridad lo que hizo el último día.
Aquella voz en su cabeza le decía que debía callar, nadie tenía que enterarse de la destrucción de Babilonia, era su deber llevar a cabo el cumplimiento de la profecía. Pero ella no podía, era su pueblo, debía advertirles. Logró llegar hasta Balsasar y le contó la verdad y ahí aquella otra voz cegó su mente. Balsasar no la condenó, no preguntó a los dioses, intentó ayudarla pero ya ella no era Gadiel.
Quemó las manos de aquellos que quisieron sujetarla, con un fuerte gritó derrumbó la estatua de Marduk. Ese ser dentro de ella solo buscó salir del templo para refugiarse en algún lugar seguro hasta que llegara la noche y poder continuar con la conquista, pero Gadiel debía advertirles, le gritó al pueblo lo que sucedería, y el pueblo quiso matarla, entonces el ser se defendió y rayos salieron de ella en contra de sus opresores.
Corrió y se escondió hasta que llegó la noche. Desvió las aguas del Éufrates y esperó.
Tuvo esa guerra constante de lo que debía hacer, pero la voz le mostró la crueldad de su pueblo, retumbó en sus oídos los gritos de todos esos niños y sobretodo repetía los gritos de aquella hermana que perdió como sacrificio. Sus ganas de luchar por su pueblo se apagaron y salió de su cuerpo, dejando que el ser actuara.
Entró a la fiesta tumbando las puertas ocasionando un gran silencio. Todos estaban tan borrachos que no la atacaron. Al ver a Balsasar sus ganas de luchar por Babilonia volvieron, pero entonces el ser le hizo ver y oír cosas que no estaban pasando.
—¡Gadiel! ¡Detente! —gritó Balsasar. La miraba con miedo pero a la vez con ganas de ayudarla. Con sus ojos les hizo seña a sus hechiceros para que practicaran algún exorcismo. —Pídele a tu dios que nos perdone. Nos arrepentiremos, lo haremos. —Pero aquello no era cierto, él no podía doblegarse ante un dios extranjero. —Ensalzaremos a tu Dios y nos vestiremos de saco.
La Gadiel de verdad no se inmutó, ella no estaba viendo los ojos de Balsasar, ella estaba viviendo lo que aquel ser puso en su mente. Así que sin luchar dejó que el ser se apoderara de ella por completo y realizara su cometido.
El ser rio con sonora burla, miró con fuego en sus ojos a los hechiceros que con sus emblemas se acercaban y riendo presionó sus cuellos con solo mirarlos. Cayeron muertos y Balsasar aterrado volvió a sentarse en el trono. Los presentes gritaban e intentaban escapar pero Gadiel cerró todas las puertas, todos debían ver lo que el Dios de los hebreos era capaz de hacer. Con su puño golpeó a Balsasar hundiéndolo más en su lustroso trono de oro.
—¡Inmundo Babilonio! Te di una y otra oportunidad ¿No vinieron a ti fieles profetas? ¿No rogaron tu compasión? ¿Tú propio padre no pidió la liberación de mi pueblo? Pero tu corazón testarudo se reusó. Contra el señor de los cielos te ensalzaste, y trajeron ante ti hasta los vasos de mi casa, y tú mismo, tus grandes y tus concubinas han estado bebiendo vino de ellos.
Alterada y llena de ira varios rayos de blanca luz salieron de ella. Golpearon contra las columnas debilitándolas y entonces con su mano flameante escribió en la pared. "MENÉ, MENÉ, TEQUEL y PARSÍN".
De inmediato abrió las puertas del salón y aquel fiero ejército que esperaba entró.
Con satisfacción vio todo lo que había logrado y era bueno. Observó a su padre queriendo escapar y recordó los gritos malditos hacia ella.
Vofsí sintió su mirada, sus piernas temblaron y su corazón se agitó. Tieso se quedó observándola, esperaba recibir piedad.
—Gadiel soy tu padre, por favor, escapemos, salgamos de todo esto.
—¡Escapar! ¿Acaso de ser posible no arrancarías mi corazón? ¿No me dejaste a la deriva como a una prostituta? Querido padre tú serás el sacrificio especial de Ishtar, la diosa que tanto amas, que ella te dé un lugar en su reino de lujuria.
—¡No! ¡Gadiel! ¡No!
