XXI

🌙 New Age Hunters 🌙


          — ¡No, Will, para! —exclamaba casi sin aire Maison — ¡No lo hagas por favor!

          —De esta no te libras, Maison —dijo jadeando —. ¿Tú has visto lo que me has hecho correr? Podría hipnotizarte con mis poderes, no me obligues a hacerlo...

          — ¿Ah, sí? ¡Pues vamos, hazlo! Yo podría tumbarte con solo estornudar...

          — ¿Pero puedes confundirme? —Los labios de Will no se movían, la voz en cambio, provenía de detrás de Maison. No le dio tiempo a girarse cuando Will ya la tenía atrapada.

          Ella gritó y él la cargó sobre el hombro.

          — ¡No, Will, bájame! —empezó a girar sobre sí mismo — ¡Que me estoy mareando!

          Will tropezó y cayó al suelo. Los dos, algo asfixiados y bocarriba sobre la hierba se miraron un segundo, para que, al segundo después estallaran en risas.

           Habían pasado un par de semanas desde que se cruzaran con los Winchester y no habían vuelto a tener noticias de ellos. De vez en cuando, Maison mensajeaba a Jody para preguntar por Claire. La rubia se había quedado en muy mal estado tras el salto al mundo de los monstruos donde murió Kaia. Aunque a decir verdad, Maison y Will ya habían hablado de ello durante su viaje a Colorado:

          —Oye, y hablando de todo un poco... —le decía Will mientras conducía — ¿Soy el único que sintió cierto ambiente lésbico entre esas dos?

          — ¡Will, por Dios!

          —Tú abuelo.

          — ¿Qué?

          —Tú abuelo. Maison, Dios es tú abuelo... —Ella se rió con fuerza al cabo de un par de segundos —Y, bueno, ¿qué? ¿Lo notaste?

          —Ay... Will, mira que eres shipper... Sí, sí, noté las vibraciones, si es a eso a lo que te refieres.

          Después de esa conversación, Maison pensó en lo mal que debía estar pasándolo Claire. Y aunque tuvo más roce con Patience o Alex, sintió que no estaba siendo una buena amiga, y para una vez que conseguía amigos y seguían con vida, quería mantenerlos. No podía seguir cerrándose tan herméticamente. Por ella misma. Por sus amigos, los vivos  y los muertos. Por los que la querían. Sobretodo, por Will. Creyó que perdiendo a Gavin y a Crowley, nunca volvería a confiar o querer a alguien tanto como a ellos, su familia, pero Will... La hacía sentirse como en casa.

          Colorado les resultó bastante más agradable de lo que pensaban. Se habían hecho a ello y ahora empezaban a construir su hogar. Los vecinos de Central City también comenzaban a acostumbrarse a ver a esos dos jóvenes, vivir casi como adultos. Aunque había más de uno que no le gustaba nada que dos críos vivieran juntos, y luego había otros, a los que le resultaba romántico y pasional. Aunque en realidad, no eran nada de eso, tan solo ellos, una Nefilim y un bicho raro, que trabajaban en un Starbucks por la mañana... Y por la noche, exorcizaban demonios, mataban monstruos y quemaban cadáveres para mandar a sus espíritus al descanso eterno. 

           — ¡Qué bien huele! —exclamó Will, sentado a la mesa y abriendo una caja de pizza que acababan de traer.

           —Aquí tienes —Maison le entregó al repartidor de pizzas un billete perfectamente doblado y liso, con una sonrisa amable. Se giró hacia la mesa a la vez que agarraba el picaporte para cerrar la puerta —. ¡Eh, tú, ni se te ocurra probar un solo pedazo de esa pizza o te mato!

