XII [2]

🌙 Tanatología Avanzada Parte 2 🌙 


       Hacía calor. Sentía un calor inmenso que la rodeaba, pero no era consciente de donde provenía realmente. Algo la estaba angustiando, pero nada veía. Maison se encontraba en medio de una inmensa oscuridad infinita donde la agonía y la tranquilidad tienen espacio suficiente para cohabitar, aunque siempre haya trifulcas entre ambas. Ella caminaba recto, sin torcerse ni vacilar, aunque sí sentía como el peso de su cuerpo se inclinaba hacia su derecha, como si fuera el suelo el que se moviera.

          Unas voces gritaban en su cabeza. De vez en cuando, éstas eran tan altas y fuertes que le producía jaqueca. Con mueca que expresaba dolor, un daño molesto y punzante como los gritos que chocaban con las paredes de su cabeza. Se llevaba las manos a la sien intentando que el masajeo tan leve que se hacía sirviera de algo.

       Cada voz era distinta. Llegaba a contar cinco voces diferentes. Una de ellas gritaba al mismo tiempo que sus cuerdas vocales y el nudo de su garganta se la jugaban. Era un grito cargado de dolor, físico y mental, de una mujer que tenía alguna clase de dolencia. Había otra voz de mujer, que decía "os quiero" con un particular tono relajado, pero al mismo tiempo, a Maison le sonaba a despedida. Una persona puede decir muchas veces "te quiero" a alguien, pero no es lo normal, se supone que se da por hecho. Una voz masculina negaba algo, y aunque un dolor minúsculo pintaba aquel grito, era innegable la ira que cargaba, Maison sintió malas vibraciones, una sombra oscura que se cernía sobre ella. Incluso de giró con tal de asegurarse de que no había nadie más allí. Aquel masajeo no le estaba funcionando. Cada vez que las voces volvían a empezar, como una canción puesta en bucle, cerraba los ojos, apretaba los párpados y de quejaba en voz alta. Una de las voces llamaba a otra persona. Maison era incapaz de oír su nombre, o lo sabía que el hombre que llamaba a la otra persona, parecía angustiado, casi como ella. La otra voz no hacía más que decirle que tenían que irse, por lo que la chica dedujo que el primero no quería aunque hubiera un peligro próximo. Al final escuchó la voz del primero de estos dos. Gritó, antes de aquello escuchó otra cosa, como un pitido continuo que cedía y acababa con la vida. Aquel grito iba con retraso. Aquella persona estaba viendo a otra sufrir, y no parecía darse cuenta hasta casi el final. Un grito cargado de dolor y culpabilidad.

       — ¡Maison! —exclamó Will desde fuera.

       La chica no tardó demasiado en abrir los ojos. Estaba en el suelo de aquel túnel oculto entre las paredes de la vieja mansión en la que llevaba cerca de dos semanas encerrada, más o menos, en realidad, no era consciente del tiempo que llevaba ahí. Will se había puesto de rodillas a su lado y acariciaba sus mejillas con ambas manos. Maison aún estaba adormilada y apenas tenía fuerzas para moverse, pero fue capaz de gesticular un poco con la cara y tomar una larga bocanada de aire apestoso con aroma a muerte y putrefacción.

       —Parecías estar teniendo una pesadilla.

       —Y así era —respondió ella con la voz ronca.

       —Ya no tienes de qué preocuparte. Yo estoy contigo —Maison tardó unos segundos en sonreír.

       Desde que Crowley y ella se separaran —antes de la muerte del demonio—, no había tenido a nadie que la despertase de sus pesadillas. Eran habituales, aunque había veces que eran más fuertes y claras que otras, pero se repetían constantemente. No entendía su significado, ¿ella caminado sola por un vacío escuchando voces de personas que sufren? ¿Qué sentido había en aquellos sueños? Esta vez, la pesadilla había sido más fuerte que nunca, jamás había sentido tan reales las voces como aquella...