Vofsí sintió aquella mano presionando su cuello, el fuego se encendió frente a él y con amargos gritos vio los ojos de su hija antes de sentir las calientes llamas que lo consumirían. Gritó, rogó, y finalmente las llamas quemaron su corazón, sellando el fin de Vofsí hijo de Nabopolasar.
Su corazón se llenó de regocijo con cada grito de su padre, pero eso no bastaba. Miró a Balsasar intentando escapar, se dirigió hacia él e hizo pedazos la silla de oro. Con gran satisfacción tomó sus cabellos.
—Gadiel tú no eres así, eres buena y servicial. Solías ser mi amiga y sé que todavía estás ahí. Recuérdame, recuérdame.
—Recuerdo, recuerdo a un príncipe que al alcanzar el trono olvidó quien era. Recuerdo a un joven que se cegó ante el poder y ya no bajaba su mirada a ver a sus súbditos. Ese es mi recuerdo de ti. Mira. —Aun sujetando sus cabellos lo hizo girar para que viera todo a su alrededor. —Así sabrás que a causa de mí hoy morirás.
—¡No! ¡Gadiel reacciona! ¡Gadiel, no!
Ella cayó sus gritos atravesándolo con la espada y nunca se sintió tan bien en su vida.
—¡Yo acabé con todo! —Se lamentó en voz alta y su llanto se hizo abundante.
¿Cómo dejó dominarse por aquel ser? Acabo con la vida de dos seres que amaban y con la de todo un pueblo. A causa de ella Babilonia era citiada y no podía sentir que había hecho bien.
Ciro ya estaba detrás de ella acercándose cada vez más. Ella miró el fuego allá en Babilonia, lloró con desesperanza, no había nada más desolado que su alma.
‹Frente a ti está tu salvación›
Miró y entendió. No había más salvación que esa y aun así dudó.
—¿Por qué huiste? —preguntó Ciro. —Tenemos que celebrar que Babilonia ha caído.
—¡No tengo nada que celebrar! Este era mi pueblo ¿Por qué? ¿Por qué a mí? ¿Qué Dios me hizo hacer esto? ¡Exijo que me digas tu nombre! —Golpeó con fuerza la tierra debajo de ella y gritó mirando al cielo.
—Tú me guiaste hasta acá. Estuviste en mis sueños cada noche, esto debía pasar, es la profecía ¿Acaso no te diste cuenta de la barbarie de tu pueblo?
—¿Los Medos y los Persas no lo son? ¿Cómo pude hacer todo lo que hice?
—Eres la elegida, no sé por qué, pero fuiste la elegida. Babilonia no volverá a existir y...
—¡Babilonia no volverá a existir y es mi culpa! —gritó.
—Es lo que debía ser, es lo que los dioses eligieron. Casi perdimos por tu culpa, por tu insistencia en advertirles ¿Qué te pasó? ¿Te compadeces de ellos? ¿No has notado todas las muertes que han creado? No por nada Babilonia era la "Señora de Reinos" "El reino del derramamiento de sangre" ¿Crees que Balsasar sería un buen rey? No alcanzó a ponerse la corona y ya había ordenado la muerte de los hebreos. El número de sus concubinas aumentó, apoderándose de cuanta doncella quería. Tú me mostraste eso, me lo dijiste en sueños, gracias a ti lo vi ¿Ahora te arrepientes?
—Yo no debía hacerlo, soy de Babilonia igual que ellos. —Su corazón se oprimía y la voz le repetía que buscara su única salida.
—No eras igual que ellos, por eso te eligieron. Yo puedo ver tu buen corazón, te conozco he estado en tu mente, pero a veces hay que ser malos en la búsqueda de un bien mayor.
‹Busca la salida›
La voz seguía insistiendo en que mirara al vacío y Ciro se acercó más.
—Ven, necesitas descansar.
—¡No! —Se alejó un poco. —No puedo seguir viviendo, no con el peso que cargo encima. Mi única salvación es la muerte.
—¿Qué dices? Gadiel, ven.
La voz gritaba que se lanzara al vacío, pero él tomó su mano. La tomó y la presionó tan fuerte que Gadiel exhaló un grito. No entendía por qué la voz no salía de su boca y sus manos no se movían para alejar al rey de ella. Él la acercó más y con su otra mano tocó su cabeza.
—Descansa Gadiel —susurró a su oído y ella cayó desmayada.
