VI

🌙 Líneas de Sangre 🌙

       Maison se tiró al suelo de la casa agotada, sin saber por dónde ir esta vez, qué recuerdo afrontar o qué cojones hacer ahora. Estaba cabreada, y sentía que se le iba el tiempo otra vez. Obviamente, no temía a la muerte, que para ella siempre fue temporal, pero odiaba tener lagunas mentales. Quizás fueran esos los recuerdos que debía revivir para salir de ahí.

       —Maison, querida, ¿qué se te ocurre que podemos hacer ahora? —Preguntó Crowley, caminando en círculos.

       — ¿Qué te parece tirarnos al suelo y quedarnos aquí? Crowley, ya no se me ocurre nada más. ¡No hay nada tan oscuro en mi pasado!

       —Tiene que haberlo. —Insistió Gavin. —Vamos, seguro. Todos tenemos algo que ocultar.

       —Pues como no sea aquel libro que robé en preescolar, no sé que puede ser. —Comentó poniéndose en pie.

       Crowley se detuvo a su lado viendo como Gavin iba de un lado a otro viendo la casa en la que se encontraban. Allí fue donde creció Maison durante sus seis primeros años. Los Birthwistle fueron una familia ejemplar, una pareja amable y simpática, que le dio todo a la niña. Maison sabía que ellos estaban muertos. Si no los mataba ella por accidente, algún pez gordo que la buscase, les estrangularía. Se encontraban en el descansillo, donde a mano derecha daban con un amplio salón y a mano izquierda con una cocina alargada. Una casa de extensos tablones de roble oscuro, brillantes, encerados, en cuyos muebles, alegres fotos contaban la historia de una pareja estéril que dio hogar a una niña. Maison pudo conmoverse con esa historia una vez, antes, pero hacía mucho tiempo que no lo hacía.

       — ¿Puedes repetir eso de que robaste un libro? ¿Qué edad tendrías entonces? —Preguntó Crowley sorprendido.

       — ¿Qué no has entendido de "preescolar"?

       —Es que, me resulta llamativo. ¿Qué cuento robaste?

       —No fue un cuento. Fue Metamorfosis de Ovidio. —Respondió.

       Crowley abrió tanto los ojos que Maison pensó que se le saldrían, afortunadamente para todos, se quedaron en su sitio. Crowley estaba sintiendo una mezcla de emoción y miedo, y si ya se confundía con sentimientos simples, cuando se le mezclaban, eso se convertía en un auténtico galimatías.

       — ¿Y en qué universo, una niña de preescolar, decide robar un libro de uno de los más grandes poetas romanos?

       Maison se encogió de hombros.

       —Me gustó el resumen, no tenía dinero y me lo llevé. La verdad, es que es un libro interesante.

       — ¡¿Se puede saber qué hacéis?! -Preguntó airado Gavin, viendo como esos dos charlaban. —Intentamos que Maison no se muera, y mientras me desvivo por encontrar la salida, ¡vosotros dos estáis ahí, tranquilamente! ¡¡Charlando sobre libros!!

       —Gavin, relájate. —Dijo ella. —Empiezas a hablar como Crowley, y créeme, una vez que empiezas, ya no puedes parar...

       —Es cierto. Tengo un tono de voz muy profundo, y melódico. —Se piropeó Crowley.

       — ¡A esto me refiero! —Gavin se detuvo, respiró hondo y soltó toda la ira con el aire. —Por favor, ¿podemos centrarnos? Maison, ¿hay algo que pudiese ocurrir en esta casa que no fuese maravilloso?

       La chica desganada miró la casa desde el sitio. Dio unos pasos falsos, a un lado, a otro, adelante, atrás, dando vueltas. Llegó a las escaleras y las subió, acariciando el pasamanos con la yema de sus dedos, lentamente. Aquel suave pasamanos produjo que recordara algo. Aceleró el paso, subiendo a la segunda planta, hacia una habitación cerrada. Se detuvo en la puerta y acarició su pomo dorado.

       — ¿Maison? —La llamó Crowley.

       Pronto. Muy pronto. Las imágenes abordaron su mente, recordando qué ocurrió aquella noche. Sin duda, sus padres, los Birdwhistle estaban muertos. Esas imágenes grabadas en su memoria, escondidas durante los últimos años, provocaron la aceleración de su pulso y respiración. Crowley y Gavin, al ver cómo subían y bajaban sus hombros, se acercaron a ella, poniéndola la mano encima.

       — ¡Maison! —Exclamó Gavin.

       Crowley abrió la puerta, con el rostro serio, muy serio, y observó la habitación. Rodó los ojos, alzó un par de dedos para chasquearlos, y entonces, se mostró el lugar como realmente era. En el suelo, una espada plateada, un puñal angelical había sido arrojado, varios años atrás, e impregnadas en el suelo, la pared y otros muebles, había un par de alas carbonizadas.

       —Fue aquí. —Murmuró Maison. Crowley se volvió para verla. —Dos ángeles irrumpieron en la noche, intenté pelear, y logré que uno muriera, pero el otro me sacó de aquí.

       —Pero, esto no es un recuerdo. Esta es la consecuencia. —Razonó Gavin.

       —En efecto.