           Will levantó y mostró las manos para demostrarla que no había tocado la cena. Nada más cerrar corrió a la mesa. Así solían ser la mayoría de sus comidas y cenas. No tenían mucho tiempo para ponerse a cocinar, o, mejor dicho, para ponerse a aprender a cocinar, porque no es que se les diera muy bien. Pero con el dinero que cobraban les daba para comprar comida precocinada, hamburguesas y pizzas para llevar o a domicilio, depende cómo tuvieran la noche. Esta concretamente, la tenían aparentemente libre. Empezaron a cenar mientras la televisión sonaba de fondo.

          —Oh, vaya, tenías razón con lo de esta pizzería. Esta pizza está mucho más decente que la de la otra... —admitió Will con la boca llena de queso fundido.

          — ¿Lo ves? El otro día, ¿te acuerdas que Sophie, la del turno de tarde, me invitó a mí y a otra chica a comer? Pues fuimos a esta pizzería, y, vamos, ¡ni punto de comparación! Esta está mucho más jugosa.

           —No te quito razón. A partir de ahora —cogió el folleto de la pizzería en cuestión —, la pizza será de Frankie's —y luego sonrió ampliamente.

           —Es ya el sexto cuerpo que aparece. No podemos decir mucho, y no, no sabemos aún si se trata de un asesino en serie —decía un hombre que era entrevistado por la CNN.

            Al oírle decir asesino en serie, los dos guardaron silencio, prestaron atención y miraron a la pantalla, situada a espaldas de Will —y de cara a Maison.

            —Casper está pasando por uno de sus peores momentos. Teniendo a sus espaldas...

           — ¿Qué piensas? ¿Es de los nuestros? —preguntó Will.

           —No lo sé —miró a su compañero con seriedad —. Pero podemos ir a echar un vistazo. No perdemos nada.

          Will la miró incrédulo.

          —No será por esa presencia que has sentido, ¿verdad?

          — ¿El qué? ¿Ese cosquilleo? —Maison lo miró a los ojos. Francamente, mentir no se le daba bien, por no decir, que prácticamente, no sabía mentir —Debo admitir que sí que me preocupa un poco. Sé que esa cosa era un Ángel. Y si está rondando por aquí... Dudo que sea para comprar unas pizzas en Frankie's —bromeó —. Pero no es nada. Supongo que si nos largamos, y es a mí a quien busca, podemos desviar su atención un poco aunque sea.

          —Sí, puede que sea lo mejor —cerró la caja de la pizza —. En ese caso, será mejor que nos preparemos. No me quiero pasar todo el fin de semana conduciendo.

§

          Fueron cinco horas de viaje, en su mayoría amenas, escuchando música de fondo. A Will le gustaba el rock moderno, cosa que no molestaba a Maison, pero ella tenía cierta obsesión con los Beatles, Elvis y las décadas de los 70 y 80, así que, a Will no se le ocurrió poner nada de su música, sino que le puso una cinta que él mismo había recopilado con canciones de todas esas épocas que a ella le gustaban. En ese sentido, Will sabía cómo ganarse a una persona, aunque resultaba demasiado atento con la gente por la que sentía algo, como era el caso de Maison. Nunca le resultó difícil gustarle a una chica, pero es que Maison era dura, no era fácil hacerla caer, y si a eso se le suma su pasado traumático, el conquistarla se le hacía a cualquiera cuesta arriba. Pero Will no se rendía; confiaba en que pronto se fijaría en él de otra forma, a menos que ya lo hubiera hecho y simplemente, quisiera guardarse sus sentimientos, tímida.

          Pues llegaron a Casper, y nada más pedir habitación en un motel, escucharon sirenas de policía en plena madrugada. Se asomaron y vieron un par de coches de policía y una ambulancia pasar a toda velocidad por la calle. Se miraron y echaron a correr tras los vehículos. Fueron llevados hasta una carretera exterior, de un solo carril, que separaba el campo de la civilización. Allí había un cadáver tirado bocabajo, y al rededor, un grupo de civiles que lloraban aterrados. Maison y Will se acercaron con cuidado, para ver de qué se trataba. El equipo forense no tardó en desplegar todo su armamento y la policía estableció un perímetro de seguridad para que los civiles permanecieran al margen.  Maison y Will no quitaban los ojos de encima a los cadáveres, iluminados cada tres segundos por el flash de alguna cámara de fotos. Con cuidado de no llamar mucho la atención, Will sacó su medidor EMF, para comprobar si se trataba de algún fantasma, pero Maison rápidamente puso la mano encima del aparato y le obligó a agacharlo.