       Will agarró su brazo a la vez que Maison se agarraba al de él, y el chico tiró para ponerla de pie. Maison se agarró a la sucia camiseta del chico, cuyos hombros estaban manchados de sangre seca. Maison observó su alrededor, sintiendo algo extraño en el aire, como si algo hubiera cambiado. Poco a poco, fue haciéndose más consciente de ello. Se soltó de Will y dio algunos pasos ciegos en torno a su posición, mirando por todas partes, sintiendo raras vibraciones.

       — ¿Qué? —preguntó Will — ¿Qué ocurre?

       —No lo sé —respondió, avanzando por el túnel —. Will, creo que... Creo que algo ha cambiado.

       — ¿Qué quieres decir? —se acercó más rápido a ella, que parecía ir esquivando trampas puestas en el suelo.

       —Es una sensación. Es como si el aire no fuera tan pesado ahora, no tan cargante, ¿entiendes?

       —No tengo ni idea de lo que estás hablando.

       Se miraron. El chico estaba confuso aunque ella parecía estar cien por cien segura de que la estaba entendiendo, al menos hasta que le vio la cara, estaba perdido. Maison rodó los ojos.

       —Me refiero al fantasma, al médico rarito del taladro —explicó —. Antes, cuando aparecía por aquí, incluso cuando no lo hacía, sentía algo muy pesado, algo aplastante, como un muro que se te cae encima. Hacía frío, y me dolía la cabeza. Ahora, todo eso ya no está.

       —Yo sigo teniendo frío.

       Maison observó que por todo el túnel había cadáveres, más o menos descompuestos. Había aprendido que un espíritu descansaba cuando su cuerpo se quemaba, o en caso de que éste se uniera a un objeto, cuando dicho artilugio se quemase.

       —Sus espíritus... El fantasma de Medus era malo, un espíritu vengativo. Pero estos no lo son... ¡Debe ser eso! Algo o alguien de había encargado de Medus.

       — ¿Insinúas que lo han matado? ¿Al espíritu?

       —Sí... El problema es que lo más probable es que hayan sido cazadores. Y si me ven aquí...

       — ¿Qué posibilidades hay de que nos pillen? —preguntó Will —Si nos encuentran, diremos que el médico nos metió aquí en vez de matarnos, y punto.

       —No es tan sencillo. ¡Son cazadores, Will! Son astutos, saben que el modus operandi de Medus es matar a todos nada más verlos, lo has visto tú mismo. Si no nos ha matado es porque no ha podido... ¿No crees que se preguntarán cómo hemos sobrevivido?

       Will suspiró cruzándose de brazos.

       —Tú tranquila. No dejaré que te ocurra nada; hice una promesa, ¿recuerdas?

       Ella asintió. A varios metros de ellos, dos espíritus observaban con atención la charla. Uno de ellos era un chico joven, un adolescente apocado al que recién habían asesinado. Se veía en su semblante el miedo y la incertidumbre de qué será de él a partir de entonces. El otro era un adulto cuyo semblante no reflejaba ningún miedo. Un poco de angustia sí, pero el estar muerto no parecía afectarle demasiado.

       —Esos son los raros...

       —Un momento —titubeó el adulto —, ¿cómo es posible que estén vivos?

       —El hombre del taladro lo intentó, pero siempre lograban zafarse de él.

       — ¿Y cómo han acabado aquí?

       —Yo no estaba cuando pasó, pero creo —calló y miró al techo, luego señaló a un punto concreto que casi no de diferenciaba con la oscuridad —que abrió esa trampilla con ellos encima.

       —Usó su as en la manga —comentó casi para sí el mayor.

       — ¿Nos ayudarás? ¿Podremos salir de aquí?

       El adulto miró al chico, pensando en lo injusto que era. Solo era un crío, si tan solo hubiera insistido un poco más... Ahora no podía fallarle, ni a él ni a ninguno de los espíritus inocentes que había allí dentro. Y sabiendo que dos adolescentes vivos estaban allí atrapados también, más le urgía sacarlos a todos de allí.