Ciro la llevó hasta uno de los aposentos y la dejó descansar. Observó lo bella que era, pero más aun lo que significaba para él. No podría dejarla ir.
***
Cansado, pero feliz Ciro le dio la bienvenida a un nuevo día en Babilonia. Con su caballo recorrió sus desoladas calles, estaban atestadas de cuerpos por doquier. Aquellos que permanecían con vida se escondían esperando no recibir el mismo destino que el resto. Otros salían con las manos en alto jurando devoción al nuevo rey y repudiando a sus dioses.
Finalmente Ciro llegó al lugar dónde la destrucción no había alcanzado. Se ordenó a los hebreos salir de sus casas y presentarse ante el nuevo Rey. Él tenía una obligación para con ellos, así que la cumplió.
—¡Vayan! Vuelvan a Jerusalén y reconstruyan el templo. Su Dios los ha liberado.
Los hijos de Judá con entusiasmo juntaron sus cosas dispuestos a volver a su tierra. Para ellos Ciro era su salvador, el gran misericordioso que le estaba dando los medios para dejar de ser unos exiliados. Por fin la profecía dicha doscientos años atrás se estaba cumpliendo. Ciro era el elegido.
***
Gadiel despertó en aquel aposento, era un lujoso lugar, quizás pertenecía a una princesa o a la misma reina. Una sirvienta babilonia entró para ayudarla a bañarse y vestirse, y ella no hacía más que decir que no podía estar ahí, pero nadie la escuchaba.
Recordó cada sueño y todas las conversaciones con el rey persa. A parte de Babilonia ella en sueños le había dicho la forma de conquistar Lidia. ¿Por qué fue ella el medio para ayudar a ese rey?
Durante todo el día buscó la forma de acabar con su vida, no podía aguantar los gritos que hacían eco en su cabeza. Pero no la dejaban salir y dentro no había nada con lo que pudiera matarse, ya no tenía esa fuerza extraña que los días anteriores la acompañó y le hizo hacer todo lo que hizo, volvió a ser la delicada Gadiel, la pobre doncella incapaz de hacer nada indebido.
Una idea volvió a cruzar por su mente, si fue usada por el dios de los hebreos, entonces tal vez ayudándolos a construir su templo, convirtiéndose en uno de ellos, encontraría la paz ¿Pero de verdad quería servir a ese Dios?
***
A la noche la llevaron al comedor a comer con el rey. Aún los cuerpos no habían sido quitados del todo y el olor a sangre era prominente en toda Babilonia.
—Qué bueno verte con bien. Eres mi invitada de honor. Nunca tendré cómo agradecerte todo.
—Señor, no hay nada que agradecer, no lo hice conscientemente. Sin embargo, si se siente en deuda, déjeme ir con los hebreos, siento que es mi camino acompañarlos y ayudarlos en la reconstrucción del templo.
—Siento que te complaceré en otra petición, pero no te irás de mi lado.
—No entiendo. —Su corazón se alteró y los peores pensamientos llegaron a su mente.
—Gracias a ti he ganado y no pienso dejarte ir. —Gadiel comenzó a agitarse y el aire escaseó en sus pulmones, él no podía hacerla su prisionera. —Serás tratada como reina y señora, me acompañaras a cada batalla, necesito de tus poderes, de tu sabiduría.
—No entiende. No he sido yo. Él, el Dios al cual no conozco me usó, pero ya no hay nada más que pueda ofrecerle rey. Por favor libéreme.
—¡No! ¡Tú eres mi futuro! Me guiarás hacia la victoria en cada batalla ¡Lo harás! Porque no hay otra salida.
—¡De mi boca no saldrá palabra! —gritó, que la mataran ahí mismo si era necesario, eso era lo que quería.
—No hace falta, solo necesito tus sueños.
La arrastraron de nuevo a la habitación y amarraron sus manos con grilletes. Lloró y lloró y maldijo el momento en que esa voz comenzó a hablarle ¿Qué había hecho ella para merecer tal castigo?
***
Mas noche Ciro entró a su habitación, había tomado excesivo vino, celebrando su victoria. Ella intentó retroceder pero sus amarres no la dejaban avanzar más.
—No deberías estar así. Si quisieras no estarías amarrada sino siendo ensalzada.
—¡Por favor! Déjeme ir.
—Eso no será, eres mi profeta. Una flor tan hermosa no debería llorar. Tú y yo somos uno, eso querían los dioses.