          —No. No es un fantasma —susurró.

          — ¿Y cómo lo sabes?

          —Usa el olfato... Huele a azufre, ¿verdad?

          A Will no le hizo falta olisqueae mucho el aire para darse cuenta de que sí que había un ligero olor a azufre en el ambiente. Miró a Maison, esperando una explicación:

          —Vamos a un lugar más tranquilo.

          Rápidamente, regresaron al motel para, de igual forma que los forenses, desplegar todo su equipo y ponerse a trabajar.

           Ya habían eliminado a cuatro fantasmas, matado un nido entero de vampiros y exorcizado a dos demonios, pero su estilo era distinto al de los cazadores de siempre. Actuaban lo más parecido a ellos, con la diferencia de que, gracias a sus poderes, podían hacerlos literalmente polvo u obligarlos a matarse entre ellos. Eran fuertes, diferentes. Eran la nueva generación de cazadores.

          —Has estado rápida, no me había dado cuenta del olor hasta que lo has mencionado.

          —No, si te digo yo que al final sí que voy a ser una Winchester. ¡Llevo esto de cazar en la sangre!

          Will se acercó a ella mientras abrían la puerta de la habitación.

          —Sobre eso... ¿Y si realmente lo eres? ¿Te disgustaría o alegraría?

          Maison se encogió de hombros. Giró la llave haciendo sonar la cerradura, abriéndose y dejándolos entrar. Fuera refrescaba, necesitaban el calor de la habitación.

          —No me importaría... Bueno, no lo sé. Por culpa de los Winchester, Crowley está muerto. Pero, a lo mejor, soy yo quien los culpa, porque no sé, hemos conocido a Jody, Alex, Donna... ¡A Jack y Castiel! Y no parecen mala gente. Me da la sensación de que he sido un poco injusta con ellos y que debería darles una oportunidad. Al fin y al cabo, podría ser mi familia, ¿no?

           Will la observó con admiración. En ningún momento se había parado a pensar en lo que quería decir Maison siempre cuando decía familia. Nunca hasta esta vez. Para Maison, familia no era sangre. No eran aquellas personas de las que uno nace, junto a las que uno crece y quienes educan a uno. No son un árbol genealógico dibujado en una pared, no son un embarazo, ya sea largo, corto, duro o sencillo. Para Maison la familia iba más allá, eran aquellas personas que la querían, no, que la amaban, y a las que ella amaba. Esas personas a las que podía decirle lo que pensaba sin miedo a represalias de ningún tipo y a quienes podía corregir, de vez en cuando. Para Maison, una familia son aquellas personas que merecen perdón, una explicación y otra oportunidad. Will pensó en cuál era su familia. En ese momento, solo podía serlo Maison, aunque, pensándolo mejor... No. Maison no era tampoco su familia. La quería, claro, y ella a él, pero la forma en la que hablaba de él no era la misma que en la que hablaba de Gavin, su amigo en común, o de ese Crowley que la protegió de niña. De ellos hablaba de una forma, que no se podría definir con palabras. Era tan dulce, sus recuerdos eran tan agradables y el dolor que sentía al haberlos perdido era tan grande que se contagiaba. Sin embargo, Will no recordaba haber experimentado nunca un amor así. Y empezaba a darse cuenta de que estaba enamorándose de Maison, pero, pensándolo, examinando sus sentimientos a fondo, no se parecían mucho a los de la chica de cara a su familia, pero no eran ni la mitad de grandes. Will pensó que es que no estaba hecho para amar, y por un segundo, deseó tener a su madre allí, a su lado, para decirle que estaba equivocado.