       —Te lo prometo. Ahora debemos volver —miró su reloj —, se me acaba el tiempo...

       Antes de salir del túnel, echó un último vistazo atrás, a los dos adolescentes, en concreto, a la chica. Tan solo hizo falta un gesto para despertar cierta curiosidad en Dean. Le recordaba muchísimo a alguien, aunque no recordaba exactamente a quién.

       Dean corrió por la mansión hasta llegar a donde su hermano custodiaba su cuerpo, rodeado por un círculo de sal.

       —Sam. ¡Sam! —llamaba Dean, consciente de que no podía escucharlo — ¡Lo tengo! Hazlo ya...

       Sam estaba arrodillado junto a su cuerpo, mirando el reloj, con la jeringa en la mano. La alarma pitó y Sam pasó a proceder.

       —Vale.

       Inyectó la jeringa en el pecho de Dean con fuerza y presionó para que entrara el suero en el corazón, y ponerlo de nuevo en marcha.

       —Vamos, vamos...

       —Dean —lo llamó Sam, dando unos golpes al cuerpo del mayor —Eh, Dean. ¡Dean!

       — ¿Por qué no funciona?

       Dean contempló su cuerpo desde fuera, asustado, ocultando su miedo bajo esa incertidumbre de qué ocurría. No podía morir, no de verdad, ¡todavía no! No podía, no quería que todo acabase así... ¿Verdad?

       —No, no, no... —Sam sintió como se le hacía un fuerte nudo en la garganta, golpeó el cuerpo intentando reanimarlo, pero éste seguía inerte — ¡Por favor! Dean, ¡Dean!

       El mayor paseo alrededor del círculo de sal que le impedía pasar. ¿Podría ser eso? No. No es posible, podría revivir incluso con el círculo de sal en medio, su espíritu volvería a entrar automáticamente, dejaría de ser un fantasma, estaría vivo de nuevo. Entonces, ¿qué estaba yendo mal?

       El oscuro interior de la mansión se iluminaba con cada relámpago que recorría el cielo fuera aquella noche de tormenta. Era como si el tiempo fuera acorde con la situación, el dramático y angustioso momento que Sam estaba viviendo con el cadáver de su hermano tendido frente a él. Pero no se rendía. Se puso encima de él y lo agitó, presionó el pecho y el estómago intentando reanimarlo, pero no daba resultado.

       Por su parte Dean, aunque estaba asustado, no hacía nada al respecto, no estaba luchando realmente por meterse otra vez en su cuerpo, simplemente observaba paralizado lo que sucedía. ¿En serio? ¿Sería ese su final? Eso pensaba, pero no movía ni un dedo para evitarlo. Su hermano lo estaba pasando mal y él solo miraba confuso como la muerte de volvía más real, sin saber, que a su espalda, una guadaña resplandecía con cada relámpago de fuera.

       —Hola, Dean —dijo una voz a su espalda.

       Él se giró instintiva e inmediatamente para encontrarse, a lo alto de las escaleras, una cara conocida. Ataviada con túnicas negras y una enorme guadaña en sus manos, una mujer de piel oscura, cabello rizado y ojos intensos, miraba al famoso hombre que se negaba a morir, al menos, así solía ser, un luchador incluso cuando las cosas no tenían otra solución...

       —Billie —pronunció casi sin creérselo.

       —Tenemos que hablar —miró a Sam, que seguía llamando a su hermano afligido y desesperado, Billie chasqueó los dedos y congeló el tiempo —Y ya se ha acabado.

       Dean cada vez estaba más confuso. ¿No podía volver? ¿Billie con vida? ¡¿Dos chavales vivos en esa casa de locos?!

       —No, es imposible —decía para sí mismo —. Ví a Cas matarte.

       — ¿Y cómo le ha ido a él?