Arrancó su vestido y sin importarle sus ruegos y quejidos la tomó esa noche.
***
Gadiel vio su vida pasar ante sus ojos. Ella lo guiaría a cada victoria, el mundo lo alabaría, pero ella solo se hundiría en la oscuridad de ese ser que la poseía. Ya ni siquiera tenía fuerzas para llorar.
‹Del polvo eres y al polvo volverás, un rayo de poder y el imperio caerá›
Una nueva profecía vino a su mente, observó a Ciro a su lado desmayado por el exceso de Vino y esperó que él no lo hubiera visto.
La mañana llegó y él parecía tranquilo. La miró e insistió en que no tuviera miedo.
—No lo tengo —dijo serena—. Debemos ir a los jardines colgantes. Unos rebeldes se organizan para atacarte ¿No lo viste?
Ciro la observó detenidamente pero sentía que decía la verdad. No había visto nada en sueños pero siempre que tomaba mucho los sueños se nublaban.
—Vayamos.
No tuvo miedo de dejarla salir, ella no podría escapar, además sentía que estaba apoyándolo, durante todos esos años lo hizo, tal vez su parte buena por fin había sido consumida.
Llegaron al mismo lugar dónde estuvo en la noche, dos docenas de soldados los acompañaban.
—¿Y bien?
Gadiel esperó. Rogaba que la voz cumpliera su promesa y de pronto lo sintió dentro de ella.
‹El rey Persa morirá a mano de un mujer caldea y su imperio se derrumbará como una pila de polvo expelida por el viento›
Con un movimiento de su mano inmovilizó a los soldados y el pavor se hizo presente en los ojos de Ciro. Sacó su espada pero ella la rompió en mil pedazos. Con el mismo fuego en sus ojos tomó su cuello y lo elevó del suelo. El rey persa moriría. Presionó más y él se revolvía, pero algo vino a su mente.
Ciro merecía morir de eso no había duda, pero ella no quería seguir los mandatos de ese dios, no volvería a cumplir su voluntad, ella no lo adoraba y no sería instrumento de sus propósitos. Ciro merecía morir y presentía que lo haría, sufriría, pero no por manos de ella, no podía seguir con eso.
—Estaba escrito que Babilonia sería destruida y nadie colocaría en ella piedra de fundamento, para siempre en la desolación quedará. Babilonia no será tuya, ni de nadie, en polvo quedará sumergida hasta tiempos indefinidos.
Lanzó a Ciro lejos de Babilonia, cayó en las blancas arenas del desierto sin entender cómo seguía con vida.
—No cumpliré tu voluntad. Al menos no toda.
Con las dos manos golpeó la tierra a sus pies y la misma se estremeció. La tierra comenzó a temblar como nunca lo había hecho, sección tras sección de los jardines colgantes comenzaron a caerse, las columnas del palacio cedieron y se vino abajo con gran estruendo.
Gadiel observó como todo a su alrededor se convertía en arena y nada quedaba de la gran Babilonia, el piso en el cual estaba de pie se vino abajo, por aquel precipicio que era su salvación, comenzó a caer sin inmutarse y en sus ojos vio lo que fue el pasado, vio los templos forrados en oro, los babilonios celebrando sus fiestas, vio lo que más nunca volvería y cerrando los ojos se preparó para su final.
—Que así sea.
Exclamó y las sombras de la muerte la abrazaron.
Nadie a parte de Ciro supo de Gadiel la profetiza elegida por el dios de los hebreos para cumplir su voluntad. Él vio a Babilonia caer y sumergirse en las arenas del desierto, el reino que alguna vez fue esplendoroso ya no era y toda su tropa murió junto con ella.
No entendió las razones para que ella lo dejara con vida, tal vez esperaba algo mejor de parte de él. Volvió a su reino y procuró ser un buen soberano. Los reinos lo conocieron como el magnánimo y se adjudicó un par más de victorias sin ella a su lado.
Sentía que le debía mucho, así que la convirtió en una deidad. Argimpansa fue el nombre que le dio y por el cual los Enerei la acogieron, nombre que significa "la que viene al anochecer" por haber aparecido en cada uno de sus sueños. Para los Enerei ella era la diosa profetiza que les daba el don de ver el futuro. Y año a año la adoraron hasta el fin de sus días.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top