           —En fin. Tenemos ya siete cadáveres que han muerto de la misma manera. Y si en esta escena del crimen olía a azufre, dudo mucho que se trate de una coincidencia —pensaba Maison en voz alta, dando vueltas por la habitación mientras leía unos apuntes —. La cuestión es por qué matan a gente. ¿Tú qué opinas?

           — ¿El qué?

           — ¡Will, céntrate! —Maison resopló —A ver, te pregunto que por qué un demonio iba a estar matando personas, así sin más. Los demonios son más de poseerlos o de hacer tratos con ellos, no de matarlos...

           —Bueno, son demonios. Si lo hacen, debería ser normal.

           —Ya la cosa es que no. Gavin conocía a muchos cazadores y fue recopilando información suficiente como para escribir un libro... Según sus notas, los demonios dejan un pequeño residuo dentro del cuerpo cuando lo poseen. Es fácil averiguar si las víctimas han sido poseídas o no, ni si quiera hay que inspeccionar el interior del cuerpo. Si huele a azufre...

           —Hay demonios —conlcuyó el chico —. Entonces significaría que los demonios están poseyendo a personas y luego las están matando, ¿no? —Maison no parecía muy convencida de ello. Resopló algo angustiada — ¿Has encontrado alguna relación entre las víctimas?

           —No. Son personas que no se conocen, ni se han visto nunca. Al menos, esa es la parte oficial.

           —Vale, pues yo iré a ver el cuerpo y tú a las casas.

           Maison lo miró de pronto, indignada.

           — ¿Por qué me toca a mí la parte aburrida?

          —Porque la última vez, no supiste mentir al forense. ¿Seguro que llevas esto en la sangre?

          — ¡Oye, eso es un insulto! Me siento discriminada. El no mentir es involuntario, no es que no sepa, es que no puedo. Estoy... Algo así como maldita; es una larga historia.

          —Que no me apetece conocer, por ahora —Will se levantó y cogió de nuevo su abrigo —. Voy a irme ya, seguro que el forense está en la oficina.

           —Está bien, iré entonces a casa de la víctima.

  § 

            La familia de la víctima, una tal Olivia, estaba devastada. La chica era joven, no tendría ni 25 años. Iba a la universidad, tenía muchos amigos, un novio legal que la quería, una familia de ensueño y una casa de ensueño. En las fotos que había por toda la casa, Maison pudo ver que además era una chica atractiva. Tenía el cabello rubio grandes ojos verdes y perfecta piel rosada. Y como detalle, le encantaba el color rosa. Maison merodeó por la casa, prácticamente a sus anchas, en busca de algo que relacionara a la chica perfecta con demonios podridos y asquerosos, asesinos que matan a placer como quien para a por algo de picar. Pero, nada, allí no había ni rastro de nada raro. Maison bajó al salón donde un par de policías hablaban con el padre, porque la madre, envuelta en los brazos del que parecía ser el hermano mayor, no podía pronunciar palabra; había supuesto un golpe muy duro.

            — ¿Su hija tenía relación con alguna de estas personas? —preguntó uno de los policías, mostrando al padre un par de fotografías.

            Él las observó detenidamente, pero al final sacudió la cabeza y se las devolvió. Maison suspiró profundamente y miró al techo, esperando a que algo sucediese para acercarse un poco más a su caza semanal. El hermano se estiró para ver las fotos un segundo. Dejó a su madre con cuidado y se acercó al agente.

            —Sí. Con ella —señaló a la única mujer del grupo, mayor de 50, pelo grisáceo y ojos muy separados —. Trabajaban juntas, bueno, mi hermana estaba estudiando lenguas antiguas y ella era una experta en eso. Así que colaboraban y de vez en cuando iba a verla por si tenía alguna duda.

            Aquello despertó la curiosidad de Maison. Uno no se encuentra a un lingüista experto en lenguas muertas todos los días, y mucho menos, a dos de ellos. Prestó atención pero aquella pista terminaba allí. El hermano de Olivia tampoco sabía mucho, solo un par de cosas más que a Maison no le sirvieron ni lo más mínimo para relacionarla con los demonios y el mundo sobrenatural.