       Aquella respuesta, le sentó a Dean como una patada en los huevos. Se había sorprendido de haber logrado pronunciar su nombre sin titubear, pero aquel disparo había derribado la coraza que acababa de levantar. Billie se rió al ver la reacción de Dean.

       —Tiene gracia. Oír a un Winchester hablar de lo rotundo de la muerte —el odio que reflejaban los ojos de Dean eran como dardos que de clavaban en la piel, con la diferencia de que a Billie no le importaba ni lo más mínimo —. Esta realidad tiene reglas, Dean. Un montón de reglas. Y una de ellas, es que al matar a una encarnación de la muerte, como hiciste tú, la siguiente parca que muere, ocupa su puesto —explicó —. De modo, que cuando Castiel me apuñaló por la espalda —se quitó los guantes negros de cuero que cubrían sus manos —, resulta que obtuve un ascenso.

       Dean estaba maldiciéndose en esos momentos.

       —Nuevo puesto, nuevo equipo.

       —Así que moriste y ahora eres La Muerte...

       —Este universo es muchas cosas. Y algunas veces es hasta poético —ahí llevaba la razón; a decir verdad, Billie simplemente le estaba restregando a Dean su nueva condición, de forma elegante, pero infantil como un niño que presume de un juguete nuevo —. Por eso tenemos que hablar...

       Billie se dio la vuelta y de pronto, ambos dejaron de estar en las escaleras de la casa. Se encontraban en un lugar diferente, lleno de pasillos y con aspecto de oficina o archivo de decoración escasa y mobiliario moderno y frío.

       —Qué coño...

       —Bienvenido a mi biblioteca —dijo Billie, dejado la guadaña apoyada en la pared —. Ya sé que no debo dejar esto a tu alcance...

       —Entonces, ¿estoy muerto?

       —Te has suicidado —respondió ella; se quitó la túnica que llevaba encima y la dejó sobre el respaldo de una silla.

       —No... ¿Me vas a mantener aquí?

       —Eso depende de ti.

       —De acuerdo... Eh... Enhorabuena por tu ascenso. Pero hay una casa llena de espíritus esperándonos a mi hermano y a mí, así que...

       —No quería decir que tú decides. Solo que depende de ti. Por varias dimensiones se rumorea que has viajado a otro mundo. Quiero saber cómo lo hiciste. Ahora.

       Dean sonrió con ironía.

       —Creía que La Muerte lo sabía todo.

       —Entonces imagínate cómo me molesta este único ángulo fijo.

       — ¿Y qué gano yo?

       Billie se cruzó de brazos.

       — ¿Qué quieres?

       Dean guardó silencio. Era consciente de que no podía pedirle que le devolviera a Cas o a su madre, porque no iba a hacerlo, incluso, quizás fuera imposible traer de vuelta a Cas, ya que no es un espíritu cómo sería el caso de su madre. Pero sabía que no lo haría y él se quedaría allí para siempre. Así que, ideó una nueva propuesta.

       —Libera a los fantasmas.

       — ¿Cómo dices?

       —Los fantasmas de la casa. Déjalos pasar... ¡Ah! Y deja salir a esos dos chicos de ahí dentro.

       — ¿Dos chicos?

       —Sí, un chico y una chica. Están encerrados, vivos. Déjales salir de ahí, a todos, y te diré lo que quieras saber.

       Billie sonrió, sabiendo perfectamente a quién se refería.

       —Con que ahí estaban, ¿eh? —murmura —Lo siento, William y Maison no entran dentro de mis posibilidades... Pero si logras volver, podrías sacarlos tú mismo, ¿no crees?

       Dean guardó silencio un momento. Así que, esos eran sus nombres. William y Maison. La Muerte tenía razón, él mismo se ocuparía.

       —Pero los fantasmas...

       —Hecho —aguardó unos segundo en silencio, mirando a la nada, comprobando que los espíritus eran libres, sin olvidar echar un vistazo al túnel, donde Will y Maison intentaban abrir la puerta a golpes —Ya está —dijo volviendo en sí.

