XI
🌙 La Nada 🌙
Liz Einstein sufría la misma agonía continua que Dana Scully. En verdad, parecían haber nacido para conocerse. Podrían ser madre e hija, y no solo porque su físico fuese semejante, sino porque ambas habían estudiado medicina, aunque hubieran acabado de agentes federales. Sin embargo, les diferenciaba la experiencia. Scully, aún firme en sus creencias científicas y religiosas, había sido testigo de la verdad que Mulder veía, había visto cómo existían muchas de las cosas en las que él creía y ella tenía como cuentos para que los niños no duerman por la noche. Al contrario que Einstein, cuya mentalidad, se remontaba a aquella que Scully tuvo años atrás. Es por eso que la tozuda agente federal, se había visto obligada a pedir ayuda y, ¿a qué otra persona podía pedírselo?
Si hubiera ido a contárselo a su compañero, el agente Miller, se vería envuelta en toda una explosión de teorías que llegarían a la conclusión de que se trata de un virus alienígena, de un alienígena, de una conspiración del gobierno para tapar a los alienígenas o cualquier chorrada de esas. Así que pensó recurrir a alguien un poco más científico y más... Cuerdo. Aunque tampoco podía ir con esa pedazo de bomba a algún compañero de la oficina, ni a su amiga Tessa, la forense a la que solían recurrir. Aquello era realmente extraño; solo podía recurrir a Dana Scully. Así que, pidió permiso, cogió el coche y salió en busca de la federal.
El asunto era el siguiente:
Hacía ya algún tiempo llegó a sus manos un caso, un caso un poco extraño, que cuando lo leyó, se preguntó por qué no se lo habían pasado directamente a Miller. Tres meses atrás, hubo un tremendo apagón por toda la costa oeste, en concreto, en North Cove, Washington. Acudió de inmediato a investigar el resto, ya que al leerlo le resultó un poco confuso y prefirió verlo por sí misma. Habló con la policía y éstos la llevaron a una casa alejada, frente al mar. Era una cabañita no muy grande, cómoda y a la sombra. En la segunda planta, Einstein encontró una habitación infantil en cuya pared estaba escrito el nombre "JACK". Lo que llamó la atención de Einstein era lo vacía que estaba la casa. No había muchas cosas, encontró un gran arsenal de pañales, una cuna, y nada de ropa. Era como si nadie estuviera viviendo allí. Fuera había una pila de troncos que habían ardido. Según los forenses, encontraron restos fósiles humanos, dos en concreto. Habían sido envueltos con sábanas y luego quemados. A la joven agente se le revolvieron las tripas; ¿qué clase de monstruo hacía algo semejante? A continuación, acudió a ver a la sheriff. Ella contó que no tenía ni idea de que habría alguna relación pero que, cuando se hallaron los restos quemados de aquellas dos víctimas, pensó que habría alguna relación con el incidente que ocurrió en la misma comisaría. La sheriff explicó que primero encontraron a un muchacho desorientado y desnudo que dijo llamarse Jack. Posteriormente, llegaron dos hombres que dijeron ser cazadores de monstruos y que explicaron que Jack era el hijo de un Ángel y un humano, es decir, un Nefilim; la sheriff se creyó de inmediato ya que había visto a Jack hacer cosas extrañas, había presenciado su fuerza y algo raro ocurría con sus huellas dactilares. A continuación llegaron unos tipos, palabras textuales, vestidos muy de estirados, según Clark, el hijo de la sheriff Barker. Una le cogió y le dijo a su madre que disparara a uno de los dos tipos que llegaron en busca de Jack. Empezaron a hablar y al final, la mujer que le agarraba, le clavó una especie de espada plateada en el costado. A partir de ahí, la que se armó fue gorda. Los dos cazadores se pelearon con los otros tipos y salvaron a Jack. Después de eso, se marcharon. Fue poco tiempo después cuando, una queja por parte de un vecino acerca de una columna de humo, llevó a la policía hasta los cuerpos quemados. Y gracias a un testigo muy aficionado a los coches, la agente Einstein sabía exactamente qué coche tenía que buscar: un Chevi Impala del 67.