            — ¿Por qué no te dejas ya de espionaje y vas al sótano de una vez? —preguntó una voz a su espalda. Maison se giró para toparse, una vez más, con su viejo y paternal amigo Crowley — ¿Volvemos a las andadas?

            — ¿Qué? Si tengo poderes, mejor usarlos, ¿no? —Y es que Maison no solo poseía los poderes normales de un Nefilim (hacer levitar cosas con la mente, expulsar esa ráfaga de fuerza de su interior...), sino que tenía además un par o dos de armas extra que la hacían un ser único en el mundo. Maison podía hacerse invisible al ojo humano, tal y como se encontraba en ese momento. Y también aprendió que podía salir de su cuerpo como si fuera un espíritu. A Crowley sobretodo, este último no le gustaba porque le había dado más de un susto. Antes Maison procuraba que no se la viera pero empezaba a extender las alas, no literalemente, claro, y para ello debía aceptarse tal y cómo era, es decir, volver a usar sus poderes, los que menos llamaban la atención, que además eran los más útiles — ¿Y qué es lo que hay en el sótano?

            Crowley le hizo un gesto con la cabeza, indicándola que le siguiera por los pasillos de la casa. Bajaron por unas escaleras a un oscuro sótano donde Maison encendió la luz para ver bien por dónde iba el fantasma. Se detuvo junto a una pared gris, lisa y vacía, sin muebles apoyados en ella ni nada.

            —Tiene un arsenal ahí metido, baja desde su cuarto.

            —Si ya me parecía a mí muy rara esa pared... —comentó Maison, recordando que en la habitación de Olivia también había una pared igual, vacía, sin muebles ni decoración, lisa, solo que estaba pintada de rosa.

             —Olivia, ella y todos los demás, son cazadores. Los demonios los están matando... Porque sí. Su jefe busca algo y cree que cualquier cazador puede encontrarlo.

            — ¿Qué quieren encontrar?

            —Al otro Nefilim. El hijo de Lucifer.

            —Jack... —De pronto, el tono de llamada de su teléfono empezó a sonar. Se trataba de una de esas canciones tontas, sin letra, solo una musiquita para los mensajes y llamadas, pero sonó tan fuerte que lo escucharon en la planta de arriba. Maison descolgó tan rápido como pudieron sus torpes manos nerviosas y se puso el teléfono en la oreja — ¿Qué pasa Will?

            —Estamos jodidos. He visto el cadáver y no estaba poseído, pero me ha dicho la forense que han encontrado un cuchillo entre sus pertenencias, y en la clavícula tiene un tatuaje...

            — ¿Un símbolo de protección? ¿Una estrella de cinco puntas envuelta en un círculo de llamas?

            —Eh. Pues sí. ¿Cómo lo has...?

            —Olivia era cazadora. Ella y todos los demás. Son demonios, Will, y su jefe los ha mandado a buscar a Jack.

            — ¿Cómo? ¿Te refieres a...? ¿Al pringao ese del traje blanco? ¿Asmodeus... O cómo fuera?

            —Sí. Tenemos que largarnos, hay que volver a Colorado.

            —Ya... Sobre eso... Quería hablarte acerca de los demonios... Maison, me han visto, y entre ellos había uno que me ha reconocido. Ahora me están persiguiendo y no creo que podamos irnos de aquí.

            —Will. Dime exactamente dónde estás. Iré a buscarte.

            —En la carretera, donde ha aparecido el cuerpo. Maison, por favor, date prisa, ya están aquí...