       Una voz gruesa, profunda, femenina, irrumpió su conversación. Los tres se dieron la vuelta para ver que no estaban solos en la casa. Vestida con ropa negra, y una larga capa que parecía de cuero, portando en su mano una enorme guadaña, una mujer corpulenta, de piel oscura y rizados cabellos negros, les esperaba con un gesto solemne. Los dos críos la observaron indiferentes, creyendo que no era importante, o quizás que lo era demasiado, pero no lo entendían. En cambio Crowley examinó de arriba abajo a la mujer, con una pícara sonrisa en su redonda cara.

       — ¿Quién...? —Preguntaba Maison.

       —Billie. —Respondió Crowley, con las manos en los bolsillos de su chaquetón negro. —Te sienta bien la guadaña.

       —No tanto como a ti la muerte. —Respondió, y en su voz, Maison percibió el orgullo de su persona; era orgullosa, brusca y sincera, de una forma muy cretina.

       —Supongo que ha llegado mi hora. —Asumió el demonio.

       —No te diré que no me apetece dar un paseo contigo hasta el Vacío, pero, no he venido a por ti, sino... —Su mirada se depositó suavemente sobre Maison.

       Nadie dijo nada; Gavin estaba comprendiendo quién era aquella mujer que convencía con la mirada a Maison de ir con ella. Billie estiró el brazo y la tendió la mano, y ella observó con la tentación de aceptar. Como si se hubiera quedado hipnotizada de pronto, estiró la mano lentamente y antes de si quiera rozar la de la parca, Crowley la agarró y retiró bruscamente, colocándose entre Billie y Maison.

       —Ni hablar.

       —Oh, Crowley. No me digas que te has encariñado con la cría.

       —No me he encariñado, solo mantengo cerca a quien me es útil.

       Billie arqueó una ceja. Sonrió superficialmente, y caminó hacia el interior de la habitación, con un movimiento hipnotizante de caderas. Al pasar junto a Maison, se detuvo y acarició su rostro. Ella cerró los ojos inmediatamente después, sobresaltándose al tacto. Estaba fría como el hielo, sentía como si su alma pesase de pronto. Crowley apretó los puños y aguantó un gruñido. Billie se rió al ver su reacción.

       — ¿Sabes, Crowley? En el fondo no me sorprende. —Comentó caminando al centro de la habitación. Crowley rozó su brazo con el de la niña, provocando un cruce de miradas desesperado. Gavin se quedó tieso con la proximidad de La Muerte. —Es típico de ti derretirte por los Winchester; ella no iba a ser menos.

       —Yo no me derrito por nadie, mucho menos por un Winchester. —Disentió.

       —Supongo, pues, que ella es la excepción a la norma.

       —Ya te he dicho, que mantengo a quien me es útil, cerca. Pero... —Ellos dos se miraron. —El caso de Maison es un mutuo acuerdo de protección y ayuda. Así que, no puedo dejar que te la lleves.

       —Sino, romperías un trato, ¿no es así? Lástima que no lo haya realmente. Crowley, debes admitir que esa niña te ha robado el corazón. —Aseguró. —Y como digo, no me sorprende, al fin y al cabo, los Winchester son tu mayor debilidad.

       Crowley iba a volver a gruñir y a disentir. Es cierto que Sam y Dean Winchester tenían algo, un don para resolver problemas, y si tenía que apostar, siempre apostaba con que ellos ganarían. Pero no los adoraba, siempre lo negaría. En cambio guardó silencio. Era la segunda vez que les mencionaba, y empezaba a pensar que no era coincidencia.

       —Billie, ¿qué es lo que quieres?

       —A tu protegida. —Señaló.

       — ¿Por qué? Quiero la verdad. —Crowley agarró del hombro a Maison, acercándosela, manteniendo firme su decisión sobre protegerla.

       Billie caminó ahora directa a Crowley, quien escondió a la niña tras su cuerpo, haciendo frente a la nueva Muerte. Ella sonrió con cierta sensualidad y acarició el bello facial de Crowley.

       —Quisiera llevármela, tiene que volver con su familia.

       —No tiene familia. —Respondió seco. —Va a salir de aquí y se marchará, se pondrá a salvo de todo, incluso de ti.

       —Yo no quiero matarla. Al contrario soy la primera que quiere que viva. Pero si ha de vivir, no es aquí. Debe encontrar al ángel que la engendró, y reunirse con su familia, con quien debe estar: los Winchester.

       — ¡¿Los Winchester?! Ni hablar, Maison no es...

       —Nació el 4 de abril del año 2000, cuando uno de los Winchester se cruzó con ese ángel que la dio vida y después abandonó en aquel orfanato. Años antes de que los Birdwhistle la adoptasen. —Reveló.

       —Entonces... ¿Maison es un Nefilim? —Gavin pareció volver en sí. —Y no solo es uno de los seres más poderosos que existen, ¿sino que también es hija de uno de los cazadores más fuertes de la Tierra?

       —Exactamente. —Respondió ella, mirándole.

       Maison agarró la gabardina negra de Crowley, con nerviosismo. Había oído hablar de los Winchester, pero nunca había creído que hubiera nada entre ellos, mucho menos, parentesco. Y de pronto, estaban ahí, en un trance post-mortem, charlado con la Muerte sobre que era hija de uno de ellos.

       —Es imposible. —Negaba Crowley. —No la escuches, Maison. Vámonos de aquí, debes volver al mundo real.

       —Aún no. Debes comprender primero cosas. —Inquirió Billie.

       — ¡No debe compender nada! Y menos si son mentiras burdas como esas que cuentas.

       —Crowley, tu niña bonita es en realidad una Winchester, debes aceptarlo, igual que debéis asimilar que llevas tres meses muerta, Maison.

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