       — ¿Cómo sé que puedo confiar en ti?

       Ella sonrió.

       —Los Winchester... Sois todos iguales, tan desconfiados... —Dean arrugó la frente confuso —De ningún modo. Aunque no soy yo quien va rompiendo pactos cósmicos por ahí.

       Dean sonrió.

       —Hay que ver qué rencorosa eres...

       — ¿Tú crees? Bueno, escupe.

       —El hijo de Lucifer. Jack. Cuando nació creó un agujerito.

       — ¿Un agujerito? ¿A otro mundo? —Dean asintió —Ya veo... Este abre agujeros a otros mundos. Por lo tanto, los Nefilim tienen distintos poderes... —pensaba en voz alta.

       —Espera, ¿cómo que este? ¿Es que hay otro? —preguntó Dean, aunque Billie lo ignoró.

       — ¿Y tú entraste en ese otro mundo?

       Dean guardó silencio confuso. Aquel comentario, le estaba diciendo claramente que había otro Nefilim por ahí suelto, y no sólo eso, sino que además tenía otros poderes.

       —Sí... Y te diré que precisamente no es Candy Land. 

       —Te creo.

       — ¿Y a ti qué te importa?

       —Me importa todo. Porque todo este multiverso cuántico en el que vivimos es como un castillo de naipes, y lo último que quiero es que algún memo Winchester lo tire todo abajo —decía la parca acercándose intimidatoriamente hacia él.

       —Sería típico nuestro.

       Billie lo observó de cerca, con curiosidad. Dudó un segundo si decirle o no que, la chica que había visto encerrada en aquel túnel podría ser su hija, y en caso de que no lo fuera, sería su sobrina. Su intención era que Maison y los Winchester se cruzaran en el camino, tenía sus razones para hacerlo, y no tenía intención de contarlas. No quería entrometerse directamente para lograrlo, debían ser ellos mismos, si no, las cosas puede que no fuesen como ella quería que fueran. Pensó que sería mejor no contarle nada a Dean y que lo descubrieran ellos mismos. Sin embargo, había otro factor en aquella enorme ecuación que veía peligrar dada la actitud de Dean, la que procuraba ocultarle a La Muerte, pero, como bien había dicho, ella lo sabía todo, o casi todo, al menos.

       —Has cambiado —Dean no la contestó, se quedó en silencio mirándola; él ya lo sabía, y sabía cuáles eran las causas, pero no quería hablar del tema —. Cuando has negociado conmigo podías haber pedido volver a la vida. O incluso, traer de vuelta a alguno de tus seres queridos.

       —Bueno, supongo que contigo al mando eso ya es imposible.

       —No hablas como el Dean Winchester que yo conozco —observó; se alejó de él, con las manos cruzadas a la espalda, y se detuvo junto a una de las estanterías, seguida por los ojos verdes de Dean —, ese que ha estado muerto muchas veces, pero nunca para siempre. Puede que ya no seas ese hombre. El que salva el mundo. El que siempre cree que ganará, sea como sea —de alguna forma, Billie parecía estar elogiándolo, aunque Dean no sabía si se trataba de eso o es que se estaba burlando de él. Billie volvió a dar un par de pasos hacia Dean, que parecía estar clavado en el suelo, inmóvil e impasible como una estatua —. Has cambiado, y dices a otros que no es para tanto. Vas diciendo que se te pasará, pero sabes que no. Que no será así, y eso te tiene acojonado. ¿O me equivoco?

       Dean asentía con suavidad. Se encogió de hombros. Aquellas palabras habían podido con su coraza, la habían derrumbado y volvía a estar al descubierto. Las imágenes, sus voces, risas y llantos, los recuerdos dolorosos que se clavaban en su corazón y la sangre recorriendo su cuerpo a una velocidad muy alta, pidiéndole que explotara, que reaccionara, pero una energía tan agotada, tan baja, que le impedía ser el arrollador Dean Winchester que solía ser, que en realidad era.