            Maison colgó el teléfono y respiró hondo. Cuando alzó la mirada para decirle a Crowley lo que estaba pasando, el demonio fantasma ya no estaba. Ella resopló, pensando en que siempre desaparecía cuando más falta le hacía. Cerró los ojos y se desvaneció de allí, apareciendo después en medio de la carretera. Aún invisible, miró hacia un lado y a otro, escuchando que alguien venía corriendo, gritando. Saliendo de detrás de un edificio vio a Will, seguido de otros tres tipos —demonios, no hacía falta ser muy listo para verlo, tenían los ojos negros —. Maison se quedó parada esperando a que Will pasara por su lado para cogerlo y transportarse con sus alas a la furgoneta. Al chico no le dio tiempo a frenar y se estrelló contra la puerta; Maison se hizo visible.

            —Venga arriba —mandó apresurada, sintiendo la cercanía de los demonios —. Qué suerte que no hemos llegado a sacar nada del coche... —comentó yendo hacia su puerta y abriéndola mientras Will se ponía de pie con una mano en la cabeza —Will, ¡vamos, sube al coche!

            Tambaleándose, Will se montó en el coche y justo al cerrar la puerta, por los retrovisores, vio a los tres demonios que lo perseguían. Pisó el acelerador y condujo tan rápido como pudo por la ruta 26 dirección Yellowstone.

            —No, Will, por la carretera no, nos encontrarán.

            — ¡¿Y qué más quieres que haga?! ¡Nos están persiguiendo tres demonios!

            — ¡Que te tranquilices, eso para empezar! Ahora, deja la carretera, salte al campo.

            — ¿Te has vuelto loca? Así nos pillarán, no podremos escondernos.

            —Y ese no es el plan... En una explanada lo suficientemente amplia puedo hacerlos volar por los aires. No me atrevo a hacerlo aquí, hay muchas casas, pero allí...

            — ¡¿Piensas usar tus poderes?! ¿Y qué pasa con los Ángeles? Con eso de tener cuidado y de no llamar la atención demasiado.

            —Ya pensaremos en qué hacer con los Ángeles cuando no tengamos a tres demonios persiguiéndonos, ¿vale?

             Will miró indeciso a Maison, asustado, pero la serenidad en su mirada le convenció para dar un volantazo y salirse de la carretera. Condujo sin parar y difícil mente por la tierra de la extensa llanura que había allí, sin levantar lo más mínimo el pie del acelerador. Maison le indicó después que parara y que se no saliese del coche. Ella en cambio sí lo hizo. Saltó sobre la amarillenta hierba y miró fijamente a los tres enemigos que se acercaban rápidamente a ellos. Maison suspiró. Todavía no sabía muy bien lo que iba a hacer, solo que tenía que terminar rápido. Estaba amaneciendo, empezaba a asomar el sol por detrás de la pequeña arboleda que tenía ella de frente, por donde venían los demonios. Will miró hacia atrás, temeroso de lo que pudiera pasar. Maison dio un paso firme al frente y cerró los puños. Sus ojos se tiñeron del mismo color que el sol. Con la mirada fija en sus enemigos, sintió el poder y la fuerza correr por sus venas, lo sentía en los ojos, en la cabeza, en las manos, por todas partes, circulaba en su sangre. Solo tuvo que empujar el aire y sostener a los demonios paralizados, atrapados y envueltos en su poder dorado. Abrió lentamente las manos durante unos segundos para luego volver a cerrarlas, de golpe, haciendo a los tres demonios explotar en el aire. Will, desde dentro del coche, gritó, hasta ese momento no había visto hasta donde podía llegar Maison. El subidón que había sentido con el poder, de pronto, se convirtió en un tremendo bajón. Tan fuerte fue, que por poco no se desmaya. La piernas le fallaron y cuerpo cedió. Will salió corriendo del coche para socorrerla.

            — ¡Maison! ¿Estás bien? —El chico la cogió de los brazos para evitar que se derrumbara — ¿Me oyes?

            —Sí... —dijo, con la sensación de tener la lengua dormida —Vaya, debería usar más esto... Se me está oxidando...

            — ¡Claro! Y ya de paso, damos una fiesta. ¿Qué te parece si invitamos a todos los Ángeles del cielo? —bromeó.