Liz entró en una pequeña cafetería situada en una esquina cercana al ayuntamiento del pueblo en el que ahora vivía Scully. La más mayor alzó la mano para que la joven la viera y rápidamente, ésta se sentó en la mesa.
—Primero de todo, gracias por venir. Entiendo que esté muy ocupada, agente Scully...
—Liz, por favor, creo que hay cierta confianza entre nosotras como para que me sigas hablando de usted —dijo amable Scully —. Simplemente Scully; ya ni si quiera soy agente... —dijo soltando una ligera carcajada.
— ¿Ah, no? ¿Y a qué se debe?
—Lo hemos dejado. Mulder y yo. Ahora nos dedicaremos a otras cosas. He conseguido un buen puesto en el hospital del pueblo y... Bueno, queremos utilizar nuestro tiempo... En cuidar a nuestro bebé...
— ¡Oh! ¿Estás embarazada?
—Sí, es... Un auténtico milagro... ¡Pero no has venido hasta aquí para hablar de mí! Cuéntame, ¿en qué puedo ayudarte?
—Verás, Scully, es un caso muy extraño —dijo sacando de su bolso una carpeta —. Ha habido momentos en los que he pensado enseñárselo a Miller, ¡e incluso llamar a Mulder! Pero, he pensado que mejor, lo resuelvo yo misma y evito que ninguno de ellos pierda la cabeza...
Scully cogió la carpeta, la abrió y empezó a leer el caso. Conforme iba avanzando, ella misma pensaba que Mulder sabría muy bien qué hacer con algo así. Pero Einstein dijo que ante todo, quien le dejara el caso, no quería que lo viera Miller, así que, por lógica, enseñárselo a Mulder, sería como enseñárselo a la versión original del agente Miller.
—Interesante. Dos cuerpos incinerados, Ángeles, hijos de Ángeles, cazadores... A Mulder le gusta más lo relacionado con alienígenas, supongo que a Miller también, pero, esto no les disgustaría.
—Lo sé, y eso me preocupa. Porque no encuentro una lógica a todo esto. Sobretodo porque, esos dos cazadores, los Winchester, llevan muertos unos cuantos años.
—A decir verdad, todo sucede muy deprisa, no hay mucho de donde rascar, excepto por esto. Los supuestos cazadores dijeron llamarse Sam y Dean Winchester. Son dos conocidos criminales de alto riesgo. Supuestamente estaban muertos, sí, también lo pensaba, pero, hace tres meses, justo cuando esto estaba pasando, nosotros encontramos un caso... ¿Recuerdas que preguntamos a Miller acerca de una cría?
—Sí, fue... Cuando me llegó a mí este caso.
—Resulta que nunca encontramos a la niña. Durante un tiempo, no supimos por qué, pero cuando descubrimos la identidad del padre... Es muy posible que el misterio de Maison Birthwistle se haya esclarecido...
— ¿Y eso?
—Esa niña es, en realidad, Maison Winchester. Su padre, sea cual sea de los dos, está vivo.
—Pero, eso no es posible... ¿Cómo hacen para vivir y morir tantas veces?
—Liz, dudo mucho que sea tan sencillo —dijo Scully, entregando la carpeta a la más joven —. Una persona no puede vivir y morir tantas veces como quiera, ni si quiera los Winchester...
Castiel. Ángel del Señor. Rebelde del Cielo. Miembro del Equipo del Libre Albedrío. Alma errante. Ya había olvidado el número de veces que había muerto. Estaba confuso, desorientado. Caminaba por aquel espacio de interminable apariencia, pintado de negro e insonorizado. No había nadie allí, al menos, no lo había visto aún. Miraba hacia todas partes y, por consecuente, a ningún lado.
— ¡Hola! —exclamó — ¡¿Hay alguien?! —Pero lo único que oía era un silencio abismal que helaba la sangre. Giraba sobre sí mismo, esperando divisar a alguien, quien fuera, pero no había nada más que un Ángel muerto con gabardina, vagando de un lado a otro, solo su voz hacía ruido, por lo demás, no había más que... Nada — ¡¿Hola?!
Siguió caminando. Buscando ayuda, a alguien, una salida. En general, buscando. Se sentía tan solo y tan pequeño allí que parecía insignificante. No sabía dónde se encontraba, ni cómo podía salir de allí o quién podría sacarlo. Conforme más avanzaba en aquella "Nada", más tenía la sensación de que algo o alguien pisaba sus talones. Y apostaba las últimas plumas que le quedaban a que era un algo. Llegados a cierto punto, confuso pero con total certeza, se detuvo.