       — ¿Qué quieres que diga? Eso no importa. Yo no importo.

       — ¿Ah, no? —Billie volvió a plantearse el contárselo. SI lo hiciera de una forma sutil... 

       Dean respiró hondo. Necesitaba tener mucha fuerza para lo que pensaba responderle, que era en realidad lo que sentía. Tanto dolor comprimido. ¿Había algo que pudiera liberarlo de aquello?

       —No pude salvar a mamá. Ni tampoco a Cas. Ni he podido salvar a un niño asustado. Sam intenta arreglarlo pero yo solo le arrastro hacia abajo. Así que no suplicaré... 

       — ¿Y si te digo que hay alguien ahí fuera que te está esperando? Además de Sam.

       —Si te refieres a Jack...

       —No. No me refiero a Jack, Dean. Hay alguien ahí fuera que te necesita, a ti y a Sam. ¿Abandonarías a esa persona?

       —Si ha llegado mi hora, pues ya está. De todas formas, también acabaría muerta, así es que...

       — ¿Crees eso de verdad? —Dean no dijo nada, pero hizo un gesto con la cabeza que le indicaba a la sorprendida parca que la respuesta era sí —Quieres morir —pronunció sorprendida —. Dean —se alejó de nuevo, acercándose a las estanterías, repletas de libros grises, más o menos del mismo tamaño —, cada libro de este estante en concreto. Cuenta una versión de tu muerte. Solo de la tuya. De un infarto. Quemado por una bruja pelirroja. Apuñalado por un espectro en un cementerio. Sacrificado por alguien especial. Etcétera, etcétera. ¿Qué versión es cierta? Depende de ti. De las decisiones que tomes.

       Dean estaba realmente paralizado por aquello, tantas muertes, tantas decisiones. Cualquiera podría ser mejor. Podría despedirse de Sam, dejarle un legado, una misión, saber que estará bien y que ningún gilipollas lo mataría. Hicieron un pacto en el pasado: si uno moría, seguiría muerto, el que viviera no iría tras el otro.

       —Bueno, pues ya la he tomado.

       —Pero, por desgracia, ninguno de estos libros dice que mueres hoy.

       Dean vaciló un momento, titubeó pero su voz no salió en un primer momento.

       — ¿Cómo dices?

       —Desde que tengo este nuevo puesto, puedo ver un panorama mucho más amplio. ¿Sabes lo que veo? —Dean se encogió de hombros —A ti. Y a tu hermano. Sois importantes.

       — ¿Por qué?

       —Tenéis una misión. No necesitas saber más —Billie se dirigió a su silla, al otro lado de esa pequeña mesa o escritorio de color gris —. Y créeme. Hacerme consciente de la necesidad de algún humano, especialmente de los Winchester, no es un placer. Así que, tú quieres morir, pero te ordeno seguir vivo —Dean no tuvo oportunidad para responder, aunque tenía la impresión de que no podría negarse ni saber más —. Ya te he dicho antes que ahí fuera te está esperando alguien, alguien... También importante. Debes encontrarlo.

       — ¿Es esa mi misión?

       Billie sonrió.

       —Uh, no. Ni si quiera estarás empezando... 

       Dean volvió a guardar silencio. Estaba nervioso. No iba a morir allí, pero las dudas que había ganado le habían dejado miles de agujeros en el cuerpo. ¿Qué debía hacer? ¿Por qué eran importantes él y Sam? ¿Quién era esa persona o cómo la iba a encontrar si no sabía quién era? Y sobretodo, las dudas que ya traía consigo. Billie como La Muerte podía ver muchas cosas, como ella misma dijo, podía ver un panorama más amplio. Sin darle más vueltas, se lanzó a preguntar:

       —Tengo que saberlo. Mi madre está...

       Pero antes de que pudiera acabar, Billie alzó la mano y le hizo desaparecer.

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