            —Eres un payaso, ¿lo sabías? —jadeaba, agotada; es verdad que se estaba oxidando.

            —Sí, bueno. Tú no puedes mentir y yo no puedo no ser un payaso. Todos contentos.

            —Ajá... Todos contentos... Anda, volvamos a casa, por favor, ha sido demasiada aventura por hoy. ¡Mira! Si hasta se ha hecho de día.

            —Muy bien, pues para casa —Will cogió a Maison en brazos para subirla al coche, pero antes de dejarla en el asiento, dos coches aparecieron de pronto. 

            Los dos miraron hacia ellos, confusos, pero dispuestos a salir de allí volando si hacía falta. Sin embargo, cuando los conductores bajaron del coche, hubo un silencio incómodo.

            Eran dos hombres, uno mayor y otro joven, detrás bajó una mujer que se frenó un paso por delante al ver sus rostros. Se miraron entre sí, asustados, unos, comprendiendo que estaban atrapados, y otros, por estar mirando a la cara a dos muertos. El hombre mayor dio un paso al frente sin dejar de quitar los ojos de encima de Will:

            — ¿William? —lo llamó, sorprendido.

            Will no contestó miró paralizado al hombre —que aunque no lo fuera, se suponía que era su padre —, sin saber muy bien qué decir.

            — ¿Maison? Eres Maison, ¿verdad? —la llamaba la mujer, joven, pelirroja, algo recta y severa, o al menos, esa impresión daba —No te preocupes, vas a estar bien, hemos venido a ayudarte.

            —William, creí que estabas...

            —No —eso fue lo único que alcanzó a decir —. No.

            — ¿Qué quieres decir?

            Maison y Will se miraron entre sí, sabiendo que todo aquello pintaba muy mal. No podían escapar. El coche sería lento, a pie los atraparían en ese mismo momento y Maison no podía desaparecer de allí. Will tenía la cabeza tan bloqueada que era incapaz de hacerle ver a su padre que no estaban allí, crear sus ilusiones. Estaban metidos en un buen lío.

            —Einstein, ve a ayudar a la chica, parece débil —dijo Mulder, acercándose despacio hacia el coche, junto a sus jóvenes compañeros —. Ya verás cuando te vea tu madre —le decía a Will —. No se lo va a creer...

            —No... Mulder, no iré. ¡No iremos con vosotros! ¡Dejadnos en paz!

            Los tres adultos se miraron confusos.

            — ¿Cómo dices? ¿Es que no quieres ver a tu madre? ¿No quieres conocer a tu hermana?

            —No es mi hermana. Ni ella es mi madre. Yo solo soy un experimento y si puedo hacer algo, aunque sea solo una cosa útil, es protegerla a ella. Así que no, no iré con vosotros, y Maison se queda conmigo.

            Se sentían atrapados, rodeados, necesitaban un milagro para salir de aquella.

            —Siento decirlo, pero no. Maison es nuestro caso, nos hemos pasado mucho tiempo buscándola y por fin la hemos encontrado, ¡y viva! —exclamó el joven, Miller —Y ahora nos la vamos a llevar a otra parte, se recuperará y después, volverá a su casa, con sus padres.

            —Va a ser que no.

            Una voz, que no provenía por lo visto de ningún sitio, grave, seductora y divertida distrajo por un segundo a los cinco individuos que había allí. Y cuando los tres federales volvieron a mirar hacia los dos adolescentes del coche, allí, ya no había nadie. ¿Habían vuelto a desaparecer?






Lo prometido es deuda. Y acabo de saldar la mía. Prometí tener antes del viernes un nuevo capítulo y ayer lo subí, pero dije que me gustaría tener dos, para terminar esta PARTE 2 y empezar ya con los últimos capítulos del primer libro.

Este domingo subiré una nueva pregunta a la sección de teorías de MAISON' SERIES: "¿Quién es el padre (ángel) de Maison?". 

CAMBIO Y CORTO.

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