—Sé que estás ahí —dijo, su mirada divagó por aquella falsa ceguera que parecía tener —. Lo presiento.
Esperó. Esperó a que el cobarde que lo llevaba siguiendo ya de hace rato se dignara a aparecer, fuera lo que fuera.
—Hola —dijo con una aguda y ridícula voz.
Castiel se giró a la voz y su mirada no dio crédito a lo que veía. Era un tipo, exactamente igual que él, con su cara, su físico, era él, pero al mismo tiempo, no era él. Castiel vaciló un momento.
— ¿Qué eres tú?
— ¡Ah! Solo soy tu... Amigo en la entidad cósmica local —dijo con una sonrisa macabra.
Demonios. ¡Era él! Castiel no podía quitarle los ojos de encima. Se había enfrentado a muchas cosas extrañas, pero aquello, no era posible, no al menos que él supiera. Y es que, cualquier otro lo vería con su recipiente habitual, su gabardina, su corbata, su peinado; sin embargo, el ángel no estaba viendo eso. Se estaba viendo a sí mismo en un espejo, su verdadero yo, su auténtico rostro.
— ¿Y por qué eres como yo? —En la voz de Castiel podía denotarse un ligero toque de enfado.
— ¡Oh! —exclamó como si se hubiera olvidado de dar algún detalle sin importancia —Ya. Sí, claro —dijo cogiéndose de la ropa, estirándola, acariciándola —. Es que si aparezco con mi... Forma real, tú... Gritarías, te arrancarías los ojos, etcétera. Y eso sería un poco vergonzoso, ¿no crees? Para los dos —Su voz era irritante, burlona. Parecía un preadolescente sufriendo severos cambios de voz.
— ¿Qué es este sitio?
—Oh, sí, buena pregunta... Verás —se humedeció los labios, observó el lugar, de igual forma que Castiel —; antes de Dios y Amara, la Creación, la Destrucción, el Cielo y el Infierno, vuestra preciada Tierra, ¿qué había? —formuló su pregunta de manera que ponía en una situación de alumnado a Castiel; era un maestro chiflado que preguntaba a su alumno una cuestión de examen.
—Nada —respondió como con temor, sabía que su respuesta era correcta, pero su mirada decía lo contrario, se mostraba un poco inseguro.
—Sí. Exacto. Nada. Nada más que... Vacío. Y tú estás ahogándote en él —explicó —. Ángeles y Demonios, venís aquí cuando morís.
— ¿Todos los Ángeles que han muerto están aquí? —Castiel parecía agitado, asustado.
—Sí. Durmiendo un sueño interminable —se acercó al Ángel —, verás, yo también estaba dormido. Y cómo, somos amigos, hay algo que estoy loco por preguntar... —De pronto su tono cambió. Era algo que se veía venir de lejos, pero aquí fue dónde se mostró en realidad, de una forma violenta, igual de irritante y muy tensa — ¿Tú qué haces despierto? Porque, te diré algo; en toda la eternidad, aquí nada se despierta, pero nunca, nunca, y otra cosa más —cada vez se ponía más histérico, nervioso, parecía tener un TIC o algo —, al despertarte me has despertado, ¡y a mí no me gusta estar despierto! Así que... —se miraron. Él parecía una bomba a punto de estallar, Castiel, aterrado y confuso, sabía que no tendría respuesta a lo que le preguntara — ¡¿Qué pasa contigo, listillo?!
—No lo sé.
— ¡Pues piensa!
—Serán los Winchester... Sam y Dean. Habrán hecho un pacto —El otro negaba con la cabeza.
—No, no... No. Conmigo no, y yo soy el único que tiene poder aquí —se puso frente a él, con una sonrisa malvada y su estúpido tono de voz, irritando y asustando más al pobre Castiel —. Ni el Cielo, ni el Infierno, ni si quiera el propio Dios. Así que... ¡Piensa otra cosa! Estrújate esa cabecita —punteó tres veces a Castiel en la frente, con violencia y rabia.
—No te acerques a mí —dijo el Ángel; la otra criatura sonrió de nuevo.
—Está bien. Te la estrujaré yo.
Puso su mano en la cabeza de Castiel y de pronto el Ángel empezó a gritar. La criatura buscó entre sus recuerdos algo, una pista de cómo narices había llegado allí, y a la vez que él lo veía, Cas lo veía también. Castiel cayó al suelo, de rodillas, indefenso, pero la criatura no cesaba. Buscó y buscó. Escuchó un llanto, vio la oscuridad y en ésta, unos ojos que brillaban, pero pronto perdió el rastro, como si aquel ser que ambos estaban viendo, desapareciese, fuera borrado del mapa. Fue descartado. Cuando al fin lo soltó, Cas era incapaz de levantarse.
— ¿Qué quieres? —preguntó Castiel, desde el suelo.
—Bueno, quiero que tú... ¡Cierres el pico! Quiero... Mmm... Tenerte despierto en como tener un mosquito aquí —se punteó la sien una y otra vez —, atrapado y zumbando.
— ¿Que yo esté despierto te causa dolor?
—Si tú no duermes, yo no duermo, ¿vale? Y me gusta dormir, ¡necesito dormir!
—Pues deshazte de mí.
—Debería hacerlo, ¿verdad?
—Devuélveme a la Tierra.
—Oh... Te lanzo tan lejos en el vacío que ya no puedas molestarme.
—Sabes que eso no servirá. Si no, ya lo habrías hecho.
—Muy inteligente... Muy inteligente.
— ¡Hazme volver! —gruñó el Ángel.
—Eso no es parte del trato. No, no... ¡Además! Tú no quieres volver.
— ¡Sí que quiero! Sam y Dean me necesitan.
—Oh, ¡ahórratelo! —se acercó de nuevo a él, se agachó, de cuclillas frente a Cas —Yo he paseado por todos tus pensamientos, tus recuerdos... ¡Tus sentimientos! Sí. Y sé lo que odias, y sé a quien amas —susurró —. Sé hasta las cosas que tú has olvidado. ¡Y lo que temes! —La mirada de Castiel lanzaba una súplica a gritos —Allí no queda nada para ti. No... Yo... Voy a enseñártelo.
De nuevo repitió el mismo movimiento. Puso su mano sobre la cabeza de Cas y sacó a flote los peores recuerdos que él tenía, intercalando distintas imágenes: Ángeles que lo torturaban, Metatrón quitándole la gracia, Naomi borrando sus recuerdos una y otra y otra vez, Lucifer apuñalándole, los Leviatanes haciéndole explotar, y de nuevo, el llanto de un bebé, que gritaba muerto de miedo, él junto a la cuna, empuñando su arma, preparado para acabar con su mísera vida, entre otros... Al final le soltó. Castiel gritaba de dolor, cayó al suelo, agitado, asfixiado. Aquellos recuerdos, esas horribles memorias que aún por aquel entonces lo atormentaban, no todos habían sido reconocidos. Hubo algunos que creía jamás haber vivido, nunca había visto tales cosas, aunque, como bien había dicho la criatura, "sabía cosas que él había olvidado", posiblemente, las cosas que le hizo hacer Naomi, antes de borrarlas de sus recuerdos. La criatura se regocijaba, se levantó y se quedó ahí parado, viendo como Castiel, poco a poco se recuperaba.
— ¡Vamos, Castiel! —exclamó — ¿No preferirías ser un bonito recuerdo que una tremenda decepción constante? —Le dio una patada en el costado; Cas rodó por el suelo, la criatura del vacío se agachó —Quédate ahí tirado —bajó el volumen de la voz, algo más suave y reconfortante, acarició su espalda con suavidad —. Intenta dormir, ¿eh? Piensa en ello. Paz infinita... Sin dolor... Ni arrepentimiento... Venga. Chico, ¡sálvate!
Se levantó y así Cas pudo despegarse del suelo.
—Ya estoy salvado —se puso de pie, haciéndole frente —. Puedes burlarte de mí o lo que quieras. El caso es que estoy despierto, y seguiré así hasta que nos volvamos locos. Lucharé, una y otra vez, para siempre... Toda la eternidad. Libérame... Devuélveme a la Tierra...
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